Me he trasladado! Redireccionando...

Deberías ser trasladado en unos segundos. De no ser así, visita http://www.manueljabois.com y actualiza tus enlaces, gracias.

miércoles, septiembre 26

Road to Guantánamo

El presidente del Real Madrid, Ramón Calderón, fue retenido ayer en el aeropuerto de Nueva York como sospechoso de actividades delictivas y, después de dos horas, fue liberado: para una vez que pillan a alguien. Al parecer, el apellido del presidente madridista coincide con el de un mafioso de fuste, algo que no se termina de entender, porque entre Calderón y Mijatovic parece haber una prudente distancia fonética. El caso es que el gran jefe blanco pringó, y lo hizo con todo el equipo: el equipaje y su señora, que en un pequeño arrebato de la clase ‘usted no sabe con quién está hablando’ llamó inmediatamente a Rubalcaba, del cual al parecer es muy amigo. Afortunadamente, el ministro no intercedió: igual los mandaban en avioneta para Guantánamo.

Los presidentes de los clubes de fútbol españoles han tenido, históricamente, una relación muy difícil con los aeropuertos. Hace unos años Laporta, en el agravante ‘usted no tiene ni puta idea de quién soy yo’, se tomó tan a pecho que le pitara el detector de metales que decidió quedarse en bragueta, para pasmo de las señoras: Joan lucía michelines. Entonces era muy popular el anuncio de Enrique Iglesias, que subía su cuerpo serrano a la cinta transportadora para evitar quitarse su magnífico reloj. Laporta, en un arrebato de seny, decidió que el primer paso para follarse a la Kournikova era imitar en lo fácil a Iglesias: luego ya vendría eso de meterse los pulgares en los puños del jersey.

El caso de Calderón, si se mira bien, no es tan extraño. De hecho él lo toreó con naturalidad: si ha sido por la seguridad, dijo, me parece bien. No por la suya, evidentemente. Porque a lo mejor no lo sabe, pero igual estuvo a punto de meterse en el chándal naranja. Como Sneijder hace quince días, pero en cuclillas y esposado. Luego se supo que era una confusión, y Calderón tenía las manos limpias: no venía a fichar. Hay confusiones así que acaban en la silla eléctrica. Además, con un apellido como ése, tan poco común, tan estrafalario y maloliente, lo normal no es que te retengan, sino que incluso te caigan cuatro hostias de rigor. Estoy pensando que a lo mejor hasta se las dieron. Y no me gustaría ponerme en la piel del presidente de México: Calderón, y además pinche pendejo.

lunes, septiembre 24

Lengua y patria

La escena es singular y hasta diría uno que sintomática, sino fuera porque Boadella despejó el diagnóstico hace tiempo y catalogó aquello como una enfermedad, lo que bien mirado no deja de tener hasta su gracia: sobre todo desde la distancia. El chico castellano llega a la facultad de Medicina de una capital catalana y allí el profesor le saluda con un expresivo, o algo así porque ellos no saben el idioma, bienvenidos a Cataluña y esto es una nación y aquí hablamos catalán. Después del calor de la bienvenida y del fuego amigo, porque el chico es de izquierdas y no vota a IU y PSOE por “blandos”, la clase (que ha entendido cuatro o cinco palabras sueltas de la primera perorata enmascarada de lección, tanto da si de medicina o si de ideología) se empieza a conocer con franqueza, en los pasillos y en las cafeterías, y se da cuenta de que allí hay cuatro chicos catalanes, y el resto (el 97%, más o menos) son alemanes en Mallorca. Las clases transcurrirán en catalán, eso tanto tiene: para el año viajarán a Bolonia, a por otro Erasmus, y acabarán sabiendo tres idiomas. El tacto poco importa, y si el catalán tiene que entrar a pelo, de un solo golpe y batiendo las puertas, que entre. Más vale así. Y si el vino es bueno y percibo algún fachilla, digo que a mí me parece bien, aunque no lo piense. Si Cataluña tiene un idioma no es para meterlo en el cajón a conveniencia, digo, y luego busco con la mirada algo que me relaje mientras masco el desconcierto de la tertulia y le prendo lumbre al pito. La cosa es que el chico ha hecho unos amigos que su padre, con cariño, llama independistones: gente maja y protectora que no se separa de él. En la última llamada a casa pidió que le trajesen la bandera de la Castilla Comunera, pero no la de la España republicana. Y la bufanda y la camiseta del West Ham, su segundo equipo: la del Madrid para el verano, que es blanca. Todo esto se cuenta al calor de la tertulia familiar, entre risas, bajo las chanzas de gente muy trabajada en la cosa de la ideologías, sobre todo cuando las huelgas universitarias del franquismo y la pelea de algo que ahora parece tan vano como la libertad. El problema, deducen ellos, es el profesor que entra en una clase de Medicina y proclama, a modo de Viva España, que Cataluña es una nación: la más de todas. E imparte las lecciones de la Medicina sostenidas por el hilo subterráneo de las consideraciones políticas, como si a la pulmonía, a la hora de atajarla, haya que presentarle batalla con el espíritu imbuido por la barretina: y prosigue, él y los suyos, como un ejército arrollador que todo lo puede con el verbo, porque en el principio efectivamente era el verbo y luego probablemente ellos. El problema, deducen, es la clase pesebrista (en el profesorado, en la medicina y en la vida) que desde hace ya muchos años crece imparable bajo el paraguas de una cierta idea que muchos han acogido como propia no por un asunto sentimental, sino puramente económico. Y se hacen fuertes a medida que arrinconan a todo lo que huela a España, que desprecian en su ignorancia inútil, pero no pierden el tiempo a la hora de abrazar a un alemán y llevarlo de ruta para que comprendan la grandeza de la nación, su naturaleza torturada y la épica que se respira en el Catalonia is not Spain. Para medrar, saben desde hace años, basta presumir de tener la nación más larga que la del vecino y esforzarse en el adoctrinamiento para el día de mañana vislumbrar la blanda luz de un despacho que ilumine de noche las tetas grandea de una secretaria orgullosa de servir a uno de los más eficaces y lustrosos señoritos de la nació. Pura nomenclatura, pero hasta a veces eso garantiza alguna mamada suelta. Como las chupadas artísticas de la dulce exaltada que cada año promueve, untada en subvenciones, el porno en catalán atendiendo a razones morales: el cunnilingus patrio. Porque ni siquiera en la cama hay tregua. Ya lo comprenderá mi primo.

Yeti

Y una tarde de febrero apareció el cuerpo de Yeti tumbado en el suelo de su casa sin hambre, sin frío y sin gloria bajo aquella luz agonizante de un reloj sin horas, con el chillido de los estorninos viajando en estampida entre un viento helado que se metía en los huesos. Lo recordábamos a Yeti un seis de enero pisándose la barba por El Baúl. Llevaba unos zapatos grandes y negros atornillados a la Verdura. Caía el sol de enero cuando llegaron los niños y los perros y aquello fue un festín de Reyes. Nos levantamos dejando a Yeti mirándose un zapato, con un botellín de cerveza entre las manos y estrellando una sonrisa triste en un punto inconcreto. La vida pasó como un tren sin estaciones. La vida era un puzzle sin alma. La vida era un ir y venir de quebrantos, penas y despojos: moriríamos todos sepultados bajo los escombros del futuro. Y sin embargo ahí estaba sobrevolando la esperanza acatarrada de un día mejor. Seguía por entonces el alto esqueleto de Yeti bajando la cabeza para asomarse a algún garito y deslizar un susurro en la barra. A lo lejos se oía el gemido eléctrico de la noche silbando por la zona vieja como un sueño cercano y por las ventanas se podía ver por un instante el resplandor azul del crepúsculo. Yeti caminaba bajo la ruina del después tocado con un sombrero dichoso. Hasta que un día las horas cayeron una detrás de otra como manzanas, y una gélida tarde de febrero, con la ventisca limpia del invierno, apareció el cuerpo de Yeti arrojado a las sombras de la muerte. Corrió la noticia y se fueron juntando poco a poco y en silencio sus colegas en la puerta de su casa. Cuando bajaron su cuerpo envuelto en sábanas le echaron a Yeti los últimos aplausos y los últimos gritos. Somos lo que fuimos. Pero fuimos de oro.

