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viernes, noviembre 30

El quinto Beatle


La foto de David Freire parece hecha en estado de gracia: contiene los elementos más representativos de la Pontevedra actual: una grúa, una caravana de coches y (¡siempre en el medio!) el príncipe de los gitanos, Sinaí Giménez, cruzando Abbey Road sin desabrocharse uno solo de los botones de la chaqueta. Así sería hoy el escudo de la ciudad: no me digan. Ni siquiera el Lérez resiste la comparación con la tierna simbología que presenta la imagen. Siempre supe que detrás de Sinaí y su obsesiva presencia en los periódicos había algo que iba más allá de la mera reivindicación de la raza. Era la convicción de star system en una sociedad de provincias que encasilla pronto a sus héroes. Teníamos de todo en el mercado, pero faltaba la minoría romaní, que explotó con aquello de los puestos de las camisetas y las zapatillas, y ahí aprovechó la cobertura Sinaí para montar un buen pollo y hacerse famoso. Uno tiene que estar cuando se le exige y dar la talla, aunque sea mal: Sinaí la dio, incluso demasiado, y desde entonces no hay forma de sacarlo de en medio. ¿Cuál es la intrahistoria de esta legendaria portada? Bastante más interesante que la de los Beatles, que salieron un poco a hacer el mono. Sinaí llegó al Concello con prisas y dejó su Audi mal aparcado: la policía se lo hizo ver y corrió el príncipe a moverlo para el párquin de Las Palmeras, que tampoco es cosa de andar tirando los duros. Volvió agitando un folio mientras despachaba el paso de cebra, y se metió tanto en el papel que hasta se hace raro ver la portada de Abbey Road y no imaginarlo entre Lennon y Ringo. Crucen los dedos para que un día de buen humor no se atreva con Sgt Peppers.

jueves, noviembre 29

O pesimismo histórico (versión Licor Café)

De Pere Navarro sempre lembro que el non conduce: para que, se é director xeral de Tráfico. O seu goberno das estradas tradúcese no carné por puntos e unha sensibilidade moi atenta na publicidade. A Navarro puxéronlle hai meses un micrófono diante, e o seu estupor debeu de ser o mesmo que se lle puxeran un volante. Pero xa postos, arremangouse e achegouse ao touro con destreza palpando a cegas unha fibra sensible. O carácter do galego: teoría e praxe. Descoñeciamos a formación psicolóxica de Navarro e as súas veleidades antropolóxicas, aínda que si o seu gusto polos charcos, así que non sorprendeu que dixese que os galegos están instalados no “pesimismo histórico” para xustificar os accidentes. O carácter do galego é un dos asuntos máis aburridos aos que nos enfrentamos nas sobremesas. O elegante agora é evitalo e falar de sexo, preferiblemente duro. Pero como ás veces na mesa aparece algún turista, ou algún retornado, sae aquilo de “es que los gallegos”. Onte Bartolomé Vargas, que é fiscal coordinador da Seguridade Vial en Pesimislandia, desautorizou a Navarro: o noso carácter non ten a culpa de nada e tampouco somos kamikazes, aínda que recoñece que en cada comunidade hai peculiaridades. No caso de Galicia, comentou, “hai unha problemática singular que nada ten que ver con ese carácter tan grato dos galegos”. Cousiñas, xa se sabe: conducir mamado conduce todo Deus, pero mamado de licor café xa é algo máis noso. ¡Amigo!

miércoles, noviembre 28

Caballo

Hace dos años, durante la Feira Franca, un caballo se presentó en un local de copas de Pontevedra. Una chica ligera de cascos (aprecien la mordacidad) se acercó a invitarle a una copa, pero no debía de ser de su gusto: el caballo relinchó, nervioso, y se cagó en una esquina antes de que su dueño se lo llevase de las orejas (largas, estiradas: el mozo de puntillas) a la cuadra. Tras ganar la Liga, hace ahora cinco siglos, el Atlético de Madrid festejó de paso la Copa del Rey: fruto de tan acumulado éxtasis, cientos de miles de seguidores (ríos de millones, en cálculos estimados por Telemadrid) tomaron las calles de la capital. En rimbombante procesión se presentó un caballo blanco llamado Imperioso, sucesor de aquel Incitato al que el salvaje Calígula quiso hacer senador y con el que compartía las orgías de sexo, obligando a las mozas romanas a limpiarle su bravo sable. Murió el dueño de Imperioso, y el mismo camino siguió el caballo años después: no se sabe si, como Bucéfalo con Alejandro Magno, duermen sus huesos junto a los de su patrón. Al caballo de aquel magnate del cine que le negó a Don Corleone un papel para su ahijado le esperaba un truculento destino: su cabeza apareció envuelta en sangre entre las carísimas sábanas de seda del multimillonario, en una de los amaneceres más memorables del cine. Pero de entre todos, prefiere uno a Pegaso, que nació como nacen los dioses: del chorro de sangre derramada por Medusa cuando Perseo, dice la leyenda, le cortó la cabeza. Y lo que yo ya no sabía era que en el año 1920 en una esquina de Wall Street, profetizando los tiempos del terror moderno, un anarquista de origen italiano estrelló frente al edificio de J. P. Morgan un carro cargado de dinamita y metralla. De aquel atentado quedan unos números nada despreciables: 40 muertos y 200 heridos. La edición española de Foreign Policy recoge el dulce detalle, incluido en una reseña del libro Buda´s Wagon, de Mike Davis. Del carro, por cierto, tiraba un caballo, que saltó por los aires hecho pedazos: fue motor y víctima del primer coche bomba de la historia.

martes, noviembre 27

La buena educación

Pontevedra acaba de estrenar un proporcionado Central Park entre Vialia y Campolongo. Es un paseo verde bien armado desde el que se pueden admirar tres o cuatro patos que van de un lado a otro del río Gafos, históricamente una fuente de peste y ratas. El paseo se inauguró no hace mucho, y una mañana de domingo nos acercamos allí a pasear entre corredores y parejas de adolescentes enamorados que cuarteaban la madera de los bancos para perpetuar sus iniciales, en ese incómodo ejercicio del amor. Me complací (¡cómo no hacerlo!) cuando descubrimos por fin la morada de un vagabundo: cartones, plásticos y un cuerpo rígido debajo de numerosas mantas junto a envases vacíos. Al parecer, también han colocado hace poco una enorme verja porque se saqueaba allí el bambú de una propiedad privada. Y más allá se adivinaba otra extraña escombrera de suciedades: aquello entre árboles y un río sin guijarros, o a mí no me pareció verlos, y esos bancos dispuestos aquí y allá para el descanso de tan largo y extraño viaje. Todas las mañanas de los domingos se parecen, pero tolstoianamente: cada una a su manera. Nuestro pequeño Central Park empieza a resentirse, y no han pasado muchas semanas. Le recordé a E. aquella obscena limpieza de los lugares públicos de Boston, Nueva York y Washington, y me sugirió lo que ya entonces: no es la policía, sino la propia civilización, dispuesta a afear la conducta de alguien a quien se le ocurra dejar caer el cigarro apagado en un caminito estrecho directo al Strawberry Fields. En los verdes céspedes (azules lagos bajo la blanca nieve) que hay en el inmenso National Mall de Washington hay un sencillo cartel que prohíbe pisarlos aún atajando en ocasiones medio kilómetro: y lo más sorprendente es que nadie lo hace y todo el mundo camina por dónde exactamente hay que caminar (y si hubiese huellas allí marcadas, uno a uno pondríamos los pies encima con exactitud, y las tallas distintas se apartarían con aplicada discreción). Que en las calles de Boston se sienta uno hostigado si tira un chicle a la acera o toque aquello que no debe tocar es un avance poderoso que aquí, una ciudad en la que suele aparecer la estatua de Valle-Inclán rota o el violín de Quiroga doblado, no estamos aún preparados para tolerar. En Estados Unidos, un país tan deslumbrantemente contradictorio, hay una sociedad que ejerce su poder en absoluta mayoría y con una contundencia represiva que no necesita actuar: está ahí, vigilante, y a la hora de salir a la calle y pensar en caminar a dos patas o a cuatro, todo el mundo asume que lo segundo lo llenará de vergüenza porque habrá alguien que no dudará en señalarlo con el dedo.

