Me he trasladado! Redireccionando...

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jueves, junio 28

El despertar (II)

New York, New York
Frank Sinatra

Nueva York es el amanecer temprano y limpio del 11-S con las calles hirviendo y esa sorprendente paz que siempre antecede a la tragedia, como el mar que se recogió en silencio en las playas de Thailandia para volver con la fuerza destructora de un volcán. Los alrededores del viejo World Trade Center son un ir y venir de máquinas y grúas rodeadas por el espíritu de la pérdida, inmóvil y acechante: un mural de fotografías de la catástrofe y cientos de dibujos escolares hechos por los huérfanos de las víctimas y en los que se lee un perturbador “Dónde estás, papá?”. Nueva York de mañana es una procesión de Lincolns, limusinas y taxis que ya no conduce Al Pacino. Es también el rugido sordo de Wall Street: el latido primigenio del capitalismo encarnado en yuppies que se acercan a las doce y media a Central Park, se sientan en un banco, se descalzan y abren un envase de ensalada para picotearla junto al maletín mientras su mirada deambula de un lado a otro en perfecta soledad. Pero Nueva York es, sobre todo, el paseo caluroso a Staten Island para contemplar la Estatua de la Libertad y, al remontar, toparse con la vista innmortal del sky-line de Manhattan: la poderosa emoción de la primera vez, con el sol centelleando en las cristaleras de los rascacielos y, detrás, el Empire State. El sobrecogimiento no se reduce ni siquiera desde las alturas del gran Padrino de los rascacielos, con el recital de piscinas, helipuertos y pequeños paraísos que se contemplan en los tejados de los edificios más lujosos: los supermillonarios de Nueva York apenas bajan a la tierra a contaminarse de la polución de los taxis y el curry de los paquistaníes. Y tampoco Times Square, y su ominoso despliegue publicitario que uno recorre impactado la primera vez, con el alma en vilo bajo la deslumbrante luz de los estrenos de Broadway y el cegador bombardeo publicitario de M&M, Sony y el estreno de la Paramount. De todas las postales, incluyendo la carrera alocada de tres modelos rubias de veinte años saliendo cargadas de bolsas de Cartier en la Quinta Avenida para subirse a una limusina blanca de cinco puertas que recorre diez metros y las deja en Louis Vuitton, no hay ninguna que se perpetue con tanta fuerza como el asombroso acercamiento a Manhattan desde las aguas mansas del río Hudson. La impresión es brutal, pero de una belleza tan inalcanzable que al cine no le ha quedado más remedio que bañarla de leyenda y al mundo recibirla como tal. Es el símbolo de Nueva York: una metáfora que describe como nadie sus placeres y también sus horrores, señalados con el dedo por los miserables que vagan hablando solos en algún rincón de Riverside Park, los hispanos que regresan a última hora de la miseria de sus trabajos, los negros que agitan como campanillas de Navidad los vasos llenos de peniques y todos aquellos que pasean de noche cargados de bolsas de basura buceando entre los despojos de la clase media a pocos metros del Walford Astoria (donde te prohíben la entrada si vas en camiseta, gorra o vaqueros rotos), del Warwick Hotel (en el que paraban Elvis Presley, los Beatles y vivió, en la suite que rodea el edificio, Cary Grant) o el Four Seasons (11.000 dólares una noche en una suite). He ahí los opulentos contrastes de Nueva York, y su frondoso jardín del que surgen los judíos ultraortodoxos leyendo la Torá en el metro, los negros del hip-hop cantando en las estaciones, un tierno ramillete de pijas hablando por teléfono mientras salen y entran de las tiendas del Soho, compañeros de trabajo comiendo en una terraza del Lower East Side, famosos haciendo la compra en algún lugar de Greenwich Village, los africanos acercándose en el mercado ambulante de Canal Street para ofrecerte la réplica exacta de un Rolex, aquella negra enorme como una montaña improvisando un concierto de gospel en la Penn Station, fanáticos de Lennon peregrinando al Dakota y al Strawberry Fields de Central Park, los espectaculares oficios religiosos de los negros en el Harlem, gente hablando sola por la calle y maldiciendo el minuto en que nacieron o los muchachos esculturales de Chelsea paseando de la mano al salir del gimnasio, en dirección al último restaurante de moda del que se ha hecho eco el Times.

martes, junio 26

El gran Gatsby (I)

Habíamos visto a Hillary Clinton a apenas diez metros de nosotros montándose en una berlina rodeada por cuatro guardaespaldas tan livianos que parecían invisibles, y treinta más hacían guardia desde las esquinas más insospechadas del Capitolio poniendo nuestras cabezas en el centro de sus dianas a larga distancia, o así lo imaginamos durante un instante en un arrebato sentimental. Fue una coincidencia tan extraña (estábamos solos, y los pocos turistas que subieron hasta allí aquel martes soleado se entretenían fotografiando la vista inmensa de la cúpula desde la parte trasera) que a punto estuvimos de tropezar con una ligera flota de negros delgados y altos, también con auriculares y gafas de sol, que se dirigía caminando al Senado: Barack Obama y sus muchachos. Del estupor, pronuncié su nombre en alto mientras E., como una paparazzi avisada, retiraba el objetivo de la Clinton y lo apoyaba en él con tanta suavidad que Obama, pegadito a nosotros, nos sonrió elevando su flaco pulgar afroamericano. Eso había sido ya hace diez días, y la última semana, antes de regresar a Nueva York, decidí hacer algo mucho más romántico: encontrar a Jay Gatsby, el protagonista de la más luminosa novela de Francis Scott Fitzgerald. Esa noche dormimos a cuarenta millas de Nueva York en el peor motel de la costa Este, y habíamos repasado ya alguno, purgando la culpa de haber pasado un fin de semana en el edificio más elegante de Cambridge, la estilosa cunita de Harvard en las afueras de Boston. Pero se había cerrado la noche con violencia y teníamos sueño y habíamos escuchado tantas veces Brilliant Disguise que de repente empecé a cantarla de memoria en inglés: yo, que al llegar al taxi del JFK le di los buenos días al conductor con un "good shopping" tan entusiasta que casi nos lleva a los dos para su casa. En el motel un viejo preguntó por cuántas horas quería alquilar el cuarto sin despegar su mirada de la mía, como inquiriendo: "¿Cuánto tiempo necesitas, blanquito?". En la habitación, que estaba tan pegada a la carretera que de madrugada un par de coches frenaron junto a la ventana y dejaron caer varios dólares, un aire recargado y seco se abrió paso a recibirnos. Husmeamos aquí y allá, descorrimos las cortinas y abrimos la cama, ausculté la alfombra y al final, en una improvisada rueda de prensa a pie de campo, anuncié la amarga nueva: "Aquí huele a puta. Y no de las caras". Por la mañana desplegué el inmenso mapa de Nueva York con las maneras de un general, y rodeé con un círculo un saliente concreto, el más cercano a Brooklyn, de Long Island: Great Neck. Allí, en el West y el East Egg, se despliega la historia de amor, ascenso y caída del gran Gatsby. Al llegar no estaba Jordan Baker caminando de un sitio a otro "la mitad por las aceras, la mitad por el césped". Pero llovía, y después de recorrer sin mucho ánimo un manojo de calles principales, atestadas de tiendas baratas de letreros agresivos, llegamos a una zona residencial de casas limpias y ordenadas y discretas, de pequeños y largos jardines, con banderas mojadas y tráfico lento. Salí del coche sabiendo ya que no estaba en West Egg y que nunca llegaría, pero entendí que por pequeña que fuera la oportunidad de revivir aquella emoción de la primera lectura había que intentarlo. Paseé tratando de imaginar siquiera por un momento a Daisy Fay y Jay Gatsby uniendo sus manos en el porche en aquel verano de 1917, y buscando en el aire algún atisbo de la ambiciosa felicidad y el ofuscante amor, vibrante como la barriga caliente de un gato, de mi protagonista. Pero lo único que encontré fue el eco de las palabras de Gatsby, teñidas de insolencia infantil y enamorada: "¿El pasado no puede volver? ¡Claro que sí!". Y arrancamos hacia Manhattan a sepultar los últimos días entre los almacenes industriales del Soho reconvertidos en tiendas y el lánguido despertar de los rascacielos más deslumbrantes del Midtown.

martes, junio 12

Messi

Primero fue el gol, y ahora la mano. Sorprendentemente, las portadas y los comentarios de la prensa adicta apenas han reducido su entusiasmo. La trampa fue un motivo de fiesta: definitivamente, es la reencarnación. Lo lógico es que la euforia se desborde en cuanto llegue la cocaína. La droga es lo que tiene.

miércoles, mayo 30

El resto es perjurio

Joven ateniense,
sé fiel a ti mismo
y sé fiel al misterio.
El resto es perjurio
Emily Dickinson


Las vírgenes suicidas fue el primer libro de Jeffrey Eugenides y la primera película de Sofia Coppola. Cinco lindas hermanas rubias se suicidan a lo largo de dos veranos. Una a una, en riguroso orden, con hermosa disciplina germánica. Se trata de una estampa que te lleva de la mano a una suave conmoción: la adolescencia que se quiebra temprana como el tallo de una espiga. Así debieran ser todas las adolescencias y así debieran ser todos los veranos. La primera de las hermanas, Cecilia, se mata atravesada por los hierros de una verja que está bajo la ventana desde la que se tira. Bonie, Therese, Lux y y Mary Lisbon se suicidan al verano siguiente. Todavía respiro el olor de la historia intensamente: los días largos y extraños, los insectos, los juegos y el misterio. La luz blanca de las tardes y el ruido de una mecedora en el porche. Aquellas melenas rubias atizadas por el viento, y sus sonrisas despiezadas en las horas blancas. Las vírgenes suicidas fue una de esas pocas películas que vi a lo largo de una semana. Una vez y luego otra. Vivía solo y hechizado en un piso vacío que se llenaba de pronto los fines de semana de gente extraña a la que ya no saludaba el lunes. Pero tenía en cama a las hermanas Lisbon suicidándose ante mi asombro, y me preguntaba si habría dejado abierta la nevera o encendido el horno, y al volver ya no estaban: morían muy rápido. Recordé ayer a aquellas vírgenes suicidas porque una madre mató a sus cuatro hijas en Texas y luego se suicidó: nada que ver, ya lo sé, pero ahí estaba el impulso sentimental. Y encontré en El archivo de Nessus un bello texto de María Castro sobre el libro de Eugenides. En él habla del misterio, del enigma. Una de mis obsesiones recurrentes de los últimos años, lastrada ya aquella imperfección de la juventud y sus cálidos aledaños, es el secreto. Durante meses he pensado cuál es su lugar adecuado, y ya no tengo dudas: el predicado. El sujeto es la fría banalidad del yo hecha jirones por los demás. Pero todo lo demás exige ser misterio, dulce enigma. Eugenides primero, y Coppola después, empapan de interrogantes los blancos vestidos y las lacias melenas de las jovencísimas hermanas Lisbon. Y cuando después del primer intento de suicidio de Cecilia, el clavel más joven, le pregunta el psiquiatra: “¿Qué haces tú aquí si todavía no sabes lo mala que es la vida?”, ella contesta: “Está muy claro, doctor, que usted nunca ha sido una niña de trece años”. “La percepción del mundo que tenemos entonces, intensa y absoluta, no se recupera, pero el desconcierto se mantiene”, escribe Castro en la reseña del libro. “El final de las hermanas Lisbon es contemplado, por aquellos que lo vivieron de cerca, como algo terrible, sí, pero no trágico. Quizás porque ellas perdieron el futuro probable, pero conservaron todos los posibles y ellos viven hoy en un futuro que ni siquiera imaginaron y en el que el sitio reservado a la esperanza se ha ido haciendo más y más pequeño”. Las vírgenes suicidas todavía se me aparecen por las noches refugiadas en su desapasionado futuro. Todas esas vidas alineadas en el verano de los jardines y las bicicletas, y sus muertes llameantes convertidas ya en flores de pétalos temblorosos y húmedos. “Qué hay después de morir”, les pregunto. “Qué hay antes”, me contestan. Joven de Atenas: el resto es perjurio.

