lunes, abril 30
Con ocho basta
viernes, abril 27
El sueldo de Mariano
jueves, abril 26
Media docena de lunares
"Et introibo ad altare Dei”. Al entrar en la iglesia se coló un viento fresco por el cuello de su camisa que le provocó un escalofrío. La voz del cura restalló vibrante como un látigo contra las paredes de piedra. Se estremeció un instante y recuperó el aliento mientras se llevaba la mano al corazón: apenas le latía. En el altar, el viejo elevó las manos al cielo y ofreció el cuerpo de Cristo con la mirada encendida por un fuego sereno. Permanecía de espaldas a las fieles mientras un ayudante elevaba con parsimonia su casulla de anticuario. Enormes nubes de incienso envolvieron rápidamente el altar y los bancos de la iglesia. Se quedó en la puerta: introdujo la mano en el agua bendita y la dejó allí varios segundos, moviendo suavemente los dedos como si pulsase las teclas de un piano imaginario.
A ella la vio más tarde, al despejarse el aire de la espesura del incienso. Era la única espalda desnuda de aquel lugar. Treinta o cuarenta mujeres seguían la misa en grupos dispersos mirándola de reojo y cuchicheando entre ellas: un bisbeo cerrado y burbujeante rodeado por la luz pálida de las altas velas. Era la primera mujer que entraba en aquella iglesia con una falda plisada sobre la rodilla y una camiseta de tiras dejando al desnudo media docena de lunares. El monaguillo, al mirarla, agitaba furiosamente la campanilla. El sacerdote comenzó a darse fuertes golpes en el pecho: había comenzado el Agnus Dei.
Un tibio perfume de plantas silvestres lo empapó todo. Se acercó a ella por detrás y comenzó a secarse la mano contra sus muslos mientras decía su nombre. Ella dio un respingo y aguantó sin darse la vuelta. Él sintió el súbito calor de su entrepierna y comenzó a frotarla más rápido contra ella, rumiando un gemido. Los fieles ya no la miraban con reprobación. Habían censurado su presencia y ya no existía: sólo era una visión del demonio.
Pero ella se encogía al sentir los dedos de él arañándola sin rabia y sin dolor, palpándola con la yema de sus dedos húmedos. Estuvo a punto de perder el sentido. Se recuperó unos segundos más tarde y sin girarse dirigió lentamente su mano hacia el pantalón de él. “Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa contra la gente malvada: del hombre perverso y engañador líbrame”. Duró unos veinte minutos. Ella se bajó bruscamente las bragas a la altura de los muslos y acabó con un grito salvaje que ensordeció la iglesia. Él dio un salto y echó a correr hacia la calle.
La chica tardó en girarse una eternidad que había de maldecir el resto de su vida. Escuchó batir una puerta y, después, un murmullo de escándalo recorrió las bancadas. Bajó la cabeza en actitud cristiana. “Quia tu es, Deus, fortitúo mea: quare me repulísili ”. Y volvió a traducir en silencio: “Siendo tú, oh Dios, mi fortaleza, cómo me siento yo desamparado”. El sacerdote clavó su mirada en ella y la dirigió luego al mismísimo cielo.
A él le recibió la tarde de Santiago. Un sol triste de invierno batiéndose en lenta retirada. El ruido del atardecer meciendo las horas en calles desiertas. Suspiró una, dos y tres veces. Era un chico alto y muy delgado. Tenía el pelo rizo y un jersey de lana rojo atado a la cintura cuando caminaba fumando un cigarro rubio americano por la calle Val de Dios, protegido por la muralla occidental de San Martiño derecho al Monasterio de San Francisco. Acabó perdiéndose en un enjambre de callejuelas hasta encontrar una tasca pequeña. Pidió un tinto y leyó el periódico sin interés. Necesitaba mojarse la boca.
Ella trató de ponerle rostro esperando en la cola del confesionario.
