La prostitución, entendida como aquel oficio legendario que contribuyó a civilizar, al menos cristianamente, María Magdalena, tiene en los escaparates holandeses su gran conquista mediática. Se trata de una pulcritud casi escabrosa que participa de dos simbolismos: el reconocimiento legal y la metáfora suburbial de su esencia: la carne vendida al kilo, exhibida como se exhibían aquellos esclavos negros y aceitados en sus tarimas y pellizcándose los pezones al paso cansino y baboso del turista novato. La leyenda del barrio rojo se fue construyendo en base a un ánimo muy concreto y una arquitectura típica de casas ladeadas en la que sobresale, rodeada de servicios sexuales, una gran iglesia católica. Al fin y al cabo gracias a ella María Magdalena se salvó de morir a pedradas. Gracias a la Iglesia (su inspiración), claro, y a los pecados de sus acosadores: la Historia, esa gran paradoja.
Recuerdo haber llegado a Amsterdam con 21 años, que es como no llegar nunca, y pasearme por callejuelas ingobernables mientras se sucedían mujeres calcetando en ligas o viendo la televisión, amodorradas por el hastío. Observé que ninguna se rizaba el pelo del coño, como sería menester si uno tiene que estar al loro con el ruido de la sirena, pero a lo mejor ya eran los tiempos del páramo yermo que nos trajo la epilady y la metrosexualidad, incluso la metrosexualidad pélvica. Tampoco estábamos al sexo, y menos al sexo de pago, y nos tiraba más el aire viciado que se respiraba en el cofisóp, la gran esperanza blanca de las drogas blandas. No lo recuerdo bien, porque con 21 años ni se llega ni se recuerda. Holanda era una gran mujer gorda dándole a los pedales: un país muy extraño en el que detrás de esa pareja madura que nos acogió tan lindamente en su casa parecía agacharse un pasado tenebroso. Suposiciones, imagino: seguro que el tenebroso era yo.
Lo que nos ocupa ahora es que ayer se hizo público, para consternación de los nostálgicos, que uno de los magnates de los escaparates pretende vender el negocio y dejar sin oficina a un tercio de prostitutas, que en Amsterdam son muchas prostitutas. Quiere buscarle este señor un nuevo destino a los escaparates y acaso llenarlos de molinos y litografías viejas de Van Gogh. Quizás la decisión tenga algo que ver con las presiones para reducir por allí el índice de criminalidad y degradación, sin tener en cuenta que a la criminalidad hay que erradicarla, pero la degradación, mientras no sea muy explícita y apeste, es uno de los puntos fuertes de cualquier ciudad. Tan famoso fue en su momento el Bronx, antes del progresivo asentamiento de la clase urbana con pretensiones, como la estatua de la Libertad. A eso contribuía la degradación, por supuesto, pero también los chistes de Ibáñez en Mortadelo y Filemón, convertidos hoy en clásicos del género, con aquel negrito inocente columpiándose atado a la nariz de su inmenso padre. Esos clichés conviene no perderlos nunca de vista, aunque destiñan. Ni siquiera en el Barrio Rojo, donde la presencia en los noventa de hombres ejerciendo la prostitución provocó la protesta de las mujeres porque, a su juicio, eran “denigrantes”. Imperios más grandes han caído.
5 comentarios:
Que sepas que cada día te sales más...
Que tiemble Azúa.
No he estado todavía en Amsterdam, pero he estado en tu blog y, de momento, me llega. Tu comentario es muy inteligente y tiene una fuerza literaria tremenda. Para enlazar, claro. Saludos.
No jodas!, deja a Azúa tranquilo que es comparar a dios con un gitano (señoritu)
Estupendo paseo por Amsterdam.
Los holandeses son gente maja, cosmopolitas.
Una vez dije que si me perdía que me buscaran en Santiago (de C.)ahora ya no. Si me pierdo que me busquen en Holanda, por Haarlem...maumeno.
Beso.
M.
No había caído pero tiene usted razón. No es imprescindible luchar contra la degradación, al fin y al cabo es lo que queda del aquel objeto del deseo que guardamos en la memoria. Y si esto no fuera suficiente es un acicate para encontrar la energía necesaria para mantenernos más conformes con lo que tenemos
Buenas, he estado desenchufado. Conociendo Castilla: meseteando. Gracias por las palabras. Así sean todos los recibimientos. Agradecido además (y mucho), Migramundo, por el enlace. .
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