De todas las escenas de La vida de los otros, una película que más que por sus escenas se agiganta retratando con exacta precisión una atmósfera real y violenta (heredera del orwelliano 1984 y sus cariñosas dictaduras inspiradoras) que empapa el metraje con brutalidad, sin apenas más grieta para la esperanza que el paso del tiempo y sus derrumbes (sean muros o voluntades), hay una que sobresale por su concisión, por esa capacidad insólita para resumir dos horas en apenas unos segundos demoledores. Sucede mediada la película, quizás antes, cuando el capitán de la Stasi encargado de espiar a Georg Dreyman, un escritor recién llegado a la lista negra, está al tanto de la relación sexual (forzada) de un ministro de la RDA con la esposa de Dreyman. El coche oficial aparca cerca del portal para dejar a la mujer, y el oficial de la Stasi decide que su espiado conozca la infidelidad. Coge dos cables para hacer sonar el telefonillo (Dreyman tendrá que bajar al portal a abrir) y dice, en su improvisada oficina: “Ha llegado el momento de las amargas verdades”. El Estado (socialista, por cierto, y no a la manera ensoñadora y feliz de Good bye, Lenin) no sólo dictamina quién es quién (“¿qué soy, un director que no puede dirigir?”, pregunta con ironía un proscrito), chantajea sexualmente a sus divas (al fin y al cabo hay mafias que lo hacen con peor estilo, y aún después las sacan al mercado) y hace partícipe de su paranoia conspirativa a todos los ciudadanos, obligándolos a la colaboración o condenándolos a un silencio humillante (como esa vecina que se asoma, en dulce metáfora, a la mirilla de la puerta). También asalta el amor, despojándolo de sus secretos y exhibiendo sin piedad sus costuras. Lo hace desde la oscuridad y el silencio, manejando los hilos con exquisitez y artillando un discurso temible que podría resumirse en aquello que se encontró Dante a las puertas del infierno: “Abandonad toda esperanza al traspasarme”. Que además esa miseria humana, emparedada entre la delación, el secreto y la servidumbre pese a todo ineficaz al Estado, se palpe cuando el capitán de la Stasi quiere abrirle los ojos a su espiado con una sucia treta no deja sino al aire el fabuloso tendal de la dictadura: incluso la verdad, casi siempre amarga, no deja de estar al servicio del Régimen.
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7 comentarios:
La película es extraordinaria. Es verdad, esa escena retrata muy bien el modo brutal en que un régimen así, basado en la mentira, se sirve de la verdad.
Extraordinaria y deprimente: muy dura, a ratos durísima. Sí recuerdo un par de cosas que me chirriaron bastante. Sobre todo que tras la caída del muro y la desclasificación de los expedientes de la Stasi se facilitase también a la población el nombre completo y la foto de agentes, delatores y demás. Si eso pasó de verdad, que lo dudo, raro me parece que no se hubiera producido una guerra civil. Como poco.
Después de verla, era como si hubiera estado viendo una película en blanco y negro. Porque aunque está rodada en color, sin embargo todo en ella es gris, sombrío,todo tiene un aspecto mortecino, una luz de quirófano. Era como revivir aquel desasosiego de la infancia cuando andábamos en pecado y temíamos más que al infierno, a la confesión.
Un abrazo, Manuel
Pues no lo dude, Jabois. En la RDA,como en todos los países del Este, todos los ciudadanos sabían que estaban siendo espiados . Lo mismo que en Cuba actualmente o en China. En un régimen totalitario ni los familiares son fiables. Pasó en la Rusia de Stalin, en la Alemania nazi e incluso en el régimen de Franco. También sabemos que en la propia ETA ha habido personas que han protagonizado asesinatos de sus familiares o los han delatado. Es consustancial al hombre por el miedo y el fanatismo. Markus Johannes Wolf, último jefe de la Stasi lo sabía, por eso fue tan eficaz. Llegó a infiltrar incluso a espías en el despacho de Willy Brandt, canciller alemán e inventor de la Ostpolitick
Lo paradójico es que muchos progres hayan descubierto que "en el otro lado" se cometían esos abusos contra la libertad después de la caída del muro de Berlín (1989), mientras trataban de minar los pilares de los sistemas de los países más democráticos y más libres. Algunos incluso siguen sin creer lo que se cocía contra el ser humano al otro lado del telón de acero. Allá ellos. Y eso que las consecuencias son bien palpables y visibles en los países que padecieron ese horror totalitario. Ahora el comunismo es una reliquia, pero sus variantes aún dan coces.
Acaba de aparecer un libro muy interesante sobre la vida de Willi Münzenberg escrito por Babette Gross (editorial Ikusager). Münzenberg fue el inventor de la movilización manipulada. El prólogo del libro es de nada menos que de Arthur Koestler. Conociendo las andanzas de Münzenberg a uno no le extraña nada la utilización de la mentira en manos de propagandistas. El agitprot al poder. Es lo que Stephen Koch describió en "El fin de la inocencia" (editorial Tusquets, 1997), aunque su título original es "Stalin, Münzenberg y la seducción de los intelectuales". Recomiendo la lectura de ambos libros para los que aún tienen telarañas en sus ojos...y en sus ideas.
