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jueves, octubre 5

¿Quiere usted ser quinieurista?

La verdadera dimensión de la televisión, como de la vida, se alcanza desde la distancia de la madrugada, en pleno prime-time del insomne. Hay ofertas sugerentes, como Gasset la noche de los miércoles (pura pornografía del verbo), pero nada le llega a la altura de los talones a ese bendito programa que La Sexta ha tenido bien a programar desde sus inicios mundialistas: Juego TV. A muchos les sonará el concurso porque hace unos meses la presentadora fue despedida por trabajar con unas copas. Esta semana supe que a la chica la debieron echar por no vaciar la botella.
Uno zapeaba sin compasión por la parrilla y no pasaba por La Sexta más de cinco segundos: los suficientes para inundarse del verde Hamás que exhala la cadena de Milikito y atisbar de refilón el escote, normalmente discreto, que lucen las presentadoras (¿se animaría un poco más la muchacha ebria?). Sin embargo el miércoles hice parada y fonda en La Sexta. Había estado antes unos minutos en Localia, tratando de cazar la redifusión de las Noticias Pontevedra (desde el Mundial, vive uno enganchado al diferido: ¡vive uno en pretérito, horas después que el resto del mundo!) , pero la cadena le daba uno de sus repasos habituales al erotismo light sudamericano con el privilegiado doblaje de los actores que ya le dieron vida, en su esplendor, a Seabert, aquella foquita en peligro. El erotismo de esas películas merece una columna aparte: apuntaremos aquí sin más sus mujeres nalgonas, sus hombres rosados de mandíbulas crujientes y rebelde mata de pelo en el pecho y la música eficaz y chingona compuesta por un artista probablemente canadiense. Las mujeres, por lo que pude ver el miércoles, lucían un generoso felpudo: o la película era de otros tiempos, o su director es un genio de la contracultura.
Después de ese abrumador espectáculo, que le deja a uno inquieto removiéndose en el sofá, llegó La Sexta y su concurso en directo. Lo que ocurrió en los minutos siguientes fue un digno homenaje a la audiencia española. Una muchacha morena meneaba suavamente la melena de un lado a otro con una enorme sonrisa y animaba a la gente a llamar a un número para resolver un problema. El ganador se llevaba 500 euros. Por un lado ofrecían estas letras (NANFREOD) y por el otro éstas (LONASO). Había que ordenarlas y decir el nombre de un piloto de Fórmula Uno. La muchacha nos daba un par de pistas: era un campeón y éstas eran sus primeras y últimas letras: (F- - - - - - O A - - - - O). A partir de ahí empezaba el carrusel: “Venga, anímense... Llamen, llamen, que se llevan quinientos euros”, decía la gachí mientras mostraba, como un hueso a un perro, un triste fajillo de billetes de 50 euros que al alcalde de Ortigueira le daría la risa: un remedo inteligente a ‘Quieres ser millonario’ pero con más categoría.Pasaba el tiempo y había que llenar los minutos con audaces estratagemas. “A veeer: no es Michael Schumacher, ni Kimi Raikkonen, ni Giancarlo Fisichella, ni Pedro de la Rosa...”. Caían los segundos, los minutos, y la chica se decidió a dar una pista más: ordenó bajar un par de letras. La cosa quedó así: (F- - N - -D O A- O - - O). Una vez hecho, cayó sobre la audiencia la frase antológica de la noche: ¡de la noche de los siglos!: “Bien, ahora está un poco más fácil. Hay que reconocer que antes estaba muy difícil. Muy, muy difícil. Pero ahora ya tiene que ser más sencillo, ¿no?”. Acabó el tiempo, se cerraron las llamadas y se le dio paso a una señora de Huelva (“¿de Huelga?”, le preguntó la chica). “Fernando Alonso”, resolvió un poco ofendida la concursante. “¡Pues los quinientos euros se van a Huelga!”, anunció feliz la presentadora. Se las saben todas.

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