viernes, septiembre 12
El efecto Lombao
jueves, septiembre 11
Outono
miércoles, septiembre 10
Los pensamientos impuros
martes, septiembre 9
Enseñar la casa es de paletos
-Oye chaval, ¿tú sabes cuál es la definición del periodista?
-No.
-Pues mira: es aquella persona que en los diez primeros años de su trabajo profesional no tiene ni puta idea de lo que escribe, y en el resto de su vida como periodista no le dejan escribir de lo que sabe algo".
Al profesor Erasmo le debo otro más valioso. Tras conocernos en una visita suya a Galicia, conversamos largamente en mi salón y, al salir, me disculpé por no haberle enseñado la casa. "Jabois", me dijo muy serio ya en la puerta, "enseñar la casa es de paletos". Pienso ahora en las cañerías del oficio, y el opaco engranaje que todos los que, desde Vargas Llosa hasta Vizincey, han querido mostrar con ímpetu. Y uno, la verdad, siempre ha estado más cerca de Michi Panero y aquel célebre monólogo suyo: "A mí no me interesa la literatura, ni la familia, ni ellos. Me interesa mi perro. Y sobrevivir mal que bien".
lunes, septiembre 8
Piedras
Bonjour Tristesse
martes, agosto 26
¡No me compare el catalán con el gallego!
lunes, agosto 25
No me veo
sábado, agosto 16
"¡Yo soy una princesa!"
jueves, agosto 14
Reivindicación de Eric Moussambani
martes, agosto 12
Cyranita de Pekín
domingo, agosto 10
Traición a Jesse James
viernes, agosto 8
"Esta noche manda mi polla"
jueves, agosto 7
A desgracia de Ibrahim Dieng
miércoles, agosto 6
Indicios de actividad sexual
lunes, agosto 4
Solzhenitsin
domingo, agosto 3
Caraperro
viernes, agosto 1
Héroes sin fronteras

Sin embargo, en ocasiones la fama concede un respiro y sobresale entre sábanas y condones un ángel. También la televisión se encarga de propagar sus rocambolescos destinos y sus singularez hazañas. Hace muchos años dio cuenta Pérez Reverte de una fanática inglesa defensora de los animales que se acercó a España a tratar de cambiar ella sola el taurino destino de este país, y se volvió a los dos días Inglaterra repatriada en avión sanitario después de una cornada gravísima que casi la saca de en medio por las bravas. Fue una fama fulgurante la de la mujer, y muy ingrata. Mas sobrevivió.
Llevaba varios meses tratando de saber el peculiar destino de Adelir de Carli, quien saltó a la fama con tanto ímpetu que jamás volvió a vérsele el dobladillo de la sotana. El 20 de abril de 2008 este sacerdote se ató a mil globos de fiesta inflados con helio y atado a una silla. Pretendía alcanzar así volando Mato Grosso do Sul, sin ayuda de motor, y llegar a Cascavel o Maringá, ciudades del interior del estado cercanas a la frontera con Paraguay, para dar a conocer una protesta en favor de unos camioneros. Decenas de personas lo despidieron en un descampado de Paraná mientras De Carli se iba un tanto ridículo, subiendo bajo esos globos mientras agitaba la mano. Aquella imagen de él subiendo cielo arriba atado a una silla fue la última que se tuvo de él. El vuelo tenía poesía: un sacerdote cruzando el Reino de los Cielos ("vio a Dios y se quedó con él", decía ayer un usuario consternado en el Youtube). Pero una vez más nada pudo sobreponerse a la terca realidad. Los vientos que soplaban aquel día en la zona lo desviaron de su ruta y lo empujaron mar adentro. El martes se confirmó que unos restos hallados en el mar cerca de Río eran los de él. Semanas antes habían aparecido los globos flotando en medio del océano sin su temerario, sencillo y un poco gilipollas pasajero.
jueves, julio 31
Los pasos del caído
Lo advierte Fernando Savater: “En la vida real, los malditos son inaguantables”. En la vida literaria, fascinantes. Así lo ha debido entender J. Benito Fernández (Tomiño, Pontevedra, 1956). En 1998 publicó un libro imprescindible para entender más allá de su obra y de los documentales (El desencanto, Después de tantos años) a Leopoldo María Panero: Los contornos del abismo. Este año, el gallego, periodista de los Servicios Informativos de Televisión Española, ha quedado finalista del Premio Anagrama de Ensayo con su libro Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído, sobre el hijo del recientemente fallecido Haro Tecglen.