jueves, mayo 24

Diario de Campaña (Pido el voto)

El diario De Luns a Venres ha colgado en su web un foro en el que se llama a elegir al personaje gallego de la Historia. Allí dice un lector: “Se o español da Historia é JuanCar, o galego da Historia é Franco” y otro, más deslumbrante: “Francisco Cacharro. Xenio e figura. 170 funcionarios o día que o deixa...”. En la encuesta de Antena 3 Lola Flores está por encima de Felipe II, lo que no deja de tener su coherencia: como la presencia de la reina Sofía, esa estadista legendaria, en los primeros puestos. Pocos países pueden presumir de ser tan babosos con sus reyes como éste. Pero por esos meandros circula el final de la campaña electoral y uno, para ahorrar fuerzas, se fue de mandanga el miércoles para tomarle el pulso a la barra y ponerse al día con los camareros. La noche acabó en La Cabaña con un concierto bravo y cegador de Gustavo Almeida: allí bailaban brasileños, bebían abandonados y se sudaba la vida. Tuvo un final derrochador que contemplé solo subido a una banqueta tan alta que tuvieron que venir los bomberos a bajarme. Al día siguiente cayeron los rayos y los truenos de una tormenta urgente, y uno cogió los bártulos y se sentó delante del ordenador a ver qué salía de aquello. No ayuda el frente electoral, que es muy espeso. Después de estas semanas uno ya sólo tiene fuerzas para leer las esquelas, y aún así se queda en los familiares de primer grado. Luego me refugio en los anuncios por palabras y paso, raudo, a las fotos del Gente a Diario para solazarme con esas despedidas de solteras en las que las mozas sujetan, entre risas, una enorme polla hecha con pan caliente. De la campaña muy poquita cosa. En Sanxenxo a Fernández Lores no le apoyaron pesos pesados, o eso se dijo, pero le desmintió la realidad: apareció en el periódico una foto de Iria Aboi, ni más ni menos, sentada junto a él en un mitin. Iria Aboi es uno de esos pequeños fenómenos que se producen de vez en cuando en la actualidad. Salió hace poco elegida secretaria xeral de Galiza Nova y la vi días después en los debates de la TVG. La rastreé inquieto por Google para cazar alguna entrevista y hacerme una cierta idea de ella: me gusta. Envuelve el plomo en seda. También le gustó a Lores, por eso le dedicó unas palabras en su blog. Roberto Fernández Lores y yo compartimos sensibilidades: los asadores, el vino exquisito y ese gusto por la compañía que sabe explicarse, tiene las ideas limpias y a veces, por las noches, duda. Pero hoy se acaban las columnas, y a otra cosa: a Anabel, por ejemplo. A la manera de esos grandes periódicos nacionales imbuidos de autoridad moral, yo hago desde aquí, a puertas de la jornada de reflexión, mi particular posicionamiento político: pido (¡exijo!) el voto para la candidata del BNG en Forcarei. Llamen a las puertas y arrastren a sus vecinos, como decía Fraga.

Diario de Campaña (Mi casa)

A tres días del final de la campaña electoral se aprieta la lucha por la gran frase histórica que humeará durante siglos en la hemeroteca municipal. Recuerden dos que vienen ahora al vuelo: “Pontevedra podería ser mellor que Oxford” (Lola Dopico) y “De mutuo acordo” (Rodríguez Lorenzo sobre cuál es el mejor momento para el sexo) y la ganadora de la campaña 2005: “Hoxe si que fumos lonxe, até A Coruña” (Anxo Quintana, melancólico, en su blog). Ayer Xabier Míguez, candidato del BNG por Vilaboa, lo dio todo: se vació como un canterano. Le preguntaron cuál era su escena preferida de cine y allá fue Míguez, como Oiarzábal, a escalar un ochomil: “Cando fan casas”. Esto primero hay que masticarlo y luego digerirlo extrayendo una ristra de conclusiones. ¿En qué psiquiátrico está ingresado el empleado del videoclub que frecuenta Míguez? ¿Qué clase de películas ve un señor al que le gustan las escenas en las que se hacen casas? Y, peor aún, ¿cómo se guía él para verlas: los callos de las manos de los protagonistas en la carátula, las herramientas, los cascos y los dorsos sudados de los obreros? ¿Qué nos está diciendo exactamente Míguez? ¿Que en principio en esas películas parece que se va a hacer una casa pero nunca se da empezado? Para evitar suspicacias, el candidato da una explicación: “Por exemplo, en Único Testigo cando os veciños unen esforzos para facer un alboio entre todos”. El problema sin embargo no se extirpa, sino que se desplaza: cuando se le pregunta por un sueño que haya cumplido, Míguez contesta impertérrito: “Ter unha casa”. ¡La casa!: su complejidad sentimental y aun metafísica. Y las grandes películas en las que se hacen casas: esas obras maestras por las que no pasa el tiempo. Xabier Míguez tenía que haber nacido jubilado. Como no nació así, nació por lo menos madridista. El nacionalismo gallego presenta estas maravillas estéticas: aficionados del Real Madrid. Una de las cargas que lleva el ser madridista es que te identifiquen con un señorito del barrio de Salamanca, con un cursi que anda de un lado para otro con un toro de Osborne en medio de la bandera de España o con un gordo rapado de espíritu nazi. Son identificaciones subnormales, porque si hay algo que no responde a ninguna etiqueta es el fútbol: genéticamente impredecible. Pero hay más nacional-madridistas confesos: Luís Bará, director xeral de Cultura. Y un artista libre: Antón Sobral. Sobral precisamente leía (¡devoraba!) ayer el As en una terraza del Rúas, a los pies de la Praza da Leña. Me acerqué a él con la intención de saludarle, pero lo vi tan metido en harina que hasta me conmovió. Seguí paseando despacio y alegre pensando en los madridistas y su pesada fama. “¿Por qué nos odian tanto?”, se preguntaba Piqué en Barcelona hace cuatro años mientras los aviones americanos bombardeaban Bagdad. Y finalmente alquilé por la noche El Patriota porque recordé que al final de la película se reúne todo el pueblo para hacerle una casa nueva a Mel Gibson. Seguí a todo trapo disfrutando de Esta casa es una ruina. Y de postre puse la famosa Casablanca: pero no la acabé de entender.

lunes, mayo 21

Diario de Campaña (Que viene el lobo)

"Ao señor Lores só lle falta dicir: que viene el lobo, que viene el lobo". Este es uno de los hits de Telmo Martín en campaña. Lo deslizó en una entrevista y lo repitió varias veces a lo largo del día. La ocurrencia era feliz hasta que ayer llegó el lobo: mató a cinco potros y dejó dos heridos en el monte de Cotobade. Y algo peor: los ganaderos amenazan con batidas ilegales para matarlo. Al lobo es mentarlo y aparecer. Pero aún hay más: en Cotobade, precisamente en Cotobade, reapareció Fraga este fin de semana. Hay metáforas que es mejor callarlas.

Para quien no tenga la suerte de conocerlo, hay que decir que José Luis Rodríguez Lorenzo es un filón. El ex alcalde de Sanxenxo y candidato ahora independiente responde al patrón de genio y figura. En el PP hay miedo de que pueda convertirse en la llave de gobierno, pero tal y como es él, que tiemblen todos. Hace poco se declaró en una entrevista de izquierdas, lo que ya es un paso, sobre todo teniendo en cuenta que fue uno de los alcaldes emblemáticos del PSOE gallego en unos años, los noventa, en los que el socialismo era un desierto. Pendiente de la atención mediática y del apoyo popular (Rodríguez maneja las cortas distancias y es un personaje con tirón), organizó la presentación de su programa en el Pardo Bazán a las 13.30 horas. No llenó, porque no son horas para un domingo, pero ahí estuvo él y su carácter. Que no se casa con nadie no tiene ni que prometerlo: por no casarse, no se casa ni con su público. En medio de su discurso, interrumpido constantemente por los aplausos, dio un puñetazo en la mesa: “Por favor, non me aplaudan porque me cortan o discurso. Chégame coa intención”.

En Vigo resiste Corina Porro, junto a Teófila Martínez uno de los últimos bastiones de aquella camarilla de “rubia y del PP” que hizo temblar a la generación de Quintanilla de Onésimo, heredera espiritual del aznarismo. Porro tiene complicado repetir, pero sonríe. Hace cuatro años ya se escribió de ella en esta columna y se citó entonces a Carlos Blanco. Como el tiempo no pasa por mí (ni por ella, ni por Blanco), repito la coña: “Mira que chamarte Corina Porro. Anda que menudo nome... Corina”. Leída ahora ya no tiene tanta gracia: o sea que el tiempo, aunque no lo parece, sí que pasa. Ayer la alcaldesa de Vigo sacó pecho: “De 13 kilómetros por hora hemos pasado a 28 y 22 kilómetros por hora en el centro de la ciudad”. No especificó si andando o reptando, pero el aumento es considerable. Debería pensarse en traer a Vigo la Fórmula 1. O servir de lanzadera, directamente, de un cohete.

Diario de Campaña (Puntual)

Cuando en los ochenta era candidato de Alianza Popular, Manuel Fraga Iribarne viajaba por toda España a bordo de un coche verde (del cual no recuerdo la marca) que le dejaba en los sitios, tal y como exigía, con una puntualidad casi terrorífica. Cuando llegaba antes, Fraga ordenaba al chófer dar vueltas por la ciudad hasta que se cumpliese el segundo exacto en el que tenía que bajarse del asiento. Pero cuando el coche viajaba sobre la hora, o incluso con retraso, Fraga raspaba y raspaba con las uñas el apoyabrazos del asiento trasero. Al final de la campaña el apoyabrazos estaba casi en el esqueleto, tanta era la aprensión del candidato. La anécdota, entre otras muchas, la relata Fernando Jáuregui en su biografía sobre este hombre monumental del que algunos recordarán su aperturismo en la Transición y su sentido del deber: otros lo recordamos sentado en el Consejo de Ministros que ejecutó a Puig Antich. Fraga reapareció ayer en campaña, lo que no deja de ser noticia. Lo hizo en Cotobade, donde se presenta Sonsoles Martínez, una amiga mía que no tuvo la oportunidad de saludar a Fraga, porque está en la lista del BNG y tampoco es cosa de mezclarlos, y donde un amigo tiene una casa por la que pasaron fiestas, amores y resacas a lo largo de los años. Ese recorrido sentimental lo hizo ayer Fraga: el suyo propio, quiere decirse, que será un poco más vasto que el mío.

viernes, mayo 18

Diario de Campaña ("¡Es que me tenéis harta, joder!")

