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jueves, mayo 10

Diario de Campaña (Los días revueltos y felices)

Pese al suntuoso esfuerzo de la prensa, empujando con brío el barco electoral, y las primeras convocatorias de los candidatos, que llegan repartiendo azucenas y desplegando su sonrisa portátil al peatonito del centro, la ciudad no está viviendo la campaña, ni siquiera sin pasión. Será el sol o el hastío, pero la ciudad está echada patas arriba en algún rincón de A Ferrería, como un lagarto. Mayo siembra días revueltos y felices, los primeros del verano (la primavera fresca y feliz de nuestra juventud), y esos días se arremolinan en las terrazas y en los aledaños de las playas, y la ciudad no está preparada todavía para el desembarco de nadie, menos aún de esos coches patrulla con el rostro enorme de los aspirantes pidiendo el voto, que en América se cotiza a seis euros la pieza y yo estoy esperando a que me den al menos la mitad, para comprarme una manzana y ofrecérsela a Eva, a falta de sexo.

A este cansado cronista, que pisa días iguales y desmenuza sin ardor una crónica triturada por primera vez hace ya seis años, le parece éste aquel tiempo tan lejano de Macondo en el que las cosas aún no tenían nombre. Es ese cansancio (y la sensación de haber agotado ya un tiempo, y negarlo sin énfasis mientras meto la nariz bastarda en el fondo de una gran copa de vino) que le hace uno a sonreír cuando lee en una encuesta del CSIC que tres de cada cuatro ciudadanos manifiestan tener “poco” o “ningún” interés por la información política, y nueve de cada diez opinan que la política está “bastante” o “muy” presente en los medios de comunicación. ¿Serán los mismos ciudadanos que no ven Aquí hay Tomate?: ¿los tiene el CSIC envasados en un laboratorio, y cada cierto tiempo los infestan con micrófonos y recogen sus ligeras impresiones? Miren: yo veía poco el Tomate hasta que una tarde descolgué el teléfono y allí estaba Jorge Javier Vázquez para felicitarme por un artículo en el que lo ponía a parir (o le entusiasmó la foto, o tiene fuera del plató toda la clase que le falta dentro). Con la política pasa un poco lo mismo: si a la abuela le pide Quintana un baile, te adhieres.

“Aquí hemos venido a hablar de las elecciones”, dicen de pronto mis jefes atusándose la melena blanca, violentados. Bueno, también podemos citar a un amigo al que, cuando la conversación no va por donde él quiere, pega un puñetazo en la mesa y dice: “Yo he venido aquí a hablar de mi polla y aquí no se está hablando de mi polla”. Permítanme entonces esta entrada en el diario de campaña para advertir que aquí el tema de fondo serás las elecciones locales, pero tendremos una una sensibilidad especial con las erecciones masivas. Quiere decirse que entre el chalaneo y la superchería hay que buscarle el bulto: la trastienda, el tapadillo. Será cuestión, como en Macondo, de empezar a ponerle nombres a las cosas.

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