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miércoles, octubre 11

Yo voy con Vargas Llosa

Camilo José Cela lo ganó por insistencia y porque creía en él desde que tenía veinte años y no paraba de anunciarlo: fue la noticia más previsible del siglo XX. Es la española una especie muy testaruda, y Cela era muy español y además escribía muy bien. Ahora le leo a veces San Camilo 1936, que lo regaló el ABC hace unos domingos, y lo que en tiempos pudo ser un fresco de aquella España es hoy, cansado y perezoso, un rosario de comas muy bien puestas. Con tres o cuatro obras a la altura de sí mismo, y muchas otras haciendo las veces de vedette de su bibliografía, Cela ganó el Nobel y con Cela también lo ganó Galicia: no escribía en gallego pero a su manera también dibujaba él “a paisaxe da alma”, que dijo Rivas. Ahora que lo zarandean en alguna prensa los atentos guardianes de la ortodoxia antifranquista, fue una pena que no lo ganase Torrente Ballester: dirán que no sería un Nobel gallego, sino californiano, y sería en todo caso un buen estímulo para su retranca. A Aleixandre le pusieron un Nobel en el 77, un año antes de que naciésemos todos, y a Juan Ramón antes, en 1956. Dos días después murió su mujer y dos años más tarde él, de pena: mejor hubiera sido que le diesen el Ciudad de Torrevieja. Además de ellos, se llevaron el Nobel José Echegaray, con el siglo en pañales, y Jacinto Benavente, envidia de la época. Para hoy, además de lluvias, se espera la llegada del Nobel de Literatura: el más querido por la prensa. Suena un periodista excepcional: Kapuscinksi. Ya se dice en muchos sitios que una de las grandes literaturas se está escribiendo en los periódicos, y ya vino a Vilanova de Arousa Arcadi Espada a decir que el mejor escritor que había dado el pueblo, patria de Valle-Inclán, era Julio Camba. Hay alternativas más esotéricas, como Bob Dylan, pero ése es un latiguillo que suena todos los años, como Leonard Cohen. No duda uno de ellos, pero a la gente del oficio no le termina de parecer serio, y se ampara en la posibilidad de que por esa puerta abierta se cuelen otros vientos (qué se yo...: Malú). En la nómina de favoritos resuena un tambor eterno: Mario Vargas Llosa. Además de novelista es Vargas Llosa escritor en prensa, por lo que la familiaridad con el lector no es extraña. Es, al escribir en domingo, una familiaridad balsámica, de gente bien escrita y mejor leída. Vargas Llosa le cae a uno simpático porque es uno de esos liberales que le rompen las pelotas a los que, como uno, creen que en el fango del liberalismo se halla, subterráneo, cierto totalitarismo ideológico retratado en luminosas actitudes morales, como las que aquejan al sector ultra del PP y sus corifeos, que repite Javier Pradera, mediáticos. Pero no es éste el caso, porque Vargas Llosa es un señor atractivo (¡el primer liberal atractivo!) que defiende sus posiciones con una argumentación elegante y que además no practica el fariseísmo, un vicio muy extendido entre los de su prole. Si a eso le unimos la monumentalidad de sus obras literarias, su biografía apasionada, su legendario desencuentro con García Márquez, una equidistancia en Oriente Próximo que no le impide denunciar el violento sufrimiento palestino y, claro, su estruendosa ruptura con el castrismo, nos queda la figura fascinante de un escritor sereno y claro que da un buen perfil Nobel. Suena también Carlos Fuentes, al que entrevisté un día y me dijo que las ideas le venían cuando se afeitaba. No especificó lo qué, así que por las moscas yo hoy voy, a muerte, con Mario Vargas Llosa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues yo hoy, como siempre, voy a muerte con usted