Los avances inexorables de la civilización occidental los suele escenificar sin complejos la derecha, a veces en su postura extrema. Sólo así se entiende que para evitar los embarazos no deseados antes se les aconsejara a las mujeres la blanca castidad (y tres avemarías), y ahora se les pida, rotundamente, que se hagan un dedo. La sugerencia la lanzó hace dos días en un coloquio sobre mujeres Jean Marie Le Pen, y no fue una boutade: lo dijo sin impertinencia y un fingido punto de lucidez, tan convencido de su tercera vía que probablemente un día cualquiera bajará a África a pastorear contra el Sida. Esto es todo lo que hay, y no es poco: los siglos se mueven como los continentes, despacio, pero imparables. La grandeur, ante la masturbación femenina: Francia nos lleva varios cuerpos de ventaja, incluso entre sus apestados. El Gran Satán del nacional-catolicismo español y su Sección Femenina debería ser algo así como la autosatisfacción de la ama de casa: su mortal pecado, tan improbable para el Régimen. La guía espiritual de los cuarenta ejemplares años de paz le mostraba el camino a la mujer mediante enseñanzas prácticas y sencillas: proporcionar descanso al hombre, amamantar a la camada y tener siempre el hogar a punto. Pero nada se decía del dedo que se inclina lascivo, un concepto revolucionario más cercano al diablo que al mismísimo comunismo, por más que la propaganda tendiese a identificarlos. La paja española era, además de un pecado, una cosa de hombres. Nunca estuvo a la altura moral de la mujer, incapaz ya no sólo de llevarla a la práctica sino imaginarla siquiera: qué poco sabía el establishment. Resulta difícil que en España haya ahora alguna derecha capaz de sublevar así a los fieles que estos días doblan los capuchones de las Cofradías y recogen las imágenes sagradas bajo un silencio sofocado que se debate entre el amor y la devoción. Dios todavía tiene mucho que decir en la política española, y su derecha en estos asuntos apenas chista: a veces hasta le sigue la agenda y se incorpora a sus manifestaciones. En cuanto a la izquierda, le abre el grifo y procura no ofenderla más allá de lo prudente: el valiente socialismo español, blandiendo la espada laica. De los homosexuales sólo dijo Fraga, en su versión más visceral, que eran unos enfermos y que aquello estaba contra la propia naturaleza. También presumió Fraga de no haber usado nunca un condón y, aunque no dio pistas sobre el truco, de todos es sabido que el chovinismo nunca se entendió con el franquismo. Le Pen sufre estos días por Francia el destino de los animales irracionales: el azote y el desplante. Y eso que no hay nada más francés que la masturbación: otra particular excepción cultural. Pero ocurre que la guerra de Le Pen no es promover la paja sino eliminar el condón, lo que bien mirado es una guerra terrible. En Europa le cuesta la burla, el insulto y la reprobación, pero en África debería costarle la cabeza.
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10 comentarios:
Es terminar de leer y ver que se está a un dedo de la libertad, o a una mano...
Por lo demás, a los jefazos de la Iglesia no les hacen caso ni sus propios fieles, con lo cual todos salimos ganando. Y si no que se lo digan a los divorciados, a los homosexuales o a las fecundadas in vitro, por ejemplo.
Gracias por tu visita a mi blog.
Saludos.
¡Joder, Tina Marie! Sabía que eras ex puta, pero no tanto... ¿Ya te olvidaste del principio de discreción? ¿Cuándo me veas con mi señora saliendo del hipódromo, también me das a decir "gracias por tu visita"? Anda, anda...
Jajaja... Cómo mola, M, así que eres un putero, y de los peores, virtual. Tío, lo tienes todo... qué vicioso.
Yo de mayor quiero ser Jabois.
Si digo que estaba intentando atraer a gente divertida para la farra gominola no cuela, ¿no?
Estoy perdido.
(Además, seguro que ya pasaste por allí a olisquear mis meados)
((¡Vida perra!))
Qué gracioso, Sr. Jabois.
Dígale a su esposa que hay que leer de todo, que nunca se sabe donde pueden estar las grandes ideas.
Pero acuérdese de las que aquí quedamos, añorando una leída suya.
PD: y usted hablando de hacerse un dedo. Pero qué púdico que se nos muestra.
¿Qué esposa?, ¿qué hipódromo?
Tampoco tengo pensado desembarazarme de Tina Marie para proteger una reputación que, dicho sea de paso, no tengo. De hecho, me haré adicto a ella. O ex adicto, debería decir.
Besos, Charlotte.
(Me encanta tu nombre, y no descarto incorporarlo a la mayor brevedad a mi pequeño olimpo de nombres gloriosos, en el que ya están Daniela, Julieta, Lara, Perséfone y Desdémona).
No se fíe, quizás yo sea un hombre de ochenta años, viva en Lanzarote y usted sepa de mí.
¿Y se llama Charlotte?
Entonces es usted un genio.
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