Llegó usted a Haro Ibars por inercia.
–Sí. Y hay algo curioso: los fascinados por Lepoldo destestan a Eduardo y viceversa. Lepoldo despreciaba literariamente a Eduardo. Y los seguidores de Eduardo despreciaban a Lepoldo porque decían que era un pesado, un plasta... Incluso Eduardo se niega a abrirle la puerta de su casa a Lepoldo. O bien porque llega borracho o bien porque, efectivamente, es un pesado.
Haro Tecglen no habla en el libro. Se negó siempre, y eso que su figura no queda bien parada.
–El único contacto que tuve con él fue profesional, haciendo un reportaje de Informe Semanal. Yo había querido hacer poco después de morir Haro Ibars un retrato del personaje a través de los padres. Y envié un cuestionario tanto a Eduardo como a Pilar Yvars. Eduardo nunca me contestó. Cuando me lo encontré cara a cara en un teatro con motivo del reportaje de Informe Semanal me presenté y dijo: “Ah, sí, sí, ya sé quién eres”. Me contestó a las preguntas del reportaje y eso fue todo.
Con motivo del libro, trató de hablar con él por todos los medios.
–Empleé todas las argucias. Desde su ex mujer, Pilar Yvars, hasta personas que le contaban que había cosas que no le beneficiaban personalmente, como que usara a su hijo de ‘negro’ en un libro sobre el nazismo (le dio cien mil pesetas). Era importante escuchar su opinión, pero no dio resultado. Lo intenté con su ex mujer, con José Ángel Ezcurra, que era director de Triunfo, con Diego Galán, que es como el hijo que nunca ha podido tener él, con Juan Cueto... Siempre ha contestado que el problema es que él no tenía nada que decir. Le he mandado cartas con preguntas muy puntuales que no tuvieron respuesta. Le he dejado mensajes, le he llamado por teléfono e incluso una vez hablé con su viuda, con Concha Barral, ¡y ella misma se lo transmitía delante del auricular a Eduardo!: “Eduardo, que es Benito Fernández, que quiere hablar contigo”. Y a él se le oía: “¡Pues dile una fecha!, ¡dile una fecha, ya! El lunes, el lunes vente por aquí. Y llama antes”. Y llamaba el lunes y no cogía el teléfono ni dios. Ése es todo mi trato que tuve con Eduardo Haro Tecglen. Incluso ahora me ha dicho gente, morbosamente: “te alegrarás de lo que ha pasado”. Y no, por supuesto. Todo lo contrario. Para mí Eduardo Haro Tecglen es un maestro, y eso lo seguiré diciendo.
¿Qué ha dicho del libro?
–Sánchez Dragó quiso llevarnos a él y a mí a un programa de libros de Telemadrid. Y él dijo que no tenía el libro ni le conocía. Se lo envió la editorial y él dijo que no tenía nada que decir. Por otras personas dijo que era un libro muy trabajado y nada más. Yo digo en el prólogo que quizás calla quien más tiene que callar. Pero tampoco creo que Eduardo salga muy mal parado.
¿Cómo interpreta usted su silencio?
–Él siempre ha dicho que no ha asumido todavía la muerte de sus hijos [Haro Tecglen y Pilar Yvars tuvieron seis hijos, de los que murieron cuatro]. Él dice que es algo muy traumático, pero más traumático será para la madre, que los ha parido. Y Pilar habló delante del magnetófono y la he visto llorar mucho. Fue algo muy doloroso. Para Eduardo sin embargo fue tabú el tema de sus hijos. Y sin embargo en sus columnas reivindicaba a su hijo, y decía que le copiaba.
