La escena es singular y hasta diría uno que sintomática, sino fuera porque Boadella despejó el diagnóstico hace tiempo y catalogó aquello como una enfermedad, lo que bien mirado no deja de tener hasta su gracia: sobre todo desde la distancia. El chico castellano llega a la facultad de Medicina de una capital catalana y allí el profesor le saluda con un expresivo, o algo así porque ellos no saben el idioma, bienvenidos a Cataluña y esto es una nación y aquí hablamos catalán. Después del calor de la bienvenida y del fuego amigo, porque el chico es de izquierdas y no vota a IU y PSOE por “blandos”, la clase (que ha entendido cuatro o cinco palabras sueltas de la primera perorata enmascarada de lección, tanto da si de medicina o si de ideología) se empieza a conocer con franqueza, en los pasillos y en las cafeterías, y se da cuenta de que allí hay cuatro chicos catalanes, y el resto (el 97%, más o menos) son alemanes en Mallorca. Las clases transcurrirán en catalán, eso tanto tiene: para el año viajarán a Bolonia, a por otro Erasmus, y acabarán sabiendo tres idiomas. El tacto poco importa, y si el catalán tiene que entrar a pelo, de un solo golpe y batiendo las puertas, que entre. Más vale así. Y si el vino es bueno y percibo algún fachilla, digo que a mí me parece bien, aunque no lo piense. Si Cataluña tiene un idioma no es para meterlo en el cajón a conveniencia, digo, y luego busco con la mirada algo que me relaje mientras masco el desconcierto de la tertulia y le prendo lumbre al pito. La cosa es que el chico ha hecho unos amigos que su padre, con cariño, llama independistones: gente maja y protectora que no se separa de él. En la última llamada a casa pidió que le trajesen la bandera de la Castilla Comunera, pero no la de la España republicana. Y la bufanda y la camiseta del West Ham, su segundo equipo: la del Madrid para el verano, que es blanca. Todo esto se cuenta al calor de la tertulia familiar, entre risas, bajo las chanzas de gente muy trabajada en la cosa de la ideologías, sobre todo cuando las huelgas universitarias del franquismo y la pelea de algo que ahora parece tan vano como la libertad. El problema, deducen ellos, es el profesor que entra en una clase de Medicina y proclama, a modo de Viva España, que Cataluña es una nación: la más de todas. E imparte las lecciones de la Medicina sostenidas por el hilo subterráneo de las consideraciones políticas, como si a la pulmonía, a la hora de atajarla, haya que presentarle batalla con el espíritu imbuido por la barretina: y prosigue, él y los suyos, como un ejército arrollador que todo lo puede con el verbo, porque en el principio efectivamente era el verbo y luego probablemente ellos. El problema, deducen, es la clase pesebrista (en el profesorado, en la medicina y en la vida) que desde hace ya muchos años crece imparable bajo el paraguas de una cierta idea que muchos han acogido como propia no por un asunto sentimental, sino puramente económico. Y se hacen fuertes a medida que arrinconan a todo lo que huela a España, que desprecian en su ignorancia inútil, pero no pierden el tiempo a la hora de abrazar a un alemán y llevarlo de ruta para que comprendan la grandeza de la nación, su naturaleza torturada y la épica que se respira en el Catalonia is not Spain. Para medrar, saben desde hace años, basta presumir de tener la nación más larga que la del vecino y esforzarse en el adoctrinamiento para el día de mañana vislumbrar la blanda luz de un despacho que ilumine de noche las tetas grandea de una secretaria orgullosa de servir a uno de los más eficaces y lustrosos señoritos de la nació. Pura nomenclatura, pero hasta a veces eso garantiza alguna mamada suelta. Como las chupadas artísticas de la dulce exaltada que cada año promueve, untada en subvenciones, el porno en catalán atendiendo a razones morales: el cunnilingus patrio. Porque ni siquiera en la cama hay tregua. Ya lo comprenderá mi primo.
