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lunes, octubre 30

Scarface

Salió la semana pasada el videojuego de Scarface, la brutal revisión que Brian de Palma hizo de aquella otra película de los años treinta sobre el crimen organizado. Los videojuegos están entrando poco a poco en los clásicos con desigual éxito. En el caso de Scarface, todo lo que le rodea huele a triunfo. El guionista ha dispuesto que Tony Montana / Al Pacino sobreviva al asalto de su palacio y empiece de nuevo con su imperio hecho añicos: la venganza es el motor más poderoso de la ambición. Además, han cuidado todos los detalles: la presentación pública en España del videojuego tuvo lugar en Marbella. Probablemente no haya en el mundo escenario mejor para recrear las andanzas de un moderno Montana: la cocaína de ayer sigue siendo la cocaína de hoy, y también el ladrillo. A todos los especuladores, como a los narcotraficantes, les derrota su propia ambición: los termina devorando como un Saturno devorando a sus hijos. Y lucen públicamente sin excesivos problemas su cutrerío estético, sus muchachas doradas y aburridas, su ampulosidad textil, un inacabable fajo de billetes gordos en los bolsillos y las maneras de un gorila de discoteca saturado de pastillas.
Scarface fue una película rodada por Howard Hawks a principios de los años treinta con un subtítulo sugerente: el terror del hampa. Se retrataba en la película a un clásico: Alfonso Capone, que compartía con el protagonista las maneras, la cicatriz y el apodo de Cara Cortada (Scarface). Décadas después Brian de Palma actualizó la historia, con la que sin embargo comparte rasgos esenciales, como la turbación del protagonista con su hermana y el fatalismo que envuelve a su mejor amigo (fatalismo del que se hizo eco recientemente Fernando Meirelles en el ascenso criminal del protagonista de Cidade de Deus). Quien guste de Pacino encontará en la película el gran homenaje que se da el actor a sí mismo y a sus fans: sobreactuado, excesivo, exagerado y desbordante. Montana llegó a Florida procedente de una cárcel de Castro y se abrió paso en el tráfico de la cocaína siendo fiel a unos valores muy sui generis y apoyado en una violencia sin restricciones: antológica la secuencia en la que apenas mueve un músculo cuando a su compañero lo van cortando a trozos con una sierra eléctrica para hacerle hablar, y abrasivo su final, en el que casi se da a entender que la saturación de cocaína del protagonista le hace inmune a las balas (“¡querer joderme a mí es querer joder al mejor!”, grita con los brazos en alto mientras una decena de metralletas le van dejando el cuerpo como un colador).
La película se rodó once años después de la segunda parte de El Padrino, donde Pacino bordó una actuación legendaria: el Michael Corleone contenido, soberbio, que maneja con mano de hierro los asuntos de la Familia. Scarface fue un derroche absoluto: el ambiente desatado de aquellos setenta en las discotecas, el vestuario de Montana, la impunidad de los narcos llevando ellos mismos las bolsas de dinero a los bancos, la propia mansión (“The World is yours”) del protagonista, con tigre incluido. Todo muy sangrientamente kitsch, todo muy Marbella: el videojuego, bien mirado, circula on-line desde hace meses en los diarios.

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