La Feira Franca la terminé en el Lusco a una hora infame hablando con Jürgen, un clásico. Jürgen fue el espíritu del Camawey, aquella orquesta de malditos que también cerraron. Le declaré mi admiración, porque yo del Camawey salí históricamente muy bien acompañado y porque aquel local reunía lo que yo exijo de la vida: un punto de lujuriosa sordidez y unas compañías malísimas que destruyan, con un cariño implacable, mi salud. Cuando cerró el Camawey se clausuró también un tiempo. Sucedió en Portonovo con el Woodstock cuando cambió de sitio: se desplaza el local y su música y su gente, pero allí sigue toda aquella ceniza distinguida del tiempo vivido y contado. En el siglo XIX había un cementerio en la calle Sagasta, y esas cosas uno las nota. El Camawey fue en cierto modo una obra de arte, y el Lusco es en cierto modo otra. Son sitios desclasados, fuera de catálogo, en los que no hay tibiezas. Son, resumiendo, sitios bastante divertidos en los que suelen pasar cosas. Que se cierre porque allí se consumen drogas me recuerda al capitán Renault de Casablanca cerrando el bar de Rick: «¡Qué escándalo, qué escándalo! He descubierto que aquí se juega». «Sois viejos», dijo Jürgen. Y recordé los bares que se han ido quedando atrás en los últimos quince años, y que aún hay gente que habla del Stop, y pensé: «Viejos no sé, pero somos unos borrachos del carallo».
domingo, febrero 15
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2 comentarios:
Que grandes pinchas había en cl Camawey, que grandes pinchas y que bueno Jürgen, que tío más estupendo.
Cuando murió el Camawey, algo de mí se fue para siempre...
plas, plas, plas! eu mesmo falei do Stop nunha conversa o venres pasado ...eu tamén "era" un borracho do carallo
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