lunes, noviembre 26

Vida y metáforas

Dunha longa, intensa correspondencia non persoal, mais si literaria:

"Non hai nada peor que unha tía vida a menos (gorda, vella, cuarentona…) cun tatoo de xuventude nun lugar erótico, ou que o foi. E como se levase un cartón de viño atado ás costas".

"Encanta-me as mulleres, e morro por elas, mais sinto un respeito, como ante Deus, ante eses homes que dan un paso ao frente pra comer unha polla. Eu dei-no. Por iso non teño complexos e presta-me rir, daquel que fun, cando o miro noutro".

"Só cago o que me é familiar, o que me é estraño mo quedo un tempo para ver de que vai"

"E acheguei-me a ela mais non lle dixen, como tampouco non lle dixo Jose a María, mália que debeu, e debín:
-Non imos ter sexo nena, mais pola nosa culpa vai nacer un deus. E, abofé, que ha morrer outro".

"E os paxaros pensaban que voaban… era o mundo que caía!"

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Leída en El País, hace ya más de una semana, y en vista de que Arcadi Espada parece haberla dejado pasar y porque la elección del candidato de IU a la Presidencia del Gobierno no hace mucho ruido por polémica que sea, he aquí la metáfora más demoledora que sobre la izquierda se ha hecho en España: "Ambos candidatos se han comprometido a acatar el resultado. Y eso que la desconfianza ha sido total hasta el último minuto: las sacas con los votos han estado guardadas en una caja fuerte de un despacho de la sede de IU. Una candidatura tenía la llave de la caja fuerte, y la otra candidatura, la del despacho. Así, ninguna podía por sí misma hacerse con las sacas y alterar la votación".

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sábado, noviembre 24

El viaje a ninguna parte

En la muerte de Fernando Fernán-Gómez (Fernando Fernán-Fer decía yo de pequeño: sepan disculparme) ha habido una fenomenal catarata de adjetivos en los periódicos y en las televisiones. Nada nuevo: cada cinco meses suele morirse el más grande (quizás con la diferencia de que éste, probablemente, sí lo fuera). El diario Público dedicó su portada precisamente a todo eso que inspiraba Fernán-Gómez, incluso un tierno “pelirrojo” que casi me hace llorar. Sin embargo, ninguno de los periódicos nacionales ha sido capaz de detectar la más genial de las virtudes del gran cómico. Ha sido el diario Gara el que ha publicado la exclusiva: en tiempos de tantos patriotas y abanderados, Fernando Fernán-Gómez no vivía en ninguna parte: cumplió entera la profecía de una de sus mejores películas. Nació en Lima “accidentalmente” y “fue inscrito en el consulado de Buenos Aires, durante una gira que su madre, la actriz Carola Fernández Gómez, realizó por Latinoamérica” (¡desde dónde, desde dónde!: huuuuy, al palo) pero no era de ningún país ni vivía en ninguna ciudad. Resulta imposible que en el elocuente obituario del periódico, donde se informa puntillosamente de su vida (mujeres e hijos incluidos) se pase por alto algo como el país en el que vivió y trabajó durante más de ochenta años el finado. Pero nada se cita, aunque hay por donde tirar: fue miembro de la RAE, se nos dice, y la noticia se fecha en un misterioso lugar llamado Madrid. Ocurrió así, y así hay que contarlo. Delante de Fernán-Gómez se encuentra uno un “veterano”, “maestro de escena”, “indómito” o “reputado cineasta” en diferentes tramos del texto. ¿Dónde vivió Fernán-Gómez? ¿Dónde rodó sus películas? ¿Dónde obtuvo sus grandes reconocimientos? ¿Dónde murió, dónde fue largamente llorado y dónde está ya enterrado? En nuestros jóvenes y nobles corazones vascos.

viernes, noviembre 23

Televisión


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Triunfou en Youtube un vídeo de Diario de Patricia (retirado hai dous días por Antena 3) no que se presenta a todo o mundo borracho: as imaxes e as voces son reais, pero as últimas están distorsionadas. O curioso é que nada renxía alí: parecía o ton axeitado da tertulia. Fixo moita graza o asunto ata que hai uns días un dos participantes do programa lle cortou o pescozo á súa ex noiva. O rapaz pedira á cadea que levara a rapaza invitada porque quería pedirlle perdón. Foi algo máis: el cravou os xeonllos no plató e pediulle, de paso, matrimonio. Unha decisión un tanto arriscada: xa non era a súa noiva. Pero a humillación durou bastantes segundos. Un tipo tirado no chan diante da rapaza á que ama na televisión é algo que non gusta ver a ninguén. A pobre non sabía onde meterse. Non atopou nin forza para mover un pouco a perna e apartar o que tiña diante. Disque aí se decidiu o seu destino. Non creo. Se dixera que si quizais gañase só un pouco máis de tempo. O amor do home caera xa no inferno das baixas paixóns: posesión, celos e morte. De alguén que monta algo así na televisión xa non hai que esperar nada bo. A pena foi a de Diario de Patricia: que pase algo así é unha desgraza terrible, pero a historia era deles. Tiñan o principio. Merecían a exclusiva do final.

jueves, noviembre 22

Un lugar incómodo

El pasado domingo Suso de Toro se presentó con un artículo en El País sobre la tragedia del Prestige. Había por allí un alto contenido dramático, fruto de los tiempos por los que pasa un escritor sobre el que está abierta la veda. Pero uno nunca puede bajar la guardia ante la poesía: en el texto hay que prestar una singular atención a esa libreta impregnada de chapapote sobre la que se fue cimentando la heroica literatura que exigió el Prestige. "Me juré que iba a contar aquello y un juramento tiene sus formas así que mojé la pasta del cuaderno en el chapapote", dice el autor ya sin aliento. Algo después añade que nunca "escribí tan bien", lo que me llevó a recordar a esa pareja de voluntarios que se enamoró en las playas gallegas y que hace poco dieron un hijo. A ver si cinco años después, pensé desolado, fue a merecer la pena el Prestige.