Como hacer el amor por primera vez con la luz encendida, seguir nadando sin saber que tu padre te ha soltado los tobillos o sorber por la pajita el primer trago de alcohol en un vaso de plástico: así debe ser para un ciudadano común que de repente un periodista le plante la grabadora en la boca y le pregunte algo. Es un desvirgue un tanto vergonzoso que uno comprobó azorado las primeras veces que salía del coche en Sanxenxo con un magnefotón que imponía más que las preguntas, que ya era difícil. Hay quien tiene tablas y responde con solvencia y luego están los mejores: los que no saben si están hablando en directo por la radio o les están grabando en la Primera mediante algún oscuro mecanismo. Entonces se produce el fenómeno: el vecino que te hablaba con naturalidad minutos antes, coge aire cuando se enciende la luz roja de la grabadora y comienza a largarse un discurso por peteneras, seleccionando con horror las palabras y poblando de gerundios y participios, zona noble del verbo, su particular monólogo. Pongo por caso: un incendio en una calle de Portonovo. El periodista caza a un vecino, que le explica la versión tranquilamente (“estaba ceando coa miña muller, vendo a televisión, e escoitei uns ruidos tremendos do piso de arriba, como se explotase algo, e xa saímos a carreira ela e máis eu escaleiras abaixo”) y luego el periodista se identifica, enseña la grabadora y le pide recoger las declaraciones. El vecino pasa a ser testigo, así lo concluye él, toma aire y después de unos segundos de vacilación en los que analiza la trascendencia de su declaración, exige no identificarse y comienza su castellana exposición: “Estando yo en la hora de la cena, acompañado de mi mujer mientras veíamos ambos el televisor, me pareció escuchar supuestamente un ruido tremendo que procedía del piso superior”. Así es nuestra enternecedora primera vez con la prensa. Estos días de campaña nos ha tocado al fotógrafo y a mí a salir a la calle para coger el pulso del ciudadano y abordarlo para que nos cuente algo de las elecciones. Son siete encuestas que salen en un faldón de página con fotografía, nombre y apellidos. Es un ejercicio ingrato, pero hay reacciones fenomenales: 1) La típica es la del señor que te aparta con malos modos, incluso arreándote en la mano que sostiene la grabadora. 2) La estúpida es la de la señora que se lo toma a cachondeo, te responde tres paridas una detrás de la otra, se deja hacer la foto casi posando y al preguntarle su nombre y apellidos te contesta, brava, que “de eso nada”. Juego con dos posibilidades: un apellido PTV (Pontevedra Toda la Vida) o algo más atroz: una Bin Laden o algo más tenebroso. 3) La más trascendente es la de ese señor bajito que primero mira dubitativo al periodista y luego entiende el alcance del momento. Ese señor escucha con interés la pregunta, después la rumia con tiento y pide, por favor, que se le repita. Una vez digerida, se seca el sudor con un pañuelito blanco de iniciales bordadas en azul y se eleva unos centímetros: ya está preparado, tras una pausa eterna, para cambiar el rumbo del Gobierno municipal, y quién sabe si también de la Moncloa. 4) Pero la más graciosa de todas, sin duda, es la señorita que accede a responderte después de varios intentos, y que al ver la cámara satisface un deseo íntimo alimentado durante años chupando programas del corazón: se le enciende la mirada de rabia y placer, levanta la mano como tantas veces se la vio levantar a la Pantoja y suelta gritando a la carrera: “¡Fotos no! ¡Es que me tenéis harta, joder!” mientras intenta abrir la puerta trasera de un coche cualquiera para meterse dentro y atizar el cristal con una revista: “¡A mi niño ni una foto, hijo de puta”.

Diario de Campaña (Si me votas te la chupo)

Avisábamos ayer del calor de feria que se acercaba a la campaña, con la determinación de un tren, pero no esperábamos esto. Cayó como la pata de un elefante, que es una expresión que usó en alguna novela Ray Loriga (uno siempre se queda en lo profundo), y los electores se fueron a la playa a meditar el voto cerrando los ojos, concentrados frente al sol. La noche anterior hubo revuelta en la zona vieja pero el cronista pilló cama a la medianoche, como esos toreros que tienen faena al día siguiente, y menos mal: a las diez de la mañana atronó el rap. Fue una sacudida tan violenta que me agarré a la cama, impávido. “¡Es que es el Día das Letras Galegas!”, me gritaron desde el baño. “¿Y a quién se lo dedican este año, a MC Hammer?”. Pero había una sana explicación. Reviravolta tenía engalanada A Verdura con banderas y demás, preoarando una fiesta. De los raperos, eso sí, ni rastro, lo que tampoco me extrañaba, porque a esas horas no era descabellado un linchamiento. Luego, desperezándome, caí en la cuenta: sonaba un disco. “Cajo en Diosss” y “O traballo mata” fueron los dos mensajes que fui digeriendo con el desayuno.

En Areas el coche del PP hacía un esfuerzo baldío: pasearse por los alrededores de la playa anunciando un mitin protagonizado por Palmou. Palmou en Sanxenxo dejó hace tiempo de ser un político para ser un turista. Lo que antes era pasión por el poder ahora es pasión por el Marycielo, que no está mal si uno gana lo suficiente. Pero el esfuerzo del coche del PP era visto con compasión por los señores que bajaban del maletero su periódico y su sillita de montarse. Silgar es básicamente la playa de Ourense y Areas la de Pontevedra. A falta de concretar las promesas de las playas de Os Praceres y aquella fluvial que se dibujó sobre el Lérez, el elector pontevedrés sigue siendo muy de Areas, con su Postiña incorporada. No tanto en mayo, pero hay domingos de esos en los que corre Fernando Alonso que pillar mesa en A Postiña es como conseguirla en el restaurante de moda del Soho. De todas formas, el mensaje de Catalina fue ahogándose en indiferencia: ya bastante tenemos con votar en Pontevedra como para hacerlo en Sanxenxo, parecía decir el pueblo.

A la vuelta, sin caravana y sin consuelo, pienso en las elecciones belgas. Una candidata de buen ver prometió la creación de 400.000 empleos, que en inglés se dice ‘jobs’. Y un avispado le preguntó que por qué no ofrecía 400.000 ‘blowjobs’, que en castellano viene a ser la mamada de toda la vida. Lo sorprendente es que la candidata aceptó el ofrecimiento: a los primeros 400.000 ciudadanos que firmen su inscripción en mi partido les como el rabo, vino a decir. Hubo colapso y tembló el Gobierno: 400.000 es un número temible, para el Gobierno y para ella. Luego aclaró que había sido una ironía. “Nadie se lo tomó en serio”, dijo, pero sonó a “yo a ver hasta dónde llego”.

Diario de Campaña (Mutuo acuerdo)

El primer candidato que tuvo que decir que no está satisfecho consigo mismo en la encuesta personal de Diario de Pontevedra tuvo que ser de Izquierda Unida. No es casualidad, como tampoco que a la pregunta de su escena favorita de cine sea una de Acorazado Potemkin. Son rasgos definitorios que concluyen con una realidad fulminante: Juan José Guirado no va a sacar nunca un concejal. Para los que de una forma u otra hemos tenido una suerte de emoción sensible por el modelo federal de Izquierda Unida (tan alejado del modelo borroka que promueve ahora cada agrupación en su paellera) eso es una buena noticia: quien quiera ver que mire y quien quiera escuchar, que entienda (Marcos, 4-12). La entrevista, publicada ayer, es exquisita: no se esperaba menos.

A la campaña ha llegado un poquito de calor. Ya se sabe que a las palabras de amor, dijo Machado, les viene bien su poquito de exageración. Y a la política le conviene la temperatura alta, el fragor playero que precede al reparto de estopa por la noche: las mangas arremangadas y la lámina de sudor en la frente. A eso de las once se abrió el cielo y cayó un sol esplendoroso, como aquel que le iluminaba a Fernández de Mesa las playas tras el Prestige. Por eso Teresa Casal se recogió el pelo y se calzó unas gafas redondas y magníficas de mañana para pasear, briosa, por Michelena. Paredes colgaba ya las portadas del día, donde relucían las fotos del último acto pacífico, en respuesta a las agresiones cobardes del BNG, del Capitán Democracia y su Ejército de los Mil Ghandis. Se filtró pronto la versión de la algarada: estaban los misioneros tocando la guitarra (“alabaré, alabaré, alabaré”) alrededor de una hoguera cuando llegó Lores y les meó en la cabeza. No hay derecho.

Mientras el alcalde firmaba autógrafos en Estribela se presentaba el PP de Sanxenxo en Vilalonga. Los ‘populares’ han tenido siempre una relación muy estrecha con esta parroquia y los periodistas lo agradecemos. Desde el mitin-homenaje con raciones de empanada para honrar a José Cuiña hace años, hasta el apoyo vecinal que se le tributó el martes a su concejala Paz Lago, que sería perfecta si se apellidase de segundo Azul: almibarado, pero concreto. Con Cuiña quedó Sanxenxo desabastecido de empanada durante semanas, y a Paz Lago los vecinos la agasajaron con camisetas rotuladas con un mensaje un tanto críptico: “Estamos contigo”. La fotografía de David Freire recogía el espíritu del acto: Núñez Feijoo, Catalina González y Rafael Louzán sentados delante de un grupo de gente con sombreros de paja con cinta naranja. Allí, en Sanxenxo, contestó José Luis Rodríguez Lorenzo a las preguntas de la encuesta personal del Diario. Comparto su virtud: “saber ponerme en el sitio de los demás”, deudora del inicio de El Gran Gatsby (“Cuando sientas deseos de criticar a alguien, piensa que no todo el mundo ha tenido las oportunidades de las que tú has disfrutado”). Pero lo mejor vendría luego. “¿Su mejor momento para el sexo?”, se le pregunta. “No descubro mis secretos”, contesta. Y añade, en cualquier caso: “Cuando hay mutuo acuerdo”. Madre mía.

miércoles, mayo 16

Diario de Campaña (Sencillos)

