En este viscoso esplendor por el que pasa ahora el periodismo comprometido, Cuatro ofreció el viernes una entrevista a Marisa Castro, portavoz de una de las clínicas autorizadas para interrumpir el embarazo. La hizo Iñaki Gabilondo, desatado en sus últimos años para entusiasmo de sus enemigos. Una de las pocas cosas que leí de Federico Jiménez Losantos, y probablemente su más tierna verdad, fue una entrevista en la que reconocía que nada más llegar a la Cope se puso a darle caña a Gabilondo mañana tras mañana. La ofensiva fue respondida con una mezcla de silencio, indiferencia y desprecio. Hasta el día en que Gabilondo entró al trapo: al haberlo hecho una vez, lo haría, aun implícitamente, siempre. “Esa mañana supe que había ganado”, dijo orgulloso, con esa manera tan procaz de entender el periodismo y su ética, FJL. Y efectivamente, ganó. La lluvia fina de Gabilondo en la Ser se espesó. Y ya en sus noticiarios de Cuatro lanzó furiosos editoriales, poco ajustados a la institucionalización de su figura como leyenda de la radio: Gabilondo (que tenía enemigos, pero nunca extremos) perdió crédito y a menudo pie. En la entrevista a Marisa Castro, muestra gratuita de su idiosincrasia, se expusieron datos sobre abortos, se combatieron argumentos y se fue destilando la idea general que la izquierda tiene sobre la interrupción del embarazo, y que comparto incluso en sus expresiones más lejanas bajo la tibieza de saberme hombre. Llegado a un punto cercano al final, sacaron entre los dos el pesado cadáver de la derecha, casi putrefacto. ¿Y podría ser, vino a decir Gabilondo, que la procedencia ideológica de muchas mujeres abortistas es un tanto insólita? El mensaje masticado: ¿verdad que siempre predican una cosa y cuando se cierra la puerta hacen otra? La mujer se animó (luego supe, bendito, que es diputada de Izquierda Unida). Efectivamente, “podría decirse” que son las mujeres de derechas las que más abortan: conclusiones en directo de un estudio elaborado en poco menos de tres segundos, y en base a saber qué muestra. Como estábamos en faena, la entrevistada fue más lejos: las mujeres de derechas no viven el sexo de forma "tan natural", claro, y entonces hay más probabilidades, dijo. “Hay que convencerlas, quitarles la enagua, pelearse para meterla sólo un poquito”, pensé. Ellas no saben, les crece la barriga a los tres meses: un sindiós. Todos los adorables clichés del instituto, pero en riguroso (¡y sesudo!) prime time. Con naturalidad.
miércoles, enero 23
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2 comentarios:
Ha tocado un tema espinoso y muy controvertido. Le pido de antemano disculpas por la extensión de este texto, pero creo que el asunto, por su importancia, lo merece. A buen seguro volverá a ser asunto de comentarios futuros. Vaya por delante que mi exposición no parte de un propósito de imponer sino de proponer más bien un debate intelectual y no pasional, a favor o en contra del aborto, que ciertamente no me interesa.
Primero, los hechos:
Con datos oficiales que se pueden contrastar en la página web del Ministerio de Sanidad (http//www.msc.es/organización/sns/planCalidadSNS/pdf/equidad/interupcion_IVES_2006.pdf-367.8kb), en 2006 el número de abortos alcanzó los 101.592, que se deben dividir en dos bloques: residentes en España y residentes en el extranjero. Es importante subrayar que en España abortan extranjeras venidas de muchos países porque no encuentran ningún problema legal para hacerlo. España se ha convertido en un país libre para abortar sin ningún límite de tiempo de gestación como lo han denunciado y demostrado medios de comunicación daneses e ingleses y que fueron los que destaparon la triste realidad de las clínicas abortistas en Barcelona y Madrid ahora investigadas por la justicia. No entro en detalles sobre esta cuestión porque ya han sido publicados exhaustivamente en la prensa. Añadir que sólo 14 abortos practicados en 2006 lo fueron por violación.