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Hace sólo una semana Suso de Toro fue entrevistado en el mismo diario a propósito de su libro Madera de Zapatero, que ha supuesto un duro desafío para su ojo crítico e independiente. Las disecciones entomológicas del libro en internet se han sucedido desde el primer día, y hasta en el propio periódico en el que colabora el autor gallego no han tenido mucha paciencia con él. Ya Suso de Toro avisó antes que nadie: el libro es una alfombra roja que él extiende sobre el presidente. Ayer mismo en un foro con internatutas se le instó a decir (¡por favor, por favor!) algún "defectillo" de Zapatero: "Sus defectos más que por defecto son por exceso. Tiene grandes virtudes: un carácter fuerte, es decidido, arrojado, confiado en sí mismo y sus defectos pueden ser el exceso de esas virtudes". El titular de aquella entrevista, por lo tanto, es antológico: "Sempre me sitúo nun lugar no que son incómodo para o poder".

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A Suso de Toro no se le puede negar cierto sentido del espectáculo.

miércoles, noviembre 21

De golpe

Lo primero que le dio Howard Hawks a Lauren Bacall fue un consejo inolvidable: “Lo único que tienes que aprender aquí es a no actuar”. Después, avanzado el rodaje, Bacall aprendió algo por sí misma: “Bajaba la cabeza para que los ojos se abrieran más”. Era Tener y no tener (“le aposté a Hemingway que podría hacer una gran película de su peor libro”, dijo Hawks), y una niña judía de 19 años rodaba al lado de Humprey Bogart (“me llamaba a las tres de la madrugada y me decía: nena, te espero en tal esquina de tal calle, y yo me ponía los pantalones encima del camisón para salir corriendo: ¿no es excitante? Entonces, mi madre salía de la cama y me decía eso de: pero ¿dónde te crees tú que vas con ese hombre que tiene 25 años más que tú?”). Aquella espiga de pómulos imposibles rodó en Tener y no tener una de las escenas más memorables de su carrera. Como tenía 19 años, y no sabía actuar, la hizo con una pureza indescriptible. Un Bogart duro y descreído está sentado en una habitación mientras ella camina como una gacela acercándose a la puerta, mirándole desde el sótano de sus largas piernas: “No tienes que representar ningún papel conmigo, Steve. No tienes que decir nada ni hacer nada. Sólo silbar. ¿Sabes silbar, verdad? Juntas los labios y soplas”. La Bacall vive (uno no termina de acostumbrarse) y volvió hace dos años con sus memorias: Por mí misma y un par de cosas más. Allí desgrana los pálidos recuerdos del viejo Hollywood: el de Katherine Hepburn, Spencer Tracy, James Cagney o escritores como Faulkner o el propio Hemingway. Entonces concedió una entrevista maravillosa a Elvira Lindo tan sólo empañada por el infantilismo mitómano de la escritora española, trufando el texto de expresiones del tipo “¡cómo estar sentada en la habitación en la que la señora Bacall ha vivido los últimos 30 años!”. El peaje, comparado con la entrevista, fue barato: Lindo destornilla los recuerdos en blanco y negro del mito, que se dibuja ante nosotros entre las volutas de humo de los tugurios americanos de los años 40. Con ella viene el diccionario de palabras desusadas de un viejo código de leyendas: “Bogart era el tipo de hombre que cuando ama a una mujer va a casarse con ella: él era de los que se casan, era leal, serio. Me decía que tuviera cuidado con la atracción que sintiera por otros hombres. Me decía: es normal que eso ocurra en los rodajes, que surjan tentaciones; pero siempre hay que sopesar el valor que tiene tu vida privada, si te merece la pena poner en peligro lo que quieres. Luego he pensado que tal vez se sentía inseguro. Era una persona tan extraordinaria que no podías conocerla de golpe”.

martes, noviembre 20

Luz de Federer


Yo he hecho muy pocas cosas bien en la vida, pero tenía una buena derecha. Quiero decir que de niño le pegaba muy duro. Llevaba la raqueta atrás, flexionaba las piernas y elevaba el cuerpo pegándole a la pelota mientras subía. Era un golpe plano y ganador que aproximaba a las líneas. La bola andaba deprisa y yo me metía dentro de la pista para buscarla y no dejarla bajar. Aquel ejercicio gimnástico me dio muchas alegrías a nivel doméstico y llenó mi habitacion de trofeos que colocaba a uno y otro lado de los pósters de Marta Sánchez y Samantha Fox: en perfecta armonía la raqueta y la teta.

Con el tiempo, de la misma forma que otros dejan de crecer o les empieza a caer el pelo, mi derecha mudó a un golpe en exceso liftado que seguía aproximando a la línea, pero de fondo. Ya no había dureza, más que para envolver la bola con furia y que ésta botase lo más alto posible manteniendo al rival junto a la verja: un golpe formidable de peloteo y defensa, pero sin la contundencia ganadora del golpe plano. Nunca fui un deportista de excelencias, y dejé de competir cuando me di cuenta de que, ante un rival más débil, sentía más su derrota que mi victoria. El tenis es uno de esos deportes en los que la cabeza tiene que funcionar mejor que las piernas, y yo me estaba convirtiendo en una Amelie patética.

Pensaba en ello el domingo, calentándome las manos con leche hirviendo a las ocho y media de la mañana. Me había despertado media hora antes, estaban repasadas ya las portadas del día y Federer y Ferrer debían de estar estirando en los vestuarios de Shangai. De las entrevistas y reportajes anteriores sobre el español se desprendía una idea cercana: Ferrer se quiere lo justo, se tiene poco en cuenta y atribuye a los milagros sus victorias. Pasto para el crédulo ganado. Ferrer entra en la pista con un martillo y se deja en el bolsa, junto a los efectos personales, el cargo de conciencia. Los dos juegan de modo natural: Ferrer como un herrero y Federer como Nureyev. En ese matiz no sólo está la diferencia de Federer con el resto del mundo, sino del propio deporte concebido no como espectáculo, sino como arte.

Cada golpe de Roger Federer es una celebración, pero es la sucesión de todos ellos la que convierte su juego en algo distinto, sólo apreciable ya bajo las luces de la Historia. Ayer mismo lo dijo él, sin quererlo: “Podría jugar de forma más entretenida y hacer más golpes geniales, pero estaría jugando para el público y no para ganar”. La naturalidad de Federer, esa exquisitez genial que traslada el tenis a un estado superior, no es infrecuente a otros niveles. Miguel Casal lleva nueve años ganando el campeonato gallego de tenis sin renunciar a unas señas muy concretas: despojar a su tenis de artificios, a la manera que un escritor poda su hojarasca, y explotar su físico en la pista moviéndolo casi dulcemente, incorporando los golpes a esa coreografía majestuosa. Así era cuando me ganaba a mí y así debe de seguir siéndolo.