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7 comentarios:
pues con todo lo expuesto, como decía la profesora de ciencias naturales en EGB. cuando las barbas del vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar.
Los Catalanes van unos cuantos años por delante nuestra en todo y más de un paisano Gallego tiene el espejo en el que desea mirarse en el otro lado de la peninsula por lo que las ideas de gobierno van muy parejas a las que nos expones.
Defender nuestra lengua, nuestra cultura y nuestras tradiciones es defender nuestra identidad, pero al mismo tiempo podemos abrir los ojos y ver que con el Gallego o con el Catalán no saldremos de nuestra comunidad y que lo mas importante para la formación, al igual que los "Erasmus" es abrir horizontes.
¿Y no es posible falar galego na Galicia, català a Catalunya y así hasta tres, cuatro o cinco idiomas? Mi hija mayor (30) habla català, galego, castellano y english; et la plus petite (23) parle aussi cettes langues et en plus, le français --mais avec d'expresións propes de la langue d'oil, le français de la Belgique, et un petit peu l'italien); pérò no us espanteu, puc assegurar-vos que de les dues en té un ordinador al cap... E o meu fillo pequeno (9) está a falar galego e castellano, escomenza a falar un pouquiño o english i amb el contacte amb les seves germanes també está aprenent el català. No sé, pero a veces me da la sensación de que dedicamos más tiempo a buscar argumentos para autoconvencernos que a asimilar lo que vemos y nos rodea. Hay un refrán del castellano viejo cuyo mensaje siempre me ha parecido interesante: allá donde fueres, haz lo que vieres; aínda que non pode ser interpretado de xeito literal... Aprender idiomas más allá de los 20, 30 o 40 años de edad requiere superar barreras que dependen de las circunstancias de cada individuo y de su actitud, pues la vida impone condicionantes de forma sistemática (falta de tiempo, obligaciones varias, otros retos, etcétera); pero, ¿no somos un tanto "cerrados" al trasladar a los niños, adolescentes y jóvenes esas dificultades que con el tiempo, queramos o no, han generado en nosotros ciertas resistencias y comodidades? Saludos y, en todo caso, me ha gustado leer su texto, mueve a la reflexión.
Buenas.
Estoy absolutamente de acuerdo con todo lo que dice, Félix. Y me parecería hasta absurdo no estarlo. De hecho, envidio a sus hijos. Soy torpe con los idiomas, y hasta manejo tibiamente el gallego escrito. ¿Por qué? Porque la única clase que yo tuve en gallego prácticamente en mi vida fue la de la lengua y la literatura propia. ¿Es normal? Desde luego que no lo es. ¿Es normal que en un colegio todas las asignaturas se den en gallego? Desde luego, mucho más normal que el hecho de que se den en castellano. Porque es muy difícil que un niño no aprenda a hablar castellano. Sólo tiene que mirar alrededor, leer alrededor y ver la televisión alrededor.
No creo que la lengua sea el problema, ni tampoco me parece hacer sangre de esta historia en el artículo. Tampoco es que me parezca muy sensible negarse a hablar el castellano, si se sabe, a una clase en la que hay dos catalanes: allá cada uno con su transigencia. Más allá de que si Cataluña sigue siendo parte de España, y parece que por ley lo sigue siendo (aunque a mí, sinceramente, me trae sin cuidado y no entiendo el drama de unos y otros: si total Cuba ya está perdida), el derecho a recibir clase en castellano debe estar garantizado. A mí ese profesor aborregado me despierta lástima no por lo que hace sino la razón por la que lo hace: para contarlo luego en casa, o pavonearse quién sabe dónde y en busca de qué. Esa clase acomodada que está haciendo su agosto con el nacionalismo, muchas veces por puro interés arribista, a cuenta de escenitas y actitudes como la de esa figura que se presenta en Medicina con un ¡Cataluña es una nación! y bañando sus clases con el perfume barato de unas ideas que en clase de Anatomía no le importan a nadie. Me da lástima no tanto porque él lo cree y le sale de alma, por eso no se resiste a ser un coñazo, sino para lucirse: que se le vea pelear por la nación arrebatada, y que le suelten un hueso en forma de cargo, de cátedra, de lo que sea.