Uno de los rudimentos básicos de una campaña municipal es su sencillez, su cálida naturalidad. Por eso a veces se producen, de forma insólita, las noticias que el lector quiere leer: incluso el lector avispado de provincias que apura un vino antes de ir a comer. El partido independiente de Poio, por ejemplo, ataca a Luciano Sobral por no poner una barandilla en Raxó. Ahí está, despojada de cualquier rasgo semántico (¡despojada incluso de la compleja geopolítica dominante!), el interés del votante escrupuloso. Hace un par de días el Diario recibió la pregunta de un lector dirigida a Fernández Lores. Era una pregunta concreta con un arranque explosivo: “A miña pregunta, e dependendo da resposta dependerá o meu voto, é se no lugar da Ermida van poñer o saneamento a todo o mundo”. “Este mesmo ano”, respondió casi sin respiración el candidato del BNG. En el rural, especialmente en el rural del rural, los votos los ganan las pistas asfaltadas. Incluso en algunos lugares urbanizados es el vado permanente, ni más ni menos, el que decide la suerte de una Alcaldía: y en campaña se le puede hacer al vecino una simulación para ver cómo quedaría la banda amarilla sobre el bordillo de la acera de su domicilio. Estos son los detalles que ponen cachondo al pueblo. En las municipales uno se faja a fondo y no importan tanto los mítines como las promesas sencillas y aseadas, porque el votante se conforma con muy poco. Hace años le preguntaron a un comerciante de Sanxenxo: “¿Y usted qué le pediría al próximo alcalde?”. “A mí, por favor, que no me toque mucho las pelotas”. No sabemos si se las llegaron a tocar. A mí casi me las tocan una vez hace ya cinco años en el mismo pueblo en el que Touriño cerró su jornada electoral el pasado lunes: en O Barco de Valdeorras. Allí dijo Touriño que Rajoy está convirtiendo la campaña en una tómbola, y cinco años atrás se fue uno de enviado especial a un congreso de dueños de puticlubs. Hay una conexión oscura entre la tómbola y el puticlub: una suerte de fatalidad que va desde el lumpen hasta el amaño. Y luego está el destino universal, que le reserva a Pérez Reverte la guerra de Yugoslavia y a mí una cena entre lo más granado de la sociedad. Me fui con M. en un 106 que pinchó una rueda por el camino: ninguno de los dos sabía cambiarla, y llegamos con la cena ya empezada y tras hacer dedo. Me tocó al lado de una madame muy parecida a la del chiste. Las chicas del club que regentaba en Ibiza eran guapas, altas, tenían una carrera y sabían idiomas, pero lo que más atraía era el misterio: ¿por qué se metieron a putas? La cena fue delirante, y el espectáculo que siguió después indescriptible: se contará en su momento. Hubo una entrega de premios con ese aire de tómbola que denunció Touriño, y en medio de la borrachera M. se metió en la chaqueta el trofeo enorme al mejor empresario de clubes de alterne del año, que era un tipo de Valencia que había levantado el premio con el mismo orgullo con el que Raúl levantó la Novena. Presidió mi salón durante años, y en mis ratos libres le sacaba brillo a la chapa.

lunes, mayo 14

Diario de Campaña (La democracia fundamental)

Foto: Lavandeira Jr / Efe


Entre algunos de los oscuros vicios de Fraga heredados por Touriño se encuentra el de salir por la televisión sólo para decir cosas, nunca a escucharlas. Debe entender Touriño que el presidente de la Xunta escucha sólo en la intimidad, cuando lo hace, parapetado en la blanda insolencia de su actitud. Y digo parapetado porque es una palabra que usó él en un momento determinado, hace menos de dos años, cuando espumeaba junio por encima de las primeras olas del verano. Su ausencia en el debate electoral de la TVG la explica, mejor que él, la Historia. La Historia siempre se ha arremangado con esta clase de actitudes de ‘parvenu’ para descifrarlas públicamente. Pero ni siquiera hace falta irse a ningún tomo del siglo XVIII: basta escribir algunas palabras básicas en Google y toparse de bruces con esta afirmación: “Ojalá podamos ver un debate entre Quintana, Fraga y yo. Pero me temo que Manuel Fraga no está en condiciones de sostener ese debate, de responder por qué seguimos estando en el furgón de cola de España. (...) El debate es un derecho de los ciudadanos, no es un derecho de los candidatos. Por eso es fundamental, en democracia, que se celebre. Y se lo pediré a Fraga todos los días hasta el 19 de junio”. Hasta ahí la Historia. Luego la réplica a la mismísima Historia, porque el atrevimiento no tiene límites: Touriño asegura que él no fue porque se trata de elecciones municipales y “os protagonistas deben ser quenes se presentan as eleccións para pedir o voto, e en democracia teñen un nome: candidatos ás alcadías”. Por eso se ha retirado discretamente a un segundo plano, ha borrado su nombre de los carteles y apenas se le ha visto en algún acto público. Fíjense en esta fotografía de Vilagarcía y midan bien el alcance del protagonista, que no es otro que el candidato socialista a la Alcaldía: en el centro de la imagen y levantando las manos de qué importa quién. Ayer fue López Orozco a la TVG a ejercer el derecho de los ciudadanos y Touriño ejerció el derecho al monólogo sin discrepancias antes audiencias fieles y coloreadas por las banderas. También eso es fundamental en democracia.

Diario de Campaña (Que canten los niños)

Hay en todas las campañas un elemento imprescindible: los niños. Lo pensaba ayer revolviendo entre las fotos del día mientras aparecía, uno detrás del otro, Anxo Quintana y Telmo Martín haciéndole cucurrucucú a la chavalada: he ahí la tierna, la despiadada infancia. Y qué me dicen de Santiago Segura, presidente de la Xunta, sujetando a la niña en campaña conocida su depravada tendencia (“es que las visten como putas”, diría después). Los niños son el mobiliario urbano que necesitan los candidatos para rendir al pueblo, participando en sus afectos y cariños, y los candidatos pueden acercarse a ellos sin tener la necesidad de convencerlos de nada. El contacto con los niños, revolverles el pelo encoloniado y hacerle gracias en la punta de la nariz, cuando no fingir arrancársela y enseñarles luego el pulgar, viene a contrarrestar una plaga severa que también se da en campaña y que suele aterrorizar a los candidatos: el desembarco. Las visitas, o sea. En Santiago de Compostela, rodeado de la piedra de los siglos y santiguándose tras palpar el agua bendita como quien palpa el seno perfumado de una dama, dijo ayer Adolfo Suárez Illana que en la política hay una batalla que no es entre la izquierda y la derecha, sino entre el socialismo y la libertad. De Suárez Illana dijo un día Umbral que era un niño tan soberanamente pijo que un día estando el escritor con el ex presidente del Gobierno, se presentó Adolfito vestido de tal guisa que el padre lo mandó a cambiarse. Si su padre estuviese en condiciones probablemente lo devolvería: ya ha tenido muchos años y muchas oportunidades. Siempre he percibido en Suárez Illana esa pinta de funerario revenido que encuentro también en un tertuliano habitual de Salsa Rosa. Socialismo o libertad, dijo Suárez. Había que meterlo de las orejas en el Ejército de Chávez, que tiene ahora la obligación de saludarse “¡Patria, socialismo o muerte!”. Se parecen tanto que estremece. Más cerca de aquí, en Vilagarcía, apareció Zaplana para decir que ETA se presenta a las elecciones. Con este panorama desértico y a las puertas ya de un lunes no es extraño que haya gente aseada y pulcra como Anxo Quintana y Telmo Martín que prefiera girar la cabeza hacia los niños y arroparlos a besos, pellizcarles serenamente las mejillas y sorprenderlos con algún truco, a la manera de un mago. Pero no se habla de eso en Combarro, porque el vino está frío y cae un sol redondo y blando. Allí me entero de que es muy probable que en ningún municipio gallego haya tanto rechazo a un candidato como el que hay en Poio al candidato del PP Javier Domínguez. O al menos eso me dice, con una seriedad envidiable, un grupo abundante de comensales. Los mejillones están buenísimos.

Diario de Campaña (Todos contra todos)

El inicio de campaña en Pontevedra fue un ejemplo de civismo, pero estuvo lejos de llevarse el Premio al Juego Limpio, que se lo llevó el alcalde de A Lama por zapatear a un anciano y llamarlo “maricón, hijo de puta y muerto de hambre”. Hasta aquí lo que dice la denuncia y lo que aseguran los testigos de la parte denunciante, que diría Groucho. Porque el alcalde, que hace años ya se tiró unos kilómetros corriendo detrás de un árbitro para contarle lo bien que lo estaba haciendo, comenta sólo que hubo follón, pero de todos contra todos. Ahí la tenemos: todos contra todos es hasta ahora la mejor expresión de la campaña. La primera gran muesca del revólver. La utilizábamos de pequeños para pelear y de jóvenes para follar. Es fácil: uno acaba de mañana con una botella y buena compañía, novios y novias de una noche, y en un momento determinado se sube el pueblo a la cama y cuando se miran los chicos, si uno dice ‘todos contra todos’ es que hay permiso para morir matando. El alcalde de A Lama, que se llama Jorge Canda, ha vuelto a los orígenes y se ha marcado un ‘todos contra todos’ de los de la pelea, no nos vayamos a equivocar. Canda estaba en la mesa cenando con la familia, preguntándose si de verdad el gol de Messi es comparable al de Maradona, o acaso resultó más decisivo el primero, y cuando salió a las doce menos diez de casa le preguntó la señora, alarmada: “Dónde vas, Jorge”. “A una pegada”. Y al primero que pilló lo empitonó. Luego vio los carteles, las brochas, la gente flipando, y empezó a hacerse un lío. Eso, claro, lo pensaba yo antes de leer la denuncia: habiendo tan sólo recogido el espíritu del suceso, sin más andamios que los de la imaginación. Un columnista digno de ser leído es el que escribe al chou, cogida la información con los pelitos y unas pocas pinzas viejas. Digo digno de ser leído, no bueno. Porque después a uno le cuentan la información con tanto detalle que se zambulle en ingenuidades. Hay que ir al hueso: morderle la barriga a la verdad y luego escupirla si molesta. Por eso yo prefiero la versión cañí: a Canda le dijeron que había una pegada y él apareció allí tipo Dallas Winston en Rebeldes, con la botella de la cena partida por la mitad y el pelo engominado, dispuesto a bajarse al primer socialista que le cruzara la mirada. En otras páginas se cuenta que a Jorge Canda le calentó que le pusieran por un cartel por encima del suyo (“querían pasar por enriba de mín ante todos”, alega furioso el candidato del PP), cosa que no deja de tener su gracia cuando minutos antes él le pasaba dignamente la escoba al suyo y ponía los dedos en uve mirando al tendido, porque siempre fue un fan declarado de Mike Donovan.

viernes, mayo 11

Diario de Campaña (De capitán a graffitero)

Y el día de la pegada de carteles de aquel año asomaron las nubes al limpio cielo pontevedrés, y se derramaron unas pocas gotas de lluvia que los candidatos juzgaron conmovedoras mientras removían inquietos la cucharilla en el café, atravesando su mirada melancólica más allá de las cristaleras del Gloria. Era el inicio de la campaña electoral en Castroforte del Baralla, y repicaron las campanas de San Bartolomé cuando empezó a conocerse la noticia: el sindicalista García Pedrosa (Capitán Democracia desde aquel asalto pacífico, descalzo y solo y con una paloma blanca picoteando en su mano obrera, al pleno municipal) había sido pillado pintarrajeando en los carteles del BNG: está caro el papel en Pontevedra, y eso pese a Ence.

Lo que se fue sabiendo después es que Pedrosa escribió la palabra ‘ladrón’ cerquita del nombre del candidato Lores: parecía como si le quisiese decir algo. Al principio la noticia corrió sospechosa por los mentideros, y hubo a primera hora entre la redacción del Diario quien la tachó de ‘noticia-paté’. Quien no haya estudiado la carrera de Periodismo sabe perfectamente en qué género se inscribe la ‘noticia-paté’, a la que en otras latitudes también llaman, más vulgarmente, leyenda urbana. El paté fue lo que se untó aquella moza en su cuarto para deleite de su perro sin saber que (sorpresa, sorpresa) Ricky Martin estaba dentro del armario. El rumor se quedó en el limbo por los siglos de los siglos, y hace escasamente un mes, cansado de la cochinada, el Papa eliminó el limbo y la noticia perdió vuelo. Ricky Martin, eso sí, sigue dentro del armario.