(Celso Guerra murió un día del invierno de 2006. Su cuerpo fue amparado por sus fieles en un gran desfile de música folclórica por las calles de la zona vieja de Pontevedra, como él había deseado)


12-02-06

viernes, septiembre 21

Escaparates

La prostitución, entendida como aquel oficio legendario que contribuyó a civilizar, al menos cristianamente, María Magdalena, tiene en los escaparates holandeses su gran conquista mediática. Se trata de una pulcritud casi escabrosa que participa de dos simbolismos: el reconocimiento legal y la metáfora suburbial de su esencia: la carne vendida al kilo, exhibida como se exhibían aquellos esclavos negros y aceitados en sus tarimas y pellizcándose los pezones al paso cansino y baboso del turista novato. La leyenda del barrio rojo se fue construyendo en base a un ánimo muy concreto y una arquitectura típica de casas ladeadas en la que sobresale, rodeada de servicios sexuales, una gran iglesia católica. Al fin y al cabo gracias a ella María Magdalena se salvó de morir a pedradas. Gracias a la Iglesia (su inspiración), claro, y a los pecados de sus acosadores: la Historia, esa gran paradoja.

Recuerdo haber llegado a Amsterdam con 21 años, que es como no llegar nunca, y pasearme por callejuelas ingobernables mientras se sucedían mujeres calcetando en ligas o viendo la televisión, amodorradas por el hastío. Observé que ninguna se rizaba el pelo del coño, como sería menester si uno tiene que estar al loro con el ruido de la sirena, pero a lo mejor ya eran los tiempos del páramo yermo que nos trajo la epilady y la metrosexualidad, incluso la metrosexualidad pélvica. Tampoco estábamos al sexo, y menos al sexo de pago, y nos tiraba más el aire viciado que se respiraba en el cofisóp, la gran esperanza blanca de las drogas blandas. No lo recuerdo bien, porque con 21 años ni se llega ni se recuerda. Holanda era una gran mujer gorda dándole a los pedales: un país muy extraño en el que detrás de esa pareja madura que nos acogió tan lindamente en su casa parecía agacharse un pasado tenebroso. Suposiciones, imagino: seguro que el tenebroso era yo.

Lo que nos ocupa ahora es que ayer se hizo público, para consternación de los nostálgicos, que uno de los magnates de los escaparates pretende vender el negocio y dejar sin oficina a un tercio de prostitutas, que en Amsterdam son muchas prostitutas. Quiere buscarle este señor un nuevo destino a los escaparates y acaso llenarlos de molinos y litografías viejas de Van Gogh. Quizás la decisión tenga algo que ver con las presiones para reducir por allí el índice de criminalidad y degradación, sin tener en cuenta que a la criminalidad hay que erradicarla, pero la degradación, mientras no sea muy explícita y apeste, es uno de los puntos fuertes de cualquier ciudad. Tan famoso fue en su momento el Bronx, antes del progresivo asentamiento de la clase urbana con pretensiones, como la estatua de la Libertad. A eso contribuía la degradación, por supuesto, pero también los chistes de Ibáñez en Mortadelo y Filemón, convertidos hoy en clásicos del género, con aquel negrito inocente columpiándose atado a la nariz de su inmenso padre. Esos clichés conviene no perderlos nunca de vista, aunque destiñan. Ni siquiera en el Barrio Rojo, donde la presencia en los noventa de hombres ejerciendo la prostitución provocó la protesta de las mujeres porque, a su juicio, eran “denigrantes”. Imperios más grandes han caído.

jueves, septiembre 20

Contra Deus

Un senador dos EE UU vén de denunciar a Deus ante a Xustiza polas catástrofes mundiais. Pensaba un que non era para tanto, que ao mellor chegaba con empezar por Bush e logo xa se iría vendo, pero a Corte de Nebraska non anda con caralladas: admitiuna a trámite. Os estadounidenses sempre tiveron unha relación díficil con Deus. Namentres nós alternabamos con Franco e o Rei nos billetes, eles xa eran fieis ao seu In God We Trust: nós poñíamos o diñeiro en mans de caudillitos e eles inspirábanse directamente en Deus. Logo está o creacionismo, tan cultivado alí, que dá por feito que dunha costela pode facerse unha muller. Eu coñecín camioneiros en Massachusets que preferían comer centos de costelas ao estilo búfalo nos restaurantes de carretera e logo parar nos puticlús: ou non tiñan sentido do espectáculo ou todavía andan dándolle voltas ao darwinismo. O caso é que a denuncia contra Deus prospera, e hai unha sospeita crecente de que o acusado non se vai a presentar. Hai tempo que se lle perdeu a pista a Deus e ninguén, salvo o Papa Clemente da Igrexa Palmariana (e iso que era cego), o víu. Así que prepárense para unha orde de búsqueda e captura. De momento, o senador avisa que o quere é só chamar a atención por unha sentencia inxusta que houbo días antes. Pero a maquinaria xudicial dos EE UU está en marcha, imparable. América bendiga a Deus.

miércoles, septiembre 19

Mar bandeja de plata mar infernal

Mar bandeja de plata / mar infernal
Antonio Vega

A la una y media de la mañana del lunes se produjo uno de esos momentos que sólo se esperan de madrugada. Pasó con la detención de Isabel Pantoja, cuando Telecinco despertó de urgencia (a algunos los sacó de las orejas de los baños de las discotecas) a toda la cutrería rosa. También con aquella presentadora borracha de La Sexta que alcanzó fama planetaria gracias a los pinchazos del Youtube. Y de madrugada, conmigo comiendo palomitas en el salón enchido de felicidad, fue naciendo la pequeñita Leonor en los telediarios (“empuja, empuja”, me sorprendía gritando, casi botando en el sofá, horas antes de que me llegase el primer sms de enhorabuena: “Si midió al nacer 47 centímetros y recibe tratamiento de doña, ¿qué protocolo tengo que seguir yo con mi pene”).

El lunes el acontecimiento tenía rango cultural, lo que bien mirado no es tan raro: también se asoma a esas horas Nino Dolce en Localia. En la Sexta, Nacha Pop cantaba en directo Chica de ayer para cerrar el programa de Buenafuente. Son horas espléndidas para escuchar a Antonio Vega, pensé. Pese al propio Antonio Vega. O justamente al contrario. Lo poco que duró no tuvo desperdicio: Vega bajó la cabeza agarrando la guitarra y se acercó al micrófono a lanzar su clásico al viento. Su voz es un prodigio, pero ya se desliza al abismo en el que permanece su cuerpo, y su presencia es magnética. Hay quien prefiere apartar la mirada o llevarse las manos a la cabeza. Quizás estén ya paseando por Youtube las imágenes. Ayer, en una revisión muy breve, encontré referencias en cuatro o cinco foros de internet: todas muy alarmadas y algunas, cándidas, preguntándose a qué se debía el problema de Antonio Vega.

