Tony el Gordo, el célebre mafioso de Los Simpsons, se despide en las escaleras del Tribunal de Justicia de su viejo amigo Bart, al que en el juicio acaba de llamar, implorándole perdón, Don Bartholomew. Le presenta sus disculpas y luego le anima a continuar la senda del chantaje y la extorsión. Bart le replica airado: “No. He aprendido que el crimen se paga”. Y Tony suspira (“Sí, eso dicen”) antes de entrar en una limusina de la que surge el brazo de una rubia extendiendo una copa de champán. Por la familia Simpson no pasa el tiempo: sus episodios envejecen tan bien como el vino, y no será porque Antena 3 lo tenga ya bien exprimido. Pero sus metáforas presentan una salud envidiable. En mayor o menor medida, la impunidad a la que se refiere Tony el Gordo, escenificada en ese gran coche y una rubia de burbujas, lo simboliza todo: el sospechoso que se va con la música a otra parte dejando atrás un reguero de calamidades. No pudo ser casualidad que después apareciese por la televisión José María Aznar presentando uno de esos libros por los que Planeta le pagó 100 millones de las viejas pesetas. Su título es estomagante: Cartas a Santiago, un joven español. Aznar quiso hacer de España su pequeño imperio recurriendo a bodas políticas repletas de invitados tan ajenos a su vida privada como provechosos para su vida pública y una asociación criminal con los Estados Unidos con un objetivo placentero, aún a costa de la guerra: poner los pies en la mesa del patrón y dejarse fotografiar por el Destino. Luego el Destino le retrataría con la mano de Bush en el hombro, con esa sonrisa boba que se nos pone a todos cuando el jefe tiene con nosotros un detalle cariñoso (que en su caso, por representar a un país, es puramente humillante). En el suplemento Crónica de El Mundo se han publicado ya varios párrafos deslumbrantes de este templado biógrafo de nuestro tiempo. Nada más emocionante ahora mismo que leer a Aznar escribiendo sobre España: sus episodios nacionales pasados por la aspereza de su bigote y su fino cabello pucelano. “España es, no sólo una nación, sino una de las grandes naciones del mundo”. El aldeanismo ideológico de la afirmación es enternecedor: Aznar se quedó en Villatripas de Arriba y Villatripas de Abajo. Todavía se enfada porque haya ciudadanos a los que les importa un pito haber nacido en la nación más gloriosa que vieron los siglos, y que prefieren ser felices en su barrio y a veces en su casa, porque son conscientes de que pudieron haber nacido en la Casa Blanca o en una patera. Yo puedo nacer rubio y ponerme a defender la causa de los rubios, pero para eso ya está Isabel Tocino, que ni me consta que naciese rubia. El alegato de Aznar a Santiago, que tiene pinta de ser la respuesta del de Savater a Amador (quizás porque Amador era el hijo de Savater, y Santiago son las manifestaciones madrileñas de Aznar que luego Esperanza Aguirre multiplica como panes), sigue por la senda de la autoafirmación nacional. Que Aznar sea después el gran azote de los nacionalismos no deja de tener su encanto: él, el más desesperado de todos ellos. La impunidad hoy en España le debe mucho a Aznar, aunque lo suyo en Irak todavía no haya sido tipificado como delito. Bien mirado, el delito sí está tipificado: lo que aún no está tipificado es él.
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2 comentarios:
Otro. Qué bien.
¡Y qué indignante lo que sigue diciendo el subnormal, el gilipollas ése! Y cuánto daño hace. Arggg...
Vale, lo de Irak pudo haber sido una fanfarronada para ganarse el dudosamente apetecible respeto yanqui. Y eso pudo habernos costado el 11-M. Pero, ¿cómo se le puede llamar a los que ganaron unas elecciones prometiendo retirar a nuestros soldados de todo conflicto bélico y ahora los reparte por Afganistán y El Líbano? ¿A quién deben reclamar ahora las familias de esos soldados muertos 'en acciones humanitarias'? (Viles atentados de los que aquí sabemos bastante gracias a ETA, dicho sea de paso)... No se puede llenar uno la boca con falsas promesas, porque el tiempo quita y pone a cada uno en su lugar. Y el primer belicista es Pepiño 'el Paleto' Blanco, que ya no sabe qué inventar para no soñar con Acebes todas las noches...
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