Pacientes
La cifra es demoledora y no pasa inadvertida: uno de cada tres hombres y una de cada cinco mujeres padecerán cáncer en algún momento de su vida. Dice Tom Kirkwood, director de Gerontología de la Universidad de Newcastle: “Una de las creencias máis arraigadas que tenemos es que estamos de alguna manera programados para morir. Y es algo extraordinario ya que lo que entendemos ahora es justo lo contrario de lo que sucede: que el cuerpo está programado para sobrevivir. Si observamos el cuerpo de un persona, incluso unos minutos antes de que muera, y examinamos individualmente las células de ese cuerpo, encontramos que cada célula, cada organismo de ese cuerpo, está trabajando todo lo que puede para que ese cuerpo siga vivo. No hay ningún momento en que ese programa tire la toalla y diga: ‘es la hora de morir y yo controlaré el proceso”. Y sin embargo morimos, cada vez más tarde: pero ya el cáncer es la primera causa, por encima incluso de las enfermedades cardiovasculares. La plaga del futuro destruye la vida con la misma eficacia que sus antecesoras: sin avisar, de un mes para otro, con una precisión milimétrica. Desde hace algunos años ha pasado la sombra del cáncer por mi vida dejando aquí y allá las huellas de desesperación de amigos tan cercanos: algunos han acabado en quimios y otros enterrando a sus familiares. De muchos de ellos he recogido el lamento no sólo de la ausencia ya perpetua de una madre, sino de su propia vida, golpeada en los cimientos. Por eso eché la vista a un estudio que publicó ayer mismo la profesora de la Universidad de Navarra Cristina G. Vivar: el tratamiento a los enfermos de cáncer se debe extender a sus familiares, tanto en los aspectos físicos como en los psicológicos. No me extenderé en la retórica del sufrimiento del hijo que queda a expensas de una cruel metástasis. No lo he sufrido en primera persona, ni me apetece siquiera literariamente ponerme en su lugar: por respeto a ellos, y por respeto a mí mismo. Lo que pasa es que luego está el aspecto emocional, que lo invade todo. Una amiga convenció a su madre para acompañarla a una revisión rutinaria y le descubrieron un cáncer de mama que ha superado con éxito. A la madre de otro amigo le diagnosticaron mal y tarde un cáncer fulminante: ni siquiera un año de vida, ni el atisbo de un alivio improbable. Ha habido algún caso más cercano que ni me apetece relatar: todos llevamos sobre nuestras espaldas el sufrimiento de los otros, cuando no el nuestro. Hace unos pocos meses llegó a mi buzón un correo de una vieja amiga que desmenuzaba el incómodo sufrimiento gratuito padecido en la Unidad de Oncología del Complejo Hospitalario de Pontevedra a raíz del cáncer de su madre: “el ser que más he querido”. Entre algunas de sus frases, acosado por la ansiedad de sus familiares, el médico llegó a decir: “Si seguís así, le retiro el tratamiento”. Las disputas son frecuentes: en el umbral de la muerte tiende uno a perder los nervios. Lo que pasa es que esto el médico tiene que saberlo, y al menos comprenderlo. Los casos son como el cáncer: puntuales. Y cada historia es la historia de uno: no hay dos iguales. Este periódico ha recogido cartas al director de todo tipo: desde la queja hasta el afecto a los sanitarios. La historia que me llegó a mí es una historia acerca de la indiferencia humana. Seguro que no es la primera. Eso sí, hay algo relevante: desde Oncología del CHOP no se ofrece a los familiares asistencia psicológica. En el estudio de la profesora Cristina G. Vivar se dice que la salud de un familiar y su ánimo “es fundamental, porque influye en los mecanismos físicos y sociológicos que sostienen al paciente y su entorno”.