Hace dos años vino a tocar a Pontevedra: su voz estaba en buena forma y se le acababa de morir su último amor. El concierto duró poco más de una hora pero supo a gloria bendita. Tenía la cara afilada, intensa y media melena: a mí Antonio Vega, salvo en sus tiempos de la Movida, siempre me pareció un tipo físicamente muy atractivo. Resultó complicado fotografiarle no sólo por su tendencia natural a dejar caer la cabeza, con el pelo protegiéndolo de las cámaras, sino por las sombras proyectadas por los pómulos. Hay pocos primeros planos de los últimos tiempos de Antonio Vega, pero excesivos segundos planos. Sale mucho, quizás por dinero, y alimenta la leyenda de su deterioro, que es progresivo y ya casi irreversible.

Lo más interesante del programa de Buenafuente fue la actitud del propio Buenafuente. Siempre me interesó la actitud pública que se le muestra a un drogadicto. Es una enfermedad todavía difícil de asimilar en las distancias cortas. Nunca sabes cuándo se va a ausentar de la mesa, ni qué decir cuándo vuelve. Vega no subió la cabeza un sólo instante, cantó silbando algunas eses (las últimas imágenes lo mostraban sin los dientes superiores delanteros) y al acabar su primo lo agarró del brazo. Apareció con el pelo desmadejado, recogido por detrás con una larga coleta. Con Buenafuente en el escenario Vega no subió la cabeza una sola vez y sólo hizo el amago de una sonrisa y dijo “sí, claro” cuando Buenafuente lo llenó de elogios y le pidió la púa.

lunes, septiembre 17

Meirás

El Pazo de Meirás, antaño refugio de la gran escritora Emilia Pardo Bazán, fue durante años la espléndida residencia de verano de los Franco. Hasta donde sé, los Franco llegaban, se ponían sus vestimentas veraniegas y hacían sus posados como Ana Obregón, pero más tapados y Patxi con caña de pescar arengando a los buzos, mientras iban cayendo los días tal que uvas gordas del verano. Yo he visto imágenes de los últimos años y por momentos las grabaciones tienen el aire decadente y apagado de El desencanto, aquel documental que tejió Jaime Chávarri sobre la familia Panero, y que me perdone Felicidad Blanc esta blasfemia.

Meirás fue durante años el zoo vacacional de las distintas especies surgidas bajo el manto de armiño del austero dictador. Mientras Franco cultivaba la imagen de tipo estiradillo y católico que prefería no meterse en política, su familia iba saliendo de la jaula protegida por la inmunidad del apellido para ir levantando su propia montaña de millones. Es un poco lo que pasa ahora con los Borbón, pero en blanco y negro y bajo una dictadura nacional-católica. Además, como Franco no tenía dinero, o presumía de no tenerlo, eran los caciquillos del glorioso Movimiento los que agasajaban al salvador de España. El Pazo de Meirás fue adquirido por suscripción popular y regalado al dictador para que honrase a Galicia con su ciclópea presencia. No se alarmen mucho con lo de la suscripción popular: cada cierto número de años se reúnen grandes empresarios españoles para comprarle un Fortuna nuevo al Rey, que lo acepta encantado. Que este fin de semana haya leído que fue el Rey, precisamente, el que prometió inmunidad a los Franco cuando éstos hacían las maletas ante la venida imparable de la democracia, sólo es una casualidad que sin embargo permite cerrar un círculo.

Ahora Meirás está de nuevo en los titulares porque la Xunta quiere inspeccionarlo para declararlo interés de bien cultural, pero los Franco se niegan porque sería algo así como entrar en su intimidad. Probablemente, en un país normal esa propiedad tendría que haberse expropiado el día después de que España aprobase la Constitución. Ese mismo día a los Franco habría que haberles fletado un avión y depositarlos en Maputo para que paladearan allí los últimos restos de su fortuna. Lo que no es admisible es que la conselleira Anxela Bugallo, elegida por los ciudadanos de forma libre y pacífica, lance súplicas y musite excusas para que la familia Potato abra las puertas de una casa que, como un país, moralmente nunca les ha pertenecido.

En cuanto a los Franco, ellos representan la gran indignididad histórica y la grasienta mentira que fue la “modélica Transición”. Hoy son, en su mayoría, un rebaño de millonarios dedicados a hacer negocio de las propiedades amasadas sin pudor y vergüenza durante los años de hambre en los que a ellos, y a los que les parieron, no se les podía mirar a los ojos sin pedir audiencia. Ahora no sólo los técnicos de la Xunta deben entrar en Meirás a hacer una inspección del Pazo y activar su expropiación, sino revisar a fondo las telarañas de su fortuna y atacar los baldosines sueltos por si debajo aún están, todavía, los dientes de los fusilados y los cuarenta años de paz latiendo bajo la podredumbre de sus relucientes zapatos de Manolo Blahnik.

jueves, septiembre 13

Torcuato Ulloa, alma máter del Diario

"Otra cosa quiero advertir, muy digna de tenerse en cuenta hoy que la originalidad literaria escasea como el oro: veinte son los artículos [...] y todos ellos de una diversidad y una originalidad que encanta. Los he leído despacio, admirando la gracia y el donaire que en ninguno falta, y con todo eso, maravillándome más lo nuevo de la factura, que para nada recuerda el modo de hacer de escritores, con justicia o sin ella, tenidos por maestros en el género cómico. No; el autor de Arlequinada, no es gracioso, como tantas notabilidades de la prensa madrileña, en fuerza de ser incoherente". El párrafo lo firma Valle-Inclán al respecto del libro de su amigo (su mejor amigo en Pontevedra, proclamaría más tarde) Torcuato Ulloa, uno de los históricos articulistas de Diario de Pontevedra ("su alma y su vida durante muchos años", diría de él F. Portela Pérez en 1911). "A don Torcuato Ulloa, alma del Diario de Pontevedra", le escribió en una carta Ossorio y Gallardo.

Me lo regaló un madrileño (un gallego sentimental, diría yo). Paseando por Michelena, me dijo, encontré esto de un antepasado tuyo. El libro es Arlequinada, un conjunto de veinte artículos cómicos de Ulloa que publicó (bellamente) Ediciós do Castro en 2005: la edición, por cierto, de Xaquín del Valle-Inclán y Alfonso Mato. El libro original lo edita un viejo conocido de estas páginas y de esta ciudad: Amancio Landín, 1894. Con portada de Benigno L. Sanmartín y viñetas de Cilla, Mecachis, Sanmartín y González (en ambas ediciones). El libro que publica Ediciós do Castro reproduce la dedicatoria de Torcuato Ulloa a Valle, manuscrita: "Mi querido Vallecito", empieza. Curiosamente, fue Ulloa el primero en reseñar el primer libro de Valle-Inclán (cuya literatura, siguiendo el círculo, se estrenó con tres artículos en el Diario), que otro amigo (otro compañero: el imprescindible Ramón Rozas) me prestó hace ya unos meses y que todavía disfruto cerca. Por cierto, en ese libro brota una de mis grandes heroínas eróticas: la Niña Chole, que luego tendría amores con el marqués (la misma Niña Chole a la que pone cachonda la sangre en las Sonatas, y que se va directamente a follar tras el ataque de un tiburón).

Torcuato Ulloa relata aquello que ve de una manera excepcional y con una virtud sobresaliente: el sentido del humor. Ulloa comienza, ya en el prólogo, a avisar del funcionamiento de un diario:

"-Es preciso hacer enseguida una necrología de Rodríguez, el concejal, que acaba de fallecer.

