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lunes, noviembre 12

Despachos y ratones

He recibido con un entusiasmo cercano a la euforia (la pura euforia, similar a un gol) la noticia de que el despacho de Gallardón está amenazado por los roedores. Que después de este párrafo, en uno de esos castigos universales con los que la inteligencia superior (Dios o el caos) nos obsequia, llame E. a la Redacción a alertar de la solemne toma del cuarto de baño por una paloma no evita mi regocijo: yo vivo en un piso que tiene exactamente la misma superficie que el despacho de Gallardón. Y la amenaza de las palomas, aunque no sea muy poética, nunca llegará a ser tan repulsiva como la de los roedores: yo siempre podré atar un papelito con un mensaje en una de las patas.

Una de las lecturas más productivas del fin de semana ha sido un reportaje sobre lo que llaman el nuevo palacio del alcalde de Madrid y su esplendoroso centro de operaciones. En él se recordaba la inversión de la ex ministra Trujillo para redefinir el suyo, que casi se llevaba el 70% del presupuesto de Vivienda. En los despachos de ambos habrían cabido muchísimos rumanos, pero eso no deja de ser demagogia. Se entiende que Gallardón no vende clínex. Ni siquiera se le conoce tentación alguna de quemarse a lo bonzo a causa de la desesperación. Y visita muchas obras, pero siempre se pone el casco por encima de la corbata. Gallardón juega en la división de los despachos, que es junto al pene el mayor elemento de turbación masculino: el gran elemento de poder del nuevo siglo.

En los despachos se han decidido, con gravedad circunspecta y trascendencia épica, guerras y felaciones. Pero no deja de ser, a nivel modesto, una metáfora grandiosa que nadie como un pontevedrés histórico representó con total majestuosidad los días más calurosos de verano: recibía sentado en su gran mesa con camisa y corbata (extendía la mano, sonriente, sin levantarse) y de cintura para abajo se refrescaba las piernas con pantalón corto. El despacho es eso: una proyección del poder que se representa cen su exactitud con la puerta cerrada e indescifrable. En cualquier empresa hay gente que se duerme deleitándose en la mañana cada vez más cercana que atraviese triunfalmente las mesas de sus ya viejos compañeros para abrir la puerta de su despacho, entrar con el paso firme de un soldado y clavar, a modo de bandera, la foto de su familia: hay quien, de hecho, ha fundado una familia sólo por darse ese placer.

Que al final lo que realmente importa es quién se sienta en él, no de dónde salió la madera con la que se talló la mesa, no impide esos proyectos faraónicos de alcaldes y dirigentes, interesados en auscultar desde la vasta lejanía la reacción de los visitantes. No se fíen de su sonrisita condescendiente. No están presumiendo de despacho: están presumiendo de pene. Están bajándose la petrina y poniendo el instrumento encima de la mesa, como hizo Trillo cuando izó en Madrid la bandera española más grande la Historia. Pero esto no lo digo yo: lo dijo Freud hace muchos años. Por eso estoy contento: porque a Gallardón le están olisqueando la pirola los ratones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y cuál es el elemento de mayor turbación de las hembras con despacho, sr. Jabois? Porque ahora, con esto de la cuota, ellas también pintan y mandan mucho. Le agradecería el reverso del artículo, pero con las señoras. ¡Atrévase, atrévase¡. ¿Se imagina usted con Angela Merkel en su despacho o, sin ir más lejos, en el de María Teresa de la Vogue?.

El único despacho donde me siento a gusto es en el de mi casa. A lo largo de mi vida he pasado por unos cuantos despachos. En unos me han ensalzado y en otros me han abroncado. En unos me han elevado de categoría y en otros me han echado. Los ha habido de todos los estilos. Los que más me han gustado e impresionado son aquellos en los que estaban amontonados papeles y libros, no los pulcros y relucientes, salpicados de fotitos del album familiar o de personalidades patrias. Siempre he creido que en los primeros podía haber alguna personalidad interesante y deslumbrante que me podía aportar algo . En los segundos, por el contrario, mis reticencias eran mayores por eso de la vanidad y el tiburuneo. Creo que tiene usted razón cuando habla de Freud y de la pilila. Algo de eso debe de haber cuando se toca poder y se tiene un gran despacho. Estoy convencido de que a más de uno lo que les jode no es que lo cesen o dimitan sino que pierda su despacho porque cuando esto sucede se sienten impotentes.

Yo tuve una vez un despacho profesional. Me lo había alquilado un amigo con mucha pasta, pero que no lo utilizaba. Los muebles eran caros y los asientos muy cómodos. Para no hacer dispendios porque los ingresos no me daban para más, yo mismo lo limpiaba de vez en cuando. Ahora solo limpio el de mi casa, entre otras cosas porque nadie en mi familia se atreve a entrar por si se encuentran con algún que otro muraño.

PD: no sé si el personaje que recibía en pantalón corto es el mismo que yo conocí, pero le cuento una anécdota con un colega suyo, de su periódico para más señas, aunque jubilado, que así me lo encontré cuando por primera vez entré en la redacción del diario. Al principio me recibió sentado pero cuando la conversación entró en calor, y salvadas las primeras desconfianzas, el personaje se levantó y sin la menor vergüenza apareció ante mi en calzoncillos. Tuve que contenerme para no trincharme de risa. De todos modos, la noche era calurosa, agosteña.Se comprende que en una noche así, con la humedad que hay en su ciudad, todo es disculpable. Este personaje pretendía convencerme, y casi lo consigue, de que el modelo de periódico que hacía era el del New York Times. Estaba convencido de que incluso el NYT le fusilaba a veces. Aquella fue una noche inolvidable y aprendí mucho del periodismo de la vieja escuela como la que nos cuenta Willi Wilder en Primera Plana. Es una pena que el diario se halla convertido en un periódico serio y aburrido. Yo, al menos, echo en falta los titulares de aquel vetusto Pont Veteris Time.

Suyo, E.

M. dijo...

Por lo que leo en su PD acerca de nuestro personaje, veo que sigue usted en buena forma.