Pero en Pontevedra Lores elevó al mediodía el run-run al rango de noticia. El Capitán Democracia había sido pillado, y cómo: subido a una escalera, de madrugada y grabado por las cámaras de Carrefour, que debe ser algo así como que te grabe Truffaut. Probablemente tuvieron un altercado los dos en el ultramarinos por un quítame allá esa merluza, y al salir el sindicalista se dio cumplida venganza: los supermercados son viveros de odio. O eso, o algo que ver con que el día anterior representantes de CC OO le llamaron a Lores “fascista y dictador”. Al meterse en cama, ya de madrugada, Pedrosa recordó lo de “ladrón” y subió a San Blas no se sabe si en pijama. Desde aquellas pistolitas de la CIG en la huelga de Monbús no se había visto por la ciudad suceso parecido.

Así van pasando las nubes por la ciudad y así las va contando uno. Después de una suave comida en la praza da Verdura, con ese aire otoñal que empapa de repente el corazón de la ciudad y apenas unas pocas mesas ocupadas, irrumpió a eso de las dos y media una caravana de decenas de personas portando sobre sus hombros un palio con un gracioso muñeco al que tumbaban de vez en cuando al suelo: San Ero. Cantaban aquellas voces alegres unas rimas que me apresuré a descifrar, enterado, a mi compañero de comida: “Le cantan a Valero: ‘Valero, Valero, Valero es cojonudo / como Valero no hay ninguno’. ‘Es que San Ero es el patrón de Forestales, y Valero es el director’, añadí, sorbiendo un poquito más de cerveza. ‘Qué raro, porque hay gente de Bellas Artes’, me dijo el amigo. ‘¡Y el santo tiene una paleta de colores!’, exclamó. ‘¿Cuál, aquella?’, dije señalando a una moza vestida alegremente que iba del brazo de un beato. “¿Y no le cantarán a San Ero en vez de a ese Valero?”, preguntó el otro en un tono que juzgué ya impertinente, por lo que no le contesté. Tras los postres me encaminé severamente por la rúa San Román buscando el estallido de sabor del último pimiento de Padrón que rondaba, todavía entero, por el umbral seco y listo de mi paladar. “Eres listo, Manuel”, me dije repleto de un orgullo ciego: “eres listo”.

jueves, mayo 10

Diario de Campaña (Los días revueltos y felices)

Pese al suntuoso esfuerzo de la prensa, empujando con brío el barco electoral, y las primeras convocatorias de los candidatos, que llegan repartiendo azucenas y desplegando su sonrisa portátil al peatonito del centro, la ciudad no está viviendo la campaña, ni siquiera sin pasión. Será el sol o el hastío, pero la ciudad está echada patas arriba en algún rincón de A Ferrería, como un lagarto. Mayo siembra días revueltos y felices, los primeros del verano (la primavera fresca y feliz de nuestra juventud), y esos días se arremolinan en las terrazas y en los aledaños de las playas, y la ciudad no está preparada todavía para el desembarco de nadie, menos aún de esos coches patrulla con el rostro enorme de los aspirantes pidiendo el voto, que en América se cotiza a seis euros la pieza y yo estoy esperando a que me den al menos la mitad, para comprarme una manzana y ofrecérsela a Eva, a falta de sexo.

A este cansado cronista, que pisa días iguales y desmenuza sin ardor una crónica triturada por primera vez hace ya seis años, le parece éste aquel tiempo tan lejano de Macondo en el que las cosas aún no tenían nombre. Es ese cansancio (y la sensación de haber agotado ya un tiempo, y negarlo sin énfasis mientras meto la nariz bastarda en el fondo de una gran copa de vino) que le hace uno a sonreír cuando lee en una encuesta del CSIC que tres de cada cuatro ciudadanos manifiestan tener “poco” o “ningún” interés por la información política, y nueve de cada diez opinan que la política está “bastante” o “muy” presente en los medios de comunicación. ¿Serán los mismos ciudadanos que no ven Aquí hay Tomate?: ¿los tiene el CSIC envasados en un laboratorio, y cada cierto tiempo los infestan con micrófonos y recogen sus ligeras impresiones? Miren: yo veía poco el Tomate hasta que una tarde descolgué el teléfono y allí estaba Jorge Javier Vázquez para felicitarme por un artículo en el que lo ponía a parir (o le entusiasmó la foto, o tiene fuera del plató toda la clase que le falta dentro). Con la política pasa un poco lo mismo: si a la abuela le pide Quintana un baile, te adhieres.

“Aquí hemos venido a hablar de las elecciones”, dicen de pronto mis jefes atusándose la melena blanca, violentados. Bueno, también podemos citar a un amigo al que, cuando la conversación no va por donde él quiere, pega un puñetazo en la mesa y dice: “Yo he venido aquí a hablar de mi polla y aquí no se está hablando de mi polla”. Permítanme entonces esta entrada en el diario de campaña para advertir que aquí el tema de fondo serás las elecciones locales, pero tendremos una una sensibilidad especial con las erecciones masivas. Quiere decirse que entre el chalaneo y la superchería hay que buscarle el bulto: la trastienda, el tapadillo. Será cuestión, como en Macondo, de empezar a ponerle nombres a las cosas.

miércoles, mayo 9

En cuanto a Francia 3. 1789

Debería prestar más atención el Partido Popular al mensaje lanzado urbi et orbi por Benedicto XVI: su pesada lucha contra el relativismo, esa filosofía que proclama que la verdad depende del contexto. El lunes en Pontevedra volvió Rajoy a echar mano de su chanza: yo no les voy a hablar de la Guerra Civil, de la República y de Felipe II. Tampoco del Prestige, naturalmente, aunque sí del 11-M: y no se habla de Irak, pero se recuerda de vez en cuando el Gal. Se ha dicho aquí ya en algunas ocasiones que Rajoy tiene cierta talla, aunque espumea. Que haya conquistado a Umbral no quiere decir que vaya a conquistar España: Umbral es una pluma alumbrada por una vela cada vez más pálida, y Rajoy está rodeado por la gente que se merece. Se pasó de frenada con Sarkozy, y llegó a repetir en el Pazo su lema: trabajo, esfuerzo y mérito. Por mucho empeño que pusiera, a la periodista de Diario de Pontevedra el PP le había hervido el titular y se lo había puesto a punto sobre el plato: Telmo Martín es el Sarkozy del Lérez, una comparación no odiosa, sino tremebunda. En el tintero se dejaron los líderes del PP el mayo del 68, cuando latía la playa bajo el corazón del pavimento: “sous les pavés, la plage”. Fue uno de los relámpagos finales del futuro presidente francés y uno de los que más éxito tuvo en el ‘hit-parade’. Hasta en España cierta crema de la intelectualidad parecía sacarse una espina dolorosa y proclamar los cánceres heredados de aquella poderosa revuelta que exigía robar la felicidad, no comprarla. Ha habido en Francia quien incluso tocó como de pasada la Revolución. Guy Sorman en Abc la comparó con el mayo francés: empezó bien y acabó peor. En el otro extremo, Alain Krivine y Daniel Bensaid proclamaron: “¿Culpable mayo del 68? ¿Y por qué no también Rousseau y la Revolución, que sembraron el desorden, destruyeron jerarquías, derrocaron autoridades? ¿Y culpable de qué?”. Y ayer, en una casualidad maravillosa, El Correo Gallego entrevistó al director de TVE-Galicia, Xabier Fortes. A la pregunta sobre el éxito del programa de preguntas a Zapatero, Fortes respondió con una genialidad de la casa: “Fue un acierto que ya experimentaron en Francia que, desde 1789, demuestra ser una sociedad muy preocupada por el futuro de su país y muy cercana a los problemas del ciudadano”. Probablemente 1789 son las cuatro cifras más emblemáticas de la Historia moderna y hoy estamos disfrutando de su larga y florida cosecha, sembrada a sangre y fuego. La toma de la Bastilla es la consolidación de la sociedad moderna: el derrocamiento de la monarquía absolutista, la sublevación de la burguesía y de las clases populares y la instauración de las tres palabras que rigen ya no un Estado, sino una vida: libertad, igualdad y fraternidad. Recuerdo ahora a aquel Federico Luppi retratando una cierta idea de izquierda en Lugares comunes (“alguien íntegro, que no es un inepto, ni un corrupto, ni un nombrado a dedo y, por lo tanto, prescindible en cuanto lo permite la ley”) y bautizando su villa de retirada con esa cifra: 1789. En una precampaña electoral tan ridículamente afrancesada como ésta, con apelaciones a Telmo Sarkozy y a Segolene Casal desde el púlpito del PP, es conveniente antes de empezar saber que si hay que comparar las elecciones conviene también comparar la Historia, y los ideales que la han ido forjando, incluido su tenebroso pálpito. Porque ya dejó dicho Núñez Feijóo que es mucho más difícil ser elegido como alcalde del PP en Galicia que serlo como presidente de la República francesa. ¿Se referirá a las aldeas ourensanas apadrinadas por Baltar? Porque allí ya puede presentarse De Gaulle después de la mismísima Segunda Guerra Mundial.

lunes, mayo 7

En cuanto a Francia 2. Cantar la Marsellesa


Después de las palabras de Nicolas Sarkozy en la plaza de la Concordia, una mujer cogió el micrófono e hizo algo maravilloso: cantar la Marsellesa. No había exceso de banderas francesas, a pesar de que ha sido el martirio de la patria y el orgullo sagrado de haber nacido en esa gran nación uno de los grandes mantras de la campaña de Sarkozy. Sin embargo se hizo ese silencio breve que precede a los momentos íntimos, y los francesitos, envarados y con la mano en el corazón, cantaron la Marsellesa. La historia del himno de Francia es fascinante y la relata como nadie Stefan Zweig en Momentos estelares de la humanidad, un libro imprescindible que olvidé hace exactamente un año, sumiso, en la habitación del hotel de Bruselas en la que lo leí muy despacio durante cuatro días. Del himno dejó dicho Napoleón: “Esta música nos ahorrará muchos cañones”. Como tantos, la letra da miedo: se creó nada más declarar París la guerra contra Austria a finales del siglo XVIII. Pero en cualquier caso es un himno sensacional que le pone a cualquiera la piel de gallina. El domingo tampoco fue una excepción, incluso con las cámaras enfocando el rostro de Sarkozy (o quizás precisamente por eso). Siempre que escucho la Marsellesa recuerdo la escena inevitable de Casablanca: el rostro sereno y orgulloso, casi lunar, de Ingrid Bergman mirando admirada a Victor Laszlo, el líder de la resistencia nazi intrerpretado por Paul Henreid. Esa escena fue el único cine que vi durante muchos meses, siguiendo infame mi particular declive obsesivo: aquella mi incontenible emoción no por la patria, sino por la resistencia. Rick (Bogart) y Laszlo discuten en el despacho del primero cuando los nazis comienzan a cantar sus canciones patrióticas y demás: Laszlo baja las escaleras y se dirige a la orquesta, atónita, en medio del silencio del bar: “Toquen la Marsellesa. ¡Tóquenla!”. Los músicos se dirigen con la mirada a Bogart, que asiente en silencio. Y al compás de los primeros versos (“Allons enfants de la Patrie / Le jour de gloire est arrivé!”), y con los nazis insistiendo en su himno, todo el bar a uno se levanta de sus asientos y cantan una Marsellesa indestructible, desenterrando la vieja emoción patriótica empolvada en aquel lejano protectorado francés. Recordé la escena (la mirada inquieta de Renault, los ojos aguados de la novia de Rick en la barra, gritando Vive le France! al acabar el himno) mientras veía las imágenes de los candidatos, una y otra vez: la encantadora sonrisa de Segolene Royal y la fastuosa alegría de Nicolas Sarkozy. Ambos tenían la convicción de haber disputado una gran campaña, y el país entero así debió percibirlo: no había tanta participación desde 1981. De hecho, se apresuró Zapatero a felicitar al ganador aludiendo a una “derecha moderna y abierta”. No sé si la modernidad pasa por la patria: probablemente así sea. Una de las grandes tragedias de mi vida ha debido ser no poder mostrar orgullo más que porque lo que hago, y aún así. Amour sacré de la Patrie.