-¿Y de qué murió?

-Qué sé yo. De cualquier cosa. Vamos, ande usted".

O esta, más enjundiosa.

"-Hay que mover un poco el periódico. Viene soso. A ver, escriba usted alguno de esos articulillos festivos que son los que ahora gustan al público.

-Pero, si yo...

-Vamos, hombre, vamos: si eso no vale nada... Cuatro tonterías... La cosa es hacer reír".

En el prólogo hay una frase de Valle que me llamó mucho la atención, y que luego repitiría Julio Camba, otro articulista de Diario de Pontevedra: "Ulloa es uno de los escritores más fáciles que he conocido", escribió Valle. "Qué quiere usted, yo soy un escritor fácil", dijo muchos años después Camba. Precisamente, antes de caer en la cuenta de la pretenciosidad del letrero, en homenaje le puse El escritor fácil al blog donde cuelgo estos artículos. La comparación era tan sencilla que a los pocos meses prescindí de lo fácil y me apunté a lo sucio. Algunos de los artículos de Ulloa, de los que no escribo para no estropearlos, son buenísimos.

Milagres

Ao final, da rapaza Maddie xa pouco queda. A noticia non vén sendo a vítima, senón os culpables. O único divertido é esa animación patriota da prensa inglesa e lusa. Esas cousas pensaba un que pasaban nos Mundiais: seica tamén se fai patria na desaparición dunha nena. Agora a Policía non descarta entrar no diario de Kate, esa naiciña, con orde de rexistro. Descoñezo a fronteira ética do asunto, pero entendo que se alguén mente á Humanidade enteira non vai escribir a verdade no seu diario: primeiro, porque nin se acorda. Un diario, que cousas. Pero o que a mín non me deixa durmir é o diñeiro. Esa colleita tremenda made in David Beckham onde irá. Pensábao mentras pasaba as páxinas do xornal (para atrás, como é lei) e chegaba a unha reportaxe sobre a Virxe dos Milagres de Amil. Ía ela cuberta de billetes, moitos deles de cincocentos (cortesía, quen sabe, do alcalde de Ortigueira). Había tanto diñeiro que a Virxe ía escoltada pola Guardia Civil: ao final a colleita chegou aos 60.000 euros, que se van para o santuario. Pero, ¿e se non hai milagres? Se hai quen pensa que a Virxe cura a coxeira, ¿ten dereito a reclamar o seu diñeiro? Non me custou poñer a eses pais ingleses tan teatrais a ombros dos seus amigos paseados polo mundo enteiro, Vaticano incluído, con billetes pegados aos vaqueiros. E agora a turba detrás deles, como de Afinsa, parva perdida. “De héroes a villanos”, dirá o periodismo, tan orixinal.

martes, septiembre 11

Crimen en Vilanova

En el crimen de Vilanova aparecen dos rasgos identitarios de la farra: el bocadillo del amanecer, donde se produjo la matanza, y el ya legendario apártate, que viene a ser el cálido por qué. Según los acusados, la cuchillada no tuvo un motivo (al menos un motivo fértil). Sólo un déjame pasar y un apártate. Pero seguro que a los acusados no se les ocurren dos motivos mejores para empalar a alguien, y como a ellos a doscientos. Luego ya se sabe, porque es dicho popular, que el alcohol hace el resto. A veces hasta alguien suelta la frase a plomo para que levante un poco de polvo y aquí paz. Pero curiosamente la noticia es el resto: el cuchillo que perfora el corazón y el cadáver tranquilo de ese chico, que al notarse pinchado entra a un local, pide ayuda y luego se sienta fuera a esperar a la ambulancia antes de morir. Los que en algún momento cultivamos el macabro esplendor de las discotecas de masas sabemos que el apártate no es una mera orden sino una peligrosa invitación que conviene estudiar en profundidad. Normalmente las bofetadas van a volar igual. Del otro lado hay un pequeño monstruo que sólo pretende una vaga excusa para autoafirmar su blando yo. Si nadie se la ofrece, él mismo la encuentra. Una mirada intimidatoria o tu cara me suena de algo: no serás el hijo de puta aquel. Esas cosas suelen funcionar en la televisión, en las películas. Inmediatamente uno se pone del lado del agresor por el tema del mambo. Miren a ese Begbie, del que escribí hace tres semanas. Sin él Trainspotting sería un novelón latinoché de yonquis un pelín agobiantes. La violencia siempre sube varios puntos (la audiencia, incluso el arte: ni siquiera hace falta ir a Stockhausen y la magna obra del 11-S, porque lo que él proponía era una cuestión estética). Es una paradoja que lo que tan bien funciona en la ficción se convierta en algo tan desagradable cuando sucede a los ojos de Dios, ya no digamos a los míos. Ni siquiera la violencia verbal, sobre todo despojada de gracia. Estos chicos que declararon al juez que no ha habido un motivo para acuchillarlo están en un error: el motivo es que a lo mejor la víctima no los dejó pasar. Y eso está muy mal, porque ni es educación ni es nada. A alguna gente hay que dejarla pasar a poco que te dediquen una tierna mirada. Eso es lo que le deberían decir al juez los presuntos. Que hay gente precedida de una fama y que la fama en algunos mundos no es una cuestión de dinero, sino de vida o muerte. Y que nadie se labra una autoridad para que venga un mocoso y no sepa con quién está hablando o no valore las consecuencias de su irresponsabilidad, y más si el gentío viene peneque. Esas cosas que probablemente se piensan es bueno que ahora se digan delante del juez, porque así la condena podrá ser más justa, y la sociedad sabrá las razones que tuvieron que para matarlo, en la misma proporción que la justicia tendrá para encerrarlos.

lunes, septiembre 10

La belleza americana


Sólo Telecinco podría contraprogramarse a sí misma enfrentando a Gran Hermano con American Beauty (TDT). Sucedió el domingo y por momentos fue espectacular: allí estaba de un lado Mercedes Milá amamantando su rebaño espasmódico y esponjoso y del otro la voz en off de Kevin Spacey (Lester), ya muerto, diciendo: "A veces siento como si viera toda la belleza a la vez y es demasiado". Minutos antes, el inquietante Wes Bentley (Ricky) lo había dicho viendo volar una bolsa de plástico: "A veces hay tanta belleza en el mundo que siento que no lo puedo aguantar y mi corazón se derrumba". Y aún antes Mena Suvari (Angela), la rubita bañada en rosas, anuncia: "No hay nada peor que ser vulgar". Todo sonaba a chiste si uno se deslizaba al lado oscuro de Telecinco y posaba su mirada en el baile de monstruos que cada año organiza Vasile en torno a una casita en el campo. Allí los juntan, y en lugar de soltarles de noche al protagonista de La matanza de Texas se ponen a grabarlos. El zapeo duró sólo unos segundos: en Gran Hermano volaba la basura a su aire domeñada por el olfato de chula de orquesta de verano de la Milá y de American Beauty brotaba la música de Thomas Newman al compás del insólito renacer de Lester Burnham. En algún lugar de esas supuestas cinco películas que a uno le deben cambiar la vida está por algún lado American Beauty y el aire implacable de Spacey al cruzar el Rubicón de los cuarenta. "Dime, Caroline: desde cuándo eres tan triste", le susurra al oído de Annete Bening. La ternura, la piedad, la decadencia y el esplendor apresados en la belleza: así debe entenderlo Ricky cuando tuerce la cabeza con una extraña sonrisa golpeándole los labios al ver el rostro de Lester en la cocina. También es una manera de hacer cine, hurgando el aparato gástrico de una sociedad secuestrada, paradójicamente, en un escaparate: después de todo, la American Beauty es una variedad de rosa que ha sido cultivada artificialmente para tener la apariencia perfecta. Ahora, siete años después de verla y con un bagaje suficiente aunque improbable, no me costó mucho ponerme del lado de Lester y su desequilibrada pasión, tan comprensible: querer follarse a la amiga de su hija, claro que sí, y estar a punto de chuparle sus lindas tetas en el sofá de casa. Tampoco me costó defender la frivolidad de esa rubita cuya única ambición es no ser vulgar: esa animadora de instituto que desprecia a "los raros" y que presume de follar más que nadie, aún siendo virgen. Quiero decir que hasta en esa falsa apariencia, hasta en esa deslumbrante American Beauty, halla uno la satisfacción morbosa de la realización personal y hunde las manos en el pozo generacional de la adolescencia. Me puse de su parte inmediatamente cuando Jane Burnham y su novio la acusan de vulgar y se marchan los dos a Nueva York con su pesada madurez a cuestas, porque si uno no es vulgar y gilipollas a esas edades es muy probable que lo vaya a ser después. Y hasta apreté con mis manos mojadas la blanda carne desnuda de la espalda de Lester al mismo tiempo que su vecino, en esa pasión subterránea que te sobresalta en el momento más inesperado. Por último, me sorprendí disparando a la cabeza de Spacey cuando miraba, feliz después de tantos años, la fotografía de su familia de entonces, olvidando quizás en lo que todos se habían ido convirtiendo. Cuando la cámara se aleja de ese insignificante mundo, de esa pequeña tragedia familiar y de ella sólo queda el eco de la voz de Lester, de nuevo brota una belleza, la última y acaso la más intensa: "Tengo que relajarme y no intentar aferrarme a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no puedo dejar de sentir gratitud por cada simple momento de mi pequeña y estúpida vida".