miércoles, abril 25
Insomnio
lunes, abril 23
Baja extracción
Yo era un muchacho que amaba el sol y la tierra
Después de veinte años, Antonio Gamoneda
Al día siguiente de cumplir catorce años el niño estaba a las cinco de la madrugada cargando carbón en la caldera del Banco Mercantil mientras su madre, a kilómetros de distancia, inclinaba la cabeza sobre una máquina Singer. El muchacho se convirtió en un tipo “alto, feo y delgado”, evocador del legendario “feo, católico y sentimental” que años atrás se atribuyó tan dignamente Valle-Inclán: y ya viejo Antonio Gamoneda se puso por primera vez el chaqué rodeado de señores importantes que supieron desde la cuna cuáles eran los cubiertos del pescado. “Es una cosa complicadísima esto del chaqué. Uno no sabe cómo se enganchan los tirantes ni cómo se pone la corbata, si por fuera o por dentro del chaleco”, comentó luego. El adolescente pobre aprendió a leer con el único libro que había en su casa y muchos años después recibió del Rey de España el premio Cervantes a toda una obra vasta y ejemplar. El tránsito es parte de la leyenda y a ella corresponde auscultarla. De todas las historias extraordinarias de la vida la de los suyos (“los de la pobreza”, nombró él) es la más poderosa. Y a la pobreza, con certeza de pobre, le dedicó su discurso: “Hablar desde el interior de la pobreza no es lo mismo que solidarizarse con ella”, dijo tras recordar que no tuvo libros, y que tampoco tuvo estudios. Y evocó a los otros pobres, contando entre ellos al propio Cervantes y citando de paso a César Vallejo. Vallejo se paseaba por París sin esqueleto y murió de pobre o de frío, tanto tiene. A veces la cultura sin embargo presta más atención a sus apóstoles, y les permite recoger una larga cosecha y gozar de la gracia de la sociedad. “Yo vengo de la penuria y del trabajo alienante. Mis fuentes, en lo que concierne al saber son, permítaseme decirlo crudamente, de baja extracción”, casi recitó ayer, ya soberano y crecido como un río, el poeta Gamoneda. Lo primero que dijo al llegar a los periodistas fue que se había acordado mucho de sus padres: el padre muerto antes de que él cumpliese un año y la madre que inclinaba la cabeza sobre la Singer, cosiendo sin querer los trapos dulces y pobres del destino. El saber conduce a la extracción y por fin el reconocimiento lleva directamente al corazón: quienes lo labraron, y quienes disfrutaron de él y su palabra. En todo ese recorrido a través de la Historia habría lugar para todas las pasiones que forjan una vida. Entre las calderas de carbón y el premio Cervantes no hay tanta diferencia: apenas unos pocos años, ni siquiera un siglo, y las gotas despiadadas del esfuerzo sangrando versos magistrales con los que alimentar, despacio, el esqueleto flaco de aquel niño oscuro y tranquilo.
Casablanca
El Fary
jueves, abril 19
Matria, Lingua e Poesía
Matria, Lingua e Poesía
Mañá sábado, vinteún de abril 2007, o Premio Esquío, coa presentación do libro “Poesía viva, pura poesía”(antoloxía:1981-2006) e a Festa dos seus 25 anos (máis un), honra unha arquitectura de Feira Antiga, xa Patrimonio, na vila pontevedresa de Agolada. Pode ser un día distinto para moita xente do común. Sempre hai unha data significativa nos agradecementos. Con certeza vaino ser tamén para min. Un embigo grande medra en cadaquén e hai un tempo inescusábel para o desabafo ou o ridículo: esta é a miña crónica coa Lingua en sesenta anos de intemperies. E pido desde xa perdón se ofende tanta cativeza para tisnar de biografía unha columna xornalística.
Cando eu chegaba por primeira vez a esta vila labrega viña nos ollos dunha nai que me vestía de cariña redonda e cabelos de ondas en periquetes rechamantes; gastaba unha fala en castelán que sorprendía por novedosa e era un neno cariñoso e pregunteiro con calquera que visitaba nos días e nos meses posteriores a xastrería do meu pai. Porén a infancia medra e os arredores marcan nas viradas. Non tardei en falar o galego coma ti e en sentir que os xogos e os amigos levan cara adiante. A miña nai foise afacendo a esta mutación lingüística do seu único fillo, que chegara coma un galano serodio á súas vidas. Nunca un mal xeito, nunca unha palabra de desprezo para a lingua de Santa María de Melide e de Quian de Carmoega: os seus niños de alma.
Xa perto das súas definitivas ausencias, cando a vida non pode, sóubenos felices coa miña decisión de usuario do galego, sen renuncias, e co respeto polas outras linguas que eran de achegas na conversa, en libros, tvs, radios e xornais. A miña nai foi o derradeiro elo coas estirpes. No ano de 1989 recibía desde O Ferrol a nova da sorte polo Premio Esquío. Díxenllo coa ledicia daquel outro neno grande, xa case careca e da cara longa do común dos feos consentidos. Sorrimos e démonos un bico ao pé do leito que a tiña de acollida na nosa casiña de Cangas. Na edición do poemario estaba a adicatoria: “Pra Antonia”. Ollou e soubo do arrecendo a obra nova na que escoitaba o seu nome por primeira vez en letra de libro. Bagullamos un chisco e ficamos de volta alborecidos coma ouriolos no Sobreiral do Arnego ou nas fragas de Coiro ou de Abelendo.