domingo, mayo 6

Lecturas

La mirada infernal: Dogville

Un cuento moral

Ilegalizar a la Pantoja

El PP respeta la acción de la justicia y la independencia de los jueces acusando a Zapatero de ordenar la detención a Isabel Pantoja para desviar la atención sobre las listas de Batasuna. Este es el titular que ningún periódico todavía se ha atrevido a publicar: pero si el periodismo es el retrato de la verdad, o su apresurado fragor, he aquí su cálido ejemplo. Meter en la batidora a algo tan carnal como la Pantoja (con su desasosiego a cuestas) con el plomo electoral de ETA es la última sugerencia del Partido Popular, que ha recogido con brío las “pruebas” del crimen, muy cercanas a las mismas por las que se decidió que el 11-M era de autoría vasca. Desde una visita sorpresa a la comisaría de Málaga hasta un mitin en Marbella: esa fue la ruta que siguió Zapatero antes de colarse en el chalé de la Pantoja y esposarla él mismo. Desde hace tiempo la oposición vive de las casualidades: es una estrategia espectacular que tendría mejor acogida en un circo que en una democracia. A este ritmo faltan muy pocas semanas para que Zaplana recuerde que la bandera estadounidense ondeaba en la Luna (“¡y no hay viento!”) y que Oswald se fue a la tumba con muchos secretos dentro: de ahí a empezar a buscar a Elvis Presley por las islas del Pacífico no hay nada. Pero de momento tenemos la versión cañí: la Pantoja es una cortina de humo para que el Supremo (“nosotros respetamos la independencia de los jueces y etcétera”) decida sobre ANV. Y mientras la telebasura muestra la querencia de Paquirrín por las putas (aún hay tribus que inician a los niños en el sexo con su madre: dejen a Paquirrín hacerlo a su manera), los telediarios retratan a Acebes exigiendo la ilegalización de la Pantoja y el cierre de puticlubs, ikastolas y verbenas.

Quero ser un croio

Descoñezo se a cadea de televisión Antena 3 cumpriu a súa amenaza e efectivamente emitiu Cambio Radical despois da semifinal da Champions. Eu botei de menos que, tras tanto anuncialo nos primeiros noventa minutos, pasasen olimpicamente da prórroga e aproveitasen o caudal de audiencia para poñernos nos fociños unha operación de aumento de mamas en primeiro plano, co doctor debuxando esos circuliños tan graciosos arredor dos pezóns. Non houbo tal, e o partido chegou aos penaltis. Pero a ocasión serviu polo menos para desenvolver o inxenio. Por exemplo, esta proposta que fago á TVG: Quero ser un croio. Ao programa poderían ir mozos e mozas de corpos perfectos e rostros suxerentes de pasado metrosexual. A estampa, se un a imaxina ben, é marabillosa. Eles declarando, entre choros, a súa tortura: sempre quixeron ser un croio. “É a miña ilusión e unha gran oportunidade”. Como naquela chuvia de estrelas, achéganse á porta os guapísimos e despídense da audiencia co sorriso perfecto de Troy McClure. “¿E a ti que che gustaría ter, Anxo?”. “As pernas curtas e os piños uns por riba dos outros”, di o rapaz. Na espera pola cirurxía (un nariz máis longo e o cu caído, poño por caso) os pais relatan no plató o inferno: “A beleza é horrible, devastadora”. Días despois saen os heroes, emocionados, convertidos en croios. E vemos por fin esa rapaza satisfeita, facendo realidade o seu gran soño: “Agora por fin me quererá todo o mundo pola miña beleza interior”.

jueves, mayo 3

En cuanto a Francia 1. El debate

El debate francés exige una interpretación sexual. Como en cualquier puesta en escena se le prestó más atención al envase que al contenido. De hecho, al acabar la dialéctica CNN + invitó a un experto para que tradujese el llamado lenguaje de los gestos. Una de las conclusiones de este invitado fue que Segolene Royal miraba fijamente a los ojos de su adversario, mientras que Nicolas Sarkozy se mostraba interesado en prestar atención a la pareja de periodistas. Y luego estaba el vestuario: Royal llegó de negro, anticipando su agresividad. Pero es importante desmenuzar el debate atendiendo al sexo, entre otras cosas porque uno de los grandes argumentos de peso de Royal es que ella es mujer y madre. La igualdad no era esto, pero es lo de menos. Sarkozy no tuvo la suficiente cintura en campaña para presentarse como hombre, recalcando la importancia de serlo, y además padre (y muy buen padre: cuando a su hijo le robaron la moto, el todopoderoso ministro casi moviliza al Ejército para recuperarla cuanto antes). Le faltó también, para meterse al electorado en el bolsillo, hacer gala de sus portentosos cuernos. Me dirán que los hombres llevan mandando a lo largo de toda la Historia, y no les faltará razón, pero el sexo como argumento electoral es discutible. En su momento final, después de omitir su condición durante todo el debate, Royal recordó la responsabilidad con la que las mujeres administran el poder. Tampoco es que sobrase el comentario: en Francia, incluso desde dentro de su propio partido, ha habido quien ha puesto en entredicho su aspiración política a causa de sus cuatro hijos. A.C., que vive en París desde hace años, me dijo de ella que era una mujer que sabía criticar pero que no sabía proponer: vacía, insustancial, sin ideas. Años antes me había comentado del ministro Sarkozy que era un peligro público, y lo más parecido a un fascista que se podía encontrar uno por las calles francesas: racaille. Pensé en A.C. durante el debate, y al enviarle un mensaje me contestó espléndida: “A esperanza é o último que se perde”. Que traduje como algo así: “A veces es mejor no tener ideas que tener las de Sarkozy”. X., más puro en sus planteamientos, también me ofreció su punto de vista: “É unha paleta de bragas grandes”. Fue mucho más incómodo lo que me escribió del candidato: “Prefiro-o. Eu quero ao meu sepultureiro. Sarkozy é un crack: leva deseñando isto 100 anos. Non errou nen un paso”. Al no saber francés, presté mucha atención con el oído izquierdo a lo que decían los candidatos y con el oído derecho lo que contaba el traductor. La versión original seduce, sobre todo si no se sabe lo que uno está diciendo: el francés es un idioma sexual de suave voltaje. La versión subtitulada estropeaba un poco el contenido, aunque aclaraba el bosque: las 35 horas, el exuberante funcionariado francés al que Sarkozy quiere tijeretear. En cualquier caso el modelo de debate fue brillante y su ejecución espléndida. Ramoneda asentía en una cena reciente cuando le decían, un poco en cachondeo, que Francia está a la cola de España. Nunca lo estuvo y no lo va a estar ahora, entre otras cosas por Dios. Dios apenas ha aparecido en la campaña francesa. En España la derecha está rendida a Dios y Dios rendido a la derecha. La Conferencia Episcopal francesa, además de recordar su catecismo contra la homosexualidad, el aborto y la eutanasia, se limitó a pedir expresamente a los católicos que voten por un candidato “que reciba a los inmigrantes, favorezca la equidad y proteja el medio ambiente”. Los candidatos franceses son católicos o ateos: Le Pen dice no ir a misa y Sarkozy se limitó a pedir hace años la reducción de la separación Iglesia-Estado. Eso en cuanto a España. Al final del debate Royal apeló a muchas de las ideas que no tiene y Sarkozy se puso, suavemente, la piel de cordero por encima de su lomo. La blanda Francia, pensé.

miércoles, mayo 2

Tú nunca caminarás solo

Hace falta que un locutor los tenga muy bien puestos para que del Liverpool-Chelsea (una semifinal de la Copa de Europa como Dios manda, con el You´ll never walk alone atronando en Anfield nada más acabar los penaltis y poniéndonos a todos la carne de gallina) recordemos los aficionados horas después la paliza a la que Antena 3 sometió a los espectadores con su Cambio Radical, con el que debió soñar hasta el árbitro. El método no es nuevo, pero hasta ahora las cadenas lo llevaban con cierta pulcritud. Se decía un par de veces eso de que al término del partido la cadena les deja con un peliculón, y si te he visto no me acuerdo: Van Damme repartiendo cera, pongo por caso. Pero en el extásis del partido, Manu Sánchez tiró de manual con esos insufribles jueguecitos de palabras a los que nos tiene acostumbrados Antena 3. Comenzó suave, arrimándose al toro y oteando al tendido: después de la semifinal, telebasura a mazo, decía. Pero luego cogió confianza y media España le deseó una afonía y la otra mitad, menos compasiva, el paredón. “Puede que el Chelsea le dé un cambio radical al partido, y a propósito de cambio radical os recordamos...”, dijo el muy torero. “Ha salido Xabi Alonso, y quizás con él el Liverpool ofrezca un cambio radical, como el que precisamente Antena 3...”, se animó ya, desatándose la corbata. Y luego, cuando consiguió sacarnos del partido, hasta se le echó de menos. “Menudo cambio radical de juego acaba de hacer Gerrard”, pensamos todos. “Mourinho está preparando en la banda dos cambios radicales”, sugerimos. “Fíjense en los coloretes de Benítez, ¿no creen que necesita un cambio radical?”. "¡Y menudas patas de gallo tiene Robbie Fowler: qué asco!”, dijimos indignados. Fue tanta la pastilla que dio que en alguna imagen se veía a los compañeros de los medios extranjeros mirándolo alucinados. Sólo faltó que al acabar, en lugar de Manu Sánchez enfocasen a un tipo que podría haber sido en otro tiempo Manu Sánchez, teñido y musculado, como un He-Man de plástico: “Y esto ha sido todo por hoy”. Pero no, no fue todo: cuando se despidió Manu y apareció Teresa Viejo en la pantalla, tratando de disfrazar con su sonrisa postiza el fracaso estrepitoso de su estercolero, al que ya han cambiado de domingo a miércoles, todavía Mourinho debía deambular por el campo buscando el consuelo de los suyos. José Mourinho: un espectáculo en sí mismo. El entrenador-vedette que llena estadios y excita aficiones con su arrogancia. Si el mundo de la televisión tuviese un poco de lógica estaría Mourinho presentando Cambio Radical y Teresa Viejo entrenando al Chelsea. Ciego por la soberbia, al portugués no se le ocurrió decir otra cosa en la sala de prensa que su equipo había sido mejor durante el partido. Lo dijo, por supuesto, con el mismo convencimiento con el que Manu Sánchez animaba a la audiencia a cambiar el You´ll never walk alone de Anfield Road por una rinoplastia. Qué dos.

