Cuando Blanca Andreu ganó el premio Adonais con veinte años lo hizo con un poemario que se apresuró a revisar pasado el tiempo. “Había cosas que clamaban al cielo, porque cambia mucho la perspectiva de escribir a los dieciocho años, donde quieres usurpar todos los tronos, que ahora (...) Había versos que eran brillantes, pero otros estaban muertos”, dijo en El Mundo. Habían pasado quince años, y casi otros quince después la poetisa reniega de los cambios en una entrevista que publica hoy Diario de Pontevedra. Lo hace con un argumento muy trabajado: “Lo he dejado como estaba. Dicen que cada doce años cambian las células de todo el cuerpo. Pues bien, ese libro es como si lo hubiese escrito otra”. La explicación coincidía, separando con cuidado las células, con un correo que me envió X. este verano: “A ver que che parece o que escribía hai dez anos. Agardo que che guste, se acaso como curiosidade. Penso agora que seguramente todo o mundo que adoita escribir ten escrito cousas moi semellantes. Como se sen falar existisen uns standards, como en jazz, que cómpre tocar, escribir. Vai sen corrixir. É estraño como os textos antigos levan outro ritmo: cada signo de puntuación seméllame errado e pouco pensado. E, non obstante, de seguro que o foron e foron os máis correctos no intre. Sentía a ese ritmo. Son eu o estraño agora, non aqueles signos para aquel ritmo: aquel ritmo daquel que escribía”. Me sedujo la palabra: ritmo. La repetí con un poco de miedo, como si se fuese a romper. Es algo que va más allá incluso que el estilo o la experiencia (y la experiencia del estilo). El ritmo que va con los tiempos (según una forma ya no de leer, sino de sobrevivir a la lectura) de la mano de un acompañante secreto que entona junto a él la canción de la mayoría. O el ritmo que funciona de un modo puramente anacrónico, como una melodía interior que se pasea oscura por la ciénaga de una prosa largamente auscultada: el ritmo de Onetti, saqueando la aspereza. El secreto estaba allí: el de uno mismo, acercando la mano al espejo para reconocerse en el espanto del rostro de su padre, o aún peor: de un extraño. Cómo era yo entonces, cómo era yo entonces, repetí como un chino, tirándome de los pelos. No pude evitar cierto grado de autocompasión, porque de todo lo escrito apenas reconozco algo como propio después un período aproximado de un año. Ésa es la fecha de caducidad no de mi ritmo, sino de mí mismo: mi cándido yogur derritiéndose cada año sin la mano de ningún Al Gore que mire por mi flaco destino. Ya he descubierto con sorpresa los primeros artículos de 2006 que han sido escritos definitivamente por alguien muy lejano a mí: un chico burbujeante que sólo pretendía saltar con unos zapatones al toque insolente de una bocina. Y a pesar de la vergüenza he seguido escribiendo, como si me quisiera enterrar rápido. Me he despojado de las células, las he metido en la olla y he hecho unas lentejas para comprarle los derechos de primogenitura al último valiente que me cruce en un bar. En casa tira uno lo que no le convenga, y se tira mucho (los demonios privados, a salvo de las injerencias), pero de la hemeroteca nadie se hace cargo. Se retrata uno. Se contradice uno. Y cada ritmo es distinto al anterior. Había que escribirlo así, me dijo X: “Sentía a ese ritmo. Son eu o estraño agora, non aqueles signos para aquel ritmo”. Me sorprendí ayer pensándolo con el recuerdo de aquellos versos que Lara Moreno me prestó de Roberto Bolaño (un tipo que bajo cierta luz siempre me recordó a Luís Rei, y que escribe aquí bailando con ese punto de desesperación que precede con dulzura a la muerte): “Bajo el puente, mientras llueve, una oportunidad de oro / para verme a mí mismo: / como una culebra en el Polo Norte, pero escribiendo. / Escribiendo poesía en el país de los imbéciles. / Escribiendo con mi hijo en las rodillas./ Escribiendo hasta que cae la noche/ con un estruendo de los mil demonios. / Los demonios que han de llevarme al infierno, / pero escribiendo”.