Cuando Federer sale a la pista la luz de la Historia lo ilumina desapasionadamente, con la furia con la que Zeus obsequiaba a Ulises en su retorno a Ítaca. Pero viéndolo correr con la raqueta levantada para ejecutar una derecha ya sabe uno que está delante de algo diferente. Sólo conduciendo la pelota por el campo el cuerpo de Zidane obedecía a una danza casi invisible que reducía voluntades: no era mejor que Maradona, pero era otra cosa. La clase siempre ha estado más cerca de la emoción íntima que del espectáculo de masas. Y si Federer es ya un mito bañado en oro es porque ha sabido colocarse los laureles de todos los tiempos dándole al público un tenis no demoledor ni sacrificado: un tenis diferente y de una pureza extrema que aún quemará cuando alguien lo toque después de muchas décadas.

sábado, noviembre 17

Bomba

A pesar de que su formidable expresión haya que atribuirla a la modernidad, la bomba es el lenguaje más antiguo del mundo. Antes de que el hombre empezase siquiera a saber señalar con el dedo las cosas ya sabía utilizar las manos para acabar con la vida ajena. El antropólogo Michael Ghiglieri dice que hay fuerzas biológicas y evolutivas que nos empujan hacia la violencia heredadas de nuestros ancestros en el reino animal. La bomba que esta semana estalló en Cangas destrozando una inmobiliaria (y no una inmobiliaria cualquiera: una inmobiliaria que inauguró Rocíito hace unos años) tiene la misma frescura que el hachazo con el que los neandertales se eliminaban entre ellos. De hecho en su artesana fabricación también los autores del atentado tuvieron que agacharse y gruñir, y probablemente pasaron sin ducharse varios días a causa de las tensiones propias del oficio. La bomba no es un crimen pasional: es algo celebrado en intimidad durante meses, y eso la condición humana lo acusa. En su pureza, poco importa si esas manos tienen que ver con la política o con la economía. Bajo esas razones se amparan los cobardes de espíritu que temen admitir su fulminante regreso a los orígenes: al mono, en esencia, pero con la gravedad de un cerebro intacto. Cuando ETA mata lo hace en nombre de la libertad del pueblo vasco no porque realmente lo crea, que habrá algún inocente que sí, sino para evitar enfrentarse a una verdad casi insólita: ha matado a un hombre, probablemente por la espalda, y lo ha hecho sabiendo que no va a valer de nada. La derrota es casi invisible. En la antigüedad la violencia se utilizaba para sobrevivir. La evolución ha mejorado las cosas: en sus representaciones más macabras, ahora se desconoce para qué.

viernes, noviembre 16

Cómo yo era

Cuando Blanca Andreu ganó el premio Adonais con veinte años lo hizo con un poemario que se apresuró a revisar pasado el tiempo. “Había cosas que clamaban al cielo, porque cambia mucho la perspectiva de escribir a los dieciocho años, donde quieres usurpar todos los tronos, que ahora (...) Había versos que eran brillantes, pero otros estaban muertos”, dijo en El Mundo. Habían pasado quince años, y casi otros quince después la poetisa reniega de los cambios en una entrevista que publica hoy Diario de Pontevedra. Lo hace con un argumento muy trabajado: “Lo he dejado como estaba. Dicen que cada doce años cambian las células de todo el cuerpo. Pues bien, ese libro es como si lo hubiese escrito otra”. La explicación coincidía, separando con cuidado las células, con un correo que me envió X. este verano: “A ver que che parece o que escribía hai dez anos. Agardo que che guste, se acaso como curiosidade. Penso agora que seguramente todo o mundo que adoita escribir ten escrito cousas moi semellantes. Como se sen falar existisen uns standards, como en jazz, que cómpre tocar, escribir. Vai sen corrixir. É estraño como os textos antigos levan outro ritmo: cada signo de puntuación seméllame errado e pouco pensado. E, non obstante, de seguro que o foron e foron os máis correctos no intre. Sentía a ese ritmo. Son eu o estraño agora, non aqueles signos para aquel ritmo: aquel ritmo daquel que escribía”. Me sedujo la palabra: ritmo. La repetí con un poco de miedo, como si se fuese a romper. Es algo que va más allá incluso que el estilo o la experiencia (y la experiencia del estilo). El ritmo que va con los tiempos (según una forma ya no de leer, sino de sobrevivir a la lectura) de la mano de un acompañante secreto que entona junto a él la canción de la mayoría. O el ritmo que funciona de un modo puramente anacrónico, como una melodía interior que se pasea oscura por la ciénaga de una prosa largamente auscultada: el ritmo de Onetti, saqueando la aspereza. El secreto estaba allí: el de uno mismo, acercando la mano al espejo para reconocerse en el espanto del rostro de su padre, o aún peor: de un extraño. Cómo era yo entonces, cómo era yo entonces, repetí como un chino, tirándome de los pelos. No pude evitar cierto grado de autocompasión, porque de todo lo escrito apenas reconozco algo como propio después un período aproximado de un año. Ésa es la fecha de caducidad no de mi ritmo, sino de mí mismo: mi cándido yogur derritiéndose cada año sin la mano de ningún Al Gore que mire por mi flaco destino. Ya he descubierto con sorpresa los primeros artículos de 2006 que han sido escritos definitivamente por alguien muy lejano a mí: un chico burbujeante que sólo pretendía saltar con unos zapatones al toque insolente de una bocina. Y a pesar de la vergüenza he seguido escribiendo, como si me quisiera enterrar rápido. Me he despojado de las células, las he metido en la olla y he hecho unas lentejas para comprarle los derechos de primogenitura al último valiente que me cruce en un bar. En casa tira uno lo que no le convenga, y se tira mucho (los demonios privados, a salvo de las injerencias), pero de la hemeroteca nadie se hace cargo. Se retrata uno. Se contradice uno. Y cada ritmo es distinto al anterior. Había que escribirlo así, me dijo X: “Sentía a ese ritmo. Son eu o estraño agora, non aqueles signos para aquel ritmo”. Me sorprendí ayer pensándolo con el recuerdo de aquellos versos que Lara Moreno me prestó de Roberto Bolaño (un tipo que bajo cierta luz siempre me recordó a Luís Rei, y que escribe aquí bailando con ese punto de desesperación que precede con dulzura a la muerte): “Bajo el puente, mientras llueve, una oportunidad de oro / para verme a mí mismo: / como una culebra en el Polo Norte, pero escribiendo. / Escribiendo poesía en el país de los imbéciles. / Escribiendo con mi hijo en las rodillas./ Escribiendo hasta que cae la noche/ con un estruendo de los mil demonios. / Los demonios que han de llevarme al infierno, / pero escribiendo”.