Cando dei en profundar na tolemia dos enquisas que anuncian a ruina e a case morte para a Lingua de noso, tirei da carabina da memoria e relataba, na oportunidade das miñas clases de galego cos alumnos dos Institutos do Santa Irene de Vigo, do Ramón Cabanillas de Cambados e da Xunqueira de Pontevedra, nun silencio abraiante, esta crónica rendíbel cara aos afectos de familia que agora digo aquí, en hora e día en vísperas da miña estimación cara á Sociedade de Cultura Valle Inclán de Ferrol, por nos ter de Festa nos Pendellos da vila que me ollou en medras sucesivas, en sintonías coas palabras daquelas voces que xa non están e fóronse, coma os meus pais, cabo de lonxe, deixando herdanza e compromiso. Cómpre saber que a Lingua, máis e antes que calquera arquitectura e arte e nombradía que nos conmove, é quen resiste e vai identitaria de compaña coas idades do Amor e das entregas.
Pois velaí a miña tripla emoción -explícita no título- por esta data. Que a fundacional “Pousa de Augalevada” que din as crónicas de antigo, emerxa definitiva sobre a pedra de noso, que son patrimonio, para a reconquista da cultura, a modernidade e o progreso-tal soñara, hai máis de setenta e un anos, Primo Castro Vila: labrego, alcalde e taberneiro. E haxa outrosí Poesía neste País de Sempre Poetas.
Xosé Vázquez Pintor
Agolada, abril do 2007
sábado, abril 14
Cuba
O tempo
jueves, abril 12
Pontevedra en el mapa
La portada de Diario de Pontevedra de ayer devolvía la imagen de los candidatos sonrientes, formando el mapa provincial con algún que otro desarreglo, no sólo geográfico: apenas seis mujeres para unos setenta municipios. Pero nada cantaba tanto como el error de bulto apreciado en la imagen. Núñez Feijoo y Louzán observaba la escena desde fuera, en la imaginaria provincia de Ourense, cuando su lugar natural sería, en realidad, a la izquierda: América.
En el imaginario sentimental de la política gallega sigue muy viva la emigración, aun en su versión biznieta. En 2005, después de todo, Fraga no se bajó del sillón hasta que llegaron semanas después las sacas de América. Y hasta allí, siguiendo el rastro de un voto heredado incomprensiblemente junto al certificado de galleguidad, se están yendo en festiva peregrinación los políticos del país. Hay tres objetivos primordiales: descubrir los encantos de Brasil (que son ricos y variados), reclamar el voto de los electores bajo la sombra de los cocoteros de Copacabana y desentenderse de la frivolidades rutinarias del cargo. Por eso el alcalde de A Lama, enterado por este periódico de que su hermano, residente en Miami, ha censado hasta a doce personas en los últimos días en la casa que todavía posee en el municipio, puede darse el lujo de responder: “Ah, yo no sé nada”. Y después de reconocer que sí, que allí había casa, siguió escudándose en Brasil para alejar la realidad. En Brasil la verdad se diluye vagamente: el conocimiento se evapora a medida que uno cruza el Atlántico, y ya en Brasil la cabeza está en otra cosa: el fragor de las elecciones, las manifestaciones institucionales de amor y comprensión hacia el pueblo amigo, los paisajes a cargo del presupuesto municipal.
La diáspora, por tanto, adquiere el fatal rango de noticia en estas fechas. Habrá quien lo vea en perspectiva. Un argentino todavía puede sentir el latido gallego en su sangre al emocionarse con la lectura pausada de Rosalía y habrá otro, argentino también, que sienta al ver a un alcalde gallego pidiéndole el voto lo mismo que si a mi casa viniese Junichiro Koizumi sólo porque entrecierro los ojos para ver de lejos. Lo que cuenta es la intención, macabra: queremos tu sangre. En pocos ámbitos como en el de la emigración los políticos dejan al descubierto el vacío espiritual de sus escrúpulos: esas carreras por los aeropuertos, esos calendarios inflados de actos banales con los que procurar el cuerpo a cuerpo. Y luego está la batalla subterránea y atroz del voto: la batalla pública que nos espera, día tras día. Y esa cuerda tirada en el suelo, a modo de frontera, sin que nadie tenga el valor de levantarla y llevarla al hombro.
