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miércoles, marzo 25

Todos persiguen algo

Hay escritores como P, que viven en una suite lujosa y calzan zapatos ingleses, que avanzan por la calle envueltos en una aureola deslumbrante y la gente parece cederles el paso, abrirles un túnel semejante al ojo de un huracán.

–He oído comentar que has hecho una fortuna con tu último libro.

–¿Qué? No les hagas caso –te dicen, a pesar de que todo el mundo sabe la verdad.

De cerca ves que los zapatos están hechos a mano. El dueño ostenta una abundante mata de pelo. Su rostro es enérgico, y su frente, y su larga nariz. El suyo es un rostro doloroso, duro como una piedra. En quien le ha interpelado reconoce a alguien que ha publicado varios relatos. Sólo dispone de un momento para hablar con él.

–El dinero no significa nada –le dice-. Basta con mirarme. No puedo siquiera permitirme un corte de pelo decente.

Habla en serio. No sonríe. Cuando regresó de Londres y le pidieron que respaldara la novela de un joven conocido suyo, contestó: “Dejadle que lo haga tal como lo hice yo. Por sí solo".

–Todos persiguen algo –añadió.

En un relato de Anochecer, de James Salter, citado aquí por Desierto Polaco

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