jueves, noviembre 15

Nariz en tierra

Alfredo Landa no merece pasar a la Historia por el landismo, esa contribución salida y calzoncillera con la que el cine español, tan personalísimo, se iba despidiendo de Franco. Todos estamos expuestos al ridículo, y hay además unos privilegiados que con ese ridículo pueden ganarse la vida. Landa fue uno de ellos: usted y yo estamos trabajando duro. Alfredo Landa, su robusta nariz, fue Paco el Bajo en una de las grandes películas españolas de la Historia. Fue la carne sobre la que Delibes y luego Camus expuso la conciencia de aquellos años de señoritos, todavía no depurados por los tiempos (han cambiado las formas, pero sigue la señora marquesa saliendo al balcón a saludar a los criados, y miran mucho de vigilar los herederos el analfabetismo de los que tienen que servir). A Landa, que anunció su salida de los ruedos el año pasado (qué fina vulgaridad, ésa de morir en los tablados), le acaban de conceder el Goya honorífico. Entre otros, por papeles como el de Paco el Bajo o el escritor Blas Otamendi de Historia de un beso, del tan criticado Garci (y sin embargo a mí Tíovivo, y la escena triste del toreo en un salón, me parece una obra de arte: ¡aquella manía de señalar con el dedo a quienes trabajaban en la televisión pública de Aznar!). Pero hablemos de Los santos inocentes. La estructura narrativa de Delibes no fue convencional: tampoco la historia lo era. Camus la recogió en imágenes con el calor que se reparte entre creadores. No quiso colgarse las medallas emborronando de técnicas algo que ya venía primorosamente hecho. Había que ponerle rostro a los personajes y visualizar el animalismo de los criados, la familia que camina tozuda por una vida que no les pertence bajo el yugo moral de las circunstancias de la Historia: su pasividad en crudo, su asentimiento casi aborrecible, los límites del dolor físico que sobrelleva, culpable, el cabeza de familia para no fallar la confianza del amo. En la mirada de Terele Pávez se adivina a veces el resentimiento, un apuro de la conciencia. Y en los hijos, que van perteneciendo a otro mundo, que van contando con los dedos de las manos otras vidas. Pero ahí está Alfredo Landa, Paco el Bajo: se pasa por alto su entusiasmo casi febril y su obediencia ciega, la renuncia perpetua en la que ha convertido sus días y amenaza con convertir los de sus hijos, pero su momento llega cuando se arrodilla en las cacerías, para alegría de los señoritos, y pega la nariz a la tierra olisqueando el rastro de la perdiz mientras se arrastra a cuatro patas. La metáfora se conduce con especial brillantez. La película es inmensa, devastadora y profunda: no deja títere con cabeza. Y Alfredo Landa y Paco Rabal ganaron el premio al mejor actor del Festival de Cannes. Es curioso observar, tantos años después de rodada y tantos años después de escrita, cómo todavía hay quien finge salud para no incomodar al amo y quien hunde su nariz en la tierra para ser recompensado con orgullo y palmas. Como hay quien camina como si pisase oro y nunca mira arriba, con la confianza de que nadie anudará su cuello a una cuerda. Es verdad que las obras maestras no envejecen nunca. Desde Homero hasta hoy hablan, siempre, de la condición humana. Su belleza y sus profundas perversiones.

martes, noviembre 13

Fotomontaje


(En su día más triste, un recuerdo de los buenos tiempos)

Lo que ha hecho la Familia Real en su felicitación navideña es lo más natural del mundo. Ni siquiera se ha preocupado de cuidar los detalles para tratar de hacer pasar por real una postal que no era más que una imagen manipulada. Para qué, si ya lo sabemos todo. Arcadi Espada fue el único que advirtió el detalle: "Somos un fotomontaje, ha reconocido la Casa Real". A estas alturas los Reyes no están por la labor de engañar a nadie. Ni siquiera su familia. Efectivamente, son un fotomontaje. Una manipulación pergeñada en años difíciles para sostener al funambulista. Unos rostros pegados aquí y allá para dar una impresión que ellos y nosotros sabemos falsa: la Familia Real es una clase de Plástica, un collage de sexto de EGB. Pero las entrañables postales navideñas son habituales en Navidad, y los Borbones se agarran a las tradiciones porque de esta forma cogen aire, y sin ellas serían unos vulgares Rocasolanos, unos simples Urdangarines: una familia del montón, como los Alcántara.

La gracia del fotomontaje ha hecho que los periodistas se interesen por las felicitaciones navideñas de la Casa Real. Como es habitual, los árboles no dejaban ver el bosque: la estampa esotérica de la familia Marichalar sobreviviendo al naufragio de su estilosa pretenciosidad. La genética impredecible. En lugar de felicitar la Navidad parece que están felicitando el Hallowen. Jaime de Marichalar representa muchas de las cosas que uno rechaza sin tolerancias de ningún tipo. La exquisitez. El artificio. La rimbombante extravagancia de foulard y patinete. El clasismo de corte y confección. En cualquier otro la ausencia absoluta de belleza despertaría compasión, pero en él es parte del decorado, una suerte de Pasarela Cibeles organizada por Josemi Rodríguez Sieiro: un horror, un espanto.

Lo que realmente resulta lastimoso de la postal de los Marichalar es que no sea un fotomontaje. Esa risa, la risa del duque, sólo se encuentra actualmente en los trenes de la bruja, en un abogado cabrón o en un hincha del Barcelona viendo un partido del Madrid. Es una risa que cabalga entre el pavor y el escarnio. Felicitar la Navidad así es doloroso. Pero es lo que hay. Podríamos pensar que con todo el dinero que les pagamos para que nos representen tan dignamente por el mundo podría hacerse algo más, pero es lo que nos ha tocado. Puestos a pagar, hubiera preferido uno que nos diesen el espectáculo de los británicos, con Lady Di, Camilla y por ahí todo seguido. Pero la Familia Real española apuesta por la sobriedad teñida de cierto desapasionamiento, como si ya supieran que les han levantado el chiringuito. Es lo que hay, nos vienen a decir: qué le vas a hacer.

lunes, noviembre 12

Despachos y ratones

He recibido con un entusiasmo cercano a la euforia (la pura euforia, similar a un gol) la noticia de que el despacho de Gallardón está amenazado por los roedores. Que después de este párrafo, en uno de esos castigos universales con los que la inteligencia superior (Dios o el caos) nos obsequia, llame E. a la Redacción a alertar de la solemne toma del cuarto de baño por una paloma no evita mi regocijo: yo vivo en un piso que tiene exactamente la misma superficie que el despacho de Gallardón. Y la amenaza de las palomas, aunque no sea muy poética, nunca llegará a ser tan repulsiva como la de los roedores: yo siempre podré atar un papelito con un mensaje en una de las patas.