La madre

El chico debe tener unos veintiqué y está sentado en un banco de una plaza de Pontevedra. Una vieja amiga cruza al paso alegre de la paz caminito a no sé dónde, pero él no la reconoce y ella se sienta en un banco lejano para mirarlo y llorar un poco, porque sabe que todos debemos llorar al menos cinco minutos al día y porque ha compartido con él ocho años en el colegio y cuatro en el instituto y estas cosas siempre las lleva uno dentro: son estos amigos, es esta gente. Junio: el cielo es un plano de mar y el sol seguro que también es algo literario y bonito. Todo tan real. El chico lleva un plumas y unos zapatos grandes y negros. Suda: todos sudamos cuando la vida nos ahoga. “A mí me ahogará en pocos años, pero saldré”, se dice la amiga. El chico tiene fija su mirada en un horizonte blando y de vez en cuando trata de sonreír, haciendo fuerza, los muelles ya podridos, pero se derrota a sí mismo y pestañea. A su lado está sentada una mujer mayor, bien vestida. Aquel olor suyo tan agradable envolviéndolo todo. El muchacho coge otra cerveza del suelo y se echa el pelo para atrás de vez en cuando y aún así esta vida. Están juntos los dos otra vez (“qué pasó”, se pregunta todos los días al levantarse la señora: una tragedia de segunda mano). La amiga está a unos metros haciendo que no mira y prefiriendo no mirar (y dentro de unos meses me lo contará todo, aún triste). No hablan entre ellos pero de vez en cuando ella le agarra la mano y se la aprieta, y él toma aire. Pero no hay viento ni violencia. Todos los recreos. Los coches circulando como sonámbulos sin aparcar. Al despedirse (un beso, cariño) la señora deja en el bolsillo de su cazadora unos billetes limpios y grandes y se marcha a su casa. No mira atrás y él tampoco. Algún día sonará el teléfono y será Dios. En una semana volverán a verse.

jueves, septiembre 6

Tradiciones

“A juicio de Pavarotti, el público español era ‘muy competente y entendido’ y la crítica era ‘precisa y técnica’, según confesó en una de sus visitas a España, país que adoraba a excepción de los toros, aunque comprendía que ‘son una tradición’ [‘como la mafia’, añadió]”.

Afíliate

Despois de tantos anos de PP, estes tempos vexo, entre a preguiza e o desconcerto, os vicios dun nacionalismo que algúns, poñéndome a man no lombo, me din que “é noso”. Eu nunca tiven ‘espíritu nacional’. Nin ese solemne plural maiestático que me empuxa directo a unha misión divina. “Gañamos”, escribíronme nas eleccións. Pero non gañara: eu non gañei nunca. A miña opción era sacar de aí a dereita: non vela paseando a súa faciana polos vilas recollendo os lambetóns dos seus caciques. O peor foi escoitar (¡e entender!) as reaccións. E sacarse a etiqueta para saír de novo a intemperie. Hai xente que pensa que un se retrata cando escribe, pero nin iso. Hai que restarlle trascendencia: ás veces un escribe por non poñerse directamente a calcetar. Unha prosa feitiña, claro: hai que traballala. Pero logo está a Brunete, que non descansa. Só hai algo peor que os nacionalismos periféricos: o nacionalismo central e o seu exército marcial encomendado a Deus, nin máis nin menos. A mín xa me dá un pouco de pudor meterme co BNG por se acaso ao día seguinte a Cope vai e coincide comigo. Non vou deixar de facelo, se hai razóns e ganas, pero esta xente mete moito medo. O outro día cheguei aquí e citábase a un tipo que fala do adestramento ideolóxico dos nenos galegos feito a través... do ¡Xabarín! Os argumentos non teñen prezo, pero a conclusión é grandiosa: chámase directamente á revolución. O condenado porco.