Esa es la gangrena moral que muchas veces va pareja al asunto, con el falaz apropiamiento ideológico como primera norma y la pretendida imposición más como escaparate que como medida eficaz. La policía lingüística y cosas por el estilo. Las multas de los carteles y tal.
Tampoco encuentro imprescindible que te pongan la mano en el hombro y te aconsejen. Ni de niño, alimentándote con doctrina, ni de adulto amenazándote con sellarte como a las vacas, como si el idioma fuese una estricta declaración política, que para muchos no lo es. Tampoco es muy razonable que nadie enjucie a nadie por escribir en castellano en Galicia, y se hace. Ni justo que en Cataluña, dentro de un grupo de jóvenes, tengas que soltar primero cuatro pestes del "Estado español" para luego expresarte en castellano sin ser sospechoso de nada, y se hace. Esa atmósfera no se crea sola: se cultiva. Y con éxito.
Mire, a mí me gustaría que en Galicia el primer idioma fuese el gallego y que hubiese una prensa fuerte en gallego. Porque si no es aquí, no va a ser en ninguna otra parte. Pero aún más que todo eso, me gustaría que la gente hiciese lo que le diese la gana, con naturalidad, sin la exigencia o la coacción social.
Su "petite" puede hacer algo que para mí seguirá siendo un sueño: disfrutar de Truffaut sin el coñazo de los subtítulos y leer a mi adorado Camus (¡Camus!) sin las manos a menudo sucias del traductor. Ya le dije arriba que la envidio.
Saludos.
Ojalá que cuando nosotros éramos niños no hubieran imperado ciertos monolitismos y convicciones --que no razones--. En el hecho de que usted haya llegado a la conclusión de que es cerrado para los idiomas seguro que hay más responsabilidad del sistema de enseñanza que de usted mismo o de su familia. Suscribo sus reflexiones, es un gustazo comprobar que hay personas que utilizan la razón para pensar, no sólo la pasión. Un abrazo.
Yo me subo al carro, que parece bien guiado, y muestro mi acuerdo con los dos.
Saber idiomas, cuantos más mejor. Convertirlos en otras cosas, en carnets, en banderas, en atalayas, en marcas, etc., un gran error.
Los idiomas son herramientas para comunicarse. Y nada más. Nada más. Lo que no venga dado por añadidura, pues será que no tiene que venir (por eso el fomento de un idioma, algo lógico desde el punto de vista cultural y aun antropológico, debe limitarse a hacer que la gente QUIERA usarlo; otra cosa, además de todo, no funcionará).
En especial, estoy de acuerdo con esto:
Pero aún más que todo eso, me gustaría que la gente hiciese lo que le diese la gana, con naturalidad, sin la exigencia o la coacción social.
Un abrazo.
Es evidente que cuando una persona puede expresarse en varios idiomas tiene más a su favor: para obtener un empleo, para viajar o simplemente para degustar un buen libro en la lengua original en que fue escrito. No es lo mismo leer a Shakespeare en inglés que en español. Como no es lo mismo leer a Dostowieski en ruso que en inglés, o a Galdós en castellano que en chino.
Pero lo cierto es que hay tontos en cinco idiomas como hay gente sabia en uno solo. Que se utilice el idioma como arma arrojadiza y se creen diferencias con presupuestos y subvenciones ya me preocupa más. La discriminación idiomática es un cáncer cuando se convive bajo el mismo techo.