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8 comentarios:
Fantásticos: artículo, lo que dice X. y los versos de Bolaño.
Así da gusto.
Un abrazo.
Andas, y bien lo sabes Manuel, entre ánimas letraheridas. Nunca se bañan en el mismo río, pero están siempre con el agua de ese cauce hasta las cachas.
Un abrazo.
A anécdota de Berlanga de onte: "leída en un blog". Qué huevos tes.
Tienes razón, Lulita. El comentario sobre Berlanga de la entrada anterior es de aquí:
http://www.emanaciones.com/article/berlanga
y lo enlazó ayer Arcadi. Las prisas imperdonables...
Gracias Porto y Diarios. Curiosamente, no ando entre letraheridos (salvo en la red, si así podéis llamaros -letraheridos- vosotros). De hecho, creo que ni uno solo de mis amigos pasa por esta (puta) casa. X. es una debilidad. La única persona que conozco de la que copiaría todo. Y todo puedo copiarle, salvo el genio, que es algo inencontrable, pero visible.
Abrazos.
O que é "imperdoable" é a miña linguaxe soez e o meu tono agrio. Perdoa, xefe, que tampouco era para tanto. Eu non coñezo a X. Pero tamén teño unha persoa á que lle copiaría todo. Qué casualidade. Para a miña desgracia, o máis preto que estou do seu talento (daría un brazo pola metade do que el ten) é cando vou traballar e se me senta enfronte. E mira que, cada vez que me acordo, lle dou un abrazo, a ver se se me pega algo, pero nada, oe. Cada día son máis estúpida e irreflexiba. Non hai máis que ver o post de aí arriba. Por el pido desculpas. E prometo non volvelo facer.
Qué bendita exagerada... No te quiero imaginar cuando mates a alguien.
Es cierto, no se puede rescribir con la pretensión de enderezar entuertos y lo digo desde la experiencia de pintar donde se hace más evidente que perdiste mano, lo que usted llama ritmo, es otra mano que lo pintó y el que le entra a destiempo es un intruso con el mismo efecto del elefante en una cacharrería. No obstante si sirve para una obra nueva. Podría la poeta meter mano en sus poemas, pero a fondo y crearía otro libro de poemas y de su delicadeza y precisión derivaría si los apaños se integran en lo viejo o destacan insolentes. Como en arquitectura, que por su valor en dinero se rehabilita más, con resultados estupendos o nefastos. Para quien hace arqueología mejor no tocar nada. Todo son opciones válidas, depende del tiempo en que se emprenden que tiene también él su corazoncito.
Berlanga es, quizás, el director de cine español más importante del siglo XX. Sus películas Plácido y el Verdugo, que recomiendo a todos que vean, o La escopeta nacional, son auténticas joyas.Superiores a mi entender a Bienvenido Mister Marshall. Junto con Jean Renoir fueron los más grandes innovadors del cine europeo de los años cincuenta y sesenta. Para mí es superior incluso a Fellini, que ya es decir.
Conocí a Berlanga hace unos cuatro años. Ya por entonces era muy mayor. Escucharle es una delicia. Es un lujo de personaje, fascinante. Le pregunté si había escrito sus memorias y me dijo que no porque no recordaba cosas. Por entonces había estado colaborando en el proyecto de unos estudios de cine en Alicante que son los mejores de Europa. Le expresé mi admiración por su obra e insistí en que hiciera un esfuerzo para escribir sus memorias a lo que me espetó: "Mire usted, cómo voy a escribir mis memorias si no veo ni siquiera las películas que he hecho". Me sorprendió esta respuesta pero como me lo dijo así se lo traslado a ustedes.
Saludos, E.
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