martes, septiembre 4

Castrados

El debate sobre la castración química, que PP y CiU han querido ver con urgencia recogiendo las miguitas que va dejando Sarkozy, ha tenido estos días un protagonista deslumbrante: el hombre que en Salamanca se ha cortado su pija española y la ha arrojado al retrete, donde tanto se vio reflejada. Históricamente la siega de pichas era una cosa muy de mujeres, casi siempre enfadadas por algún motivo y casi siempre bien armadas. Pero este hombre lo hizo para no pecar: hay que apuntársela en la cuenta de la Iglesia. La modernidad ha traído vicios más extraños que los celos: ejercicios de canibalismo y raras autocastraciones. Pero la Iglesia se ha mantenido ahí siempre, surtida de razones morales. Todavía no se ha pronunciado sobre la castración química, pero tampoco es cosa de que vayan ellos ahora a tirar la primera piedra. Hace 13 años, con motivo de aquella legendaria picha de John Bobbit, escribió Umbral: “Todas las ovejas, entonces, eran de la majada de Carrillo o de Mao, pero nunca cogieron el cuchillo del postre para cortarnos nada, porque sabían lo que se perdían. Esto de talar pollas viene de Estados Unidos, que es un matriarcado de mierda. Claro que, después de escrito este panfleto, me la he estado mirando un poco y tampoco es para tanto, la pobre. Casi estoy por echársela a la gata”. Luego a Umbral le enseñaron la viagra y la gata se quedó sin postre. Freud hablaba de la envidia del pene y Lacan, directamente, dijo que “la mujer no existe”. Eso lo sé yo no porque haya andado en la fontanería de Google, sino porque hace unos meses entrevisté a una psiquiatra lacaniana a la que quise llevar por el bravo territorio del falo filosófico (el falocentrismo, la faloterapia y el faloespañolismo) pero no hubo manera humana y nos quedamos en Derrida, que deconstruía: como el señor de Salamanca, pero en plan esnob. También hace poco me llevaron a Youtube a ver el glorioso fragmento en el que Cela dicta aquella carta sobre el cipote de Archidona. El suceso le fue relatado al escritor por Alfonso Canales. A primeros de los setenta, una pareja acudió a un cine de Archidona. “La música o las imágenes debían ser un tanto excitantes, porque a ella, según tiene declarado, le dio el volunto de asirle a él la parte más sensible de su físico. El cateto debía ser consentidor, pues nada opuso a los vehementes deseos de su prójima. Dejóla hacer complacido, sin previsión de las consecuencias que habría de tener su regalada conducta. Según parece, el manipulado llevaba mucho tiempo domeñando sus instintos. El caso es que, en arribando al trance de la meneanza, vomitó por aquel caño tal cantidad de su hombría, y con tanta fuerza, que más parecía botella de champán, sino geiser de Islandia. Los espectadores de la fila trasera, y aun de la más posterior, viéronse sorprendidos con una lluvia jupiterina, no precisamente de oro. Aquel maná caía en pautados chaparrones, sin que pareciera que fuese a escampar nunca”. Eran tiempos de proezas: incluso la de la señora Bobbit alcanzó categoría de tal. Pero el culto al pene es más viejo que la propia palabra, y por él se han hecho grandes sacrificios. Hace dos años la BBC informó de la aparición de un falo de 28.000 años de edad, y de 20 centímetros de largo por tres de ancho. Los científicos incluso sugirieron que podría haber sido, en la época, un instrumento de ayuda sexual, además de una herramienta para cortar piedra: exótico el despliegue para ser la Edad de Hielo. En cuanto a la castración química, la prensa ha acogido con entusiasmo un debate que promete, porque las cosas de la pija siempre han dado muchos lectores y no pocos disgustos. Desde pequeños, con la tradicional capada del paraguas, hemos estado a expensas del destino: pederastas y violadores, claro, con bastante más justicia. Tampoco voy a ser yo quien me arremangue para defenderlos.

miércoles, agosto 29

Retrato de un duelo

Desde la lejanía soy incapaz de respirar ese duelo tremendista que se ha montado por la muerte del futbolista joven, pero le estoy echando un ojo muy sutil al periodismo. El periodismo popular, se entiende: el que empuja a la gente a la calle y saca los gritos por la ventana. El periodismo de las emociones, que con tanto brío inauguró aquella noche Nieves Herrero a propósito de Alcasser. Claro que eran otros tiempos y otros crímenes. Su último gol, su última mirada a cámara, el último suspiro, el bebé que nacerá huérfano. No me sitúo en contra: yo mismo me he sorprendido exigiendo las imágenes de la viuda embarazada para intentar un último acercamiento, para violentar un poco el corazón y reclamarle un dolor que se alejase del simple impacto. Y aunque apenas he leído sobre el tema, sí he visto el desfile funerario y la presencia simbólica de testigos de lustre que han ido a empellones de lo que exigía el vulgo. Por ejemplo el Madrid y su fastuosa corte. Allí estaba Guti detrás de unas gafas de diseño, y a la derecha, como separado del grupo y mirando fijamente el suelo, Pedja Mijatovic. Si hay algún lugar en el que uno debe encontrarse con Mijatovic para dar de lleno con su verdadero perfil ése es un entierro. Su aire mafioso alcanza entonces un viento legendario. Pulcramente negro, Mijatovic se mira sus relucientes zapatos mientras parece rumiar una fría venganza. Uno no sabe si le está llorando a Antonio Puerta o a Totò Riina: realmente uno no sabe nada cuando tiene delante a Mijatovic en un entierro. Pero entre las imágenes reluce el abrazo entre José María del Nido y Ruíz de Lopera. Dos enemigos irreconciliables a los que la muerte puso a los pies de un ataúd. El mensaje que nos brindan es tan hermoso como falso, y refuerza una teoría en la que hace años que no trabajo: los entierros son las Navidades, pero en bruto. Que no se alarmen los ultras, que no se van a quedar sin trabajo. Dentro de un par de meses el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Si pasó con el espíritu de Ermua, que aquello era terrorismo, qué no va a pasar con esto, que es mero fútbol. Hubo sin embargo, entre el dolor, algo curioso: la sonrisilla. Se le escapa en una foto a una seguidora del Sevilla arrimada a un balcón. No es una sonrisilla malvada ni cínica, por Dios. Es la sonrisilla nerviosa, uno diría que perra, que se le escapa a uno en ciertos momentos de tormento colectivo. Es la sonrisilla inocente de qué sé yo: de ver a tanta gente junta, a los periodistas, a los famosos. Uno siempre ha sido un defensor de esas sonrisas que no salen de la cabeza ni del corazón, y que aunque las carga el diablo son compatibles con el dolor, quién sabe si incluso producto del dolor mismo. Me alegró haberla encontrado allí, en aquel entierro televisado. Me hizo sentirme menos solo, y lo que no pudo hacer la histeria lo hizo la sonrisa: sentir como propia, al menos por un segundo, la desgracia.

martes, agosto 28

El vino de las uvas doradas

De él dijo Arturo Pérez Reverte, en la última gran disputa literaria del patio español, obviando la ensalada de hostias repartidas entre García Viñó y Molina Foix al acabar el programa de Sánchez Dragó, que tenía "cáncer de alma".

De Cela aprendió la mejor lección: para ser escritor primero que hay hacerse con un personaje. Umbral apañó una bufanda, una melena plateada y una lengua ácida y divina. Así fue a costurear una biografía densa y legendaria, plagada de los lugares comunes que corresponden a un autodidacta en posguerra: unas memorias que escribía como sangraba, empañadas por un aire subterráneo de pérdida (de la juventud, de la vida, de lo que fuese).

Cuando se puso a escribir separó los mares a la manera de Moisés, y tuvo a ambos lados las pasiones despiertas de un país gozosamente acostumbrado a amar y a odiar a partes exactas. Que lo disfrutó, parece fuera de toda duda: su personaje exigía temperaturas extremas.

Pero Umbral, ajeno o no a las tormentas desatadas, lo que hizo toda su vida fue escribir y escribir. Tanto, que un día antes de recibir el Cervantes dijo: "No entiendo cuándo he vivido, habiendo escrito tanto. Pero lo cierto es que he vivido, y mucho, y todo está escrito". Tanto, que se rodeó de una gata y una mujer sacrificada, a la manera del primer Hemingway de París. Tanto, que murió balbuceando a su pareja una columna, quién sabe si a modo de epitafio. Un artículo que iba a llamar Las uvas doradas, y en el que reemprendería el trazo del camino de la juventud y de la nostalgia, pero que no pudo ser porque su mujer ya no le entendía. Uno piensa que aquello pudo ser su particular y fallido ¡Viva Iria Flavia!, mientras que el escritor José Antonio Montano, uno de los más célebres nicks surgidos al calor del blog de Arcadi Espada, se inclinaba por su "estos días azules y este sol de la infancia", en referencia a los versos garabateados que fueron hallados en el bolsillo de la chaqueta del cadáver de Machado.

Saltó a la fama popular, a la fama de la televisión, porque le dijo a la Milá que él no iba engañado a los platós: que él había ido ahí a hablar de su libro, y que ahí no se estaba hablando de su libro. Umbral murió agotado y enfermo aferrado a su personaje como a un hierro candente, seducido por Rajoy (al que dedicó columnas y columnas, forjando una amistad que levantó una vez más la polvareda de la izquierda que antes tanto le quiso) y escribiendo columnas breves que El Mundo disimulaba inflando la tipografía.

