Los nudos de seda de la memoria histórica siguen atándose y desatándos en un sutil ejercicio que pretende desentrañar, a estas alturas de la temporada y con Ronaldo en plena recuperación física, la condición humana. Son palabras excesivas, investidas de solemnidad. En ese marco no resulta extraño el reportaje que Marcos Ordóñez, crítico de teatro de El País, publicó en la cabecera madrileña el pasado domingo. Vino a cuento de Salvador, la película dirigida por Manuel Huerga que retrata con minuciosidad la muerte de Salvador Puig Antich, el anarquista acusado del asesinato de un policía y ejecutado posteriormente por el régimen de Franco. Titula Ordóñez su artículo El otro muerto, y le pone nombre y apellidos al policía aesinado, que “apenas ha existido durante los últimos treinta años”. Ordóñez tuvo un par de encuentros con él. Era “era flaco, pequeñito, pelirrojo, con la cara sembrada de pecas” . “Me sorprendió muchísimo, en nuestro primer encuentro, que reparase en el libro que yo llevaba, Le Cinéma selon Hitchcock, la larga entrevista de Truffaut, una de mis biblias de entonces, comprada en el mercado de ocasión de Sant Antoni. Comenzamos a hablar de Hitchcock y de Truffaut (...) Truffaut era su dios. Godard también, pero sobre todo Truffaut. Yo no había visto todavía Los cuatrocientos golpes. ‘¿No la has visto? No me lo puedo creer..’ (...)”. A aquel policía del régimen de Franco lo mató Salvador Puig Antich durante un atraco. El padre de Ordóñez, policía también, le estampa el periódico en la cara: “Este hijo de puta ha matado a Paquito Anguas”. Y al ver la cara del asesino, Marcos Ordóñez lo reconoce. “Debía de ser casi verano, porque recuerdo el petardeo de una moto a través de la ventana abierta. Alguien palmotea, varios se asoman. ‘Ahí está Salva’. Entra, riendo. Todo él reía. (...) Los ojos negros, la cazadora de cuero. Parecía un loubard, el prota de una peli de Truffaut. Sí, parecía francés. Un tipo condenadamente guapo. También llevaba tejanos. Desteñidos. Yo hubiera dado cualquier cosa por una cazadora y unos tejanos como aquellos (...) Años después escuché una canción de Albert Pla: El hombre que nos roba las novias. Pensé, en el acto, en Salvador Puig Antich. El muchacho de la cazadora de cuero y la risa abierta y los ojos radiantes, bailando como si el mundo entero fuera suyo”. De Anguas cita Ordóñez el testimonio de una presa de 17 años: Marian Mateos. “La única persona que se portó bien conmigo fue un inspector joven que me daba agua y trozos de sus bocadillos y me apagaba la luz para que pudiera descansar”. Aquel inspector, escribe Francesc Escribano en Cuenta Atrás, el libro en el que está basado el guión de Salvador, “no era como los otros. Había entrado en la policía por tradición familiar, pero sus inquietudes le separaban del resto de sus colegas. Tenía 24 años y estaba a punto de casarse. Se llamaba Francisco Anguas Barragán”. El final del artículo de Ordóñez es bello, quizás gratuitamente. Éste es el penúltimo párrafo: “Pudieron haberse conocido, por el mismo azar que hizo que ambos se cruzaran, brevemente, en mi camino. Pudieron haberse entendido. Cosas más raras se veían entonces”. El epílogo llegó tres días después, con una carta al director en El País firmada por Joan Bové Meztu: “Yo también conocí a Francisco Anguas Barragán y la imagen que conservo de él es bien diferente: lo conocí la noche del 26 de septiembre de 1972 en los despachos de la comisaría central de Vía Layetana de Barcelona, de doloroso recuerdo para todos los demócratas que por allí pasaron, estando yo detenido tras una manifestación, y lo conocí ‘trabajando’, es decir, torturándome (yo de rodillas brazos en cruz, él detrás apalizándome con una toalla mojada para no dejar huellas) con especial sadismo, ¿quizá lo aprendió en el cine francés que, según Ordóñez, tanto le gustaba? No lo creo”. La verdad, la memoria: la condición humana. No hay artículo ni vida ni muerte que lo explique.
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1 comentario:
A Francisco Anguas no le dispararon en ningún atraco
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