Seleccionar, nos explicaba didáctico Jiménez Losantos ayer desde su atronador púlpito, es escoger lo mejor. Entonces la selección española de fútbol, de la que uno ya explicó con brillantez (Made in Spain, junio 2006) que es una selección sobrevalorada por la prensa y que está, en cuanto a espíritu y títulos, al nivel de Rumanía o Chiquitistán, ha empezado a estropear la casa por el tejado: eligiendo como mascarón de proa a Luis Aragonés. A Aragonés lo puso en el cargo la prensa, que desde hace años es la que hace y deshace la selección, con grandes encuestas, enormes titulares y palabras zalameras: el Sabio de Hortaleza merecía tal honor. Luego, cuando se ganó el primer partido del Mundial a aquella potencia devastadora cargada de estrellas, íbamos a ganar el Mundial de la mano de nuestro pequeño Valdanito de Hortaleza. Ahora es la prensa la que se carga a Aragonés: es legítimo y no ve uno el problema. En el círculo vicioso de los entenadores de fútbol Luis Aragonés siempre ha representado con generosidad la imagen del técnico caprichoso, faltón, veleta e insoportable: famosas eran sus espantadas, sus bronquitas mediáticas con jugadores de relumbrón o su manoseado “y tal” que lo pone a la altura de Gil. Más tarde se le fue descubriendo además una graciosa vena racista que explotó con justicia la prensa europea. Los españoles, tan encantados de conocernos y tan hostiles con el exterior cuando éste nos amenaza (¡cómo nos juntábamos alrededor de Franco cuando las sanciones de la ONU!, ¿se acuerdan?: “si ellos tienen UNO, nosotros DOS”, dibujaba Forges), no nos queríamos enterar de que en el resto del mundo se veía a España como a una selección entrenada por el Le Pen de Hortaleza. Nos daba igual: le habíamos ganado a Ucrania y, después, en posterior proeza, le remontamos un gol a Arabia Saudí: estábamos caminito de la gloria. Ahora, hundidos en el enésimo desastre de nuestra triste historia, el pueblo empuja a Aragonés a los leones, y el alegre cascarrabias que era antes se nos muestra como una lapa canosa silabeando balbuceos. Al mismo tiempo, proliferan ya en las páginas interiores nombres que quemar rápido en la hoguera de la selección. Ojalá que a la hora de elegir (¡seleccionar!) el próximo pim-pam-pum prevalezca la educación, el saber estar, la tolerancia y el hecho de que si no le cabe por el culo al señor seleccionador el pelo de una gamba, al menos no lo airee en la prensa con malos modos.
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