Bélgica se rompe porque flamencos y valones no se entienden. Hace un par de días leí un artículo de Alberto Sotillo en donde éste señalaba que cuando las disputas lingüísticas provocaron la división de la Universidad de Lovaina, el millón de libros y manuscritos de su biblioteca se repartió con un criterio científico: la universidad flamenca se quedó con los volúmenes catalogados con un número impar y la francófona, con los pares. Un belga francófono podrá dar la vuelta al mundo, pero jamás pondrá el pie en la flamenca Amberes, que está a media hora en autopista de Bruselas. Más difícil, si cabe, es que un flamenco pise territorio francófono que imagina como un vergonzoso lastre de su existencia.
He estado en Bélgica en varias ocasiones y he podido constatar personalmente que lo que dice el sr. Sotillo es rigurosamente cierto. Es más, creo que si Bruselas es la capital de la Unión Europea no es un hecho caprichoso ni de azar. Fue una decisión meditada y consciente que los cinco países que firmaron el Tratado de Roma, entre ellos Bélgica, tomaran esta opción. Como tampoco lo fue la decisión de que en Estrasburgo, corazón de Alsacia, esté el Parlamento europeo. Con aquellas decisiones se trató de cerrar viejas heridas que tantas guerras produjeron antaño en Europa. En el caso de Bélgica, además, se apuntaló un Estado que solamente la corona podía unir.
Lo que si me ocupa y preocupa es que aquí andemos a la greña por los idiomas. Cuando en un Estado la cuestión del idioma es un hecho diferencial y discriminatorio, que impide la igualdad de oportunidades –como así está sucediendo en algunos territorios-, algo no funciona. No entiendo por qué en Salamanca, en Guadalajara, Cáceres o Sevilla uno puede abrir una tienda y que en ella se pueda hablar el idioma que tú quieras, como ocurre en Nueva York, Londres, Madrid o París y en algunas comunidades, como Cataluña, tengas que roturarlo solo en catalán. Como no entiendo que en una sentencia judicial el idioma en que se expresa el tribunal solamente sea en gallego, como he podido comprobar, cuando la Justicia está obligada, cuando menos, a expresarse en los dos idiomas oficiales. Y no es un tema baladí. Es una cuestión de sentido común. Viene aquí al pelo un comentario de Herman Tertsch al respecto cuando dice: “Probablemente la solución esté en que todos los niños bajo regímenes nacionalistas-socialistas pidan a los Reyes ser como los de Pepiño Blanco que van al Británico en Madrid o los de Pepe Montilla, puntuales en el Colegio Alemán de Barcelona”.
Estimado Jabois, comparto absolutamente todo lo que dice en su artículo. Me parece muy sensato y muy oportuno.
Suyo, E.
Como diría alguien que conozco, no se puede generalizar en el caso catalán. Bien es cierto que en Galicia existe una generación (los de treinta y muchos en adelante) que tienen el gallego un poco torpe, sobre todo si han tenido una educación impuesta en castellano. Si no que se lo pregunten a las niñas que han estudiado en cualquiera de los internados en 'El Ferrol' o en Cangas, por poner un ejemplo.
L@s hay que dicen (con gheada, seseo y rotacismo...) que sus aptitudes para hablar en gallego son escasas debido a su educación en la lengua de Cervantes. "Or libros en ghallegho non hai quenos traghe..."
Hay familias en las que los padres hablan en 'castrapo' y sus hijos en castellano, "a ver si se le pegha algho de la vila"
Cada uno debe tener el derecho a expresarse en la lengua en la que más cómodo se sienta. Estoy harto de que mi abuela se ponga fina cuando viene el "avoghado" para firmar cualquier papel o pasar malos ratos para explicarle al médico "que le duele la barrigha".
Me parece tan necesario una lengua como la otra. ¿No está de moda saber varias lenguas? Pues nosotros tenemos la oportunidad de saber dos y en nuestra mano está el derecho de expresarnos en cualquiera de ellas. Aún no tenemos 'casas de acogida' como los catalanes, pero las galescolas son un primer paso...
Serafín Alonso
Sin don de lenguas
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