miércoles, abril 11
Las horas
martes, abril 10
La grandeur masturbada
Los avances inexorables de la civilización occidental los suele escenificar sin complejos la derecha, a veces en su postura extrema. Sólo así se entiende que para evitar los embarazos no deseados antes se les aconsejara a las mujeres la blanca castidad (y tres avemarías), y ahora se les pida, rotundamente, que se hagan un dedo. La sugerencia la lanzó hace dos días en un coloquio sobre mujeres Jean Marie Le Pen, y no fue una boutade: lo dijo sin impertinencia y un fingido punto de lucidez, tan convencido de su tercera vía que probablemente un día cualquiera bajará a África a pastorear contra el Sida. Esto es todo lo que hay, y no es poco: los siglos se mueven como los continentes, despacio, pero imparables. La grandeur, ante la masturbación femenina: Francia nos lleva varios cuerpos de ventaja, incluso entre sus apestados. El Gran Satán del nacional-catolicismo español y su Sección Femenina debería ser algo así como la autosatisfacción de la ama de casa: su mortal pecado, tan improbable para el Régimen. La guía espiritual de los cuarenta ejemplares años de paz le mostraba el camino a la mujer mediante enseñanzas prácticas y sencillas: proporcionar descanso al hombre, amamantar a la camada y tener siempre el hogar a punto. Pero nada se decía del dedo que se inclina lascivo, un concepto revolucionario más cercano al diablo que al mismísimo comunismo, por más que la propaganda tendiese a identificarlos. La paja española era, además de un pecado, una cosa de hombres. Nunca estuvo a la altura moral de la mujer, incapaz ya no sólo de llevarla a la práctica sino imaginarla siquiera: qué poco sabía el establishment. Resulta difícil que en España haya ahora alguna derecha capaz de sublevar así a los fieles que estos días doblan los capuchones de las Cofradías y recogen las imágenes sagradas bajo un silencio sofocado que se debate entre el amor y la devoción. Dios todavía tiene mucho que decir en la política española, y su derecha en estos asuntos apenas chista: a veces hasta le sigue la agenda y se incorpora a sus manifestaciones. En cuanto a la izquierda, le abre el grifo y procura no ofenderla más allá de lo prudente: el valiente socialismo español, blandiendo la espada laica. De los homosexuales sólo dijo Fraga, en su versión más visceral, que eran unos enfermos y que aquello estaba contra la propia naturaleza. También presumió Fraga de no haber usado nunca un condón y, aunque no dio pistas sobre el truco, de todos es sabido que el chovinismo nunca se entendió con el franquismo. Le Pen sufre estos días por Francia el destino de los animales irracionales: el azote y el desplante. Y eso que no hay nada más francés que la masturbación: otra particular excepción cultural. Pero ocurre que la guerra de Le Pen no es promover la paja sino eliminar el condón, lo que bien mirado es una guerra terrible. En Europa le cuesta la burla, el insulto y la reprobación, pero en África debería costarle la cabeza.
Prestige
Carrillo
miércoles, abril 4
Coimbra
El primer día de mis primeras vacaciones hice una maleta y me fui solo a Coimbra a pasar una semana con un amigo que estudiaba allí un curso de Derecho. Coimbra es una ciudad vieja sembrada de estudiantes sin carpeta y repúblicas organizadas en torno a edificios antiguos donde vive la gente en comuna. Me recibió uno de esos días grises de otoño con las cafeterías humeando y un barullo desatado en las calles, por donde corría un viento húmedo y lejano. El reencuentro fue estremecedor. Toda aquella semana fue una gran fiesta en la que abundaba el vino, pero es la última noche la que todavía conservamos intacta bajo la pureza de los sueños. Habíamos comprado días antes una gran piedra de hachís para pasar nosotros la semana y él las siguientes. Estaba tan pulida y tan bien cortada que la usábamos en la mesilla como pisapapeles e incluso la chica de la limpieza, cándida, le pasó un día el paño del polvo. Decidimos aquel día liar un porro con una copa de Porto antes de salir a una fiesta. Y allí nos sentamos en la madera del suelo, ya duchados y encoloniados y preparados y tan frescos: y empezamos a hablar de ésto y de aquello, vagamente al principio, con intensidad después. Los amigos, la religión, la política y el sexo: el orden moral de la vida, arropado por la insolencia de la juventud. Daniela Mercury cantaba una y otra vez (Como vai voçe / eu preciso saber / da sua vida) en un cedé amargo que escuchábamos sin pausa. A las siete de la mañana los primeros rayos de un sol mortecino centellearon un instante. En la ventana, como un fogonazo, nos saludó un alba inmensa: los últimos borrachos volvían rodeados de edificios en silencio. Hacía siglos que se había apagado la voz de Mercury, enterrada bajo las horas de seda. Nos felicitamos íntimamente por tener la piel tan suave y los sueños tan cercanos antes de dormirnos entre varias botellas vacías. Coimbra se desperezaba a nuestro alrededor, como un gato lanoso a los pies de un tresillo. Fue hace seis años: un mundo cuando vive uno sin mirar el retrovisor. Pasa el tiempo y pasamos nosotros y ya casi todo es pasado. Y al final no se extrañan las ciudades ni la magia de los momentos estelares, condenados sin embargo a repetirse, sino el suave calor de los viejos amigos, tan lejanos y recordados y queridos.
