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jueves, febrero 15

San Valentín

Como todos los artificios comerciales, esperaba de San Valentín un cascada inolvidable de mermelada untada sobre el lomo de las más peregrinas y estúpidas iniciativas que, al ser el día que es, adquieren sin obstáculos el rango de noticias. Seguro que alguna se pasó por el telediario de Antena 3: acostumbran a tratarlas con indisimulada deferencia. Ha habido dos que me llamaron especialmente la atención, y aunque las leí en un teletipo no podía quitarme de la cabeza la voz de Matías Prats relatándolas. Una sucedió en Miami: fue la boda de Cosita, la perra de la cadena estadounidense Univisión, y Puchi, un perro afortunado. Otra llegó fechada en Nueva York: detuvieron el día 13 a Malik Cupid por estafar a su novia. Alguien en la comisaría entendió que era muy divertido que el sujeto se apellidara Cupid y dio la noticia para que ésta saliera rebotada de esta forma: ‘Un Cupido malvado en vísperas de San Valentín’. La mejor de todas fue una con la que no sé si se atrevería Matías: en la República Dominicana un cerdo mató a mordiscos a su dueño por prohibirle copular el día anterior con la cerda de una granja vecina.
Para un enemigo declarado de la ñoñería no es fácil sobrellevar fechas tan artificiales. Me gusta la frivolidad, pero todo tiene un límite. Lo ñoño, junto con lo coñazo, tienen dos lugares muy destacados en mi particular altar de fobias, sólo a la altura de la deslealtad. A lo demás tampoco le presto una excesiva atención: no hay que dedicarle mucho tiempo a las fobias. Lo que pasa es que es difícil esquivarlas: nadie me obligó ayer a sentarme en un restaurante en el que el menú ofrecía un revuelto de San Valentín, y tampoco nadie me obligó a pedirlo, en voz alta, porque era el primero que más me gustaba. Y tampoco, con la inercia del flechazo, pude ya evitar recoger un portarretratos en forma de corazón que me dieron al saldar la cuenta: hay precios que nadie debe obligar a pagar.
De todos los días mundiales, de todas las celebraciones espesas, inútiles y subnormales, la de San Valentín es históricamente la más pesada. Afloran estudios sobre solteros (“San Valentín puede generar angustia y frustración en quien no consigue pareja”, dijo ayer una psicóloga: vaya por Dios), entrevistas de altura (“El jardinero podó un arbusto con forma de corazón para que George me lo diese”, dijo Laura Bush: nunca fue tan pública la complicidad entre un jardinero y su señora) y encuestas comerciales (“El 70% de españoles tuvo una relación de pareja sin estar enamorado”: ¿y el otro 30%?). De pequeños estaba aquella tontería de ir a clase con una prenda roja si te gustaba alguien (en EGB no te enamorabas: hasta quinto te gustaba alguien, a partir de sexto metías mano, directamente). Ayer, sin nada rojo en mi cuerpo salvo un par de arañazos de gato bien merecidos, asistí al espectáculo deprimente de San Valentín (si los solteros se angustian, qué no haremos los demás) con un optimismo contenido: las ventas de flores y demás parafernalia parecen haber disminuido desde el año anterior. No hay que interpretarlo como que se va acabando el amor: simplemente se acaban las ganas de pagarlo.
Hubo algo, sin embargo, que me mantuvo inquieto. Durante todo el día temí la llegada de la noticia que le diera sentido al 14 de febrero: la muerte de una mujer a manos de su legítimo propietario. A estas horas en que escribo todavía no llegó, pero alguna bofetada seguro que ha caído por el camino, y quizás cuando se abra de nuevo la veda caigan varias: habrá que estar vigilante. Los españoles somos muy poco contemplativos con estas cosas. Lo que pasa es que yo quería saber en qué bloque informativo se ajustan esas cuentas, y donde tiene mejor acogida el cadáver de una santa: ¿en el debe de San Valentín?

2 comentarios:

Portarosa dijo...

De todo esto, yo me quedo con lo del cerdo asesino. A mí los cerdos, desde que leí Pascual Duarte y vi no sé qué película sudamericana, me dan miedo; dicen que son inteligentes, pero eso sólo hace más desazonadora su irracionalidad y su falta de respeto a todos cuantos los rodean, que al menor descuido se convierten en comida y nada más que comida. ¡Qué horror!

Un saludo. Y que conste que a mí, que no tengo nada contra las fiestas impuestas por razones comerciales, San Valentín me resulta completamente artificial.

Anónimo dijo...

Mira ti, fuches a coincidir co señor César Casal nunha reflexión sobre a violencia doméstica por San Valentín. Casal escribía onte na súa columna da última da Voz de Galicia: "Siempre hay fatalismo en el maltrato y nos toca a todos luchar contra esa situación de impunidad de la que goza el machista leninista que aplasta a su mujer". Ai, o "fatalismo do maltrato". [Este "ai" que se me escapa é o mesmo que empregou o outro día Portorosa para comentar a túa columna sobre De Juana]. E ese "machista leninista", sen entrecomillar nin nada, ao que aínda lle estou dando voltas...