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martes, noviembre 27

La buena educación

Pontevedra acaba de estrenar un proporcionado Central Park entre Vialia y Campolongo. Es un paseo verde bien armado desde el que se pueden admirar tres o cuatro patos que van de un lado a otro del río Gafos, históricamente una fuente de peste y ratas. El paseo se inauguró no hace mucho, y una mañana de domingo nos acercamos allí a pasear entre corredores y parejas de adolescentes enamorados que cuarteaban la madera de los bancos para perpetuar sus iniciales, en ese incómodo ejercicio del amor. Me complací (¡cómo no hacerlo!) cuando descubrimos por fin la morada de un vagabundo: cartones, plásticos y un cuerpo rígido debajo de numerosas mantas junto a envases vacíos. Al parecer, también han colocado hace poco una enorme verja porque se saqueaba allí el bambú de una propiedad privada. Y más allá se adivinaba otra extraña escombrera de suciedades: aquello entre árboles y un río sin guijarros, o a mí no me pareció verlos, y esos bancos dispuestos aquí y allá para el descanso de tan largo y extraño viaje. Todas las mañanas de los domingos se parecen, pero tolstoianamente: cada una a su manera. Nuestro pequeño Central Park empieza a resentirse, y no han pasado muchas semanas. Le recordé a E. aquella obscena limpieza de los lugares públicos de Boston, Nueva York y Washington, y me sugirió lo que ya entonces: no es la policía, sino la propia civilización, dispuesta a afear la conducta de alguien a quien se le ocurra dejar caer el cigarro apagado en un caminito estrecho directo al Strawberry Fields. En los verdes céspedes (azules lagos bajo la blanca nieve) que hay en el inmenso National Mall de Washington hay un sencillo cartel que prohíbe pisarlos aún atajando en ocasiones medio kilómetro: y lo más sorprendente es que nadie lo hace y todo el mundo camina por dónde exactamente hay que caminar (y si hubiese huellas allí marcadas, uno a uno pondríamos los pies encima con exactitud, y las tallas distintas se apartarían con aplicada discreción). Que en las calles de Boston se sienta uno hostigado si tira un chicle a la acera o toque aquello que no debe tocar es un avance poderoso que aquí, una ciudad en la que suele aparecer la estatua de Valle-Inclán rota o el violín de Quiroga doblado, no estamos aún preparados para tolerar. En Estados Unidos, un país tan deslumbrantemente contradictorio, hay una sociedad que ejerce su poder en absoluta mayoría y con una contundencia represiva que no necesita actuar: está ahí, vigilante, y a la hora de salir a la calle y pensar en caminar a dos patas o a cuatro, todo el mundo asume que lo segundo lo llenará de vergüenza porque habrá alguien que no dudará en señalarlo con el dedo.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Los chicles aquí hay que tragárselos. Papeleras no hay.

juan andres milleiro dijo...

Estimado anónimo,
Reconozco que en Pontevedra no hay demasiadas papeleras, si bien ese comentario ya cansa, pues a mí al menos no me pasa (y como chicles).

Lo que he hecho en alguna ocasión aquí en Salamanca (donde veo menos papeleras que en Pontevedra, por cierto), es meterlo en el envoltorio y cuando pase al lado tirarlo, pero no por no haber papeleras podemos tener nuevo asfaltado de chicles en la acera de Mercadoce...


Sobre el parque...yo soy vecino del nuevo parque...y es un gustazo, estuve a principios de Noviembre y me encantó, "flipé" con cosas como la del bambú, ay Pontevedriña...

Anónimo dijo...