–Define mucho al personaje. Esa frialdad. Tenía contacto con su hijo, y últimamente habían comido juntos Blanca Uría, la última compañera de Eduardo, Haro Tecglen y su mujer. Tenían relación, y Haro Ibars dio al final de sus días unos discursos tremendos sobre la admiración que tenía por su padre. El problema es que a Haro Tecglen le hubiese gustado que su hijo fuese un señor metido en la redacción de Triunfo trabajando sin parar como Diego Galán en vez de dar tumbos por la calle borracho y metido en el ‘caballo’. Y aunque él presume de haber educado a sus hijos en libertad, yo creo que si hace balance debería darse cuenta de que se ha equivocado. Haro Tecglen fue la primera persona a la que llamó Blanca Uría para comunicarle la muerte de su hijo. Y luego Haro Tecglen llama a su ex mujer, la madre del muchacho, y le dice: “Ya ha sucedido”.
Cuenta Umbral al final del libro: “Haro Tecglen está hoy en las columnas haciendo lo que le hubiera gustado que hubiese hecho Haro Ibars. Está siendo su hijo”.
–Sí, exactamente. Y yo tengo la teoría de que a Eduardito le hubiera encantado ser su padre. Le hubiera encantado que le reconocieran como un gran columnista. A Eduardo, sin embargo, se lo lleva por delante el exceso: las drogas, especialmente.
–No es que influya la época. Él es víctima de la ignorancia que teníamos con las drogas. Hay muchos supervivientes de esa generación. Mariano Antolín Rato era amigo suyo, también era yonqui y ahí sigue trabajando de la literatura. Eduardo fue víctima de la ignorancia. Además, el ‘caballo’ era una droga muy mítica. Todos teníamos a nuestros mitos generacionales: Janis Joplin, Brian Jones o Jimi Hendrix. Yo no di ese paso porque me aterrorizaba sólo pensar en las agujas, pero sí probé el LSD y esas cosas. Eduardo iba de héroe, de valiente por la vida, y se lanzaba.
¿Por qué esa actitud, por qué parar el tráfico con un cencerro y este tipo de cosas?
–Fueron los primeros friquis. La gente antes se te quedaba mirando sólo con sentarse en el bordillo de la acera. Y Eduardo a lo mejor iba por ahí con un cencerro colgado al cuello y con un chaleco de piel de cabra, y la gente se volvía para mirarle. Cuando estuvo el Che Guevara en Madrid, subía por la Gran Vía y la gente se quedaba mirando para un tío barbudo, vestido de verde oliva, y decían: ‘Joé, qué pinta’. Y cuando Eduardo y sus amigos cruzaban la calle les llamaban maricones.
Haro Ibars siempre fue a contracorriente.
–Cuando la gente luchaba contra la dictadura, él ya estaba de vuelta de todo y hablaba de homosexualidad y drogas. Y cuando todos iban de modernos en la ‘movida’, él se hizo trotskista y hablaba de la revolución. Era un provocador. Un niño prodigio con una formación y unas lecturas increíbles. A Paul Bowles le fascinaban sus conocimientos adolescentes. Leía en varios idiomas. ¡Conocía a Djuna Barnes, una autora minoritaria, cuando aún no se había traducido nada de ella en España!
He leído en alguna parte que Haro Ibars era un pijo del malditismo.
–A mí me lo ha dicho algún escritor muy reconocido. Alguno me ha dicho que mientras él curraba y sudaba sin un duro por escribir, éstos eran unos niños bien. Yo no creo que sean pijos, aunque si se entiende por pijo el que no ha dado un palo al agua, pues bueno. Pero yo tengo otra concepción del pijo. Eduardo, Lepoldo y otra gente han sido ovejas negras de familias bien.
