En el crimen de Vilanova aparecen dos rasgos identitarios de la farra: el bocadillo del amanecer, donde se produjo la matanza, y el ya legendario apártate, que viene a ser el cálido por qué. Según los acusados, la cuchillada no tuvo un motivo (al menos un motivo fértil). Sólo un déjame pasar y un apártate. Pero seguro que a los acusados no se les ocurren dos motivos mejores para empalar a alguien, y como a ellos a doscientos. Luego ya se sabe, porque es dicho popular, que el alcohol hace el resto. A veces hasta alguien suelta la frase a plomo para que levante un poco de polvo y aquí paz. Pero curiosamente la noticia es el resto: el cuchillo que perfora el corazón y el cadáver tranquilo de ese chico, que al notarse pinchado entra a un local, pide ayuda y luego se sienta fuera a esperar a la ambulancia antes de morir. Los que en algún momento cultivamos el macabro esplendor de las discotecas de masas sabemos que el apártate no es una mera orden sino una peligrosa invitación que conviene estudiar en profundidad. Normalmente las bofetadas van a volar igual. Del otro lado hay un pequeño monstruo que sólo pretende una vaga excusa para autoafirmar su blando yo. Si nadie se la ofrece, él mismo la encuentra. Una mirada intimidatoria o tu cara me suena de algo: no serás el hijo de puta aquel. Esas cosas suelen funcionar en la televisión, en las películas. Inmediatamente uno se pone del lado del agresor por el tema del mambo. Miren a ese Begbie, del que escribí hace tres semanas. Sin él Trainspotting sería un novelón latinoché de yonquis un pelín agobiantes. La violencia siempre sube varios puntos (la audiencia, incluso el arte: ni siquiera hace falta ir a Stockhausen y la magna obra del 11-S, porque lo que él proponía era una cuestión estética). Es una paradoja que lo que tan bien funciona en la ficción se convierta en algo tan desagradable cuando sucede a los ojos de Dios, ya no digamos a los míos. Ni siquiera la violencia verbal, sobre todo despojada de gracia. Estos chicos que declararon al juez que no ha habido un motivo para acuchillarlo están en un error: el motivo es que a lo mejor la víctima no los dejó pasar. Y eso está muy mal, porque ni es educación ni es nada. A alguna gente hay que dejarla pasar a poco que te dediquen una tierna mirada. Eso es lo que le deberían decir al juez los presuntos. Que hay gente precedida de una fama y que la fama en algunos mundos no es una cuestión de dinero, sino de vida o muerte. Y que nadie se labra una autoridad para que venga un mocoso y no sepa con quién está hablando o no valore las consecuencias de su irresponsabilidad, y más si el gentío viene peneque. Esas cosas que probablemente se piensan es bueno que ahora se digan delante del juez, porque así la condena podrá ser más justa, y la sociedad sabrá las razones que tuvieron que para matarlo, en la misma proporción que la justicia tendrá para encerrarlos.
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3 comentarios:
Si es que hay gente que no tiene educación... A mí, por ejemplo, en esta página me cuesta Dios y ayuda entrar a comentar. Sale un candado amarillo y no me dejan pasar.
Me tienes vetao, Jabois; cuidadito con lo que haces: ¡déjame pasar!...
Me ha encantado este artículo. Creo que has inventado un nuevo lenguaje, o mejor, un nuevo tono-politono: el galego-cheli.
Saludos.
¿Amarillo? Veré si lo puedo pintar. No sé qué pasa, la verdad. No me manejo. Tengo mis dos instrucciones y poco más. Ya sabes que soy un chico muy sencillito, muy básico. Pero llamaré a internet y a ver qué pasa. Espero arreglarlo, Conde.
En cuanto al politono, me lo llevaré a casa y lo trabajaré un poco, a ver si me sale un poema. Gracias, amigo.
Un abrazo.
Qué habitual horror. A mí estas cosas me deshacen. En serio.
Y qué bien escrito, Manuel.
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