Para el viejo debate de la literatura, para el cansino debate que enfrenta a la hojarasca del adjetivo y el rumor del estilo contra la literatura de las ideas o la acción o el reflejo puntilloso y feliz de la realidad, Umbral era uno de los primeros, acaso el más poderoso, con la singularidad de que su Idea era el estilo, y en él palpitaba cualquier realidad y de él mamaban desde los viejos elefantes cansados hasta los verracos adolescentes que luego no tuvieron empacho en picotearle la nariz, como emancipándose blandamente (véase Juan Manuel de Prada).

De entre todos, Umbral leyó a Proust (cuando uno lee a Proust, ya está todo ganado / perdido), y a él homenajeó titulando su columna diaria, su viejo spleen ya en brazos de Pedro J., con el hermoso Los placeres y los días. De entre todos, Umbral bebió de Cela hasta casi absorberlo a violentos tragos, y cuando el maestro murió el discípulo no pudo por menos que hacer lo que se esperaba de él: despellejar un poco el cadáver con cirugía forense de dudoso gusto, pero bellamente ejecutada.

De entre todas, fue de la escuela de Quevedo, de Valle Inclán.

Yo me acerqué a él tontamente, casi arrastrado y muy tarde, tardísimo, porque leer tampoco es una cosa que a mí me vuelva loco. Primero por la prensa y luego por una novela muy olvidada: Madrid 650. Cuando ya criado me enganché al Umbral de los periódicos y de las memorias, y ahí me fui haciendo casi sin quererlo columnista, como uno que ve todos los días parir y se va convirtiendo en matrona. Sí que era maestro (esta vez lo que dicen los obituarios es verdad) y sí que fundó un género propio al que de todas formas nadie tuvo más acceso que él, porque imitarlo (como yo hice más de una vez) era un billete al ridículo.

La historia dirá que Umbral murió dictando una columna, pero que no se le entendió. No es mala leyenda viniendo de quien tanto disfrutó en entierros ajenos y que puso en boca de Raúl del Pozo aquella ilustre frase en el entierro de González-Ruano: "No lo pasaremos tan bien hasta que se muera Azorín".

Padres e hijas

Para los morbosos, aquella vecina cotilla y malencarada que interpretaba una señora querida por todos era, ni más ni menos, que el fruto de un árbol enterrado por las tinieblas de la Historia: Ramón Ruiz Alonso, el presunto verdugo de Federico García Lorca. Nunca pude evitar recordarlo, porque me parecía un hecho muy curioso digno de un retro Aquí hay tomate. A veces, si me fijaba mucho, hasta me parecía ver un oscuro estigma cruzando por su frente, por la frente de la gran Emma Penella. La última vez que la tuve en la cabeza fue, precisamente, hace sólo una semana. Ian Gibson promocionaba su último libro en un reportaje en la revista de El País. El verdugo de Lorca era un matón derechista (¡zafio y todo!) que con el asesinato del poeta protegido por Luis Rosales mataba dos versos de un tiro. Cargar con semejante peso debe ser una brutalidad: el hombre debió vivir sus últimos años con la espalda encorvada, atizada por los vientos del remordimiento. Lorca era el ruiseñor de aquellos años dorados: un genio de la literatura universal. Y lo fueron a matar por maricón, por ser amigo de unos y por ser amigo de otros, y porque toda guerra necesita un mártir legendario (he leído por ahí que tenía buena relación con Primo de Rivera, y buscando algo encontré hoy mismo esto que escribió Gabriel Celaya sobre él: “José Antonio es otro buen chico. ¿Sabes que todos los viernes ceno con él? Solemos salir juntos en un taxi con las cortinillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo ni a mí me conviene que me vean con él”. Sobre el fusilamiento de José Antonio, ya acabando, recuerdo una frase muy expresiva y sorprendente de Forges en alguna de sus maravillosas historias de los Forrenta Años: “Fue un hombre que quiso lo mejor para España”, o algo muy parecido). Pero no me interesa ahora Primo de Rivera ni tampoco Lorca, ni su posible relación (que juzgo, eso sí, estimulante: quizás en otro momento). Lo que me interesa es la relación familiar de esas tres mujeres (Penella, Terele Pávez y Elisa Montes) con el hombre que había matado a Lorca. “Algunos días después cogimos al canalla de García Lorca y lo fusilamos en la Vega, junto a una acequia. ¡Qué cara ponía! Alzaba los brazos al cielo. Pedía clemencia. ¡Cómo nos reíamos viendo sus gestos y sus muecas!”, le escribe uno de los criminales a un amigo. Fue mucho más gráfico un tal Juan Luis Trescastro, que entró en una taberna de Granada y dijo: “Acabamos de matar a García Lorca. Yo le metí dos tiros en el culo, por maricón”. La familia de Ruiz Alonso siempre se ocultó bajo un largo silencio que resultaba, conocida la popularidad del poeta y las evidencias que apuntaban a su verdugo, ensordecedor. Y aunque uno imagina que nadie tiene el deber de heredar los pecados de su padre, sí se puede levantar la cabeza y dar luz al sótano para revolver entre las bicicletas pinchadas y los trapos del pasado. Las tres muchachas salieron adelante y de qué manera. Desde luego, ni pensaban igual que su padre ni gastaban sus modales. Se metieron en el cine: fueron valientes. He buscado por internet y, a primera vista, ninguna pisó las tablas para interpretar obra alguna de Lorca. Tampoco usan el apellido de su padre. Pero en algún momento, y quizás aún ahora, le quisieron. Descanse en paz Emma Penella, mi estanquera de Vallecas.

lunes, agosto 27

Despertar

En los últimos años me ha sucedido algo extraordinario: olvidar lo más inmediato y recordar aquello más lejano. Lo primero es casi un proceso natural al que ya no presto atención y asumo como parte de una deficiencia muy bien pulida con el tiempo: puedo estar horas buscando unas llaves que me acabo de meter en el bolsillo o unos zapatos que ya llevo puestos. Antes llegaba a llorar de desesperación, pero ahora hasta le encuentro cierto encanto, y cuando recuerdo algo demasiado rápido lo olvido para seguir chapoteando un poco más en la memoria, como el niño que juega en la bañera. Lo segundo es una especie de milagro que estoy tratando con mucha delicadeza: una sucesión de recuerdos cada vez más lejanos que aspiro a que me lleve algún día directamente al paritorio, y aún más atrás. Oficialmente el primer recuerdo de mi vida siempre fue éste: subido a hombros de mi padre en algún gol del 12-1 (el de Malta, probablemente). Hasta que hace un par de años, de repente, me asaltó otro aún más lejano y ya sin fecha: jugando con la hija de unos amigos de mis padres en Sanxenxo. Es ya un recuerdo muy vago que supuse el límite hasta hace sólo unos días, cuando descubrí que la primera cosa (la palabra cosa, tan tierna para estos momentos) de la que tengo recuerdo es un domingo lejanísimo, despierto en alguna parte, esperando los ruidos de la casa para emprender el día. Esa quietud blanca y lenta, y el silencio casi original en todas las habitaciones de la casa mientras los padres duermen y el niño espera con los ojos abiertos esperando una señal o una luz o una voz que le empuje a levantarse, o a tratar de levantarse, es la primera cosa de la que tengo recuerdo y probablemente será ya también la última.

