Sólo Telecinco podría contraprogramarse a sí misma enfrentando a Gran Hermano con American Beauty (TDT). Sucedió el domingo y por momentos fue espectacular: allí estaba de un lado Mercedes Milá amamantando su rebaño espasmódico y esponjoso y del otro la voz en off de Kevin Spacey (Lester), ya muerto, diciendo: "A veces siento como si viera toda la belleza a la vez y es demasiado". Minutos antes, el inquietante Wes Bentley (Ricky) lo había dicho viendo volar una bolsa de plástico: "A veces hay tanta belleza en el mundo que siento que no lo puedo aguantar y mi corazón se derrumba". Y aún antes Mena Suvari (Angela), la rubita bañada en rosas, anuncia: "No hay nada peor que ser vulgar". Todo sonaba a chiste si uno se deslizaba al lado oscuro de Telecinco y posaba su mirada en el baile de monstruos que cada año organiza Vasile en torno a una casita en el campo. Allí los juntan, y en lugar de soltarles de noche al protagonista de La matanza de Texas se ponen a grabarlos. El zapeo duró sólo unos segundos: en Gran Hermano volaba la basura a su aire domeñada por el olfato de chula de orquesta de verano de la Milá y de American Beauty brotaba la música de Thomas Newman al compás del insólito renacer de Lester Burnham. En algún lugar de esas supuestas cinco películas que a uno le deben cambiar la vida está por algún lado American Beauty y el aire implacable de Spacey al cruzar el Rubicón de los cuarenta. "Dime, Caroline: desde cuándo eres tan triste", le susurra al oído de Annete Bening. La ternura, la piedad, la decadencia y el esplendor apresados en la belleza: así debe entenderlo Ricky cuando tuerce la cabeza con una extraña sonrisa golpeándole los labios al ver el rostro de Lester en la cocina. También es una manera de hacer cine, hurgando el aparato gástrico de una sociedad secuestrada, paradójicamente, en un escaparate: después de todo, la American Beauty es una variedad de rosa que ha sido cultivada artificialmente para tener la apariencia perfecta. Ahora, siete años después de verla y con un bagaje suficiente aunque improbable, no me costó mucho ponerme del lado de Lester y su desequilibrada pasión, tan comprensible: querer follarse a la amiga de su hija, claro que sí, y estar a punto de chuparle sus lindas tetas en el sofá de casa. Tampoco me costó defender la frivolidad de esa rubita cuya única ambición es no ser vulgar: esa animadora de instituto que desprecia a "los raros" y que presume de follar más que nadie, aún siendo virgen. Quiero decir que hasta en esa falsa apariencia, hasta en esa deslumbrante American Beauty, halla uno la satisfacción morbosa de la realización personal y hunde las manos en el pozo generacional de la adolescencia. Me puse de su parte inmediatamente cuando Jane Burnham y su novio la acusan de vulgar y se marchan los dos a Nueva York con su pesada madurez a cuestas, porque si uno no es vulgar y gilipollas a esas edades es muy probable que lo vaya a ser después. Y hasta apreté con mis manos mojadas la blanda carne desnuda de la espalda de Lester al mismo tiempo que su vecino, en esa pasión subterránea que te sobresalta en el momento más inesperado. Por último, me sorprendí disparando a la cabeza de Spacey cuando miraba, feliz después de tantos años, la fotografía de su familia de entonces, olvidando quizás en lo que todos se habían ido convirtiendo. Cuando la cámara se aleja de ese insignificante mundo, de esa pequeña tragedia familiar y de ella sólo queda el eco de la voz de Lester, de nuevo brota una belleza, la última y acaso la más intensa: "Tengo que relajarme y no intentar aferrarme a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no puedo dejar de sentir gratitud por cada simple momento de mi pequeña y estúpida vida".
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3 comentarios:
Pues ya no sé qué decirte: que muy bien, que está muy bien, otra vez.
Un abrazo.
Gracias, señor de Portorosa. Otro abrazo cercano.
hay varios temas en el mismo artículo que merecen la pena ser desarrolldos:
La bellez.
A veces, incluso me sorprendo por nuestro anhelo estético, por nuestra patética necesidad de apartarnos de lo vulgar y sentirnos rubia, o colocarnos a una rubia al lado. Por lo vacío y lejano que se encuentra este anhelo de la verdad de la belleza, y por como practicamos sin descanso la cultura de las Hilton y compañía, aunque no queramos reconocerlo, que me lleva al otro gran tema y la relación intrínseca entre ambas:la hipocresía.
Da para rato....
Danielo
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