La muerte del periodismo impreso: una profecía recurrente. Steve Ballmer, presidente de Microsoft, se lo dice a Cebrián al oído: quizás dentro de unos veinte años (“Bill le diría diez”). No se preocupen: dentro de quince años dirán exactamente lo mismo. Luis del Val, que no es Steve Ballmer pero usa levita, explicó esta semana en Pontevedra que del periodismo impreso la literatura sobrevivirá refugiada en el periodismo de opinión: en las trincheras de la ardiente metáfora de la actualidad. Que hay periodismo que no necesita estar bien escrito: que la actualidad se esquematiza por la competencia de lo que él llamó la Galaxia Marconi. No diría uno tanto. Tampoco que la mejor literatura se halle sólo en la opinión. ¿Umbral?: la opinión de Umbral es sólo su estilo, que no es poco. La gran literatura periodística, salvo contadas columnas (Vicent, Vázquez Pintor, Alvite, a veces Rivas, algún ingenio de Millás, ninguna de Maruja Torres, ninguna, que alguien se lo diga, de David Gistau) sigue conservándose en los grandes reportajes y en las crónicas de actualidad: Sucesos, Sociedad, Deportes, nunca Política. Continúa habiendo periodistas capaces de describir mil imágenes con una sola palabra: basta crearle el acomodo necesario, el ritmo preciso y la ingeniería literaria suficiente para que la lectura de cualquier crónica se convierta en un fresco inmortal que no destruirá ninguna Galaxia. Dos ejemplos: las páginas de Enric González desde el Vaticano relatando el blanco estertor y muerte agonizante de aquel Papa deshilachado y el recuerdo de los últimos días de Saigón de Leguineche: una crónica en El País de aquel infierno publicada en 2005, quizás la prosa más fulgurante escrita ese año. ¿Leerlo en el ordenador?: quizás la próxima generación, pero ya no ésta.
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