Me he trasladado! Redireccionando...

Deberías ser trasladado en unos segundos. De no ser así, visita http://www.manueljabois.com y actualiza tus enlaces, gracias.

viernes, septiembre 12

El efecto Lombao

A finales de 2003 entrevisté en Pontevedra a Bernardino Lombao, un deportista de Lugo que practicó atletismo, balonmano y pádel. Tengo delante su foto: un tipo en estado de revista con un bigote de infantería. Ya entonces arrastraba fama: un año antes hizo el pino en El Escorial en aquella boda de Ana Aznar, epítome trascendental del Imperio. Lombao es el entrenador de Aznar que dijo: "Cuando lo cogí estaba hecho una pena". Era 1996 y el nuevo presidente del Gobierno arrastraba el déficit de inspector de Hacienda acolchado y teledirigido a criar nalgas en alguna oficina de La Rioja. También Rajoy sacó plaza en Santa Pola como registrador: son oficios que van dejando kilos en el bolsillo y en el culo. El estrés de Madrid y una agenda escrita desde el poder, o su aspiración, lo cambia todo. Hoy pocos españoles que no sean actores porno tienen la tableta de Aznar, exigido en su retirada como un gladiador empapado en aceite y pescata al viento en la costa de Cerdeña. El mérito es de Lombao, del que dijo entonces Millás que era salir en un periódico y escribir un libro. El libro lo escribió, y fue un poco lo que le trajo a Pontevedra. Le hice una entrevista, con perdón, estupenda. No salvo columnas de entonces ni de hace un año, si me apuran, pero ciertas entrevistas han envejecido bien: misterios del oficio. Ésta me gusta desde los cuernos ("Aznar me hace mucho caso: con Rajoy hemos acertado") hasta el rabo ("Hago un trabajo muy serio, no sólo esa mariconada del pádel"). Habló Lombao también de las llamadas inoportunas: "Mientras nosotros estamos entrenando ya nos han matado a tres. Te dicen ‘A las ocho en Zarautz han matado a uno...’. Seguimos un poco y él me dice: ‘No puedo, no puedo". Entonces Aznar, como un Aquiles a quien rajan el talón, bajaba revoluciones y se retiraba a sus cuarteles. Las cosas hoy han cambiado y, aunque el poder no exprime, sigue creciendo el efecto Spacey. El entrenador lucense dejó esta semana una exclusiva mundial: Aznar hace al día 2.000 abdominales. En la intimidad, como es costumbre de la casa.

jueves, septiembre 11

Outono

Sobrevivir sen vieiras ou, peor, sen Toñi Vicente: calafríos ao pedir un chourizo quente servido en prata, e poñer zapatos grandes e negros, como os que lle vexo aos ionquis na cola do comedor de San Francisco. Ver o fútbol de novo con certa resignación, recollido nunha intimidade case familiar, e poñer bufanda na casa aprendendo a coser: mercar ducias de gatos. A Praza da Verdura murcha coas cerdeiras desfloradas, como vermes de seda, e á tardiña as castañas quentes da Ferrería envoltas en papeis do xornal de hoxe. Propoñer sexo duro a mulleres de moral distraída, e ao chegar á casa bicarlles a meixela e invitalas a té para falarlles da miña paixón por Sherlock Holmes: e que non treman. Ao chegar o outono mirar polo meu corpo e pola miña saúde, e recoñecelos como meus cunha desas apertas que lles dan as noivas dos soldados cando voltan da guerra. Comprobar se o Che de Soderbergh é o mesmo que o de Jon Lee Anderson, e seguir a imaxinar o Che de Losantos. Facer reportaxes no xornal que non falen doutra cosa que de min, e ocultalo aos lectores: por exemplo, as consecuencias da conduta Duchovny. Lembrar o gran fracaso dos trinta: máis da metade da vida bebendo. Mercar máis gatos, coser máis deprisa. Calar sempre, escribir sempre. Non ter medo á noite nin ao espello. Bonasera, Bonasera, que carallo ves facer na voda da miña filla.

miércoles, septiembre 10

Los pensamientos impuros


Richard Dawkins, teórico evolutivo, se niega a acudir a debates con creacionistas: se trata, dice, de no concederles respetabilidad. A ciertos animales hay que mantenerlos incluso lejos de las cuadras, por más que cierto buenismo exija darle la palabra a todo el mundo y tantas veces se comience un reproche con el nauseabundo "yo respeto a todo el mundo". Claro que la televisión tiene derecho a dar palabra y millones a cualquiera: es un medio eximido de moral. Por eso fue a Tele 5 Violeta Santander, la mujer a la que defendió Jesús Neira: lo hizo para ofrecer la opinión que ya se conocía, pero en prime-time y delante de María Antonia Iglesias y Pilar Rahola. Más grave que lo que decía la chica Santander ("no me pegó, me caí por vértigos" y "Neira se confundió, no debió atacar verbalmente a mi novio: estaba bajo los efectos de la cocaína" -eso es lo primero que hay que preguntarle a alguien antes de dirigirle la palabra) era lo que tenía ella delante: una ex directora de Informativos de TVE y una conocida política dándole cierta credibilidad. Lo primero que mucha gente pregunta cuando alguien le ofrece un trabajo no es la nómina, sino la compañía, pero a Iglesias y Rahola debió apetecerles el trago. Después de todo lo que está haciendo Violeta Santander es algo tan antiguo como la Humanidad. Defender a los suyos e incluso algo más: a su macho. Raro sería que no lo hiciese: la dependencia del amor ya se sabe. Pudo haber sido el primer cachete o el último, pero por allí pasaba alguien con su hijo de la mano que no lo toleró. Hizo lo que tantos padres prohíben a sus hijos: meterse en donde supuestamente no le llaman, aunque sí le llamen. En lo primero que pensé al saber la noticia fue en el chico sentado en su vagón mientras era agredida una sudamericana a patadas por un enajenado, y en la conclusión apresurada de aquellos días: "Hay que ir a él cagándose en la mala suerte que tuviste por estar sentado ahí". Y ahora, viendo a la enamorada Santander, pienso también en cuanta gente verá a un hombre pegando a una mujer y siga su camino diciendo: "Ésta va a ser otra zorra que se merece lo que le pase y no voy a ocupar yo la cama de hospital que le corresponde a ella".

martes, septiembre 9

Enseñar la casa es de paletos

La literatura es el arte de la omisión, dijo Stendhal. La cita la recoge Stephen Vizincey, el autor de En brazos de la mujer madura, en sus diez mandamientos del escritor. Es un texto nada aconsejable con una primera norma demoledora: "No beberás, ni fumarás, ni te drogarás. Para ser escritor necesitas todo el cerebro que tienes". Lo curioso es que el segundo es exactamente igual que el primero: "No tendrás costumbres caras". Hace unos días leía una entrevista con alguien que daba el mismo titular: "Dejé las drogas y el alcohol porque necesitaba la memoria para trabajar". Que no recuerde quién era el autor es lo de menos: tampoco el titular es exacto, pero se aproxima. Lo curioso quizás es la omisión, nada voluntaria, pero tampoco uno quiere ser escritor de grandes cosas: que le lean a uno de paso, sí, sea una mujer madura o sean un millón. Los mandamientos de Vicinzey incluyen más curiosidades: ni serás vanidoso, ni serás modesto, y "no adorarás Londres-Nueva York-París". "Váyase usted a Madrid y póngase a la cola", decía Baroja cuando alguien le preguntaba qué había que hacer para ser escritor. Trapiello, viniendo a decir lo mismo, fue más claro: "El problema de la provincia es que acaba siendo autocomplaciente. La vida termina siendo benigna, y la gente se acaba conformando", dijo hace poco al Diario. De los mandamientos prefiero el noveno, que es mi favorito también en la Iglesia, y por el mismo motivo: "Escribirás para tu propio placer". Suelo resistir con escepticismo a los consejos (no digamos a los mandamientos), y me aplico con cinismo. Pero tengo en cuenta el del mi viejo amigo Erasmo: "Cuando yo empecé en su oficio, hace ya unos cuantos años, y en el primer día de mi experiencia como plumilla, un redactor jefe, de aquellos que te acojonaban con su voz y te arrugaban de verdad cuando confundías la información con la opinión, me espetó:

-Oye chaval, ¿tú sabes cuál es la definición del periodista?

-No.

-Pues mira: es aquella persona que en los diez primeros años de su trabajo profesional no tiene ni puta idea de lo que escribe, y en el resto de su vida como periodista no le dejan escribir de lo que sabe algo".

Al profesor Erasmo le debo otro más valioso. Tras conocernos en una visita suya a Galicia, conversamos largamente en mi salón y, al salir, me disculpé por no haberle enseñado la casa. "Jabois", me dijo muy serio ya en la puerta, "enseñar la casa es de paletos". Pienso ahora en las cañerías del oficio, y el opaco engranaje que todos los que, desde Vargas Llosa hasta Vizincey, han querido mostrar con ímpetu. Y uno, la verdad, siempre ha estado más cerca de Michi Panero y aquel célebre monólogo suyo: "A mí no me interesa la literatura, ni la familia, ni ellos. Me interesa mi perro. Y sobrevivir mal que bien".

lunes, septiembre 8

Piedras

Las alegrías de tener un blog, y los inescrutables caminos del Señor que traen a la gente a él.

Bonjour Tristesse

Al menos se sabe ahora que la FAES tiene un fin poderoso: negar los romances de Curro el Palmo. El ex presidente Aznar viene de desmentir la telenovela que le endilga un nene con la misma energía con la que Sarkozy desmintió un michelín: el poder no duda en espantar bragas y bollycaos con tanques. Lo curioso es que Aznar sabe de la destrucción masiva de los rumores: sobre la foto de las Azores dijo que fue "el momento más importante de la Historia de España de los últimos 200 años", obviando la boda de su hija y la medalla de López Zubero. Las porteras (ese poder en la sombra que gobierna implacable el país) ya lo habían emparejado con Cayetana Guillén y con una rubia americana. Pero la noticia no es que haya quien crea que Aznar, austero castellano de recio porte, cabalgue con la misión de repoblar Francia, sino que nadie le atribuya amores con la duquesa de Alba, tan de moda. Cuando era cura Jesús Aguirre, marido de la noble, mantenía ricas amistades con un joven que le abandonó de sorpresa. Como era misa en latín, Aguirre la daba de espaldas y al darse la vuelta, después de muchos años de soledad, se enfrentó de repente a la mirada de aquel tan querido. En lugar de "Dominus vobiscum" dijo, sereno, "Bonjour, tristesse". Es ahí, en las iglesias, y no en las gacetas, donde está el espectáculo.

martes, agosto 26

¡No me compare el catalán con el gallego!

Una de las más inquietantes cuestiones universales es por qué las mentes más preclaras (las mejores de nuestra generación, azarosas supervivientes de la locura) caen en la estupidez por no rendirse a la ignorancia, queriendo pisar con firmeza todo cuanto les rodea y aún lo que no, inconscientes del efecto, pésimo, que dejarán. Así George Steiner, uno de los grandes intelectuales del último siglo, que este domingo hablaba en la prensa del terrorismo etarra y del conflicto lingüístico en España, concretamente en Galicia. Cuál es el conocimiento de Steiner de Galicia y lo gallego, sus universidades y, sobre todo, su literatura, es algo que desconocíamos hasta ahora. Pero lo entrevistó Juan Cruz, que está en muy buena forma, y sin que viniese a cuento Steiner habló de la patria. Quizás el problema más grave al que se enfrenta un periodista llega a la hora de transcribir las blandas opiniones de alguien a quien respeta: mas el drama no suele estar en la pregunta, sino en la respuesta. Fue una lástima, porque antes el intelectual desmontó un mito ("El orgasmo compartido es raro. Normalmente, la mujer simula tener un orgasmo al mismo tiempo que el hombre. Son demasiado generosas") y luego otro ("En su famosa balada Las nieves de antaño había una línea en la que Villon venía a decir que la mujer ha envejecido: su pelo, escribía en francés, ya no es dorado, sino gris. Nash, en su manuscrito, lo tradujo así: 'El brillo le cae del pelo'. El impresor cometió un error y escribió: 'Un brillo cae del cielo'. Es una de las frases más hermosas de la poesía inglesa, ¡y se debe al impresor! Cada noche le pido a Dios que me envíe un impresor que cometa un error que me haga grande"). Luego, ya arremangado en cuestiones trascendentales, vino a decir que el idioma vasco quizá sea la raíz del terrorismo, y más allá arqueó las cejas: "Pero, cambiando de tema, me han dicho que hay una universidad en España en la que es obligatorio hablar en gallego". "Sí, en Jérez", tuvo que responder Cruz, que dijo: "Igual que es obligatorio en Cataluña compartir el catalán con el castellano". Y Steiner, para pasmo del lector, subió a rematar el córner: "¡Pero no me compare el catalán con el gallego! El catalán es un idioma importante, con una literatura impresionante. Pero el gallego ¿por qué ha de ser obligatorio en una universidad?". Ni en la universidad ni en la cuadra, quiso explicarse. Y por ahí los fue metiendo a todos el famoso crítico y teórico de Literatura: a Risco, Castelao, Otero Pedrayo, Dieste, Blanco Amor, Mendinho, Rosalía, ¡a Cunqueiro!, Ferrín, Celso Emilio y Casares en alguna página par, afinando un poco, de la última obra maestra de María de la Pau Janer.

lunes, agosto 25

No me veo

Alberto Núñez Feijóo dijo ayer que "no se ve" gobernando con el BNG, lo cual es extraordinario porque el líder del PP gallego se ve de muchas maneras y es visto de muchas otras. Una vez en Pontevedra Manuel Fraga, en un Pazo da Cultura abarrotado, le pidió por favor que se casase. Hubo gente que se desmayó, así que Fraga aclaró que lo que tenía que hacer Feijóo era buscarse una mujer (no fuera a casarse con una oveja o, peor aún, con un hombre). Tampoco le gustaba al patrón la soltería de Rajoy, pero hoy el pontevedrés tiene churumbeles criados y una mujer de Sanxenxo, que eso es la hostia. Probablemente donde los demás vean ganas de estar solo Fraga vea una suerte de disidencia sexual. Pero a Núñez Feijóo no le espantan los consejos de nadie. Confesó años después haber estado enamorado de una lechera y cerró con elegancia el expediente: ahora, que dejó de hablar Fraga, que hablen las porteras. Si tampoco se ve en la poltrona con el BNG es porque Feijóo, en su íntimo esplendor, es un hombre de mayorías absolutas, de solterías bien llevadas. Entre sus grandes virtudes, el estadista Aznar adoptó la necesidad de cerrarle la puerta a quien él viera y negarle la entrevista a quien le petara. Fueron los efectos mareantes de la mayoría, porque en minoría habló catalán en la intimidad y levantaba piedras, de noche, en Mondragón. Feijóo va por otro lado: de momento "no se ve", que es una manera de decir que está dispuesto a todo, porque la Historia, incluso la pequeña, la escriben los hombres que nunca se veían haciéndolo.

sábado, agosto 16

"¡Yo soy una princesa!"

A estas horas todavía no hay constancia en el medallero español del oro que el sábado logró, fajándose con un periodista sudamericano, Letizia Ortiz: en la vida, como en el deporte, también se va retratando uno. Dirigiéndose en campechanía borbónica a la plebe, preguntó Ortiz a un periodista de qué medio era. Contestó el hombre, y quiso saber además quién se lo preguntaba, probablemente porque ya hay en sus latitudes suficientes chupópteros como para también saberse de memoria los de España. Triste y ofendida, sólo acertó a contestar: “¡Yo soy una princesa!” (“¿una galleta?”, debió de pensar el tipo). Lo que sigue fue muy normal: se marchó a la carrera con su marido en un gesto muy de “habrase visto”. Si allí no sabían de su condición, para qué estar, para qué haberse casado con quién se casó. La reacción, si se estudia con interés, es fantástica. A la pregunta de quién es usted y para qué medio trabaja, muy oportuna en una sala de prensa, Letizia Ortiz exclama enfadada: “¡Yo vivo del cuento!”. O mejor aún: “¡Yo soy una princesa de un cuento de hadas!”. Se confunde la realidad y la ensoñación, quizás porque la monarquía no es otra cosa que eso. Tampoco el periodista estuvo muy rápido. A la respuesta de “¡Yo soy una princesa!” cualquier hombre, en cualquier discoteca, diría: “Tú serás mi baby, sólo tú mi baby”.

jueves, agosto 14

Reivindicación de Eric Moussambani

Ni más lejos, ni más rápido ni más fuerte: todo lo que hizo el guineano Eric Moussambani al salir de la piscina olímpica de Sidney fue comentar que los últimos quince metros se le habían hecho "difíciles", y que estaba tan cansado que se pensó parar a coger aire en los corchos que separan las calles. Había nadado los 100 metros libres en 1'52 minutos, el peor registro de todos los tiempos: había hecho Historia a su manera, y su figura eclipsó a la de Ian Thorpe. Las imágenes de aquellas Olimpiadas muestran a un chico bien proporcionado con un bañador demodé y el cordón sin atar subido al poyete inmóvil. Estaba allí de prestado, producto de la caridad del COI: una ayuda a los países en vías de desarrollo para que sus deportistas, como los niños saharauis que vienen en verano a España, probasen el caviar no de la gloria, pero sí de su centellante entorno. Poca gente sabía que para Moussambani la carrera era un hito cinematográfico de un íntimo carácter épico: su pequeño Ben Hur. Aprendió a nadar ocho meses antes, alternaba entrenamientos en aguas que se dijeron llenas de cocodrilos y en la piscina de un hotel de veinte metros, y como jamás había visto una pila de cincuenta metros, al llegar pensó que la distancia real eran los 100 metros de los que constaba la prueba: al saber que tenía que cruzarla entera ¡dos veces! se dirigió aterrado a su entrenador y dijo una frase histórica que aquí Chiquito de la Calzada perfeccionó con fulgurante magisterio: "No puedor". Lo demás es sabido: los dos nadadores con los que tenía que competir fueron descalificados por salida nula (para evitar el ridículo que no era o, quién sabe, por pura atrofia) y Moussambani hizo el trayecto de su vida con un final delirante en el que, como los quince mil espectadores entendieron a la perfección, lo importante no era el tiempo, sino la meta. Le persiguió la gloria, por lo que tuvo su peculiar hazaña de poder metafórico, durante meses, pero al final las cosas volvieron a su cauce: rebajó su tiempo de forma muy digna y tenía plaza para acudir a Atenas, pero un extraño fallo burocrático de su país con el visado se lo impidió. También hubo quien se tomó su frágil destino en vano: una televisión alemana lo puso a competir con una señora de noventa años. En esa villa ideada por el Barón de Coubertain por la que se pasean éxitos y fracasos, y donde este año un gigante como Michael Phelps está haciendo añicos la Historia para reconstruirla sobre los oros que cuelgan de su cuello, es justo que haya un simbólico espacio para que nosotros, insignes 'moussambanis', nos sintamos representados en nuestra severa derrota, en nuestro lento estertor, y saber que también hay entre los olímpicos, aunque sea por caridad, quienes deben salvarse del naufragio antes que batir un récord.

martes, agosto 12

Cyranita de Pekín

Recordando al sabio que dijo: "Qué buen día, ya verás cómo aparece un imbécil y lo jode", en los Juegos ha dado positivazo una española (que echó a correr tras el control: qué grandes somos) y ya se saben algunos secretos elementales de la inauguración. Por ejemplo: la linda niña que cantó el himno a la patria se limitó a abrir la boca y lucir palmito chino. Entre bastidores, una pequeñaja regordeta de dientes desparejados cantaba a pleno pulmón: una mini Montserrat Caballé discretamente desplazada para no herir la sensibilidad de Occidente. Lo ha confesado el director musical de la ceremonia: se eligió a una niña "muy mona" porque "estábamos pensando en lo que era mejor para la nación". Las dictaduras siempre han llevado muy lejos el concepto de la patria y de eso pueden dar cuenta los muertos de Tianammen, los disidentes encarcelados y las niñas feas, arrinconadas en el sótano de la Historia ensayando arias. Que no se preocupe la moderna Cyrana: los patitos feos siempre han tenido un destino más acorde con la poesía que con la nación. Y además no está sola. Se supo ayer que las huellas de fuegos que llevaban al Estadio habían sido pregrabadas y que la organización recluta voluntarios para que llenen las gradas: estos Juegos empiezan a parecer una idea diabólica de Milli Vanilli. Que haya quien vea oportuno chutarse EPO alejará sospechas: los deportistas que vemos en Pekín no son hologramas.

domingo, agosto 10

Traición a Jesse James

Contra algunos de los rudimentos casi elementales de quienes defienden una historia en sí sobre la manera de contarla, en ‘El asesinato de Jesse James a manos del cobarde Robert Ford’ importa tan poco el argumento que a los legos se lo despachan entero en el título. Lo que importa es otra cosa: el mal de aire, mismamente, o el paisaje de una traición. No hay víctimas sin criminales ni, como dijo Marx, tragedias sin delincuentes. Una de las cuestiones más fascinantes sobre las que se asienta el arte es la delación: el honroso sentido de la deslealtad y el puñal empapado en sangre a la manera del "tu quoque, Bruto". También para ejecutar una traición se necesita una ruindad fuera de lo común y, a pesar de los cobardes escrúpulos del momento final, una cierta audacia para afrontar lo que viene después: nada peor visto que la ladina sombra de un traidor. En la larga película que Andrew Dominik rodó sobre Jesse James (un ejercicio casi gimnástico sobre un Oeste lento y denso, en el que caben dos pasiones desaforadas: la de Robert Ford por Jesse James y la de Jesse James por él mismo) subyace un sentido: la ruina de la confianza dada y una justificación muy depurada de la paranoia. Casey Affleck en el papel de trastornado cagón de pijama se gana tanto a su personaje que no quise ver su cobarde ejecución. Y es curioso, después de todo, cómo la gran leyenda del Oeste busca ser muerto por la última de sus ratas: un póstumo homenaje de la Historia a la igualdad.

viernes, agosto 8

"Esta noche manda mi polla"

Tengo frente a mí el trabajo de los cien mil nombres con los que Pérez Reverte repasa la revuelta madrileña del 2 de mayo. Hay en esas páginas figuras heroicas, más por insumisión que por patriotismo (que lo eran, y terriblemente), y dos de ellas, Luis Daoiz y Pedro Velarde, se hicieron un difícil hueco en la memoria (la misma memoria que reivindicaba muy inteligentemente, aunque por otras cuestiones aún más cercanas, Manuel Rivas ayer en El País). Corren los siglos y corremos nosotros delante, así que España es otra y sus héroes se arriman al localismo épico y la bisutería rodada de un chuloputas de camiseta de asas y mata sobaquera, siempre a punto de desenfundar la pirola. Los escépticos nos asomamos a ellos con la intensidad con la que en 1808 anónimos ciudadanos se metían entre cortinas a ver la carnicería que se montaba afuera, en aquel simbólico rebote. Esta semana, por ejemplo, un chatarrero entró en un puticlú de Granada, cerró de un portazo, bloqueó el cerrojo, sacó una pistola y ordenó a la camarera servir copas para todo Dios. Lo hizo con una frase a la altura: "Soy el jefe y esta noche manda mi polla". Nunca en tan pocas palabras se condensó tanta historia de España y, en su pertinente doblez, su espíritu sagrado. Hay que buscar ahí los héroes, porque los otros o son unos gilipollas o son unos asesinos, como esos patriotas vascos. Miren a ese alcalde, de la muy cuidada especie hijoputa, al que ahora acusan de violar a una concejal en una aldea andaluza. Asumió primero una culpa muy blanda: "De lo único que soy culpable es de haber engañado a mi mujer durante los últimos siete años" y días después se supo la grabación de una charla muy animada entre él y su amante: la llamaba puta, también casi entre lágrimas, por empezar una relación con otro hombre. De lo único que es culpable no es de mandar él, sino su polla: su feudal pepino. Que a esta gente se le jalee no es nuevo: los héroes lo son por algo. A aquel alcalde de Toques casi le hacen un homenaje por sobarle las tetas a una niña de quince años. Al menos el chatarrero, con pistola y todo, se limitó a invitar a copas. Y eso que era el jefe. El puto amo, que diría Supergarcía.

jueves, agosto 7

A desgracia de Ibrahim Dieng

Como todo libro dun autor descoñecido que un le fun rápido á rede buscar cousas non sobre Ousmane Sembene nin Martin Pawley, padriño espiritual deste cineasta e escritor senegalés cuxa morte foi moi escrupulosamente esquecida polos medios españois que se miran no espello de The New York Times e Le Monde (pero que non fan alomenos á mesma velocidade o que fan NYT nin LM), senón pola sorte de Ibrahim Dieng, o protagonista dunha novela curta e militante que editou este ano Rinoceronte e que leva por título O xiro postal. Con ela fixo Sembene a primeira película (Mandabi, 1968) rodada enteira nunha lingua africana, o wolof. O seu protagonista é un home en permanente desacougo desde a chegada dunha boa noticia: o xiro dun parente dende París. A revolución é instantánea ao seu arredor, despoxada de sutilezas: emerxe con crueza a fame, a desesperación, as hipócritas invocacións á Alá e o funcionamento dunha burocracia poscolonial enferma e incapaz de servir a un analfabeto. Cal é a sorte deste Ibrahim Dieng metido, como un Cándido africano calquera no continente perdido, nunha espiral a ratos kafkiana na que a pesar dos seus súbitos ataques de optimismo sempre hai algo máis de desolación gardada para el, convertido de súpeto por Sembene en exemplo dunha poboación que, como Sísifo, ve chegado o momento de coroar o cumio para caer aínda máis lonxe del? Metáfora da propia historia, mergullada nun barrio de Dakar e camuflada nos dramas persoais dos senegaleses vixiantes de que ao veciño non lle chegue, de madrugada, algunha saca de arroz, de Sembene, unha das maiores figuras culturais africanas, non había pegada literaria en España ata O xiro postal, na traducción de Isabel García Fernández. A novela deixa ao fachendoso e ferido Ibrahim Dieng agasallando con arroz aos veciños, abandonada xa, á dantesca maneira, toda esperanza. "Non hai nada máis fermoso que a vida", cita Pawley a Sembene, "mais tes que ser quen de compartila". Tamén con certo pesar.

miércoles, agosto 6

Indicios de actividad sexual

A veces los investigadores de CSI se ponen cachondos: "Aquí no hay indicios de actividad sexual", dijo ayer una olisqueando la funda de un sofá. CSI fue el refugio final de Comandante, la obra documental de Oliver Stone sobre Fidel Castro. Stone sale en pantalla con un coqueto bigote y Fidel derrengando las palabras en base a una Revolución que la pantalla, pese a sus elocuentes esfuerzos, no muestra en ningún lado. A Castro los años lo han convertido, ‘paneramente’, en un coñazo, pero los que lo deberían saber no lo saben hasta que lo han sufrido. A Ramonet aquel millón de horas con Fidel le salió por cuatro o cinco discursos hechos en los últimos cuarenta años. Stone va posando la cámara en el discurso del Comandante y luego la lleva más atrás, donde los barbudos y el Che. Todo muy trillado. Hay más revolución en el documental de Scorssese sobre Dylan que en el rodaje de la vida y obra de Fidel. Hace unos años Antonio Elorza dedicó un extenso artículo al trabajo del cineasta en Letras Libres. Allí recoge lo que debió ser el momento cumbre del histórico encuentro entre la proclamada conciencia crítica de EE UU y el dictador cubano: "Le admiro", susurra el bigote de Stone. Siguiendo un poco lo de ayer con Sholzenitsin: tantas películas para esto. Y otro detalle a caballo entre el sainete y lo tremebundo: al marcharse Stone del navideño escaparate que le sirvió Fidel tuvo lugar en Cuba una serie de ejecuciones, encarcelamientos masivos y depuraciones: las tradiciones isleñas que olvidó el Régimen mostrar. Volvió el director a rodar añadidos, con la cámara al hombro, levemente mosqueado, al puto paraíso cubano. "El adanismo de Stone", escribe Elorza, "es puro fingimiento. Su actitud descansa sobre una de las falacias que con mayor insistencia se han reiterado en el último medio siglo: poner de relieve los aspectos irracionales de la hegemonía norteamericana conduce de inmediato a la exaltación de aquellos que la combaten. Si el imperialismo es siempre condenable, toda revolución antiimperialista resulta de por sí digna de todo elogio. Como Nixon era un tipo nefasto, hay que llevar a Castro a los altares. El conocimiento que hoy poseemos acerca del autodenominado socialismo real debiera haber descalificado para siempre ese maniqueísmo de la izquierda, pero posiblemente sigue siendo cómoda semejante postura. (...) Frente al imperialismo, ahí está enhiesto el viejo héroe, ‘dictador de sí mismo’, con sus recetas siempre dispuestas para izquierdistas a la violeta en busca de un clavo ardiendo para mantener las actitudes primarias frente al sistema". Lo que tiene Comandante es un raíz pop muy acusada: uno lo ve (hasta que se empacha) como vería las andanzas vitales de uno de los iconos mayores del siglo XX, y en ocasiones Fidel Castro se presta a esa visión no idílica ni fértil, sino llanamente espectáculo de masas. No es otra cosa Cuba para el extranjero que eso. "Yo soy muy exagerado en la autocrítica", dice en un momento el líder: numerosos indicios de actividad sexual.

lunes, agosto 4

Solzhenitsin

El año en que le dieron el Nobel de Literatura a Solzhenitsin vivían Borges y Rulfo. Borges escribió tanto que le atribuyen aquello que no escribió y Rulfo poco, pero qué poco. La historia de Solzhenitsin es la historia de una tortura prolongada que tuvo la virtud de desenmascarar al público lo ya desenmascarado en secreto por Jruschov en 1956 en el Congreso del PC: las divertidas consecuencias del culto a la personalidad o, en críptico epílogo, cómo el mundo puede estar dirigido por dos enfermos mentales de la talla de Adolfo Hitler y Pepe Stalin. Archipiélago Gulag es una obra monumental, a la manera de aquellas murallas de Jericó de Gomaespuma. Tanto sufrimiento para esto, dijo no recuerdo quién cogiendo el libro. Es testimonio de un horror, lo que ya es bastante, y se privilegia en ella la memoria, que es bastante, y la verdad, que con serlo estremece. Con más xeito se han escrito cosas mejores en Pontevedra en los últimos dos años, pero a Solzhenitsin el estalinismo lo puso en el centro de la Historia, despojado de todo, y fue testigo de lo que fue. "Cuando se roen los huesecillos de un murciélago en descomposición, se bebe el caldo hecho con cascos de caballos muertos, se fuman ¿cigarrillos? de estiércol o se ve a un médico tomarle el pulso a un prisionero y asegurar a los funcionarios que puede soportar unos pocos minutos más de tortura, cuando se conduce a un hombre a determinadas situaciones, ese hombre queda ya eximido de todo deber con sus semejantes", escribía al mismo tiempo que Neruda cantaba a Stalin: "El más grande de los hombres sencillos". En el comunismo soviético no mandaba Stalin sino la paranoia, lo que bien mirado es terrible. Pero el nazismo se había exhibido desnudo por media Europa y los intelectuales rezaban para que el experimento soviético que consagraba la dictadura del proletariado y ejercía el marxismo en su ensoñadora vertiente igualitaria funcionase como funciona la química al serle aplicada la fórmula oportuna. Se sabe el resto, entre otras cosas, porque lo contó Solzhenitsin: en la URSS funcionaron muy bien los campos de concentración, funcionó el terror como arma disuasoria y se ejerció un culto devastador a la personalidad que provocó situaciones tan graciosas como la propia muerte de Stalin. Tras una apoplejía agonizaba en la cama y cuando recuperaba la consciencia abría los ojos enfurecido y se acercaban a él los dirigentes del Politburò a cogerle de la mano y suplicarle que se recuperase: si volvía a desvanecerse le insultaban y le deseaban una atroz muerte. Archipiélago Gulag la escribió Stalin y su feroz guardia, y Solzhenitsin le dio forma muy a su pesar, con una escritura definida en el abuso de mayúsculas, que es una cosa horrenda. Después vino en los setenta a decir que los españoles vivían en libertad y Benet, en representación de todos aquellos que miraban a otro lado cuando la sangre salpicaba los periódicos, dijo que con personajes así estaban muy justificados los campos de concentración. A esos campos fueron 50 millones de personas y volvieron la mitad, pero Benet aquel día estaba espléndido.

domingo, agosto 3

Caraperro

La Interpol sigue el rastro de una misteriosa desaparición: a mediados de junio se evaporó un prestigioso gourmet suizo en El Bulli. El tipo tiene 46 años, recorría medio mundo comiendo en restaurantes de tres estrellas Michelin y una noche de verano aterrizó en el templó de Ferrán Adrià. “Acabó de cenar, dijo que salía un momento a buscar una tarjeta de visita y ya no volvió”, dijo el director. No sé cómo se le llama a eso por tierras de El Bulli, pero aquí es un ‘simpa’ de manual, también dicho ‘caraperro’ común. Lo malo de los restaurantes que cargan las tres estrellas Michelin es eso: la confianza. Si aquí uno se levanta de Casa Manolo y dice: “Sepa excusarme: voy al coche a por mi tarjeta de visita y enseguida vuelvo”, le cae antes de llegar a la puerta una tremebunda mano de hostias al modo de “esta es nuestra tarjeta, ahora ya puede ir tranquilo a buscar la suya”. Entre el cateto vulgo no se descarta la caída por un barranco provocada por un apretón brutal tras comer una tempura de salicomia al azafrán con emulsión de ostra y ostra con emulsión de jamón y su perla untado todo a la nocilla, ni la perversa deconstrucción del señor y su posterior preparación a la naranja con esencia de petisuí (en sutil ejercicio de canibalismo). El blog Antigourmet daba otra posibilidad: una vulgar caída, cual Obelix, en la marmita de hidrogenización. Tupido misterio, desde luego.

viernes, agosto 1

Héroes sin fronteras

Si algo nos enseñó la televisión es que la sordidez es el atajo más sencillo para acabar viviendo de la fama que sembraste, e incluso más. Hoy Nuria Bermúdez es una agente FIFA muy respetada que sale con un famoso futbolista español y escribió, en la última Eurocopa, artículos en Marca, el diario de pago más leído de España. La hemeroteca recuerda de Bermúdez un pendoneo clandestino por la noche madrileña hasta que la chica se hizo famosa a lo bestia: echándole seis polvos en una noche al marido de la hija de una famosa folclórica (marido guardia civil, además, condenado por quedarse las pesetas de unas multas). Luego esta chica se paseó con lo más florido del jardín nacional, entre lo que sobresalió un romance muy caliente con Rodríguez Menéndez, prestigiado Valentino, y la reputación ya vino sola.

Sin embargo, en ocasiones la fama concede un respiro y sobresale entre sábanas y condones un ángel. También la televisión se encarga de propagar sus rocambolescos destinos y sus singularez hazañas. Hace muchos años dio cuenta Pérez Reverte de una fanática inglesa defensora de los animales que se acercó a España a tratar de cambiar ella sola el taurino destino de este país, y se volvió a los dos días Inglaterra repatriada en avión sanitario después de una cornada gravísima que casi la saca de en medio por las bravas. Fue una fama fulgurante la de la mujer, y muy ingrata. Mas sobrevivió.

Llevaba varios meses tratando de saber el peculiar destino de Adelir de Carli, quien saltó a la fama con tanto ímpetu que jamás volvió a vérsele el dobladillo de la sotana. El 20 de abril de 2008 este sacerdote se ató a mil globos de fiesta inflados con helio y atado a una silla. Pretendía alcanzar así volando Mato Grosso do Sul, sin ayuda de motor, y llegar a Cascavel o Maringá, ciudades del interior del estado cercanas a la frontera con Paraguay, para dar a conocer una protesta en favor de unos camioneros. Decenas de personas lo despidieron en un descampado de Paraná mientras De Carli se iba un tanto ridículo, subiendo bajo esos globos mientras agitaba la mano. Aquella imagen de él subiendo cielo arriba atado a una silla fue la última que se tuvo de él. El vuelo tenía poesía: un sacerdote cruzando el Reino de los Cielos ("vio a Dios y se quedó con él", decía ayer un usuario consternado en el Youtube). Pero una vez más nada pudo sobreponerse a la terca realidad. Los vientos que soplaban aquel día en la zona lo desviaron de su ruta y lo empujaron mar adentro. El martes se confirmó que unos restos hallados en el mar cerca de Río eran los de él. Semanas antes habían aparecido los globos flotando en medio del océano sin su temerario, sencillo y un poco gilipollas pasajero.

jueves, julio 31

Los pasos del caído

“Cuando murió su hijo, Haro Tecglen llamó a su ex mujer para decirle: “Ya ha sucedido”

Lo advierte Fernando Savater: “En la vida real, los malditos son inaguantables”. En la vida literaria, fascinantes. Así lo ha debido entender J. Benito Fernández (Tomiño, Pontevedra, 1956). En 1998 publicó un libro imprescindible para entender más allá de su obra y de los documentales (El desencanto, Después de tantos años) a Leopoldo María Panero: Los contornos del abismo. Este año, el gallego, periodista de los Servicios Informativos de Televisión Española, ha quedado finalista del Premio Anagrama de Ensayo con su libro Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído, sobre el hijo del recientemente fallecido Haro Tecglen.
Llegó usted a Haro Ibars por inercia.
–Sí. Y hay algo curioso: los fascinados por Lepoldo destestan a Eduardo y viceversa. Lepoldo despreciaba literariamente a Eduardo. Y los seguidores de Eduardo despreciaban a Lepoldo porque decían que era un pesado, un plasta... Incluso Eduardo se niega a abrirle la puerta de su casa a Lepoldo. O bien porque llega borracho o bien porque, efectivamente, es un pesado.
Haro Tecglen no habla en el libro. Se negó siempre, y eso que su figura no queda bien parada.
–El único contacto que tuve con él fue profesional, haciendo un reportaje de Informe Semanal. Yo había querido hacer poco después de morir Haro Ibars un retrato del personaje a través de los padres. Y envié un cuestionario tanto a Eduardo como a Pilar Yvars. Eduardo nunca me contestó. Cuando me lo encontré cara a cara en un teatro con motivo del reportaje de Informe Semanal me presenté y dijo: “Ah, sí, sí, ya sé quién eres”. Me contestó a las preguntas del reportaje y eso fue todo.
Con motivo del libro, trató de hablar con él por todos los medios.
–Empleé todas las argucias. Desde su ex mujer, Pilar Yvars, hasta personas que le contaban que había cosas que no le beneficiaban personalmente, como que usara a su hijo de ‘negro’ en un libro sobre el nazismo (le dio cien mil pesetas). Era importante escuchar su opinión, pero no dio resultado. Lo intenté con su ex mujer, con José Ángel Ezcurra, que era director de Triunfo, con Diego Galán, que es como el hijo que nunca ha podido tener él, con Juan Cueto... Siempre ha contestado que el problema es que él no tenía nada que decir. Le he mandado cartas con preguntas muy puntuales que no tuvieron respuesta. Le he dejado mensajes, le he llamado por teléfono e incluso una vez hablé con su viuda, con Concha Barral, ¡y ella misma se lo transmitía delante del auricular a Eduardo!: “Eduardo, que es Benito Fernández, que quiere hablar contigo”. Y a él se le oía: “¡Pues dile una fecha!, ¡dile una fecha, ya! El lunes, el lunes vente por aquí. Y llama antes”. Y llamaba el lunes y no cogía el teléfono ni dios. Ése es todo mi trato que tuve con Eduardo Haro Tecglen. Incluso ahora me ha dicho gente, morbosamente: “te alegrarás de lo que ha pasado”. Y no, por supuesto. Todo lo contrario. Para mí Eduardo Haro Tecglen es un maestro, y eso lo seguiré diciendo.
¿Qué ha dicho del libro?
–Sánchez Dragó quiso llevarnos a él y a mí a un programa de libros de Telemadrid. Y él dijo que no tenía el libro ni le conocía. Se lo envió la editorial y él dijo que no tenía nada que decir. Por otras personas dijo que era un libro muy trabajado y nada más. Yo digo en el prólogo que quizás calla quien más tiene que callar. Pero tampoco creo que Eduardo salga muy mal parado.
¿Cómo interpreta usted su silencio?
–Él siempre ha dicho que no ha asumido todavía la muerte de sus hijos [Haro Tecglen y Pilar Yvars tuvieron seis hijos, de los que murieron cuatro]. Él dice que es algo muy traumático, pero más traumático será para la madre, que los ha parido. Y Pilar habló delante del magnetófono y la he visto llorar mucho. Fue algo muy doloroso. Para Eduardo sin embargo fue tabú el tema de sus hijos. Y sin embargo en sus columnas reivindicaba a su hijo, y decía que le copiaba.
Hay una frase terrible de Haro Tecglen cuando muere su hijo.
–Define mucho al personaje. Esa frialdad. Tenía contacto con su hijo, y últimamente habían comido juntos Blanca Uría, la última compañera de Eduardo, Haro Tecglen y su mujer. Tenían relación, y Haro Ibars dio al final de sus días unos discursos tremendos sobre la admiración que tenía por su padre. El problema es que a Haro Tecglen le hubiese gustado que su hijo fuese un señor metido en la redacción de Triunfo trabajando sin parar como Diego Galán en vez de dar tumbos por la calle borracho y metido en el ‘caballo’. Y aunque él presume de haber educado a sus hijos en libertad, yo creo que si hace balance debería darse cuenta de que se ha equivocado. Haro Tecglen fue la primera persona a la que llamó Blanca Uría para comunicarle la muerte de su hijo. Y luego Haro Tecglen llama a su ex mujer, la madre del muchacho, y le dice: “Ya ha sucedido”.
Cuenta Umbral al final del libro: “Haro Tecglen está hoy en las columnas haciendo lo que le hubiera gustado que hubiese hecho Haro Ibars. Está siendo su hijo”.
–Sí, exactamente. Y yo tengo la teoría de que a Eduardito le hubiera encantado ser su padre. Le hubiera encantado que le reconocieran como un gran columnista. A Eduardo, sin embargo, se lo lleva por delante el exceso: las drogas, especialmente.
La época.
–No es que influya la época. Él es víctima de la ignorancia que teníamos con las drogas. Hay muchos supervivientes de esa generación. Mariano Antolín Rato era amigo suyo, también era yonqui y ahí sigue trabajando de la literatura. Eduardo fue víctima de la ignorancia. Además, el ‘caballo’ era una droga muy mítica. Todos teníamos a nuestros mitos generacionales: Janis Joplin, Brian Jones o Jimi Hendrix. Yo no di ese paso porque me aterrorizaba sólo pensar en las agujas, pero sí probé el LSD y esas cosas. Eduardo iba de héroe, de valiente por la vida, y se lanzaba.
¿Por qué esa actitud, por qué parar el tráfico con un cencerro y este tipo de cosas?
–Fueron los primeros friquis. La gente antes se te quedaba mirando sólo con sentarse en el bordillo de la acera. Y Eduardo a lo mejor iba por ahí con un cencerro colgado al cuello y con un chaleco de piel de cabra, y la gente se volvía para mirarle. Cuando estuvo el Che Guevara en Madrid, subía por la Gran Vía y la gente se quedaba mirando para un tío barbudo, vestido de verde oliva, y decían: ‘Joé, qué pinta’. Y cuando Eduardo y sus amigos cruzaban la calle les llamaban maricones.
Haro Ibars siempre fue a contracorriente.
–Cuando la gente luchaba contra la dictadura, él ya estaba de vuelta de todo y hablaba de homosexualidad y drogas. Y cuando todos iban de modernos en la ‘movida’, él se hizo trotskista y hablaba de la revolución. Era un provocador. Un niño prodigio con una formación y unas lecturas increíbles. A Paul Bowles le fascinaban sus conocimientos adolescentes. Leía en varios idiomas. ¡Conocía a Djuna Barnes, una autora minoritaria, cuando aún no se había traducido nada de ella en España!
He leído en alguna parte que Haro Ibars era un pijo del malditismo.
–A mí me lo ha dicho algún escritor muy reconocido. Alguno me ha dicho que mientras él curraba y sudaba sin un duro por escribir, éstos eran unos niños bien. Yo no creo que sean pijos, aunque si se entiende por pijo el que no ha dado un palo al agua, pues bueno. Pero yo tengo otra concepción del pijo. Eduardo, Lepoldo y otra gente han sido ovejas negras de familias bien.
3-10-05

martes, julio 29

Que vayan ellos

"Mi madre era la bruja más asquerosa del siglo, pero tenía derecho a serlo: mi padre y yo le hicimos la vida imposible", dice Leopoldo María Panero en Después de tantos años, la segunda parte de El desencanto, película que levantó el acta de defunción del franquismo a través de una de sus más singulares familias. Ricardo Franco la rodó en 1994, dos décadas después de que Chávarri hiciese la suya. Y por fin he podido ver entera la decadente epopeya de los tres hermanos (Juan Luis, Leopoldo y Michi). Allí están de nuevo enfrentados a la cámara y de nuevo huérfanos: en El desencanto, de su padre (el poeta del Régimen); en su secuela, de su madre, la bella y nostálgica Felicidad Blanc. Allí está de nuevo el guapo Michi, ya envejecido, con rasgos dipsómanos, descreído y fugaz, con una cínica lucidez, emprendiendo el camino de vuelta que lo dejó en la muerte en 2004 a los 51 años. Michi, desdibujando la "hipócrita izquierda literaria madrileña", un grupo de "horteras de mierda que no saben escribir un mal poema", y animándolos con una frase que luego fue legendaria a aguantar a Leopoldo María Panero, si tan amigo de él eran: "¿No habíamos quedado en que la familia no existe? Pues que vayan ellos, joder, que vayan ellos". El Michi decadente y casi fantasmal, incapaz de caminar, desmintiendo aquel "éramos tan felices" que cantó en El Desencanto y recordando que "lo peor que se puede ser en esta vida es un coñazo". Michi, en fin, diciendo que "todo el mundo tiene derecho a defenderse de la vida". Y allí está Leopoldo, encerrado en psiquiátricos: “La gente que sufre no tiene porque ser buena. Generalmente es más mala que la quina (...)”. Leopoldo, reclamando de sus hermanos las chocolatinas que le llevaba su madre. Allí Leopoldo, paseándose entre una naturaleza muerta, recitando a Ginsberg: "He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura". Y más allá Juan Luis, abominando de todos: "Me he sentido más hermano de Octavio Paz que de cualquiera de ellos". “Mi madre”, dice Michi en una de las pocas sonrisas que ya le concede la edad, “encontró a Leopoldo sobre una silla, desnudo frente a la ventana, sosteniendo una bacinilla llena de agua y dentro de un círculo de tiza que había dibujado en el suelo. ‘¿Qué haces?’, le preguntó. ‘¿No lo ves? El ridículo”.

viernes, julio 25

Pisando tierra conquistada

Como toda lucha necesita un símbolo, las llamadas madres de la droga se plantaron en los noventa delante de las verjas del Pazo Baión a pegarle seis gritos a sus dueños. Los gallegos, esa raza celebrada hoy por obra y gracia de Santiago Matamoros (cuyos restos aún nos quieren hacer creer que descansan sagrados bajo la Catedral, degollado y con la cabeza entre los brazos), no se distinguen de los demás en ciertas cualidades sintomáticas: hay a quien le gusta esconder el dinero tanto como la cara y hay a quien le pierde el derecho de ostentación, tanto da si se produce sin oficio ni beneficio. A Oubiña como a otros les perdió la impunidad: habían pasado tantos años que creían que aquello era eterno. E hizo de Pazo Baión el ominoso faro de la ignominia que se había ido gestando en los años felices de las planeadoras, los fardos y los muertos. Tiempos de compañeros de pupitre que se iban una noche a una playa de Arousa a ayudar en la descarga y ganarse 60.000 pesetas. Se desfizo el negocio y la maquinaria de la justicia empezó a rolar, como rola a veces el viento: las madres cruzaron el umbral de Pazo Baión, comprado con los picos de sus hijos y las marcas endelebles de sus brazos, muchos hoy apenas húmero, cúbito y radio bajo la tierra que señalaba Eliot: “Aquel cadáver que plantaste en tu jardín el año pasado / ¿ha empezado a retoñar? ¿Florecerá este año?”. La metáfora puede servirse hasta en caliente, e incluso pensarse en las autoridades y las madres tras el portalón esperando la apertura de Harrod´s. Pazo Baión es esclavo ya de un tiempo y en sus pasillos se hizo el recorrido de una época que desmenuzó con saña generaciones a las que habían invitado a una fiesta sin decirles la hora a la que se iban a cerrar las puertas: tuvieron también su responsabilidad, y no fue menor. Como la toma de la Bastilla, la lucha suele cerrarse con el apoderamiento de los símbolos: las madres huérfanas de hijos pisando los viejos dominios del lobo. Veinte años no es nada, pero dan para mucho.

jueves, julio 24

21 curvas

Después de todo la ardiente vida de uno sigue recorriendo las lejanas rampas de Val Louron (Chiapucci e Indurain escribiendo su leyenda en el 91), del Col de Aspin, del Galibier, de la Croix de Ferre, del Hautacam, del Tourmalet, de Luz Ardiden (Lale Cubino en el 88 reventando el Tour con Javier Ares al borde del infarto gritando “Lale, Lale, Lale, Lale”, incapaz ya de decir más en los dos últimos kilómetros que ese “Lale, Lale, Lale, Lale” hasta que Cubino, ilustre de Béjar y rodillas de cristal armado, cruzó glorioso la línea de meta). Después de todo la ardiente vida de uno todavía lleva tatuada aquella portada del Marca (“Extraterrestre” a cinco columnas) cuando Indurain, en la contrarreloj de Luxemburgo, puso al segundo a tres minutos y dobló a seis corredores dejando inaugurado el ciclismo moderno. Después de todo no ha habido aún impacto semejante para un niño que la subida a Luz Ardiden en 1988, cuando Perico Delgado empezó a subir el gigante junto a Gert-Jan Theunisse y Stephen Rooks. Fingió el segoviano una pájara, se dejó caer levemente como quien cede con la mano al peso de una piedra y, cuando los rivales se las prometían felices y gimoteaba el gran Pedro González en TVE (“se queda, Perico no puede, Perico se queda”), arrancó Delgado como el veneno enseñando primero el amarillo y llevándoselo luego por las curvas, él solo, à la recherche du temps perdu. Después de todo la vida de uno y la vida de muchos puede reconocerse en cada una de las 21 curvas de herradura de Alpe d’Huez: allí se cocieron infancias, hubo traiciones e historias de amor, ejercicios de memoria y desmemoria, se hundieron voluntades que parecían inquebrantables, tocaron la gloria los elegidos entre muchedumbres que se volcaban hasta parecer estar abriendo un río humano entre pedaladas exhaustas, subió Van Poppel agarrado al guardabarros de un Peugeot, ganó Echave una etapa antológica, cayeron ciclistas, se bajaron algunos y voló un Pantani enloquecido despedazando a unos y otros hasta coronar el mundo. Después de todo siempre nos quedará Alpe d’Huez y con él lo eterno: las arribadas de un pelotón descompuesto al paso de quien ha estado en el infierno y lo va a contar, el paraje a vista de helicóptero desnudando entre las curvas la fragilidad de las hormigas que suben y bajan montañas en siete horas y las carreteras pintadas con los nombres de Lucho Herrera, Moreno Argentin, Martín Farfan, Marino Lejarreta, Charly Mottet, Laurent Fignon, Fabio Parra, Greg Lemond, Gianni Bugno y Ángel Arroyo. Cézanne pintó cien veces la montaña de Saint-Victorie para hacerla perfecta y cien veces podrá subirse el Alpe d’Huez que nunca habrá una historia igual que otra: ayer en la primera rampa desencandenó un ataque sin cuartel Carlos Sastre. Por cada suicida en Alpe d’Huez, una victoria.

miércoles, julio 23

Encuadre


Una de las más polémicas discusiones sobre verdad y fotografía la protagonizaron hace años el periodista Arcadi Espada y el fotógrafo Javier Bauluz, ganador de un Pulitzer. Con esa foto ganadora de Bauluz (que se reproduce en la columna) se dice que entró un día el profesor Espada a su clase diciendo: "¡Mentira, mentira!". En la playa de Atlanterra el fotógrafo había inmortalizado una imagen que había dado la vuelta al mundo: una pareja de bañistas sentados en su toalla mientras al fondo en la playa descansaba el cadáver de un africano. La indiferencia de Occidente, tituló Bauluz: el drama de la inmigración y sus dolorosas consecuencias. "Mentira", bramó Espada, y ya no sólo porque "esa joven pareja, en fin, tuviera que llevar sobre sus hombros el peso de la indiferencia de Occidente ante el drama de la inmigración africana, y para el resto de sus días", sino también por algo muy sencillo: "A Bauluz le bastó para construirla un encuadre que aislara a las otras figuras presentes en el drama: policías, médicos, leguleyos, personal de asistencia, curiosos, bañistas, y una óptica adecuada que colocara en una falsa cercanía a los bañistas y el cadáver". En el reportaje en el que se incluyó esta fotografía, en La Vanguardia del año 2000, había también otras tomadas en ángulos opuestos, y allí estaba la Guardia Civil y la burocracia habitual de la muerte. Pero Bauluz a esta foto en concreto la llamó La indiferencia de Occidente, y con ella ganó un Pulitzer y maltrató a una pareja que pasaba por allí (los dos con las piernas encogidas, bien es verdad). Ayer en todas las televisiones y en todos los digitales se reproducía la imagen de dos niñas gitanas muertas en una playa napolitana con unos bañistas al fondo. Levantó la voz el arzobispo echando mano de lo ya tan traído: la indiferencia no es para humanos, porque ya saben lo del tipo que se hace el muerto (o se muere, directamente) en la calle sin que nadie gire la cabeza. Regresé al blog de Espada (que ya había escrito de mañana) a ver qué se contaba: "La foto de las niñas gitanas", escribía, "no habría existido sin la de Javier Bauluz en la playa de Atlanterra. Es lo que tienen las mentiras, que fundan territorios". Un comentarista suyo fue más espléndido: "Una vez le pregunté a Bauluz qué pensaría de una foto idéntica, pero con un encuadre mayor. Una foto donde también saliera el fotógrafo, profesional e impasible, tirando fotos a los cadáveres. Que opinaría él si el pie de foto fuera, por ejemplo: ‘La indiferencia de la prensa gráfica occidental ante la muerte".

lunes, julio 21

Polvo

Los salmones de los diarios nacionales se lanzaron el domingo a por Fernando Martín, que fue cazado por El País saliendo de sus oficinas en pose crepuscular tras habérsele desprendido de los dedos la última ceniza de la gloria. Es curioso como en ese patetismo que tiene a veces la estética de la derrota alcanza el hombre una cierta y muy respetable dignidad. No morirá pobre Martín: lo bueno que tiene la riqueza es que pocas veces se esfuma por completo. Por más golpes que le dé la vida, un viejo tiburón jamás pedirá el menú del día. Pero más allá del dinero están los demás: lo que Sartre llamó el infierno. Martín fue un tipo que llegó rápido a la fama por una vía excesivamente corta: hay pocos ministros que sean tan conocidos como el presidente del Madrid, y gestionar el club es una minucia comparado con gestionar el palco. Dicen los salmones que gusta de presumir de aquello que no tiene: ni yate ni avión privado, e incluso el que le vino de Jove con la compra de Fadesa se lo dejó al coruñés (junto a dos coches Mercedes y un Bentley valorados en 240.000 euros). Más atención llama la voracidad con la que el periodismo resuelve su origen en Trigueros del Valle, un pueblo de Valladolid al que sólo volvió untado en oro como rey de la Casa Blanca para dar un pregón: sus compañeros del ladrillo le llamaban sin cariño El Chato, que era como se le conocía en la aldea, y a uno le contaron que en otros círculos se dirigían a él como un Evo Morales vestido de Dior. Lo que se le viene ahora encima a Fernando Martín, en esta su gloriosa caída imperial, es el vacío casi institucional que sucede a la derrota: el morbo de los periodistas, el desdén de los antiguos compañeros, la rebeldía de los otrora súbditos, el grosero silencio del móvil, la sospecha del mundo del dinero y la atronadora bronca de la peluquería, harta de ese poblado flequillo mesetario en los tiempos de David Beckham. De los acercamientos más o menos benignos que se han hecho en torno a su fugaz figura ciclópea destaca su mujer, de la que aún dicen por ella arrebatado y por la que fue empujado a la ambición de tener la primera inmobiliaria europea. Si algún poder tiene el amor es el de la redención, y en la caída todo polvo polvo será, mas polvo enamorado.

domingo, julio 20

Por la sangre de Abdón

Pocas vidas ha habido en el fútbol tan trágicas como la de Abdón Porte, un sensacional medio centro del Nacional de Montevideo de principios de siglo. Porte era el ídolo absoluto de la afición, pero a los 27 años sintió que el mejor fútbol había salido ya de sus botas y que su imponente presencia en el centro del campo mermaba. También el club había detectado una ligera decadencia en Abdón Porte y contrató a un jugador que presumiblemente ocuparía su puesto en el once la siguiente temporada. Un día de marzo de 1918 Nacional ganó 3-1 al Charley. Todo el equipo fue a celebrar la victoria hasta que a la una de la madrugada Abdón Porte se despidió diciendo que tenía que coger un tren: lo que hizo fue regresar en la noche al inmenso estadio vacío, caminar hasta el centro del campo y allí, en el punto central, sacar una pistola y dispararse al corazón. Antes del declive y el adiós, la eternidad. Junto al cadáver había unos versos escritos a mano: “Nacional aunque en polvo convertido / y en polvo siempre amante / no olvidaré un instante / lo mucho que he querido / Adiós para siempre”. Escritores como Horacio Quiroga y Eduardo Galeano han recreado en la literatura su historia, y hace unos meses la recogía Enrique Vila-Matas. En los partidos que Nacional de Montevideo juega en su estadio, Parque Central, cuelga de la tribuna una inmensa leyenda: “Por la sangre de Abdón”.

lunes, julio 14

Zelig

Fitzgerald siguió bebiendo después de conocer a Hemingway en un bar de París hasta que se transmutó en un ser acartonado y pálido incapaz de gesticular, y se desplomó en el suelo como una estatua de cera:se había mimetizado con aquella sordidez a la que se entregaba el alcohólico exilio americano. Ya había creado Fitzgerald el personaje del camaleón humano, aquel que cambiaba de forma de ser en función de la gente que le rodeaba, y muchos años después Woody Allen se valió de él para hacer una película irrepetible de la que se cumplen hoy 25 años. En formato de documental rodado cuarenta años después de su auge, Allen rueda la historia de un tipo fantástico cuya gloria llega al final de la era del jazz y las flappers (el tiempo de los ricos despreocupados que el propio Fitzgerald, a través de sus cuentos, había creado y estirado hasta que el polvo del derrumbe del 29 lo ensució todo). Zelig se mimetiza con aquel que se le acerca y desarrolla una apariencia extremadamente similar, provocando situaciones surrealistas y conmovedoras, empapándolo en súbita paradoja de una verdad casi inmutable. Pío XII, Hitler y Josephine Baker son algunos de los extras que conoce Zelig en su enloquecida búsqueda de ser aceptado en cualquier medio. Que curiosamente sea ese camaleónico esfuerzo lo que haga de él una celebridad es sólo un guiño de Allen a la fama y sus tiernos senderos: su delirante y genial apostasía.

sábado, julio 12

Sado

La vida privada de Max Mosley fue grabada por una de las cinco prostitutas a las que encargó una orgia sadomasoquista en un local acondicionado (45.000 euros) para la pitanza sexual. Mosley, jefazo de la F-1, denunció al diario que sobornó a la chica para sacarle las tripas al asunto y hablar ante el juez y el destino: lleva 45 años practicando sado a espaldas de su familia, encuentra más placer en el dolor que tirándose al agua fría y cada dos semanas quedaba con putas para escenificar situaciones como esas cárceles de rígidas guardianas que le hablan en alemán, un idioma severo y sin pliegues. El placer sexual nunca obedeció a fronteras y todo lo que pase tras la puerta entre personas mayores que entran por voluntad propia allí debe quedarse, siempre que el periodismo no entienda lo contrario. Como Mosley es hijo de un filonazi, el diario sugirió que se recreaba en la orgía un campo de concentración. El amarillismo de la información llega tan lejos como esto: el culo de Mosley acabó sangrando. La Justicia también corre: hay delito en las prácticas que atenten contra la propia integridad física y los orgasmos de Mosley acarrean penas de cárcel: una ironía teniendo en cuenta el dinero que le costó recrear una. La mayoría exige que dimita, pero con él no puede el oprobio: demasiado viejo y demasiado rico, no le va a enseñar a follar nadie a estas alturas. "El sexo sólo es sucio", dijo hace años Woody Allen, "si se hace bien".

martes, julio 8

¡Vamos, Rafa!


Ya fue popularizado el ‘vamos’ por Arancha en aquellos mediodías de la infancia en los que la heroína peleona birlaba Roland Garros a Steffi Graf. Siempre fue algo muy tenístico, que sólo necesitaba de alguien que lo llevase a la televisión. Desconoce uno si también era el grito de guerra de Santana, Orantes y Gimeno, pero bien cierto que no sólo es español: a Mirka Vavrinek, la desesperada novia de Federer, se le escapaba sus 'come on' en el palco. Decidido a romper la Historia, también Nadal arrasa la simbología: se extiende como el aceite el 'vamos Rafa', convertido en unánime grito de guerra que recorre el mundo desde Shangai hasta Nueva York, desde Londres hasta Melbourne. Banesto olió el negocio y le puso un anuncio con un tipo cargado de palomitas que le sigue allá donde va, hay web y los aficionados la han hecho suya. Lo contó hace dos años Manel Serras en El País: el niño Nadal creció en un mundo de magia bajo la protección de su tío Toni, que le hizo creer que ganó cinco Tours, que tenía poderes y que había sido una estrella del calcio llamado Nadali ("Hombre, Nadali, ¿sigues jugando?", le saludó un día Txiki Begiristain delante del crío). Un día nublado jugó a los siete años un partido contra un chaval mayor y le dijo su tío: "Si te va mal no te preocupes, que haré llover". Con 3-2 perdiendo empezó a llover, y en el vestuario Rafa se acercó a su tío y le dijo: "‘Para ya la lluvia porque creo que le puedo ganar". El Nadal de los primeros Garros era un Arancho peleón y pesado que prometía más que lo que daba. Hubo cambios incluso de empuñadura aprovechando el estirón de la naturaleza y la explosión de su demoledora genética: sigue teniendo la misma mente de acero pero ahora ataca con la potencia de un jaguar, martilleando hasta la extenuación el talón de Aquiles de su rival. Despliega un tenis hostil, violento y racial: un estallido espectacular de golpes que nada que ver tiene con la seda de Federer, ese Zidane ‘basileo’ que ha elevado el tenis a la categoría de las bellas artes. En Wimbledon regalaron los dos un partido eterno. Inútil el esfuerzo del juez de silla en prohibir los flashes: hubo un momento del partido, allá por el tie break del cuarto set, en el que el público entendió estar frente a frente con la Historia. Como si no hubiesen pasado los años, allí estaban el niño, el tío y la lluvia en la central de Wimbledon derrocando al último dios. Pura magia.

lunes, julio 7

Betancourt

Coincidieron el miércoles dos testimonios del horror: la televisión recreaba las últimas horas de Miguel Ángel Blanco (las que España conoció, al fin y al cabo) y la realidad devolvía a la vida a Ingrid Betancourt seis años después. Los dos fueron secuestrados por causas políticas, con un respaldo social (por leve que fuera el primero) detrás, y un discurso artillado sexualmente con la voluntad de acercar al gran público las bondades de la socialización del sufrimiento. Como se preveía, la ficción de Miguel Ángel Blanco fue un cambalache con dos prístinas intenciones: ganar dinero y revolverle el corazón a la audiencia de los mediodías. Estuvo allí luego su hermana evocando el pasado: es tal la fuerza del mito que le llamaba Miguel Ángel Blanco. Betancourt aguantó más el tipo que Antena 3: no apareció el cadáver comido por las moscas que se esperaba y sí una mujer firme entregada a Dios, si la firmeza es compatible con la fe. El secuestro de Betancourt y sus anteriores ‘betancures’ siempre fue visto como una carnaza fresquísima, a pesar de la temperatura y las enfermedades. Lo era para Sarkozy, que prometió ir él mismo a buscarla (de liana en liana, con la Bruni al hombro). Lo era para Chávez, principal proveedor de las FARC, que quería intercambiarla por petróleo, inmunidad y frutos secos. A Blanco sus 48 horas le privaron hasta del vedettismo, hasta de ser esperanza de nadie: en el País Vasco no hay bosques tan grandes.

martes, julio 1

Al levantarse Samsa de la cama

Comparto con Kafka el insomnio y un muy apurado sentido crítico de la burocracia y sus ‘vuelva usted mañana’; nos separa el talento y la tuberculosis. También escribí cartas durante un tiempo, y hoy ya corto y pego aquello leído para enviarlo bajo la asepsia de un correo electrónico ("una lágrima", dijo hace años Saramago en un arranque más propio de Boris Izaguirre, "jamás emborronará un email"). Como Samsa, espero un día amanecer de cucaracha y despertar, luego de un sueño fértil, acompañado de un dinosaurio. Praga es una ciudad de ángeles un día plagada de demonios, y antes del castigo halló Kafka, para su pasmo, la penitencia. Allí está glosado en cada esquina, y se celebran sus cafés, sus agostados rincones, la huella revuelta y ya enferma de sus días. Murió a los 41 años, que es la edad ideal de un hombre: antes, el incierto ascenso; después, una antigua decadencia. Dijo Fitzgerald, ahogado por el éxito a los 25, que nadie debería vivir más allá de los 30 años: lo respaldé tanto como pude, pero faltan tres semanas para mi cumpleaños o mi defunción. Serge Gainsbourg se pasea por Venecia con la juvenil Birkin cantando Je t´aime, y en esos 41 años reconozco una rara naturaleza de fuego nada insípido: al llegar buscaré nuevos destinos. A esa edad se llevaron el cuerpo de Kafka de Viena a Praga, y un junio lo enterraron en el camposanto judío donde pudieron reverenciarlo los nazis veinte años después. Publicó poco y poca idea tuvo nadie de él. También Pessoa arrastraba la miseria de su cuerpo enfermo de absenta escribiendo en cuartas que metía en un baúl, abierto años después de su muerte para hallar allí a uno de los poetas mayores de la historia. La Lisboa de Pessoa, la Praga de Kafka, el Dublín de Joyce. "Hoy los alemanes han invadido Polonia; por la tarde he ido a la piscina", dicen que escribió allá por 1914. De negro, como Neruda, y genio de la literatura universal: severamente joven, trágicamente oscuro. A Kafka le debemos lo kafkiano y a la vida, lo vivido.