Destaco, por otra parte, el negocio que supone el aborto en España para determinados médicos y clínicas privadas que se están forrando por este motivo. Es curioso que ni tan siquiera llega al 3% el número de abortos practicados en los hospitales de la Seguridad Social, lo que da una idea, al menos eso creo, de la alta estima que los médicos tienen sobre el derecho a la vida y la ética y deontología que sobre este asunto practican en su profesión.
Once mil menores de edad abortaron en España en los últimos dos años, con un incremento del 4,2 por ciento en 2006 con respecto al año anterior. De ellos, más de 700 eran chicas residentes en el extranjero que accedieron a nuestro país para someterse a la interrupción del embarazo. De hecho, de las 3.383 mujeres residentes en el extranjero que abortaron en nuestro país, 332 eran menores de edad, lo que supone prácticamente una de cada diez.
Entre los dos primeros grupos de edad (menores de 15 años y de 15 a 19 años), en España se contabilizaron casi catorce mil abortos. De ellos, 13.293 fueron de residentes en España, y la interrupción se produjo en su mayoría (87,7 por ciento) entre las primeras doce semanas de gestación. Todo lo contrario que entre las residentes en el extranjero, ya que más de la mitad de las 601 chicas que acudieron a España para “acabar” con su embarazo se encontraban en un muy avanzado estado de gestación, a partir de la semana 17.
De las menores de 18 años, 11.244 se sometieron a una interrupción voluntaria del embarazo en los últimos dos años, y en 2006 el porcentaje sobre el total de abortos alcanzó el 5,84 por ciento, con diferentes visiones según cada comunidad. Cinco de las comunidades superan la media española (Andalucía, Canarias, Comunidad Valenciana Extremadura y Galicia), y en este caso no a todas se les puede introducir el elemento de la inmigración para comprender su situación. De hecho, el mayor porcentaje de abortos entre menores de edad con respecto al total de casos se dio en 2006 en Extremadura (un 9,27 por ciento), región que no tiene una gran carga de inmigrantes, como tampoco Galicia (6,88%).
Entre los abortos que superan las 17 semanas el 0,46% se produce entre las residentes y que son menores de 15 años, porcentaje que se eleva hasta el 1,27 en el caso de las extranjeras. Similar situación se vive entre las menores de 20 años. También son más las extranjeras que interrumpen su embarazo por primera vez (un 74,93%) con respecto al porcentaje de españolas: 68,66. Y un caso evidente se da en el tiempo de gestación, pues una de cada tres extranjeras espera hasta haber superado la decimosexta semana, y entre las residentes en nuestro país esa posibilidad se da en menos del 5 por ciento.
Casi un aborto cada cinco minutos (0,976), más de once a la hora, 278 al día y 8.466 al mes. Esa también es la imagen de España, que ha obtenido con los datos de 2006 encima de la mesa el mayor aumento conocido en tasa de abortos, al subir más de un punto (9,60 a 10,62) con respecto al año anterior.
Entre los números aportados se extraen muchas otras conclusiones. Por ejemplo, los casos entre mujeres casadas descienden de forma constante y casi en la misma proporción que crecen los de las solteras. También bajan, año tras año, las interrupciones entre las estudiantes, que han pasado de ser un 16,33 por ciento del total a un 10,75. Y, al contrario, entre las mujeres sin pareja casi se ha triplicado el número de abortos en los últimos diez años: de 4.501 a 12.890.
Una situación que llama la atención son las interrupciones del embarazo entre mujeres que tienen un hijo. En la actualidad, ya uno de cada cuatro abortos, con un incremento sin freno desde 1997 (del 18,64 por ciento al 24,72). Y en sentido contrario aquellas que aún no han dado a luz, que son menos de la mitad cuando diez años atrás suponían el 54,81 por ciento.
Si hablamos de número de abortos anteriores, casi se ha duplicado el porcentaje de mujeres que se someten al menos por tercera vez a la interrupción de su embarazo en la última década y en números absolutos ha pasado de 2.483 a 9.204. De hecho, en cinco regiones uno de cada diez casos es de personas que acuden por tercera vez a acabar con su gestación. Esa situación se ha producido en Aragón, Canarias, Castilla-La Mancha, Madrid y Murcia.