lunes, abril 30

Con ocho basta

Retrato a Bic de un domingo perfecto: resaca ligera y larga ducha tratando de encajar rostros y conversaciones de una noche de copas, comida en un restaurante de confianza (empanada de zamburiñas, salpicón de marisco y pollo de la casa), sobremesa de chupito en la que me entero, tarde y divertido, que los gitanos llaman a los ecuatorianos “payo-poni”: y ya en casa, tras una primera lectura de los diarios, salen a la pista Nadal y Cañas a batirse en duelo en una final del Godó. Rumio una satisfacción casi morbosa pensando en esas horas de domingo en las que no hay nada que hacer: un estado contemporáneo de felicidad que deja en suspenso el ochenta por ciento del cerebro para prestar atención, únicamente, a la bola que va endiablada de un lado a otro de la pista. Hasta que se interrumpe fatalmente la emisión. Miro hacia E., consternado: ¿qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?, me pregunto ya de rodillas mientras me golpeo furioso el pecho. E instintivamente zapeo, porque preveo la noticia: la televisión siempre ha tomado con mucho rigor el pulso a la sociedad. Cuando Franco se apresuraba a morir, la dictadura desplazó un programa de variedades dedicado a Julio Iglesias por Operación Birmania. El día después de los atentados del 11-M la televisión pública cambió la programación para emitir un documental sobre ETA. En la noche electoral del cambio político en Galicia después de 16 años del PP la TVG emitió una reposición de ‘Se ha escrito un crimen’. Y todas al unísono, en franca hermandad, paralizaron ayer el país para saludar a la segunda hija de los príncipes de Asturias, untar la mermelada del notición dejando pringada la parrilla y anunciar especiales protagonizados por lo más variado de la carroña nacional. La monarquía, como la Iglesia, se sostiene por unas envaradas reglas que uno tiene que aceptar cuando está dentro. Una de esas reglas es la poesía: la sangre azul. Por eso Peñafiel se llevó las manos a la cabeza: porque si la nieta de un taxista, dijo, se casa con un príncipe, esto no es una monarquía. “La monarquía del siglo XXI”, le contestaron. Pero monarquía y siglo XXI no cuajan: no funcionan juntos. La monarquía es feudal o no es: lo que hay en España es un apaño, un remedio al que ya va siendo hora de someter a la voluntad popular. Desde luego, que cuenten los Borbón con el periodismo. Y otra de las reglas de la monarquía es su discriminación de acero: la distinción entre el primer hijo y los demás. Con Leonor se entendió el fragor de la sociedad y la emoción del marujeo: la pitufa va para reina. ¿Pero para esta niña hacían falta tantos tambores? A esta niña una nota, un fax si se quiere, y a seguir a otra cosa: al partido de Nadal, mismamente. Lo que pasa es que además de ciudadanos (o precisamente por eso) somos también felices contribuyentes. Eso da una nueva perspectiva: la niña es una boca más a la que ofrecer el pechito saltarín del Estado. Claro: el periodismo inteligente presupuso la inteligencia del espectador. “Debajo de nuestras enhorabuenas”, quiso decirnos, “debajo de esta inmensa alegría que empapa hoy al pueblo español, de estas declaraciones oficiales y reacciones políticas de bienvenida y dicha eterna, hay una constatación”: la Constitución debe reformarse cuanto antes, pero no para reformar el orden sucesorio, sino para regular la llegada de Borbones. No se puede tolerar esa exuberancia: ¿dentro de un siglo cuántos serán? Es bastante más preocupante la llegada de Borbones que la de inmigrantes. La construcción, por ejemplo: ¿hay posibilidades reales de que algún Borbón se meta a peón de obra? Si se van los inmigrantes, la economía corre el riesgo de colapsarse: esto nos lo dijeron en la comida. ¿Tienen papeles los Borbones?, pregunto en alto. Nadal acaba de enterrar a bolazos a Cañas.

viernes, abril 27

El sueldo de Mariano

Pontevedrinos: la expresión la repite ansiosa B. con ese habitual ojo clínico teñido de maldad que le asalta en las tardes perezosas. El pontevedrino es el pontevedrés pontevedrés, defensor de la causa y fuerza viva. La expresión ‘fuerza viva’ merece ser estudiada a fondo en otro momento. Diremos ahora que las ‘fuerzas vivas’ de la ciudad fueron en su momento una obra singular del periodismo local, y a su carro se sumaron entusiasmados, dándose por aludidos, desde el más conspicuo dirigente vecinal hasta cualquier edil con ínfulas, pasando seguro por algún presidente de una comunidad de vecinos que se negará, muy a su pesar, a ser comparado con la caricatura de Juan Cuesta. Es en las manifestaciones donde mejor se reproducen gráficamente las fuerzas vivas, y mientras la prensa recoge el término con ardor ellos se apartan a codazos para salir delante de las cámaras. Pontevedrinos los hay de muchas clases: los incorporados desde la izquierda hasta la derecha de rompe y rasga, entre los que predominan. Dos de éstos, no identificados, se pararon ayer en una calle del centro y entablaron una breve conversación de la que sólo escuché una vaga referencia al “sueldo de Mariano”. Rajoy aquí es la brújula social de la derecha contemporánea y urbanita que ve con espanto el aterrizaje en la ciudad de Telmo Martín, su candidato después de todo. Utilizan “Mariano” para reconocerse entre ellos y subirse, de paso, al escalón de la amistad fraternal con el rey sin corona. Si hablan contigo y tú sólo conoces a Rajoy de alguna rueda de prensa, o de una presentación sin importancia durante alguna campaña electoral, te cogerán del brazo fraternalmente, te llevarán con ellos unos metros y te harán cómplice de una confidencia amable sobre “Mariano”, buscando de reojo en tu mirada algún brillo mortecino de admiración. Durante las visitas privadas de Rajoy a Pontevedra los pontevedrinos apenas se prodigan (el líder llega la búsqueda de sus raíces y al encuentro de la familia, rodeado tan sólo por su pequeño círculo de confianza: Pilar Rojo, Ana Pastor, Paco Villar y por ahí todo seguido), pero cuando la visita de Rajoy tiene rango de noticia es habitual verlos vigilantes a su alrededor, tratando de alcanzar un breve saludo, acaso una sonrisa, un apretón de manos entre tantos o una mirada que el pontevedrino interpretará afectuosa. Llegará a casa a la hora de comer nuestro héroe, aguantará hasta el segundo plato y sólo entonces, mediada la botella, dirá que esta mañana ha estado con “Mariano” y “Mariano” le ha pedido que le dé un fuerte abrazo a su familia. Satisfecho, beberá lo que queda de botella antes de los postres y sus hijos tendrán que llevarlo a peso para cama mientras la mujer llora en silencio, por la emoción o por el susto. A lo mejor fue ese hombre el que comentaba ayer en el centro algo acerca del “sueldo de Mariano”. Quizás lo dijo incluso con ese sutil tono de suficiencia de quien está al tanto de lo que cobra “Mariano” e incluso dónde mueve sus pesetas. Y seguro que luego apostilló que “Mariano” como registrador de la propiedad cobraría un millón de veces más. Ya dice hoy Pilar Cernuda en su columna que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición cobran menos de lo que deben por la responsabilidad que tienen, y que hay mucho comegominas en vocalías y organismos de postureo que cobran el triple por rascarse, mansamente, el forro de los huevos. Pero se olvida Cernuda del largo después: los libros para Planeta de Aznar, sus lecciones soberanas como profesor Bubú en Yellowstone y su silla en el Consejo de Administración del grupo de Rupert Murdoch (cuyos periódicos llaman puntualmente a los etarras “separatistas vascos), las pensiones vitalicias o las conferencias de Felipe González y su cariñosa amistad con Carlos Slim. De todo eso hablarán a buen seguro, siquiera ficticiamente, los pontevedrinos en la próxima visita de “Mariano”.

jueves, abril 26

Media docena de lunares

A X., historia real de una cita a ciegas

"Et introibo ad altare Dei”. Al entrar en la iglesia se coló un viento fresco por el cuello de su camisa que le provocó un escalofrío. La voz del cura restalló vibrante como un látigo contra las paredes de piedra. Se estremeció un instante y recuperó el aliento mientras se llevaba la mano al corazón: apenas le latía. En el altar, el viejo elevó las manos al cielo y ofreció el cuerpo de Cristo con la mirada encendida por un fuego sereno. Permanecía de espaldas a las fieles mientras un ayudante elevaba con parsimonia su casulla de anticuario. Enormes nubes de incienso envolvieron rápidamente el altar y los bancos de la iglesia. Se quedó en la puerta: introdujo la mano en el agua bendita y la dejó allí varios segundos, moviendo suavemente los dedos como si pulsase las teclas de un piano imaginario.

A ella la vio más tarde, al despejarse el aire de la espesura del incienso. Era la única espalda desnuda de aquel lugar. Treinta o cuarenta mujeres seguían la misa en grupos dispersos mirándola de reojo y cuchicheando entre ellas: un bisbeo cerrado y burbujeante rodeado por la luz pálida de las altas velas. Era la primera mujer que entraba en aquella iglesia con una falda plisada sobre la rodilla y una camiseta de tiras dejando al desnudo media docena de lunares. El monaguillo, al mirarla, agitaba furiosamente la campanilla. El sacerdote comenzó a darse fuertes golpes en el pecho: había comenzado el Agnus Dei.

Un tibio perfume de plantas silvestres lo empapó todo. Se acercó a ella por detrás y comenzó a secarse la mano contra sus muslos mientras decía su nombre. Ella dio un respingo y aguantó sin darse la vuelta. Él sintió el súbito calor de su entrepierna y comenzó a frotarla más rápido contra ella, rumiando un gemido. Los fieles ya no la miraban con reprobación. Habían censurado su presencia y ya no existía: sólo era una visión del demonio.

Pero ella se encogía al sentir los dedos de él arañándola sin rabia y sin dolor, palpándola con la yema de sus dedos húmedos. Estuvo a punto de perder el sentido. Se recuperó unos segundos más tarde y sin girarse dirigió lentamente su mano hacia el pantalón de él. “Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa contra la gente malvada: del hombre perverso y engañador líbrame”. Duró unos veinte minutos. Ella se bajó bruscamente las bragas a la altura de los muslos y acabó con un grito salvaje que ensordeció la iglesia. Él dio un salto y echó a correr hacia la calle.

La chica tardó en girarse una eternidad que había de maldecir el resto de su vida. Escuchó batir una puerta y, después, un murmullo de escándalo recorrió las bancadas. Bajó la cabeza en actitud cristiana. “Quia tu es, Deus, fortitúo mea: quare me repulísili ”. Y volvió a traducir en silencio: “Siendo tú, oh Dios, mi fortaleza, cómo me siento yo desamparado”. El sacerdote clavó su mirada en ella y la dirigió luego al mismísimo cielo.

