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martes, octubre 3

Anita Ekberg, 75 años en la Fontana

Hay ahora en la Fontana de Trevi un numeroso grupo de paquistaníes que le regalan una rosa a la chica al llegar y le piden unos euros al chico al salir. Dejan llevarse la flor con una sonrisa, pero llevan mal una negativa a la hora del cobro: insisten con la mano abierta, a veces le agarran a uno del brazo y, finalmente, tiran de la rosa y vuelven a meterla en el manojo, visiblemente ofendidos. Como lugar de culto, la Fontana de Trevi está invadida por el turisteo y los móviles de última generación. Hace ya unos años habían detenido a una vieja acusada de apropiarse de madrugada de todas las monedas que iba dejando el visitante. Fue una lástima, porque aquello dejaba entrever la metáfora: la industrialización de la tradición romana. No es un lugar agradable de contemplar. Llegamos allí cuando caía la noche y humeaban las trattorías de los alrededores. Fue una visita de rigor, para pagar el peaje: al primer flash nos abrimos paso entre los japoneses y embocamos la cena.

En 1960 una rubia llamada Anita Ekberg tuvo la Fontana para ella sola. Se zambulló en mitad de la noche con un vestido negro que alumbraba sus dos rotundos pechos y hacía centellear su rubísima melena. Era Anita una actriz y modelo sueca. Modelo según el cánon: carnal, desbordante y salvaje. Fellini rodó alrededor de ella una película legendaria, La Dolce Vita, en la que retrata los avatares de la clase acomodada que frecuentaba la Via Veneto a través de la mirada de un plumilla de sociedad (el Jesús Mariñas de la época, con la misma diferencia que puede haber entre Marcello Mastroianni y Jesús Mariñas: era, definitivamente, otra época). El fotógrafo de celebridades se llamaba en el filme Paparazzo, palabra que en su plural dio origen a los famosos paparazzis. De la película se hicieron famosas muchas escenas, pero una sobresale por encima de todas por el exagerado erotismo que desprende: es la voluptuosa sueca empapada en la noche romana bajo las aguas de la Fontana de Trevi.

Todavía Anita Ekberge vive y todavía es joven: cumplió ayer 75 años. Conserva la imponencia y un descaro que, por su edad, bien podría confundirse con un leve declinar. Su país le dedica estos días una exposición titulada Anita de Suecia y para eso viajó la célebre actriz a su país natal: a recibir el calor, ya no tan ardoroso pero igual de conmovedor, de los suecos. Recibió un galardón del Consejo Nacional de Cultura que Anita acogió con ímpetu marbellí: “Me lo llevaré a casa y lo pondré encima del váter”. Recordó además que durante el rodaje le disparaba flechas a los fotógrafos que la seguían: “A uno le di en el culo”. Dijo que ha visto tantas veces La Dolce Vita que probablemente “vomitaría” si tuviese que hacerlo una más. Y, finalmente, se refirió a su gran escena: “Estuve allí esperando con un vestido de noche en el agua congelada: hacía un frío del carajo”. Curioso que de aquel témpano surgiese un calor universal que no remite, como el gran cine, con los años.

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