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miércoles, noviembre 21

De golpe

Lo primero que le dio Howard Hawks a Lauren Bacall fue un consejo inolvidable: “Lo único que tienes que aprender aquí es a no actuar”. Después, avanzado el rodaje, Bacall aprendió algo por sí misma: “Bajaba la cabeza para que los ojos se abrieran más”. Era Tener y no tener (“le aposté a Hemingway que podría hacer una gran película de su peor libro”, dijo Hawks), y una niña judía de 19 años rodaba al lado de Humprey Bogart (“me llamaba a las tres de la madrugada y me decía: nena, te espero en tal esquina de tal calle, y yo me ponía los pantalones encima del camisón para salir corriendo: ¿no es excitante? Entonces, mi madre salía de la cama y me decía eso de: pero ¿dónde te crees tú que vas con ese hombre que tiene 25 años más que tú?”). Aquella espiga de pómulos imposibles rodó en Tener y no tener una de las escenas más memorables de su carrera. Como tenía 19 años, y no sabía actuar, la hizo con una pureza indescriptible. Un Bogart duro y descreído está sentado en una habitación mientras ella camina como una gacela acercándose a la puerta, mirándole desde el sótano de sus largas piernas: “No tienes que representar ningún papel conmigo, Steve. No tienes que decir nada ni hacer nada. Sólo silbar. ¿Sabes silbar, verdad? Juntas los labios y soplas”. La Bacall vive (uno no termina de acostumbrarse) y volvió hace dos años con sus memorias: Por mí misma y un par de cosas más. Allí desgrana los pálidos recuerdos del viejo Hollywood: el de Katherine Hepburn, Spencer Tracy, James Cagney o escritores como Faulkner o el propio Hemingway. Entonces concedió una entrevista maravillosa a Elvira Lindo tan sólo empañada por el infantilismo mitómano de la escritora española, trufando el texto de expresiones del tipo “¡cómo estar sentada en la habitación en la que la señora Bacall ha vivido los últimos 30 años!”. El peaje, comparado con la entrevista, fue barato: Lindo destornilla los recuerdos en blanco y negro del mito, que se dibuja ante nosotros entre las volutas de humo de los tugurios americanos de los años 40. Con ella viene el diccionario de palabras desusadas de un viejo código de leyendas: “Bogart era el tipo de hombre que cuando ama a una mujer va a casarse con ella: él era de los que se casan, era leal, serio. Me decía que tuviera cuidado con la atracción que sintiera por otros hombres. Me decía: es normal que eso ocurra en los rodajes, que surjan tentaciones; pero siempre hay que sopesar el valor que tiene tu vida privada, si te merece la pena poner en peligro lo que quieres. Luego he pensado que tal vez se sentía inseguro. Era una persona tan extraordinaria que no podías conocerla de golpe”.

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