martes, julio 29
Que vayan ellos
viernes, julio 25
Pisando tierra conquistada
Como toda lucha necesita un símbolo, las llamadas madres de la droga se plantaron en los noventa delante de las verjas del Pazo Baión a pegarle seis gritos a sus dueños. Los gallegos, esa raza celebrada hoy por obra y gracia de Santiago Matamoros (cuyos restos aún nos quieren hacer creer que descansan sagrados bajo la Catedral, degollado y con la cabeza entre los brazos), no se distinguen de los demás en ciertas cualidades sintomáticas: hay a quien le gusta esconder el dinero tanto como la cara y hay a quien le pierde el derecho de ostentación, tanto da si se produce sin oficio ni beneficio. A Oubiña como a otros les perdió la impunidad: habían pasado tantos años que creían que aquello era eterno. E hizo de Pazo Baión el ominoso faro de la ignominia que se había ido gestando en los años felices de las planeadoras, los fardos y los muertos. Tiempos de compañeros de pupitre que se iban una noche a una playa de Arousa a ayudar en la descarga y ganarse 60.000 pesetas. Se desfizo el negocio y la maquinaria de la justicia empezó a rolar, como rola a veces el viento: las madres cruzaron el umbral de Pazo Baión, comprado con los picos de sus hijos y las marcas endelebles de sus brazos, muchos hoy apenas húmero, cúbito y radio bajo la tierra que señalaba Eliot: “Aquel cadáver que plantaste en tu jardín el año pasado / ¿ha empezado a retoñar? ¿Florecerá este año?”. La metáfora puede servirse hasta en caliente, e incluso pensarse en las autoridades y las madres tras el portalón esperando la apertura de Harrod´s. Pazo Baión es esclavo ya de un tiempo y en sus pasillos se hizo el recorrido de una época que desmenuzó con saña generaciones a las que habían invitado a una fiesta sin decirles la hora a la que se iban a cerrar las puertas: tuvieron también su responsabilidad, y no fue menor. Como la toma de la Bastilla, la lucha suele cerrarse con el apoderamiento de los símbolos: las madres huérfanas de hijos pisando los viejos dominios del lobo. Veinte años no es nada, pero dan para mucho.
jueves, julio 24
21 curvas
Después de todo la ardiente vida de uno sigue recorriendo las lejanas rampas de Val Louron (Chiapucci e Indurain escribiendo su leyenda en el 91), del Col de Aspin, del Galibier, de la Croix de Ferre, del Hautacam, del Tourmalet, de Luz Ardiden (Lale Cubino en el 88 reventando el Tour con Javier Ares al borde del infarto gritando “Lale, Lale, Lale, Lale”, incapaz ya de decir más en los dos últimos kilómetros que ese “Lale, Lale, Lale, Lale” hasta que Cubino, ilustre de Béjar y rodillas de cristal armado, cruzó glorioso la línea de meta). Después de todo la ardiente vida de uno todavía lleva tatuada aquella portada del Marca (“Extraterrestre” a cinco columnas) cuando Indurain, en la contrarreloj de Luxemburgo, puso al segundo a tres minutos y dobló a seis corredores dejando inaugurado el ciclismo moderno. Después de todo no ha habido aún impacto semejante para un niño que la subida a Luz Ardiden en 1988, cuando Perico Delgado empezó a subir el gigante junto a Gert-Jan Theunisse y Stephen Rooks. Fingió el segoviano una pájara, se dejó caer levemente como quien cede con la mano al peso de una piedra y, cuando los rivales se las prometían felices y gimoteaba el gran Pedro González en TVE (“se queda, Perico no puede, Perico se queda”), arrancó Delgado como el veneno enseñando primero el amarillo y llevándoselo luego por las curvas, él solo, à la recherche du temps perdu. Después de todo la vida de uno y la vida de muchos puede reconocerse en cada una de las 21 curvas de herradura de Alpe d’Huez: allí se cocieron infancias, hubo traiciones e historias de amor, ejercicios de memoria y desmemoria, se hundieron voluntades que parecían inquebrantables, tocaron la gloria los elegidos entre muchedumbres que se volcaban hasta parecer estar abriendo un río humano entre pedaladas exhaustas, subió Van Poppel agarrado al guardabarros de un Peugeot, ganó Echave una etapa antológica, cayeron ciclistas, se bajaron algunos y voló un Pantani enloquecido despedazando a unos y otros hasta coronar el mundo. Después de todo siempre nos quedará Alpe d’Huez y con él lo eterno: las arribadas de un pelotón descompuesto al paso de quien ha estado en el infierno y lo va a contar, el paraje a vista de helicóptero desnudando entre las curvas la fragilidad de las hormigas que suben y bajan montañas en siete horas y las carreteras pintadas con los nombres de Lucho Herrera, Moreno Argentin, Martín Farfan, Marino Lejarreta, Charly Mottet, Laurent Fignon, Fabio Parra, Greg Lemond, Gianni Bugno y Ángel Arroyo. Cézanne pintó cien veces la montaña de Saint-Victorie para hacerla perfecta y cien veces podrá subirse el Alpe d’Huez que nunca habrá una historia igual que otra: ayer en la primera rampa desencandenó un ataque sin cuartel Carlos Sastre. Por cada suicida en Alpe d’Huez, una victoria.