Una de las lecturas más productivas del fin de semana ha sido un reportaje sobre lo que llaman el nuevo palacio del alcalde de Madrid y su esplendoroso centro de operaciones. En él se recordaba la inversión de la ex ministra Trujillo para redefinir el suyo, que casi se llevaba el 70% del presupuesto de Vivienda. En los despachos de ambos habrían cabido muchísimos rumanos, pero eso no deja de ser demagogia. Se entiende que Gallardón no vende clínex. Ni siquiera se le conoce tentación alguna de quemarse a lo bonzo a causa de la desesperación. Y visita muchas obras, pero siempre se pone el casco por encima de la corbata. Gallardón juega en la división de los despachos, que es junto al pene el mayor elemento de turbación masculino: el gran elemento de poder del nuevo siglo.

En los despachos se han decidido, con gravedad circunspecta y trascendencia épica, guerras y felaciones. Pero no deja de ser, a nivel modesto, una metáfora grandiosa que nadie como un pontevedrés histórico representó con total majestuosidad los días más calurosos de verano: recibía sentado en su gran mesa con camisa y corbata (extendía la mano, sonriente, sin levantarse) y de cintura para abajo se refrescaba las piernas con pantalón corto. El despacho es eso: una proyección del poder que se representa cen su exactitud con la puerta cerrada e indescifrable. En cualquier empresa hay gente que se duerme deleitándose en la mañana cada vez más cercana que atraviese triunfalmente las mesas de sus ya viejos compañeros para abrir la puerta de su despacho, entrar con el paso firme de un soldado y clavar, a modo de bandera, la foto de su familia: hay quien, de hecho, ha fundado una familia sólo por darse ese placer.

Que al final lo que realmente importa es quién se sienta en él, no de dónde salió la madera con la que se talló la mesa, no impide esos proyectos faraónicos de alcaldes y dirigentes, interesados en auscultar desde la vasta lejanía la reacción de los visitantes. No se fíen de su sonrisita condescendiente. No están presumiendo de despacho: están presumiendo de pene. Están bajándose la petrina y poniendo el instrumento encima de la mesa, como hizo Trillo cuando izó en Madrid la bandera española más grande la Historia. Pero esto no lo digo yo: lo dijo Freud hace muchos años. Por eso estoy contento: porque a Gallardón le están olisqueando la pirola los ratones.

domingo, noviembre 11

Por qué no te callas

Fernando Fernán Gómez después de una mala siesta no podría hacerlo mejor. La reacción del Rey con Chávez lo tuvo todo: Zapatero templando gaitas (“por supuesto, por supuesto”), un bruto interrumpiéndole fuera de micrófono, creyéndose Nacho Villa, y el monarca desesperado, con mala digestión, inclinándose hacia delante y soltando la mano: “¡Por qué no te callas!”. Fue un “váyase a la mierda” en versión real, bañada por la sangre azul. Pero si llega a tener la corona puesta se la tira a la cara.

El Rey lo que ha hecho fue llevar al extremo ese graciosete dicho de que es muy campechano y que pasa mucho del protocolo: le faltó un lapo ejecutor después de la frase y una pedorreta antes de pirarse a cazar osos. Consta que lo fabricó, el lapo, y lo bajó a galerías, pero finalmente lo debió de engullir: una lástima.

Por lo demás, quedémonos con la trascendencia del momento. Por primera vez en muchos años España recibe una frase a la altura de las que forjaron, no sin mérito, el imaginario popular. Tras “se sienten, coño” y el célebre “Andreíta, cómete el pollo”, llega a los politonos el “por qué no te callas”, del que se espera una versión remix para amenizar las pistas de baile. El destino natural de las sentencias históricas es su comercialización: vulgar, pero rentable.

Eso sí, el PP ha reprochado a Zapatero su tibieza. Se le riñe por no haberle pegado dos tiros a Chávez. Y subrayan su ridículo porque el Rey sí defendió la patria, encarnada insólitamente en Aznar. Pero miren, pudo ser peor: pudo aparecer Sarkoman volando con el último azafato del Chad agarrado en una mano y cosiéndole la boca a Chávez con la otra antes de tomar rumbo a París. Vive la France!

sábado, noviembre 10

Aquí estamos todos desnudos y muertos

Cuando se publicó La canción del verdugo Capote gritó a quien quisiera escucharle que Norman Mailer era un desagradecido y un desgraciado por no reconocer la influencia de A sangre fría en su obra: era deudora de aquella nueva forma de periodismo. Truman Capote la había inaugurado triunfalmente y de la investigación de un crimen macabro en la América interior salió su obra maestra: un libro redondo del que, leído diez años después, dijo con sorpresa que no cambiaría “una sola coma”. La canción del verdugo, de Mailer, molestó al pionero, y propagó su bronca por las fuentes habituales. Pero Norman Mailer sí había dicho en las entrevistas de promoción que si no hubiese leído A sangre fría él no habría podido escribir La canción del verdugo. Error: Capote se refería a que no había encontrado ¡en el propio libro de Mailer! el agradecimiento explícito. “Tenía que haber ido junto a él, arrodillarme y recibir su bendición”, contestó Mailer. Tanto él como Capote y Gore Vidal protagonizaron las más sonadas disputas literarias de los sesenta y setenta en EE UU (Conversaciones privadas con Truman Capote, de Lawrence Grobel, en Anagrama). Vidal dijo del autor de Plegarias atendidas: “Lo ví una vez en los últimos veinte años y ya me pareció demasiado. Entré en un bar, me senté en un puff y resultó que era Capote”. Queda vivo de milagro Vidal, absorto en una pelea estéril con Bush. La primera frase de la primera novela que publicó Mailer es la última de nuestras vidas: “Aquí estamos todos desnudos y muertos”.