Tocas, Manuel, otro asunto que siempre me ha parecido de capital importancia: la urbanidad. Suena antiguo. Y no sé si en ello tenga algo que ver el esfuerzo que requiere. Las secuelas de la posmodernidad son lacerantes. Es, además, práctica que recae sobre la responsabilidad de cada uno. No se puede exculpar en el amparo de que corresponde a quienes administran o gobiernan (argucia tan acostumbrada y tan liberadora de malas conciencias). Porque como urbanidad pudiera entenderse también el saber estar en ciudad. Etimológicamente no sería descabellado. Cuando se cruzan las fronteras se advierte lo descorazonadoras que puden ser las comparaciones entre nuestras ciudades y las de, por ejemplo, algunos países europeos. Creo, no obstante, que en España, en líneas generales, se ha avanzado mucho en el cuidado urbano. Precisaré. Se ha avanzado mucho en la generación de espacios urbanos atractivos. Queda, sin embargo, un enorme camino por recorrer en cuanto a lo que atañe a la conservación y mimo de esos nuevos lugares de esparcimiento. Me gusta decir que soy en lo urbano, y respecto de mi ciudad, conservador. Quisiera que se hicieran menos cosas y que se conservaran mucho mejor las que tenemos. Una ciudad habitable, acogedora, limpia y cuidada mejora mucho la vida de las gentes que la habitan. Y eso no puede ser malo.
Un abrazo.

conde-duque dijo...

No sé. Sí pero no. Ni tanto ni tan poco. Ni fu ni fa. Qué sé yo.
Me encanta el artículo, M, esas metáforas tan logradas, pero me rechina un poco el tono tan moralista...
Las calles limpias y las estatuas sanas, sí, claro. Yo creo que soy bastante pulcro en estas cosas, pero porque me sale, no por obligación. A mí ese Gran Hermano tan educado y por las normas de urbanidad me da un poco de miedo, la verdad. Algunos serían capaces de colgar a esos enamorados cursis que labran sus iniciales en el banco.

conde-duque dijo...

"obsesionado por las normas" quería decir

Anónimo dijo...

La urbanidad tiene que ver con la educación cívica y el respeto a los demás. Estoy de acuerdo con Jabois en que EE.UU es un país deslumbrante y contradictorio donde hay una sociedad que ejerce su poder en absoluta mayoría y con una contundencia represiva que no necesita actuar. Pero no solamente en EE.UU, también ocurre en muchos países europeos, donde la convivencia no se confunde con la asociación que es lo contrario de aquella. Una sociedad no se constituye por acuerdo de las voluntades. Al revés, todo acuerdo de voluntades presupone la existencia de una sociedad, de gentes que conviven. Sin llegar al extremo de Singapur o Malasia, países en donde por tirar un chicle al suelo te puedes ir a la cárcel, en nuestra sociedad impera el hombre-masa. Es un tipo hecho de prisa como diría Ortega. Tiene solo apetitos y cree que solo tiene derechos y no obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga, un snob. En Inglaterra las listas de vecinos indicaban junto a cada nombre el oficio y rango de la persona. Por eso, junto al nombre de los simples burgueses aparecía la abreviatura s. snob, es decir sin nobleza. Sine nobilitate. Algo parecido ocurre en nuestras calles, en nuestra sociedad. Estamos rodeados de hombre-masa, de snobs. Y lo curioso es que este tipo de hombre decide en nuestro tiempo. Es como contraponer la vida noble a la vida vulgar o el esfuerzo a la inercia.

Saludos, E.

Anónimo dijo...

Aunque más expeditivo era aquel letrero que figuraba en los autobuses portugueses de los años sesenta: "O que escupe no chan e un porco". Más directo imposible. Desde luego es más contundente y, posiblemente, eficaz que el "Prohibido escupir". ¿No lo creen ustedes?

Saludos, E.

M. dijo...

Yo creo que aqui hay una desagradable sensacion de impunidad dificil de curar. No se trata ya de pitillos (yo soy el primero que, si no hay alrededor una papelera, lo tiro al suelo para poder decir aquello, ¡Conde!, de Leopoldo Panero: "Me veo monstruoso. Aplasto los cigarrillos en el suelo, como si fueran niños"). Me refiero a unos minimos. Aqui no hay miedo a pasarle un barreño de pintura a una estatua, no por la ley (que se las sopla) sino por la ciudadania, que no actua (que no TIENE, ojo, que actuar: pero es que tampoco impone). Disculpen las tildes. Mi ordenador sigue en proceso v´´irico, y es una tortura escribir as´´i. Saludos.