Saludos, E.
Diarios, no se podría definir mejor: luz de quirófano. La ví hace unos días, como sabes, gracias a tu magnífico post.
Erasmo y el calor de sus palabras. No, no lo dudé un segundo. De lo que dudo es de que se facilitase tan alegremente las identidades de los verdugos una vez caído el muro: eso sí me resulta un poco inverosímil. Pero respecto a lo que usted dice, no dudo nada: un régimen totalitario lo es por algo. No entiendo de dictaduras, afortunadamente: tanto me tienen hacia dónde estén escoradas.
Abrazos.
Un poco más sobre el tema:
Comentario de Sergio Dahbar, periodista venezolano autor del libro “Gente que necesita terapia” (2004)
“Cabe destacar aquí que el contexto en el que se mueve la trama de La vida de los otros es la opresión que vive Alemania del Este en los años del comunismo, antes de la caída del muro de Berlín (1989). En estos tiempos oscuros, la policía secreta comunista, Stasi, llevaba un control severo y obsesivo de los ciudadanos alemanes que consideraban sospechosos de ser conspiradores, traidores o de querer simplemente escapar. Hay investigadores que aseguran que todas las personas que vivían del lado de adentro del muro eran estrictamente vigiladas. Cuando se abrieron estos archivos, muchos familiares descubrieron que sus padres, madres o hermanos habían sido delatores, lo que produjo la ruptura o destrucción de esos lazos familiares”.
Comentario de Timothy Garton, historiador contemporáneo inglés especialista en asuntos de la Europa comunista y autor del libro “El expediente” (Barcelona, 1999, editorial Tusquets)
"En enero de 1990, los habitantes de la Alemania Oriental asaltaron la sede central de la Seguridad del Estado (Stasi). Pese a que se venían destruyendo documentos de forma sistemática desde hacía meses con fines de ocultación, lo que descubrieron era estremecedor bajo todo punto de vista. La Stasi tenía más de 170.000 colaboradores no oficiales (la denominación administrativa para los delatores). Uno de cada cincuenta adultos de Alemania del Este estaba en relación con la policía política secreta. Si calculamos un sólo colaborador asistiendo a cada soplón, tendremos un adulto de cada veinticinco.
Tras la reunificación alemana, las autoridades acordaron abrir los archivos al público. La ley sobre archivos de la Stasi permite que cada ciudadano con expediente pueda acceder a éste y también a las carpetas de los IM (colaboradores no oficiales) que informaron de su persona.
Decía el gran Vaclav Havel que lo peor del socialismo no era la miseria material que conllevaba. Ni siquiera se trataba de la perpetua mentira que necesitaba repetir para mantenerse en el poder. Lo más terrible era la completa destrucción de las relaciones humanas como tales: la amistad, la familia, el amor, el compañerismo…"
Comentario de los fondos documentales de la BBC (noviembre 2007)
"Cualquier ciudadano puede acudir al actual archivo, a cargo de una autoridad del Gobierno Federal, y preguntar si está "su ficha". El trámite es simple: se llena un formulario y se espera un par de meses, hasta que llega el aviso.
La persona entra a una sala bastante aséptica. Un funcionario llega con una suerte de mesa con ruedas y arriba, apiladas, sus actas. A veces son pequeñas, pero para quienes tuvieron algún contacto, aún vagamente político -como haber sido ecologista- suelen ser montañas de papeles.
Los funcionarios de este edificio han visto muchas escenas terribles. Las de gente que descubrió ahí que sus padres, su pareja, sus amigos íntimos, los habían estado vigilando por décadas para la Stasi, y que habían escrito detallados informes sobre los más ínfimos detalles.
De las muchas personas de la ex República Democrática Alemana con las que habló BBC Mundo ninguna había ido a consultar su muy probable acta en los archivos de la Stasi.
La idea de que algún recuerdo entrañable de su vida en la ex RDA se dañe tras una traición será, por muchos años, la cruz de los habitantes de la ex Alemania comunista.
Más aún cuando 16.000 mil sacos con actas hechas picadillo, por ser especialmente comprometedoras, están ahora siendo reconstruídas con un programa que vuelve a reconocer las partes de un documento.
De esas reconstrucciones, que hasta ahora se hacían trabajosamente a mano, han salido a la luz decenas de espías y delatores que muchas veces habían logrado altos cargos en la política, la cultura o el periodismo de la Alemania unificada.
En marzo de este año, el gobierno federal alemán decidió pagar una indemnización a unas 16.000 personas consideradas víctimas de la Stasi. La condición era haber estado más de seis meses en una cárcel por motivos políticos.
Pero este intento de resarcir heridas choca con la realidad de las cifras. Alrededor de 200.000 personas fueron presos políticos en la ex República Democrática Alemana, unas 200 murieron al intentar saltar el muro".
Erasmo: gracias, gracias y gracias.
Y efectivamente: "Lo más terrible era la completa destrucción de las relaciones humanas como tales: la amistad, la familia, el amor, el compañerismo…".
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