Debería prestar más atención el Partido Popular al mensaje lanzado urbi et orbi por Benedicto XVI: su pesada lucha contra el relativismo, esa filosofía que proclama que la verdad depende del contexto. El lunes en Pontevedra volvió Rajoy a echar mano de su chanza: yo no les voy a hablar de la Guerra Civil, de la República y de Felipe II. Tampoco del Prestige, naturalmente, aunque sí del 11-M: y no se habla de Irak, pero se recuerda de vez en cuando el Gal. Se ha dicho aquí ya en algunas ocasiones que Rajoy tiene cierta talla, aunque espumea. Que haya conquistado a Umbral no quiere decir que vaya a conquistar España: Umbral es una pluma alumbrada por una vela cada vez más pálida, y Rajoy está rodeado por la gente que se merece. Se pasó de frenada con Sarkozy, y llegó a repetir en el Pazo su lema: trabajo, esfuerzo y mérito. Por mucho empeño que pusiera, a la periodista de Diario de Pontevedra el PP le había hervido el titular y se lo había puesto a punto sobre el plato: Telmo Martín es el Sarkozy del Lérez, una comparación no odiosa, sino tremebunda. En el tintero se dejaron los líderes del PP el mayo del 68, cuando latía la playa bajo el corazón del pavimento: “sous les pavés, la plage”. Fue uno de los relámpagos finales del futuro presidente francés y uno de los que más éxito tuvo en el ‘hit-parade’. Hasta en España cierta crema de la intelectualidad parecía sacarse una espina dolorosa y proclamar los cánceres heredados de aquella poderosa revuelta que exigía robar la felicidad, no comprarla. Ha habido en Francia quien incluso tocó como de pasada la Revolución. Guy Sorman en Abc la comparó con el mayo francés: empezó bien y acabó peor. En el otro extremo, Alain Krivine y Daniel Bensaid proclamaron: “¿Culpable mayo del 68? ¿Y por qué no también Rousseau y la Revolución, que sembraron el desorden, destruyeron jerarquías, derrocaron autoridades? ¿Y culpable de qué?”. Y ayer, en una casualidad maravillosa, El Correo Gallego entrevistó al director de TVE-Galicia, Xabier Fortes. A la pregunta sobre el éxito del programa de preguntas a Zapatero, Fortes respondió con una genialidad de la casa: “Fue un acierto que ya experimentaron en Francia que, desde 1789, demuestra ser una sociedad muy preocupada por el futuro de su país y muy cercana a los problemas del ciudadano”. Probablemente 1789 son las cuatro cifras más emblemáticas de la Historia moderna y hoy estamos disfrutando de su larga y florida cosecha, sembrada a sangre y fuego. La toma de la Bastilla es la consolidación de la sociedad moderna: el derrocamiento de la monarquía absolutista, la sublevación de la burguesía y de las clases populares y la instauración de las tres palabras que rigen ya no un Estado, sino una vida: libertad, igualdad y fraternidad. Recuerdo ahora a aquel Federico Luppi retratando una cierta idea de izquierda en Lugares comunes (“alguien íntegro, que no es un inepto, ni un corrupto, ni un nombrado a dedo y, por lo tanto, prescindible en cuanto lo permite la ley”) y bautizando su villa de retirada con esa cifra: 1789. En una precampaña electoral tan ridículamente afrancesada como ésta, con apelaciones a Telmo Sarkozy y a Segolene Casal desde el púlpito del PP, es conveniente antes de empezar saber que si hay que comparar las elecciones conviene también comparar la Historia, y los ideales que la han ido forjando, incluido su tenebroso pálpito. Porque ya dejó dicho Núñez Feijóo que es mucho más difícil ser elegido como alcalde del PP en Galicia que serlo como presidente de la República francesa. ¿Se referirá a las aldeas ourensanas apadrinadas por Baltar? Porque allí ya puede presentarse De Gaulle después de la mismísima Segunda Guerra Mundial.
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2 comentarios:
Moi bo, moi bo, Plas plas plas
Emi
Si de fechas se trata, prefiero la de 1787 que es cuando se aprobó la Constitución de los EE.UU. Esa sí que fue una revolución. Aún sigue vigente, con 7 artículos y 27 enmiendas. Estimado Jabois, le recomiendo su lectura. Quizá cambie de opinión.
Suyo, E.
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