Uno de los rudimentos básicos de una campaña municipal es su sencillez, su cálida naturalidad. Por eso a veces se producen, de forma insólita, las noticias que el lector quiere leer: incluso el lector avispado de provincias que apura un vino antes de ir a comer. El partido independiente de Poio, por ejemplo, ataca a Luciano Sobral por no poner una barandilla en Raxó. Ahí está, despojada de cualquier rasgo semántico (¡despojada incluso de la compleja geopolítica dominante!), el interés del votante escrupuloso. Hace un par de días el Diario recibió la pregunta de un lector dirigida a Fernández Lores. Era una pregunta concreta con un arranque explosivo: “A miña pregunta, e dependendo da resposta dependerá o meu voto, é se no lugar da Ermida van poñer o saneamento a todo o mundo”. “Este mesmo ano”, respondió casi sin respiración el candidato del BNG. En el rural, especialmente en el rural del rural, los votos los ganan las pistas asfaltadas. Incluso en algunos lugares urbanizados es el vado permanente, ni más ni menos, el que decide la suerte de una Alcaldía: y en campaña se le puede hacer al vecino una simulación para ver cómo quedaría la banda amarilla sobre el bordillo de la acera de su domicilio. Estos son los detalles que ponen cachondo al pueblo. En las municipales uno se faja a fondo y no importan tanto los mítines como las promesas sencillas y aseadas, porque el votante se conforma con muy poco. Hace años le preguntaron a un comerciante de Sanxenxo: “¿Y usted qué le pediría al próximo alcalde?”. “A mí, por favor, que no me toque mucho las pelotas”. No sabemos si se las llegaron a tocar. A mí casi me las tocan una vez hace ya cinco años en el mismo pueblo en el que Touriño cerró su jornada electoral el pasado lunes: en O Barco de Valdeorras. Allí dijo Touriño que Rajoy está convirtiendo la campaña en una tómbola, y cinco años atrás se fue uno de enviado especial a un congreso de dueños de puticlubs. Hay una conexión oscura entre la tómbola y el puticlub: una suerte de fatalidad que va desde el lumpen hasta el amaño. Y luego está el destino universal, que le reserva a Pérez Reverte la guerra de Yugoslavia y a mí una cena entre lo más granado de la sociedad. Me fui con M. en un 106 que pinchó una rueda por el camino: ninguno de los dos sabía cambiarla, y llegamos con la cena ya empezada y tras hacer dedo. Me tocó al lado de una madame muy parecida a la del chiste. Las chicas del club que regentaba en Ibiza eran guapas, altas, tenían una carrera y sabían idiomas, pero lo que más atraía era el misterio: ¿por qué se metieron a putas? La cena fue delirante, y el espectáculo que siguió después indescriptible: se contará en su momento. Hubo una entrega de premios con ese aire de tómbola que denunció Touriño, y en medio de la borrachera M. se metió en la chaqueta el trofeo enorme al mejor empresario de clubes de alterne del año, que era un tipo de Valencia que había levantado el premio con el mismo orgullo con el que Raúl levantó la Novena. Presidió mi salón durante años, y en mis ratos libres le sacaba brillo a la chapa.
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4 comentarios:
La parte final es sugestivamente delirante.
Del inicio: si la campaña municipal no se hubiera convertido en una precampaña general, esas cosas menudas que inquietan a los vecinos no sólo deberían centrar el interés de los candidatos, sino que habrían de ser casi las únicas. El voto egoísta (que un viejo amigo mío defendía hace unos años y cuya defensa leí ayer en un artículo de Sánchez Dragó en EL MUNDO) es, aunque no sea muy correcto decirlo, un voto muy útil.
Quedamos a la espera de la narración de la traca final de la putiferia -hay mucho hilo del que tirar en esa aventura-.
Un fuerte abrazo.
Estimado Jabois, le propongo que haga usted un reportaje sobre el curricula de los candidatos. Por ejemplo, investigue cuántos de los alcaldables y concejales que se presentan en las ciudades más importantes de Pontevedra o de Galicia, no sé, han trabajado antes y en qué y cuáles se han dedicado solamente a la política. Estoy seguro que los resultados serán muy esclarecedores. Hoy, muy poca gente se dedica a la administración del bien común por altruismo o por vocación. La mayor de las veces lo hacen simplemente por ansias de poder, porque son unos frustrados profesionales o por medrar económicamente. Estoy convencido de que la política se ha convertido para muchos de esos candidatos (ya no digamos los que se presentan al Congreso o al Senado) en una especie de religión. Tenemos más monjes en la política que defensores de los derechos y de las libertades de los demás. Y, claro, así nos luce.
Suyo, E.
Ni soñè, señores míos, que andaban ustedes leyendo estas pesadas crónicas locales. Nunca agradecí tanto un comentario. Le emplazo, Diarios, al artículo sobre esa aventura en O Barco de Valdeorras. No todos los días se cena con lo más selecto de la 'proxenetería' hispana. Sí: lo más parecido a un western. Un abrazo (calurosísimo: estamos a treinta y pico grados)
Erasmo, comparto con entusiasmo su análisis. No es novedad. Saludos.
Eso lo tienes que contar, Manuel. Ya lo de este post es bastante surrealista.
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