Adán y Eva no se adaptan al frío / Joaquín Sabina
De los ricos dijo Scott Fitzgerald una frase que lo destruiría: “Son diferentes a nosotros”. Nadie niega su fascinación: es un sugerente ejercicio contemplativo. Hay una clase de ricos que sí merece cierto interés: los que van armados por la vida de modales y naturalidad producto de una educación sencilla que les ha hecho ver que lo importante no es el dinero. Eso tampoco tiene mucho mérito, porque para un hombre inteligente el dinero va perdiendo importancia en la misma proporción en que se va ganando. Cierto: todos los ricos tienen una posición. Pero no todos buscan el momento en el que demostrarla. Además, también hay ricos que al nacer ya se invisten de cierto aura trágico que no les abandona nunca, y todos sus actos se justifican con esa adversidad casi mitológica. No he tratado con ricos en mi vida. Estoy hablando de los ricos que no salen en las revistas y sólo se asoman de vez en cuando, y nunca por voluntad propia, en las páginas de los periódicos. Estoy hablando de los que podrían permitirse dejar a sus generaciones el dinero suficiente como para vivir siglos de los intereses sin tener que hace nada más que vagar por los lugares más recónditos del mundo, y redescubrirlos una y otra vez buscando una agitación desconocida, una emoción hasta ahora incontrolable. Pero he atisbado a alguno que, con no serlo lo suficiente, sí tenía sobre sí la corona dorada de una herencia con peso. Y suelen ser personas perfectamente conscientes de sí mismas, sabiéndose en el interior de un círculo privilegiado en el que hacer acopio de amistades y de amores, y saliendo tan sólo para extender la mano con una cálida sonrisa y ejercer en segundos una vaga atracción y un interés humano por su interlocutor. David Mamet empieza así una película: “El amor mueve el mundo”, hasta que un personaje corrige al anterior: “Efectivamente: el amor al dinero mueve el mundo”. He pensado en ello, y lo he hecho con desinterés, incluso sin saber si al final escribiría sobre todo esto, porque en las últimas horas han pasado dos cosas insignificantes, corrientes en el trasiego diario. En la radio hacían público el sueldo de Francisco González, patrón del BBVA, más pluses y beneficios propios de un banquero: le salían varios millones de euros, o miles de millones: a esas alturas qué más da. Y en Gondomar dos concejales han sido detenidos por corrupción, que es una cosa muy vulgar. Nada ha perturbado tanto al ser humano como la aparición de la primera moneda, que algunos sitúan en el árbol de la Ciencia del Bien y el Mal. Y nada nos ha colocado a unos y otros en lugares tan diferentes, y tampoco nada nos ha hecho tanto daño como el querer alterar el orden lógico del mundo, la poética justicia del dinero, con la prisa propia de un inconsciente. De ahí el desprecio que provocan los llamados nuevos ricos, que llegan a codazos e improperios. No es un problema de falta de educación: les pierde la prisa por enseñarse. Y en la prisa suelen llevar la penitencia: el delito y su castigo. Yo no envidio a los ricos que llevan en el apellido las brillantes incrustaciones de su patrimonio, porque lo único que envidio con violencia es el talento, e incluso admiro la naturalidad con la que se desenvuelven para no sugerirte que podrían solucionar tu futuro de un plumazo. Pero sí me despierta un aburrido desprecio aquellos que suben con la espuma de la ola haciendo de la posición un móvil en la vida, y entienden que ésta se consigue acumulando dinero en el escaparate de sus vidas públicas a modo de posesiones, impertinencias y desplantes: una forma de ser rico que no está en los manuales de viejo, por eso los auténticos huyen de los impostores. Siempre he pensado, desde mi mediana ignorancia, que más importante que ser rico es aprender a serlo. Y ya cada vez hay más, y cada vez, sin embargo, han aprendido menos.
3 comentarios:
los dos detenidos en gondomar nunca dejaron de llevar una vida bastante austera, sencilla y cercana al pueblo. quizás la gente cuando piensa en corrupción lo hace pensando en marbella, lujosos coches y fastuosas vidas. Aquí al corrupto no le hace falta hacer una demostración de poder. simplemente todos saben que podría llegar a hacerla y con eso es suficiente.
¿Alguien me puede explicar qué pasa con Pescanova y la Xunta?
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