jueves, noviembre 8

La menor reincidencia

Sabina acababa de publicar su álbum 19 días y 500 noches y en él incluía una canción dedicada a una puta que llamaba Magdalena: “Y si la Magdalena pide un trago / tú la invitas a cien / que yo los pago”. Unos meses después recibió la carta de un abogado bilbaíno con una factura de las copas a las que había invitado a Magdalena en un lupanar perdido. “No llegan a cien, pero bebió lo suyo”, escribe el señor. Sabina apoquinó la pasta, que no era poca, y se la envió de vuelta con una nota que decía: “La menor reincidencia rompería el encanto”. La frase es de George Brassens, y pensé en ella ayer cuando me desayuné con esta noticia: el pasado 4 de noviembre a las 21.30 horas Patrick Moberg vio en el metro de Nueva York a la chica de sus sueños y la dejó marchar. Grabó su imagen en la cabeza y emprendió una frenética búsqueda. ¿Cómo encontrar de nuevo a la mujer de tu vida en una ciudad de 17 millones de habitantes? Moberg hizo un retrato robot de ella, también del suyo, y con ambos se montó una campaña en internet digna de los McCann. “I saw the girl of my dreams on the subway tonight” escribe en un dibujo, y relata el encuentro con detalle, destaca sobre los dibujos las particularidades de cada uno y las mete en su web nygirlofmydreams.com. La chica es morena, tiene las mejillas rosadas y una flor en el pelo. Qué hacía Heidi en el metro de Nueva York es algo en lo que a Moberg ni siquiera le dio tiempo a pensar: dijo Borges que el amor nos deja ver a la amada como la ve la divinidad, y la divinidad no tolera pastorcitas. La búsqueda, propagada en cuanto saltó la liebre de tan grosera cacería, tuvo resultado: Patrick encontró a la chica, y así lo anunció exultante en la web. A eso ayudó un vídeo de él mismo explicando por qué ese amor súbito y la causa de su parálisis en el metro. Es un chico atractivo y valiente, de eso no hay duda, que padeció en su momento de lo mismo que padecen a diario tantos caballeros grises que recorren las calles arrastrando ruidosamente las cadenas de su soledad: la sentencia de una sofocante vergüenza. Que Patrick haya reaccionado a tiempo no le disculpa: pasó el día y pasó la romería. Tampoco es único: los amores eternos se suelen dar en pocas cantidades, y en lugares tan dispares como un metro, la cola de un autobús, las mesas de un restaurante o en la caja de un supermercado. Cuando uno repara en esto, cuando reinterpreta las miradas y los saltos del corazón y la piel erizada y demás síntomas, entre el goce y lo patético, ya apreciados por civilizaciones tan antiguas como la propia vida (si aquello eran civilizaciones, y si aquello era vida) se resuelve intensificar el encuentro y dejarlo estar, como quien ve desde el balcón pasar los cadáveres por el río apurando un último cigarro. Probablemente Heidi y Patrick hayan compartido en el metro unos minutos agradables en comunión, poblados de señales subterráneas, telepatía sugerida y un amor trenzado con el poderoso lenguaje de los símbolos. Si de esa tormenta invisible no surgió ningún trueno que los llevará a buscarse físicamente es mejor quedarse con el encanto del momento, eso tan defendido en esta columna: la gravedad del puro destello. “Si confiaséis más en la vida os lanzarías menos al instante”, clamó Nietzsche, pateando el carpe diem. Pensar que al final podría ser todo una gran metáfora al uso Amo a Laura: la última mentira de la Publicidad, saqueando la flaca y agónica Vida.

miércoles, noviembre 7

Prestige

Pasaron xa cinco anos e parece un século. Daquela, Galicia foi un exemplo cidadán que enfeitizou Europa. Houbo quen recolleu capachos de chapapote e houbo quen encheu os capachos de gomina. O Prestige foi a tomba da hipocresía e saíu un grito fermoso, como todo o que é fermoso antes de caer na vulgaridade comercial: Nunca Máis. Como xa pasaron cinco anos daquelo é hora para moitos de reinterpretar a Historia. Cada vez hai máis impaciencia para estas cousas, quizáis porque iso está ao alcance de calqueira. Tamén Mayor Oreja elude condenar o franquismo porque houbo xente que vivía cómodamente nel: suponse que dirá o mesmo cando no País Vasco cúmpranse trinta anos de paz. En maior o menor medida a Historia é un prato moi apetecido por todos porque a memoria é a memoria de cada un, e hai quen prefire lembrar por outros. Non é raro, salvando as queridas distancias, que agora Anxo Quintana veña a dicir que na crise do Prestige tódolos galegos “significáronse políticamente”, pois “autodetermináronse”. Se deixara pasar medio século aínda habería alguén que tería a frase en certa consideración. Pero cinco anos, por moito que pareza un século, son cinco anos: o resto é literatura. Non é que a verdade esté nos xornais: é nin lle deu tempo a chegar alí. Na crise do Prestige viñeron miles de voluntarios do resto de España e moitos centos de toda Europa para pasar o Nadal fóra das súas casas. Se estaban significándose políticamente en prol da autodeterminación de Galicia, disimuláronno moi ben.

Eso dicen

Tony el Gordo, el célebre mafioso de Los Simpsons, se despide en las escaleras del Tribunal de Justicia de su viejo amigo Bart, al que en el juicio acaba de llamar, implorándole perdón, Don Bartholomew. Le presenta sus disculpas y luego le anima a continuar la senda del chantaje y la extorsión. Bart le replica airado: “No. He aprendido que el crimen se paga”. Y Tony suspira (“Sí, eso dicen”) antes de entrar en una limusina de la que surge el brazo de una rubia extendiendo una copa de champán. Por la familia Simpson no pasa el tiempo: sus episodios envejecen tan bien como el vino, y no será porque Antena 3 lo tenga ya bien exprimido. Pero sus metáforas presentan una salud envidiable. En mayor o menor medida, la impunidad a la que se refiere Tony el Gordo, escenificada en ese gran coche y una rubia de burbujas, lo simboliza todo: el sospechoso que se va con la música a otra parte dejando atrás un reguero de calamidades. No pudo ser casualidad que después apareciese por la televisión José María Aznar presentando uno de esos libros por los que Planeta le pagó 100 millones de las viejas pesetas. Su título es estomagante: Cartas a Santiago, un joven español. Aznar quiso hacer de España su pequeño imperio recurriendo a bodas políticas repletas de invitados tan ajenos a su vida privada como provechosos para su vida pública y una asociación criminal con los Estados Unidos con un objetivo placentero, aún a costa de la guerra: poner los pies en la mesa del patrón y dejarse fotografiar por el Destino. Luego el Destino le retrataría con la mano de Bush en el hombro, con esa sonrisa boba que se nos pone a todos cuando el jefe tiene con nosotros un detalle cariñoso (que en su caso, por representar a un país, es puramente humillante). En el suplemento Crónica de El Mundo se han publicado ya varios párrafos deslumbrantes de este templado biógrafo de nuestro tiempo. Nada más emocionante ahora mismo que leer a Aznar escribiendo sobre España: sus episodios nacionales pasados por la aspereza de su bigote y su fino cabello pucelano. “España es, no sólo una nación, sino una de las grandes naciones del mundo”. El aldeanismo ideológico de la afirmación es enternecedor: Aznar se quedó en Villatripas de Arriba y Villatripas de Abajo. Todavía se enfada porque haya ciudadanos a los que les importa un pito haber nacido en la nación más gloriosa que vieron los siglos, y que prefieren ser felices en su barrio y a veces en su casa, porque son conscientes de que pudieron haber nacido en la Casa Blanca o en una patera. Yo puedo nacer rubio y ponerme a defender la causa de los rubios, pero para eso ya está Isabel Tocino, que ni me consta que naciese rubia. El alegato de Aznar a Santiago, que tiene pinta de ser la respuesta del de Savater a Amador (quizás porque Amador era el hijo de Savater, y Santiago son las manifestaciones madrileñas de Aznar que luego Esperanza Aguirre multiplica como panes), sigue por la senda de la autoafirmación nacional. Que Aznar sea después el gran azote de los nacionalismos no deja de tener su encanto: él, el más desesperado de todos ellos. La impunidad hoy en España le debe mucho a Aznar, aunque lo suyo en Irak todavía no haya sido tipificado como delito. Bien mirado, el delito sí está tipificado: lo que aún no está tipificado es él.

