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jueves, mayo 24

Diario de Campaña (Mi casa)

A tres días del final de la campaña electoral se aprieta la lucha por la gran frase histórica que humeará durante siglos en la hemeroteca municipal. Recuerden dos que vienen ahora al vuelo: “Pontevedra podería ser mellor que Oxford” (Lola Dopico) y “De mutuo acordo” (Rodríguez Lorenzo sobre cuál es el mejor momento para el sexo) y la ganadora de la campaña 2005: “Hoxe si que fumos lonxe, até A Coruña” (Anxo Quintana, melancólico, en su blog). Ayer Xabier Míguez, candidato del BNG por Vilaboa, lo dio todo: se vació como un canterano. Le preguntaron cuál era su escena preferida de cine y allá fue Míguez, como Oiarzábal, a escalar un ochomil: “Cando fan casas”. Esto primero hay que masticarlo y luego digerirlo extrayendo una ristra de conclusiones. ¿En qué psiquiátrico está ingresado el empleado del videoclub que frecuenta Míguez? ¿Qué clase de películas ve un señor al que le gustan las escenas en las que se hacen casas? Y, peor aún, ¿cómo se guía él para verlas: los callos de las manos de los protagonistas en la carátula, las herramientas, los cascos y los dorsos sudados de los obreros? ¿Qué nos está diciendo exactamente Míguez? ¿Que en principio en esas películas parece que se va a hacer una casa pero nunca se da empezado? Para evitar suspicacias, el candidato da una explicación: “Por exemplo, en Único Testigo cando os veciños unen esforzos para facer un alboio entre todos”. El problema sin embargo no se extirpa, sino que se desplaza: cuando se le pregunta por un sueño que haya cumplido, Míguez contesta impertérrito: “Ter unha casa”. ¡La casa!: su complejidad sentimental y aun metafísica. Y las grandes películas en las que se hacen casas: esas obras maestras por las que no pasa el tiempo. Xabier Míguez tenía que haber nacido jubilado. Como no nació así, nació por lo menos madridista. El nacionalismo gallego presenta estas maravillas estéticas: aficionados del Real Madrid. Una de las cargas que lleva el ser madridista es que te identifiquen con un señorito del barrio de Salamanca, con un cursi que anda de un lado para otro con un toro de Osborne en medio de la bandera de España o con un gordo rapado de espíritu nazi. Son identificaciones subnormales, porque si hay algo que no responde a ninguna etiqueta es el fútbol: genéticamente impredecible. Pero hay más nacional-madridistas confesos: Luís Bará, director xeral de Cultura. Y un artista libre: Antón Sobral. Sobral precisamente leía (¡devoraba!) ayer el As en una terraza del Rúas, a los pies de la Praza da Leña. Me acerqué a él con la intención de saludarle, pero lo vi tan metido en harina que hasta me conmovió. Seguí paseando despacio y alegre pensando en los madridistas y su pesada fama. “¿Por qué nos odian tanto?”, se preguntaba Piqué en Barcelona hace cuatro años mientras los aviones americanos bombardeaban Bagdad. Y finalmente alquilé por la noche El Patriota porque recordé que al final de la película se reúne todo el pueblo para hacerle una casa nueva a Mel Gibson. Seguí a todo trapo disfrutando de Esta casa es una ruina. Y de postre puse la famosa Casablanca: pero no la acabé de entender.

1 comentario:

Portarosa dijo...

Dios mío, pero es que esa frase sobre las casas es, como bien dices, de psiquiatra; sin duda, de psiquiatra.

Un abrazo.