martes, abril 3
Elogio del chanquetismo
Al final, las hojas muertas de aquel verano volaron sobre la madera de su tumba, y arrasó el duelo. No hay un documental que recoja eso, pero a cualquier adulto de entonces preguntarle por la muerte de Chanquete es preguntarle por la muerte de un padre. O más.
domingo, abril 1
La Edra, suave fue la noche
La Edra fue el escaparate blanco de la movida civilizada de Sanxenxo: su majestuoso esplendor, latiendo despacio junto al educado alboroto de la terraza del Marycielo. A ratos el espectáculo rozaba lo inaudito. Los asilvestrados la descalificaban por pureta, suntuosa y matraca. A ciertas horas Soleares echaba por fuera y La Edra, con cierta reserva, iba recogiendo los pedazos más aprovechables de aquella veinteañada que empezaba a detestar las turbas. Chirriaba, detrás de la gran casona, un patio pintado de verde a modo de césped. Más arriba aún se descuelgan, flotando, antiguas casas de piedra rodeadas de jardines temblorosos que sobreviven milagrosamente: el lujoso residuo de lo que pudo haber sido Sanxenxo y no fue. César Portela dijo hace una semana que pasa por el pueblo con los ojos cerrados: en lugar de echarse a los arquitectos de prestigio Sanxenxo se echó a los promotores escasos de luces y ávidos de dinero. El patio pintado de verde de La Edra era la metáfora del Sanxenxo otoñal del siglo XXI: artificial y grotesco, enfrentado al verde natural que agoniza encima, trepando por las altas murallas del futuro.
Además de copas, La Edra acogía actos benéficos de la clase alta y, en la campaña de 1999, un mitin electoral de Telmo Martín, el candidato del PP. Al verano siguiente Martín, amante de las luminosas paradojas del destino, tomó una medida inédita: cerró La Edra por exceso de ruido. Nunca aquella selecta clientela se había visto en tal apuro. Las aguas volvieron pronto a su cauce y se despachó el asunto como una rara anécdota: excentricidades del alcalde o del pinchadiscos, tanto tiene. De pequeños saltábamos la barandilla de La Edra, una casa blanca abandonada y cerrada a cal y canto, y olisqueábamos las puertas como perros flacos. Después corríamos por las heladerías de Silgar mendigando cucuruchos rotos y acabábamos agrupados en la playa compartiendo la bonanza y riéndonos de ‘al rico parisién’. Cuando había sed, esperábamos a que el camión de la Coca-Cola llegase al Marycielo, y birlábamos dos o tres botellas colando la mano por debajo del toldo.
Crecimos y un verano abrió sus puertas La Edra al turismo Ralph Lauren con dos porteros grandes uno a cada lado de la cancilla, vigilantes por si se colaba alguna imitación. En aquel recinto pisar un metro cuadrado era pisar una montaña de millones. Pero nadie se emborrachaba más allá de lo prudente y a través de las ventanas sin cristales se adivinaban las pijas fetén de pechos planos y patas de gallo disimuladas con coquetería junto a abogados maduros de estómago exquisito sorteando el último fax de la noche. El neón empapaba las últimas gotas del crepúsculo y Silgar lucía desnuda y limpia a la luz de la selecta luz de la primera línea. Todo poseía una fascinación higiénica y poderosa, aunque si se rascaba mucho aparecían los hierros y los cables de aquel paripé dorado.
Esta semana una piqueta le metió mano a fondo y se llevó por delante La Edra para edificar una nueva mole de cemento con la que llenar de gloria el sky-line de Silgar. Dicen que sobrevivirá La Edra en los bajos del lustroso edificio: será uno de esos pubs a los que la clientela llegue, probablemente, en ascensor.