martes, noviembre 6

"Ti amo papà"

Efe / CLJ


Despojada de sus atributos sangrientos, de la Mafia se desprenden un par de lecciones al más alto nivel de Educación para la Ciudadanía. La primera de ellas me la proporcionó X. hace ya algún año, en un brillantísimo mensaje que tuve que estampar después en alguna ficción absurda: “A mí me seduce la lealtad. Mira la Mafia, promoviendo valores como ése, como el secreto. Y mientras, el Estado se dedica a promover la delación y la traición. ¡Y aún así quieren educar a nuestros hijos! ¡Descarados!”. La segunda no deja de conmover. Al nuevo capo Salvatore Lo Piccolo (si uno se aleja de su foto aún puede, con cierto cariño, encontrar un aire tibio a Robert de Niro en un señuelo de madurez de aquel joven De Vito: Brando prefirió cebarlo como a un puerco y meterle algodón en las mandíbulas) lo detuvieron ayer en una reunión de capos en un viejo garaje, muy al estilo Reservoir Dogs pero sin los artificios de Tarantino. Por su perfil, ampliamente difundido ayer por las cosas de los medios (la Mafia, y su indiscutible atracción rayana en el espectáculo de masas: el moderno Circo de Sol) sabemos que este Piccolo que era ayer rey del mambo fue, en sus inicios, el chófer de un Padrino. Estas cosas hay que valorarlas, no sin cierto asco, porque no es lo mismo que un representante de telares o un mecánico lleguen a forjar un imperio que el chófer de un Padrino llegue a ser Padrino mismo: eso, bien mirado, es casi un milagro. Hay un tercer tributo en el legado de la Mafia: la familia. O, como diría Manquiña, su conceto. A la detención del capo le antecedió la entrega, rendido y entre lágrimas, de su hijo Sandro. El muchacho gritó varias veces “ti amo, papà”. Un grito desgarrado y terrible que hubiese funcionado mejor en otro contexto. En el muelle de Génova, por ejemplo, despidiendo a la prole: menos mal que no andaba cerca de ese garaje Al Bano (¿o sí?: mucho ojito con Al Bano). Esa consideración de Sandro para con su progenitor, esos lazos fortificados (por el crimen, sí, y por el negocio: ¡pero fortificados!) deberían empezar a ser tenidos en cuenta en estos tiempos difíciles. No en vano ya salieron sus buenos millones de ciudanos en España a protestar por la disolución de la familia y el despiadado futuro que nos espera sin el calor de una pareja heterosexual como firme transmisora de valores. Propongo, incluso (porque estoy de buen humor, he pasado un fin de semana estupendo a muchos kilómetros de aquí y me he reencontrado con las montañas e, inesperadamente, con mi bendito Cayo Julio César) una manifestación encabezada por la jerarquía eclesiástica bajo el sugerente lema: “Contra la disolución de la familia, la Familia” o “Podrán con la familia, pero no con la Familia” y por ahí todo seguido. Ya a cuenta de esa primera frase de X. resolví con brillantez un diálogo en el que mi tierna protagonista aseguraba, tan católicamente como pudo y recordando la Biblia bajo la que duermen los hombres de honor, que “la Mafia es la verdadera reserva espiritual de Occidente”. Me dirán: si son unos asesinos. ¡Coño!: tampoco era Franco un santo. Denles, denles tiempo: ya verán como alguno acaba en los altares.

lunes, noviembre 5

Desheredados

Poco a poco, sin darme cuenta, he ido trazando a lo largo de los años una especie de ruta fantasma con locales de copas que se convirtieron en símbolos estéticos, guías morales de dudoso gusto o incluso dulces testimonios de toda una época. Son los llamados cadáveres exquisitos: Búho, Shiva o La Edra, pongo por caso. A cada uno le dediqué un epitafio desde aquí, consumado su derribo. Me he preguntado a veces qué fue de sus huérfanitos: qué brazos, qué barras los acogieron. A qué camareras intentaron engañar rompiendo vasos vacíos para decir que se les había caído la copa llena, o a qué puertas llamaron después, cuando se les cerró la noche en las narices y no supieron, o no pudieron, reinsertarse en la sociedad. Fueron locales que exigían no una clientela común y voraz, sino un posicionamiento ante la vida y una muy cuidada filosofía de la noche: gente con clase. Clasaza, a veces. Murieron sus hogares, cada uno con su estilo, sin renunciar a nada, acosados por la ruina o el destino, y empezó el frío exilio. He visto descendientes de Shiva merodeando por Benito Corbal, desplazarse a discotecas lejanas y ver naves quemándose más allá de Orión: siguen subidos a la moto, pero hay un aire mortecino en el tubarro y se ha visto a alguno rodeando la manzana una y otra vez, abriendo gas por los tiempos pasados. No fue mejor destino el de los clientes de La Edra, crecidos en el desamparo. El puerto deportivo de Sanxenxo lo ha democratizado todo. Y para la clientela de La Edra la democracia está bien en el Parlamento, pero la noche es otra cosa: las chicas cocodrilo tienen que saber dónde está la frontera. Del Búho se sabe que el micrófono ya lo dan hasta con la Playstation, aunque aquella gente no se compra en ninguna parte. ¿Y qué fue del Camawey? Junto al Quijote de Sanxenxo, merece un epitafio aparte.

jueves, noviembre 1

Xoguetes

Houbo algo estupendo despois do pico de audiencia do xuíz Gómez-Bermúdez nas televisións dando conta dos acusados do 11-M. Cando acabou de recitar ese felis “debemos condenar y condenamos”, a publicidade cuspíu de repente unha morea de xoguetes. Foi tan rápido que por un momento pensei que Gómez-Bermúdez finalizara o resumo da sentencia cun elocuente “bi-bi-bizak”. Saín automáticamente á porta e Pontevedra seguía a locer un sol espléndido, pero a publicidade xa dictara a súa particular sentencia: comezou o Nadal. Con todo, eu non podía prescindir da casualidade. Había algunha oscura relación entre o xuízo (o seu efecto final) e os xoguetes. Non tardei en sabelo despois de ir, da man dos acontecementos, aos foros paranoicos da nosa máis querida extrema dereita (“he leído en algún sitio que la esposa del juez Bermúdez contará en un libro lo que no diga su marido en la sentencia, ¿me estoy volviendo loco?”, pregunta un). Pasou que o xuíz acababa de cargarse un xoguete político, e a moitos tocáballes recoller os cascos vacíos da Fanta para liscar dese cumpreanos infame. Do 11-M queda xa, amais do silencio dos mortos, algunha condena fantástica. A Zougam caéronlle 40.000 anos. Isto é, tería estado en prisión antes da derradeira glaciacion (e aínda seguiría dentro) e, no entanto, só se lle fai cumprir 40 e con sorte. Países máis serios, mediciña mediante, faríalles cumprir a sentencia íntegra: 400 séculos, e ollo que non lla amplíen.