Con el otoño ha vuelto House, el primer fenómeno televisivo producido por Cuatro. En su gestación nos presentaba la cadena a Carlos Latre, a García Siñeriz, a Gabilondo (sobre todo a Gabilondo) como posibles motores del cambio: los Zapateros de la televisión. Naufragaron: naufragaron todos. El estertor metafórico de Gabilondo se dio hace poco, en la entrevista a Mariano Rajoy. En la primera pregunta, cayó el equipo: “¿Quién manda en el PP: usted, José María Aznar o Federico Jiménez Losantos?”. Si quiso ser House, olvidó el escenario y el oficio. Gabilondo, en su infausta pregunta, no fue más que un instrumento de sus seguidores: no se limitó a ser él mismo, sino lo que se esperaba de él. De una palada enterró las sencillas reglas de un buen anfitrión, todas ellas relacionadas con la educación, el savor faire y el saber estar. No fue una pregunta: fue una impertinencia dicha en el salón de la casa a un adversario reconocido que accede a cruzar el umbral de un hogar hostil. Tibio, Rajoy se mantuvo en su sillón: perdió la oportunidad de levantarse y dejar a Gabilondo solo en el ring que había preparado, levantando sus guantes entre el rugido del público de Maracaná. Todos ellos están ya en el cajón de Boris Izaguirre: en el cajón de la siesta, arrinconados por la audiencia. En España la ecuación es luminosa: o le das a la gente algo verdaderamente kitsch, como José Manuel Estrada, o algo verdaderamente bueno, como Quintero. Lo primero tiene el éxito garantizado: entre lo segundo se espigan sólo los elegidos. House ha sido uno de ellos. La serie responde a un mecanismo bien engrasado pero cansino. Lo que realmente mueve el interés del pueblo es su figura: la figura del doctor House. En el Unplugged se cuentan cosas interesantes, como las simbólicas similitudes con Sherlock Holmes: la pasión por resolver un caso difícil, el consumo de drogas, la presencia de Watson / Wilson y el guiño fonético House / Holmes. De hecho, en el episodio piloto emitido el martes en el que una paciente quiere morir “de una vez” House, después de intentar hacer cambiarla de opinión porque ha dado con su tratamiento, desiste: “Yo ya he resuelto el caso”. Pero una cosa llamó la atención en ese Unplugged sobre el resto: House nunca miente. La propaganda de Cuatro lo ha descrito de esta forma: brutalmente honesto. Calamaro lo había enunciado antes: Honestidad Brutal. El quid filosófico es interesante. La sociedad se ha ido modelando a través de los siglos de tal forma que decir la verdad (decir siempre la verdad) le convierte a uno en un outsider, en un tipo huraño, desagradable y a menudo despreciable. Decir la verdad es complicado: es exactamente decir lo que uno piensa. En otras palabras: no es posible sobrevivir asido a la verdad: no las veinticuatro horas. Para hacer esto tiene que estar uno en una situación privilegiada, de verdadera fuerza. House lo está. No es Holmes, es Superman: un hombre capaz de salvar las vidas que nadie más podría. Su posición de fuerza contrasta con la de los políticos, quizás la más débil: dependen de tantos factores que en su boca una verdad es una imprudencia, sino un defecto. Saltarse las convenciones no está ya a nuestro alcance, de ahí la pasión por House. Por obra y milagro de nuestra debilidad, de los esquemas preconcebidos de una sociedad ajustada a severos patrones (de belleza, de conducta) estamos obligados a suavizar nuestros juicios, a mostrarnos educados y a pensar una cosa y decir otra: enguantar nuestra personalidad, emparentándola con el resto, y reír sin muchas ganas sólo porque la situación lo aconseja. Aquí, al contrario que lo que intuía Guerra, el que se mueve sale en la foto. House se nos presenta crudo: es una radiografía de lo que somos, de lo que ocultamos.
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1 comentario:
Bravo! Magnífica columna.
Coincido plenamente na reflexión que fai sobre a serie: o seu maior interese reside nese personaxe protagonista tan políticamente incorrecto. As tramas soen ser similares: chega un pacente ao hospital cuns síntomas, diagnostícano, mellora lixeiramente, empeora de súpeto e sálvao o superdoutor in extremis. Ten aspectos tan conservadores como ese de non deixar morrer a ninguén. Creo que, no que se leva visto en España, só morreu un pacente. Facían o mesmo en 'Los vigilantes de la playa'. Ninguén afogaba. O propio David Hasselhoff ten explicado que era unha premisa fundamental dende o comezo: os argumentos tiñan que ser sempre en positivo. De todas maneiras, e con todo, 'House' está un pouquiño sobrevalorada. Non é o único caso. Tamén 'Mujeres desesperadas'. Espléndida é por agora 'Perdidos' pero haberá que ver se saben resolver ben todas as frontes abertas os guionistas.
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