Por último, puede sorprender un dato que se extrae de los abortos a partir de la semana decimoséptima por nivel de estudios. El mayor porcentaje de abortos con respecto al total de los producidos en este apartado corresponde a las mujeres que tienen estudios universitarios (7,3 por ciento), y el menor (3,7 por ciento), a las analfabetas. En medio quedan las personas sin estudio, o las que han concluido el primer grado y el segundo grado.
Segundo, una argumentación:
El debate sobre el aborto actualmente, al menos para mí, es un debate sobre la vida. Quiero decir con ello que no es un tema de izquierdas ni de derechas. No es un tema ideológico aunque sí cabe hablar sobre el mismo de aspectos científicos y éticos. Para no alargarme más sobre este particular diré que no hay término medio: o se está a favor de una cultura de la vida o se está a favor de una cultura de la muerte. Y me explico: la inviolabilidad de la vida depende de nuestra decisión de mirarla de frente, reconociendo en ella una dignidad inalienable. La vida humana no es intangible por el mero hecho de que pueda desarrollar una existencia autónoma. Un anciano aquejado de demencia senil o un paralítico amarrado a su silla de ruedas tampoco pueden vivir por sí mismos; y, sin embargo, no se nos ocurriría pensar que por ello carecen de dignidad. Naturalmente, para alcanzar a ver la dignidad de una vida gestante, hay que mirarla a través de los ojos del corazón, allá donde reside nuestra libertad para elegir el bien o el mal. Entiendo que hay otras filantropías como las que opinan que una vida gestante no es vida, puesto que no tiene rostro. Y puesto que no tiene rostro, no puede ser sujeto, sino objeto del que puedo disponer libremente, objeto que puedo destruir llegado el caso. Y para justificarlo necesito invocar derechos: la mujer tiene derecho a decidir sobre su calidad de vida, luego la sociedad tiene que proporcionárselo. Pero de la mirada que dirigimos a esas vidas sin rostro depende nuestra propia dignidad: cuando las tratamos como objetos de los que podemos disponer a nuestro libre antojo, estamos negando su dignidad, pero también la nuestra. Estamos, sencillamente, dejando de ser humanos.
Tercero, una opinión:
Vuelco aquí un artículo de Julián Marías, el filósofo y discípulo de Ortega y Gasset, sobre esta cuestión. Está escrito antes de que acabara el milenio, por tanto unos años antes de su muerte acaecida en 2005. Creo que es sugerente desde el punto de vista intelectual.
La espinosa cuestión del aborto voluntario se puede plantear de maneras muy diversas. Entre los que consideren la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Pero se suele responder que no se puede imponer a una sociedad entera una moral “particular”. Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, concluyentes para cualquiera. Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten “por fe”; se entiende, por fe en la ciencia.
Creo que hace falta un planteamiento elemental, accesible a cualquiera, independiente de conocimientos científicos o teológicos, que pocos poseen, de una cuestión tan importante, que afecta a millones de personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o dejarán de nacer.
Esta visión ha de fundarse en la distinción entre “cosa” y “persona”, tal como aparece en el uso de la lengua. Todo el mundo distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre “qué” y “quién”, “algo” y “alguien”, “nada” y “nadie”. Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: “¿qué pasa? o ¿qué es eso?”. Pero si oigo unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntaré “¿qué es”, sino “¿quién es?”.
Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me interesa es ver en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de un niño es una radical “innovación de la realidad”: la aparición de una realidad “nueva”. Se dirá que se deriva o viene de sus padres. Sí, de sus padres, de sus abuelos y de todos sus antepasados; y también del oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y todos los demás elementos que intervienen en la composición de su organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter, viene de ahí y no es rigurosamente nuevo.
Diremos que “lo que” el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es “reductible” a ello. Es una “cosa”, ciertamente animada y no inerte, en muchos sentidos “única”, pero al fin una cosa. Su destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es ejemplar único. Pero todavía no es esto lo importante.
“Lo que” es el hijo puede reducirse a sus padres y al mundo; pero “el hijo” no es “lo que” es. Es “alguien”. No un “qué”, sino un “quién”, a quien se dice “tú”, que dirá en su momento “yo”. Y es “irreductible a todo y a todos”, desde los elementos químicos hasta sus padres, y a Dios mismo, si pensamos en él. Al decir “yo” se enfrenta con todo el universo. Es un “tercero” absolutamente nuevo, que se añade al padre y a la madre.
Cuando se dice que el feto es “parte” del cuerpo de la madre se dice una insigne falsedad porque no es parte: está “alojado” en ella, implantado en ella (en ella y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: “Estoy embarazada”, nunca “mi cuerpo está embarazado”. Es un asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: “Voy a tener un niño”; no dice “tengo un tumor”.
El niño no nacido aún es una realidad “viniente”, que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Y si se dice que el feto no es un quién porque no tiene una vida personal, habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arteroesclerosis avanzada, la extrema senilidad, el coma).
A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice que es la “interrupción del embarazo”. Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La horca o el garrote pueden llamarse “interrupción de la respiración”, y con un par de minutos basta. Cuando se provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses del nacimiento va a ser sorprendido por la muerte.
Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal física y psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal “no debe vivir”, ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente, enfermedad o vejez. Y si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto -se pensaría que protegido- en el seno materno.
Y es curioso cómo se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la decisión exclusiva a la madre (más adecuado sería hablar de la “hembra embarazada”), sin que el padre tenga nada que decir sobre si se debe matar o no a su hijo. Esto, por supuesto, no se dice, se pasa por alto. Se habla de la “mujer objeto” y ahora se piensa en el “niño tumor”, que se puede extirpar como un crecimiento enojoso. Se trata de destruir el carácter personal de lo humano. Por ello se habla del derecho a disponer del propio cuerpo. Pero, aparte de que el niño no es parte del cuerpo de su madre, sino “alguien corporal implantado en la realidad corporal de su madre”, ese supuesto derecho no existe. A nadie se le permite la mutilación; los demás, y a última hora el poder público, lo impiden. Y si me quiero tirar desde una ventana, acuden la policía y los bomberos y por la fuerza me lo impiden.
El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre. Por eso se olvida la paternidad y se reduce la maternidad a soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo uso del “quién”, de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen, toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma como una monstruosidad.
¿No se tratará de esto precisamente? ¿No estará en curso un proceso de “despersonalización”, es decir, de “deshominización” del hombre y de la mujer, las dos formas irreductibles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida humana? Si las relaciones de maternidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generaliza, si a finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios, ¿no habrá comprometido, quién sabe hasta cuándo, esa misma condición humana? Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final.
P.D: le vuelvo a pedir excusas por abusar de tanto espacio estimado Jabois.
Suyo, E.
Un poqueño comentario a su texto erasmo:
"Es curioso que ni tan siquiera llega al 3% el número de abortos practicados en los hospitales de la Seguridad Social, lo que da una idea, al menos eso creo, de la alta estima que los médicos tienen sobre el derecho a la vida y la ética y deontología que sobre este asunto practican en su profesión."
Creo que se excede un tanto en la idea que da ese dato.
En demasiados casos, me temo, las disposiciones de los méidocs no derivan tanto de su concepción del derecho a la vida. Muchas veces son los mismos médicos, o de la misma estirpe que aquellos que obligan a sus pacientes varones a quitarse los pendientes antes de atenderlos, o a negarse a explorar a alguien con tatuajes. Esto mismo pasa en Pontevedra muy asiduamente.
También estás los médicos que le indican a la mujer que quiere abortar que no puede hacerlo por la seguridad social, pero que él trabaja en una clínica privada en la que ... Y estos, son demasiados.
La mayoría de los médicos son personas bastante rastreras, porque la mayoría de las personas son bastante rastreras.
Saludos cordiales, especialmente a todos el personal de los centros hospitalarios.
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