A él le recibió la tarde de Santiago. Un sol triste de invierno batiéndose en lenta retirada. El ruido del atardecer meciendo las horas en calles desiertas. Suspiró una, dos y tres veces. Era un chico alto y muy delgado. Tenía el pelo rizo y un jersey de lana rojo atado a la cintura cuando caminaba fumando un cigarro rubio americano por la calle Val de Dios, protegido por la muralla occidental de San Martiño derecho al Monasterio de San Francisco. Acabó perdiéndose en un enjambre de callejuelas hasta encontrar una tasca pequeña. Pidió un tinto y leyó el periódico sin interés. Necesitaba mojarse la boca.

Ella trató de ponerle rostro esperando en la cola del confesionario.

Pacientes

A M.G. y hermanas, con retraso

La cifra es demoledora y no pasa inadvertida: uno de cada tres hombres y una de cada cinco mujeres padecerán cáncer en algún momento de su vida. Dice Tom Kirkwood, director de Gerontología de la Universidad de Newcastle: “Una de las creencias máis arraigadas que tenemos es que estamos de alguna manera programados para morir. Y es algo extraordinario ya que lo que entendemos ahora es justo lo contrario de lo que sucede: que el cuerpo está programado para sobrevivir. Si observamos el cuerpo de un persona, incluso unos minutos antes de que muera, y examinamos individualmente las células de ese cuerpo, encontramos que cada célula, cada organismo de ese cuerpo, está trabajando todo lo que puede para que ese cuerpo siga vivo. No hay ningún momento en que ese programa tire la toalla y diga: ‘es la hora de morir y yo controlaré el proceso”. Y sin embargo morimos, cada vez más tarde: pero ya el cáncer es la primera causa, por encima incluso de las enfermedades cardiovasculares. La plaga del futuro destruye la vida con la misma eficacia que sus antecesoras: sin avisar, de un mes para otro, con una precisión milimétrica. Desde hace algunos años ha pasado la sombra del cáncer por mi vida dejando aquí y allá las huellas de desesperación de amigos tan cercanos: algunos han acabado en quimios y otros enterrando a sus familiares. De muchos de ellos he recogido el lamento no sólo de la ausencia ya perpetua de una madre, sino de su propia vida, golpeada en los cimientos. Por eso eché la vista a un estudio que publicó ayer mismo la profesora de la Universidad de Navarra Cristina G. Vivar: el tratamiento a los enfermos de cáncer se debe extender a sus familiares, tanto en los aspectos físicos como en los psicológicos. No me extenderé en la retórica del sufrimiento del hijo que queda a expensas de una cruel metástasis. No lo he sufrido en primera persona, ni me apetece siquiera literariamente ponerme en su lugar: por respeto a ellos, y por respeto a mí mismo. Lo que pasa es que luego está el aspecto emocional, que lo invade todo. Una amiga convenció a su madre para acompañarla a una revisión rutinaria y le descubrieron un cáncer de mama que ha superado con éxito. A la madre de otro amigo le diagnosticaron mal y tarde un cáncer fulminante: ni siquiera un año de vida, ni el atisbo de un alivio improbable. Ha habido algún caso más cercano que ni me apetece relatar: todos llevamos sobre nuestras espaldas el sufrimiento de los otros, cuando no el nuestro. Hace unos pocos meses llegó a mi buzón un correo de una vieja amiga que desmenuzaba el incómodo sufrimiento gratuito padecido en la Unidad de Oncología del Complejo Hospitalario de Pontevedra a raíz del cáncer de su madre: “el ser que más he querido”. Entre algunas de sus frases, acosado por la ansiedad de sus familiares, el médico llegó a decir: “Si seguís así, le retiro el tratamiento”. Las disputas son frecuentes: en el umbral de la muerte tiende uno a perder los nervios. Lo que pasa es que esto el médico tiene que saberlo, y al menos comprenderlo. Los casos son como el cáncer: puntuales. Y cada historia es la historia de uno: no hay dos iguales. Este periódico ha recogido cartas al director de todo tipo: desde la queja hasta el afecto a los sanitarios. La historia que me llegó a mí es una historia acerca de la indiferencia humana. Seguro que no es la primera. Eso sí, hay algo relevante: desde Oncología del CHOP no se ofrece a los familiares asistencia psicológica. En el estudio de la profesora Cristina G. Vivar se dice que la salud de un familiar y su ánimo “es fundamental, porque influye en los mecanismos físicos y sociológicos que sostienen al paciente y su entorno”.

miércoles, abril 25

Insomnio

Llevo ya cerca de un mes viviendo entre cajas llenas de ropa, vajilla, películas y libros depositadas sin orden y sentido, en una habitación y otra, colocadas algunas encima de las otras como en un tetris petrificado por el tiempo. Lo que era una situación desapacible se ha ido convirtiendo con el tiempo en un hábitat del que me costará desprenderme: un estado de provisionalidad que incluso traspasa la decoración y se instala dentro de uno como una bacteria áspera y cercana. El hombre es un animal de costumbres a menudo insólitas. Cuando todavía no estaba colocado el lavabo me acostumbré, por instinto de supervivencia, a lavarme los dientes en el fregadero: superado el impacto de los primeros días todavía me sorprendo dirigiéndome hacia allí con el cepillo, como queriendo cumplir una última voluntad. Ocurrirá lo mismo con las cajas: el día que las abra, o que las mueva, y que todo vuelva a la normalidad. Su desorden armónico condiciona ahora mismo la estancia sentimental en la casa, y dentro de muchos años las asociaré con aquellos meses de primavera en los que me paseaba entre ellas desnudo sin saber a dónde ir y agachándome como un chino en mitad del salón susurrando insolencias: ese estado salvaje en el que hallo ahora una paz absoluta. Otras veces al llegar del trabajo me amodorro en el sofá mirándolas tranquilo, y a veces pasan horas y no me he dormido, y ni siquiera lo echo de menos. He dejado en suspenso cualquier actividad que implique esfuerzo intelectual y desde hace un mes sólo encuentro una vaga atracción en el poemario de Nueva York de Lorca, y estos versos leídos ya hace muchos años que envié por mensaje de móvil a cerca de doscientos números, todos ellos al azar: “Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos / y hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos”. La crónica es la del insomnio: suceden en la mente las cosas más extraordinarias, y el arrojo es temerario. Yo fomenté la lectura de Lorca en este país más que cualquier libro de Ian Gibson. Y el dinero de las facturas salió de mi propio presupuesto, y nunca me arrepentí: ni siquiera cuando tuve que pedir un crédito al entusiasmarme con Roque Dalton: “Amo profundamente mi dolor / como a un hijo malo”. Durante un tiempo aproveché esas lagunas de tiempo para escribir: sólo insultos con cierta base y párrafos de una incoherencia deslumbrante. Pero eso fue en la adolescencia, cuando no sabía puntuar. Si uno no sabe puntuar está perdido en la vida. Esto lo pienso al leer una entrevista a Francisco Rico, presentado como el editor del Quijote: Cervantes no puntuaba. Y Espido Freire, en un coloquio: “El Quijote me aburre soberanamente”. Yo no quiero parecer lo que no soy, pero a mí el Quijote me parece un libro divertidísimo, y no me he vuelto a reír tanto como con aquel pasaje en el que Quijote desafía a un señor que amenaza con soltarle los leones: “Leoncitos a mí, y a tales horas”. Pero me alegro íntimamente de lo que ha dicho Freire, con la misma alegría privada con la que leí un comentario de Eminem en mi blog a favor de Cuba: una rara satisfacción. Todo es una pequeña parte de lo que le pasa a uno por la cabeza durante las tres primeras horas del insomnio. A menudo me acerco a la ventana y fumo el pitillo que no me apetece fumar: exactamente ése. O repaso algunos periódicos leyendo de forma tan obsesiva las noticias que acaban perdiendo su sentido original. Pienso también en lo que me dijo una tarde E. Esas cosas que uno cree tenerlas en exclusiva y que son compartidas universalmente: esperar a que se ponga el semáforo en verde iniciando mentalmente una cuenta atrás, y si al llegar a cero el semáforo cambia de color esa mujer es la mujer de mi vida, y si no es la mujer de la vida de otro. Mañana abriré las cajas, y al vaciarlas vaciaré definitivamente un tiempo.

lunes, abril 23

Baja extracción

“Cuando yo tenía catorce años
me hacían trabajar hasta muy tarde.
Cuando llegaba a casa,
me cogía la cabeza mi madre entre sus manos.

Yo era un muchacho que amaba el sol y la tierra
y los gritos de mis camaradas en el soto
y las hogueras en la noche
y todas las cosas que dan salud y amistad
y hacen crecer el corazón”

Después de veinte años, Antonio Gamoneda



Al día siguiente de cumplir catorce años el niño estaba a las cinco de la madrugada cargando carbón en la caldera del Banco Mercantil mientras su madre, a kilómetros de distancia, inclinaba la cabeza sobre una máquina Singer. El muchacho se convirtió en un tipo “alto, feo y delgado”, evocador del legendario “feo, católico y sentimental” que años atrás se atribuyó tan dignamente Valle-Inclán: y ya viejo Antonio Gamoneda se puso por primera vez el chaqué rodeado de señores importantes que supieron desde la cuna cuáles eran los cubiertos del pescado. “Es una cosa complicadísima esto del chaqué. Uno no sabe cómo se enganchan los tirantes ni cómo se pone la corbata, si por fuera o por dentro del chaleco”, comentó luego. El adolescente pobre aprendió a leer con el único libro que había en su casa y muchos años después recibió del Rey de España el premio Cervantes a toda una obra vasta y ejemplar. El tránsito es parte de la leyenda y a ella corresponde auscultarla. De todas las historias extraordinarias de la vida la de los suyos (“los de la pobreza”, nombró él) es la más poderosa. Y a la pobreza, con certeza de pobre, le dedicó su discurso: “Hablar desde el interior de la pobreza no es lo mismo que solidarizarse con ella”, dijo tras recordar que no tuvo libros, y que tampoco tuvo estudios. Y evocó a los otros pobres, contando entre ellos al propio Cervantes y citando de paso a César Vallejo. Vallejo se paseaba por París sin esqueleto y murió de pobre o de frío, tanto tiene. A veces la cultura sin embargo presta más atención a sus apóstoles, y les permite recoger una larga cosecha y gozar de la gracia de la sociedad. “Yo vengo de la penuria y del trabajo alienante. Mis fuentes, en lo que concierne al saber son, permítaseme decirlo crudamente, de baja extracción”, casi recitó ayer, ya soberano y crecido como un río, el poeta Gamoneda. Lo primero que dijo al llegar a los periodistas fue que se había acordado mucho de sus padres: el padre muerto antes de que él cumpliese un año y la madre que inclinaba la cabeza sobre la Singer, cosiendo sin querer los trapos dulces y pobres del destino. El saber conduce a la extracción y por fin el reconocimiento lleva directamente al corazón: quienes lo labraron, y quienes disfrutaron de él y su palabra. En todo ese recorrido a través de la Historia habría lugar para todas las pasiones que forjan una vida. Entre las calderas de carbón y el premio Cervantes no hay tanta diferencia: apenas unos pocos años, ni siquiera un siglo, y las gotas despiadadas del esfuerzo sangrando versos magistrales con los que alimentar, despacio, el esqueleto flaco de aquel niño oscuro y tranquilo.