Me he trasladado! Redireccionando...

Deberías ser trasladado en unos segundos. De no ser así, visita http://www.manueljabois.com y actualiza tus enlaces, gracias.

lunes, octubre 23

Ana María

Lo más perturbador de toda la historia de Ana María Ríos es que aún no se la ha ido la belleza institucional de su boda. Quiere decirse que una mujer, al casarse, se impregna de una belleza muy sui generis, caducifolia, que se va muriendo despacio con las semanas, como el recogido o el maquillaje. Así le ha sorprendido la pesadilla a la muchacha: con su morena belleza gallega todavía por irse de la piel, rodeada de los vientos blancos de la boda que tuvo un día. ¡Ay el tránsito del altar, el arroz y el vals a los cargos, los jueces y el calabozo extranjero! De prepararle un cardado a las señoras bien de Arcade a querer, de repente, volar el planeta entero. Las fotografias la han desnudado estos días flaca y asustada, siempre protegida por su marido, siempre sentada en el asiento trasero de un coche clavando sus ojos grandes en los flashes de la prensa, de un lado a otro, vagando por un futuro incierto. La justicia remolonea junto a la hoguera mirando de soslayo las pruebas y en Galicia apenas ha dejado de llover, un día tras otro, a tantos kilómetros del verano infernal de Cancún, donde se tuestan los amores primerizos. Con el sol, los incendios. Con la lluvia, la pesada inocencia de Ana María poblando como pájaros oscuros los minutos del Telexornal. “Estas cosas no te las crees hasta que te pasan”, susurran los paisanos de Arcade agarrándose con fuerza al paraguas, como si al más mínimo titubeo la Justicia mexicana fuese a llevárselos para allá acusados de una conspiración universal. Ana María pisó Lavacolla con un permiso de treinta días, como los que le daban a Mario Conde para pasar las Navidades con la familia. Lo hizo de la mano de su marido y de su inocencia, que la llevaba tatuada en su lánguida belleza nupcial. Al llegar a Santiago y ver a la multitud explotó: no le hizo falta el detonador.

No hay comentarios: