Miren: yo nunca he sido un gran entusiasta de Raúl. Me pareció en su momento el jugador más determinante del mundo: un tipo que en nada destacaba pero que cambiaba el rumbo de los partidos con una facilidad exagerada. No era el mejor en nada pero era determinante en todo: un jugador imprescindible, a la altura de sus propios números, con unas cualidades invisibles que inclinaban la balanza siempre de su lado. Ha sido un jugador que ha estado rayando diez años la perfección absoluta, sin ningún bache, sin ningún reproche: un caso insólito y excepcional que lo pone a la altura de cualquier leyenda, y que injustamente Europa nunca ha reconocido del todo. Soy, además, de los que cree que un deportista de élite tiene como máximo una década de esplendor. Evidentemente, Raúl enfila el ocaso. Otro en su lugar bajaría los brazos y se quedaría colgado de una rama en el área, como Butragueño, que a los 29 años era ya una rara sombra deambulando por el campo sin más interés que ver si le salía otra vez el pito a pasear por el césped. Sin embargo, el capitán del Real Madrid luce furia, continúa desmarcándose, baja a por el balón y no ceja en un empeño imposible: ganarle la partida a la propia naturaleza. Mi idea del fútbol es otra muy distinta a la del público de Chamartín: si quiero ver carreras a ninguna parte, sacrificio, sudores y entrega física me pongo en la primera fila de la San Silvestre. Soy de los que valoran más el balón que la carrera. Y últimamente Raúl pone encima del campo, a modo de tarjeta de presentación, grandes carreras y, también, fugaces retazos de la determinación que un día tuvo, como el regate al portero del Dínamo (secuela de la célebre ‘sentada’ a Cañizares en la final de una Copa de Europa) o el desmarque antológico en el derbi madrileño. Ojalá se equivoque uno y resulte que el canto del cisne de Raúl no sea más que la prolongación estelar de una carrera tan ejemplar como su comportamiento. Nos volvería a callar, como ya calló al Nou Camp en una imagen que dio la vuelta al mundo. Pero hay doce años en la cima sobre sus piernas zambas: es probable que no se produzca el milagro. Por si acaso, Luis Aragonés ya se ha apresurado a dejarlo fuera de la convocatoria y a ofrecer su cabeza a no se sabe quién como responsable de las últimas debacles nacionales. De Aragonés, de su educación, sus supersticiones, su memez y la barriobajera imagen que va dejando de España por donde quiera que va, hablaremos largo y mal la próxima semana.
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1 comentario:
Ahí me has tocado mi debilidad...desde que con 17 años debutara en La Rosaleda... Yo sí soy entusiasta de Raúl. :)
Que sepa, señorito Jabois, que visito su blog regular y clandestinamente y que me gusta mucho!!
Esperaré ansiosa esa critica a Aragonés xD
Un saludiñooo
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