Hay en todas las campañas un elemento imprescindible: los niños. Lo pensaba ayer revolviendo entre las fotos del día mientras aparecía, uno detrás del otro, Anxo Quintana y Telmo Martín haciéndole cucurrucucú a la chavalada: he ahí la tierna, la despiadada infancia. Y qué me dicen de Santiago Segura, presidente de la Xunta, sujetando a la niña en campaña conocida su depravada tendencia (“es que las visten como putas”, diría después). Los niños son el mobiliario urbano que necesitan los candidatos para rendir al pueblo, participando en sus afectos y cariños, y los candidatos pueden acercarse a ellos sin tener la necesidad de convencerlos de nada. El contacto con los niños, revolverles el pelo encoloniado y hacerle gracias en la punta de la nariz, cuando no fingir arrancársela y enseñarles luego el pulgar, viene a contrarrestar una plaga severa que también se da en campaña y que suele aterrorizar a los candidatos: el desembarco. Las visitas, o sea. En Santiago de Compostela, rodeado de la piedra de los siglos y santiguándose tras palpar el agua bendita como quien palpa el seno perfumado de una dama, dijo ayer Adolfo Suárez Illana que en la política hay una batalla que no es entre la izquierda y la derecha, sino entre el socialismo y la libertad. De Suárez Illana dijo un día Umbral que era un niño tan soberanamente pijo que un día estando el escritor con el ex presidente del Gobierno, se presentó Adolfito vestido de tal guisa que el padre lo mandó a cambiarse. Si su padre estuviese en condiciones probablemente lo devolvería: ya ha tenido muchos años y muchas oportunidades. Siempre he percibido en Suárez Illana esa pinta de funerario revenido que encuentro también en un tertuliano habitual de Salsa Rosa. Socialismo o libertad, dijo Suárez. Había que meterlo de las orejas en el Ejército de Chávez, que tiene ahora la obligación de saludarse “¡Patria, socialismo o muerte!”. Se parecen tanto que estremece. Más cerca de aquí, en Vilagarcía, apareció Zaplana para decir que ETA se presenta a las elecciones. Con este panorama desértico y a las puertas ya de un lunes no es extraño que haya gente aseada y pulcra como Anxo Quintana y Telmo Martín que prefiera girar la cabeza hacia los niños y arroparlos a besos, pellizcarles serenamente las mejillas y sorprenderlos con algún truco, a la manera de un mago. Pero no se habla de eso en Combarro, porque el vino está frío y cae un sol redondo y blando. Allí me entero de que es muy probable que en ningún municipio gallego haya tanto rechazo a un candidato como el que hay en Poio al candidato del PP Javier Domínguez. O al menos eso me dice, con una seriedad envidiable, un grupo abundante de comensales. Los mejillones están buenísimos.
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