miércoles, julio 23
Encuadre

lunes, julio 21
Polvo
Los salmones de los diarios nacionales se lanzaron el domingo a por Fernando Martín, que fue cazado por El País saliendo de sus oficinas en pose crepuscular tras habérsele desprendido de los dedos la última ceniza de la gloria. Es curioso como en ese patetismo que tiene a veces la estética de la derrota alcanza el hombre una cierta y muy respetable dignidad. No morirá pobre Martín: lo bueno que tiene la riqueza es que pocas veces se esfuma por completo. Por más golpes que le dé la vida, un viejo tiburón jamás pedirá el menú del día. Pero más allá del dinero están los demás: lo que Sartre llamó el infierno. Martín fue un tipo que llegó rápido a la fama por una vía excesivamente corta: hay pocos ministros que sean tan conocidos como el presidente del Madrid, y gestionar el club es una minucia comparado con gestionar el palco. Dicen los salmones que gusta de presumir de aquello que no tiene: ni yate ni avión privado, e incluso el que le vino de Jove con la compra de Fadesa se lo dejó al coruñés (junto a dos coches Mercedes y un Bentley valorados en 240.000 euros). Más atención llama la voracidad con la que el periodismo resuelve su origen en Trigueros del Valle, un pueblo de Valladolid al que sólo volvió untado en oro como rey de la Casa Blanca para dar un pregón: sus compañeros del ladrillo le llamaban sin cariño El Chato, que era como se le conocía en la aldea, y a uno le contaron que en otros círculos se dirigían a él como un Evo Morales vestido de Dior. Lo que se le viene ahora encima a Fernando Martín, en esta su gloriosa caída imperial, es el vacío casi institucional que sucede a la derrota: el morbo de los periodistas, el desdén de los antiguos compañeros, la rebeldía de los otrora súbditos, el grosero silencio del móvil, la sospecha del mundo del dinero y la atronadora bronca de la peluquería, harta de ese poblado flequillo mesetario en los tiempos de David Beckham. De los acercamientos más o menos benignos que se han hecho en torno a su fugaz figura ciclópea destaca su mujer, de la que aún dicen por ella arrebatado y por la que fue empujado a la ambición de tener la primera inmobiliaria europea. Si algún poder tiene el amor es el de la redención, y en la caída todo polvo polvo será, mas polvo enamorado.
domingo, julio 20
Por la sangre de Abdón
lunes, julio 14
Zelig
Fitzgerald siguió bebiendo después de conocer a Hemingway en un bar de París hasta que se transmutó en un ser acartonado y pálido incapaz de gesticular, y se desplomó en el suelo como una estatua de cera:se había mimetizado con aquella sordidez a la que se entregaba el alcohólico exilio americano. Ya había creado Fitzgerald el personaje del camaleón humano, aquel que cambiaba de forma de ser en función de la gente que le rodeaba, y muchos años después Woody Allen se valió de él para hacer una película irrepetible de la que se cumplen hoy 25 años. En formato de documental rodado cuarenta años después de su auge, Allen rueda la historia de un tipo fantástico cuya gloria llega al final de la era del jazz y las flappers (el tiempo de los ricos despreocupados que el propio Fitzgerald, a través de sus cuentos, había creado y estirado hasta que el polvo del derrumbe del 29 lo ensució todo). Zelig se mimetiza con aquel que se le acerca y desarrolla una apariencia extremadamente similar, provocando situaciones surrealistas y conmovedoras, empapándolo en súbita paradoja de una verdad casi inmutable. Pío XII, Hitler y Josephine Baker son algunos de los extras que conoce Zelig en su enloquecida búsqueda de ser aceptado en cualquier medio. Que curiosamente sea ese camaleónico esfuerzo lo que haga de él una celebridad es sólo un guiño de Allen a la fama y sus tiernos senderos: su delirante y genial apostasía.
sábado, julio 12
Sado
martes, julio 8
¡Vamos, Rafa!