viernes, agosto 24

El efecto michelín


Probablemente no hay casualidades en Nicolas Sarkozy. Durante los primeros días de agosto fue fotografiado por Reuters subido a una barcaza en sus lánguidas vacaciones americanas. Paris Match publicó la foto: se ve a Sarko hundiendo con brío la pala en las aguas oscuras del lago y su torso firme y macho a punto de reventar. Ayer se descubrió algo insólito: el Photoshop. En la foto original a Sarkozy le cae sobre el bañador un reluciente michelín. Lo hace blandamente, a la manera de esas carnes esponjosas que se reúnen en la cintura para luego caer viscosas. Lo ha descubierto una publicación francesa ajena al círculo privado del presidente, y lo ha hecho unos días después de que Sarkozy blandiera el corazón (sus ajados ventrilocuos) para gobernar: en respuesta al caso de un pederasta reincidente, castración química. A la prensa ni siquiera le dio tiempo a pasarle el Photoshop a las declaraciones: salieron limpias, perfectamente higienizadas, y tampoco consta que Sarkozy tirase de agenda para impedirlo. Hace varios años, con motivo de la violación múltiple de una muchacha a manos de una cuadrilla de salvajes que se paseaba borracha en coche por Galicia, el histórico delegado del Gobierno Arsenio Fernández de Mesa dijo que había sido algo así como una gran farra "que se les había ido de las manos". Casi obedeciéndole, escribí una columna presentándole mis respetos que finalmente no se publicó: a última hora la estrella del Prestige hizo una eficaz ronda por los diarios gallegos para decir que él no quiso decir eso, que fue una expresión desacertada y que, por favor, por favor, por favor, no se publicase nada al día siguiente. Los amigos de Sarkozy dirigen sus medios, así que de él ni siquiera se espera un "por favor": ni para echar de una patada al irresponsable que publicó la foto de su mujer puliéndole la cornamenta con un amante, ni para borrar esa carne traidora que se viene precipicio abajo, aun siendo el gran símbolo francés de nuestro tiempo. Hasta ahora el presidente francés ha hecho un despliegue violento de su figura napoleónica, empapando de personalismo un Gobierno para el que ha nombrado a varios ministros socialistas, entre ellos a la fundadora del movimiento Ni Putas Ni Sumisas. Y una de sus primeras medidas fue obligar a los alumnos franceses a repetir en voz alta las últimas palabras de un joven comunista francés antes de ser fusilado por los nazis. Desconocemos si todo esto le sale de dento o es una simple maniobra del Photoshop para ocultarle a Europa los michelines que le han llevado al Elíseo con los votantes del magnífico Le Pen. Los gallegos no somos ajenos a la polémica: Manuel Fraga siempre se presentaba a las elecciones de la Xunta cuatro años más joven que la vez anterior. Aquel milagro fue reproducido temerariamente hasta que la propia militancia del PP se asustó: a ese ritmo Fraga pronto empezaría a tener el mismo rostro que el que lucía en la dictadura. Pero no hizo falta que moderaran el Photoshop: las urnas no soportaron aquella súbita adolescencia. De momento, y en Francia, ayer a primera hora de la tarde, el Gobierno emitió un comunicado oficial para desmentir la manipulación fotográfica. El hecho no tiene precedentes: El Elíseo acababa de desmentir un michelín.

miércoles, agosto 22

Amores salvadores

Documentos TV emitió ayer un reportaje sobre el amor. Lo presentó como una contradicción habitual de las líneas maestras que marca la cultura y la sociedad. También como contradicción del propio amor, pero eso ya no se dijo. Lo empecé a ver sin ánimo, consumido por una dieta infame de cigarros y abstinencia. Esperaba algo más relacionado con la química, pero se abordaron testimonios: esperaba que se hablase de la oxitocina, pero salió José Luis Sampedro proclamando su salvación agarrado a una mujer treinta años más joven que él. "Eso es una salvación", pensé, "y no la de los cristianos". Cuando se quedó viudo, Sampedro pensó algo muy lógico: dejarse morir. "Viví cuarenta años con esa mujer. Era mi interlocutor, la mitad de mi vida", cuenta mientras compra el diario (el diario El País, por cierto: TVE lo enfoca con euforia). Tras la tristeza, la redención: en la Alhama de Granada conoce a Olga. Los dos relatan con cariño en el sofá de su casa el encuentro, y el documental cae ahí en un pozo infame: la reconstrucción de los hechos. La ficción-realidad, e incluso con los mismos actores de la vida. Se acerca Olga con un vestido azul y un sombrero muy mono del mismo color, y Sampedro se levanta y le da dos besos. Luego comienzan a charlar, y ella dice algo así como "estoy un poco nerviosa, es que estar aquí con usted, con José Luis Sampedro...". Ahí empecé a desfallecer. No podía dejar de pensar en la reconstrucción del crimen de los marqueses de Urquijo o en la de aquellas golfas apandadoras que asaltaban a un pobre señor que juraba haber sido drogado con el colacao. Me di cuenta además de que por allí rondaba el amor, incluso en la cabeza del pobre Escobedo: los crímenes, las 'prespiputas', la feliz salvación de Sampedro. Y ayer despabilé la cabeza leyendo aquí y allá aquello que alguna vez me había contado Punset. El cerebro suelta las sustancias, y el resto se va cocinando solo: incluso los asesinatos, aunque el CIS diga que a los españoles nos preocupa más ETA que el amor. Desde oxitacina (sexo) hasta la epinefrina (superación), pasando por la dopamina (ternura: la mujer que va a parir genera una cantidad ingente), la finilananina (entusiasmo) y la endorfina (energía y plenitud). Quiere decirse que si le practicasen la autopsia, los forenses hubiesen hecho de Romeo el Sid Vicius de la época. Todas esas drogas extasiantes y producidas de forma natural se diluyen al cabo de dos o tres años: se deshace el hechizo, del que nadie dijo que fuera eterno, y comienza el amor de la vida real. El mono, y después la metadona. Por supuesto, engordamos como globos y surge de vez en cuando algo insólito, el mal rollito: el deterioro del amor es muy visible en los gorrillas. Tampoco a esto se ciñe el documental, que a cambio nos muestra dos amores sorprendentes: el de dos primos y el de una mujer de cierto retraso con un hombre que no besó a nadie hasta los cincuenta y dos años. En estos casos sí conviene prestar atención al tono y apartar la biología. En los dos casos hubo oposición familiar. La oposición familiar es la principal causa de producción de epinefrina y oxitacina: a mayor oposición, mayores orgasmos. Dejé de ver el documental casi sin darme cuenta, como una abuela chocha que deja de calcetar pero sigue con las agujas en la mano. Rescato sin embargo el testimonio de Olga, la novia (simpática y guapa, por cierto) de Sampedro: "Tiene todas las cosas que yo nunca deseé en un hombre. Es escritor, y yo no quería nada con los escritores. Yo nunca pensé en un académico, y él es de la Real Academia de Española. No quería un político, y fue senador por designación real. Y es mucho mayor que yo, algo que yo no deseaba". Pensé, en mi desaliento, que ya es mala suerte no haber querido nunca amores con un académico, que deben ser 40 en España, y enamorarte de uno.

lunes, agosto 20

Feliz año

Heredé de la infancia el ciclo del nuevo curso: los años empiezan en septiembre, con la caída de las hojas y la muda del campo. Por eso la lista que se hace en enero con las grandes esperanzas yo la hago durante la segunda quincena de agosto tratando de no perder los nervios: suelen ser las mismas grandes esperanzas de los últimos diez años. Es una lista compleja y trabajosa que luego suele reducirse a unas cuantas valoraciones sobre mi aspecto físico y unas pocas de orden moral: que todo cambie para que todo siga igual, pero no mucho. Como una gran familia de valores derruidos que trata de mantener en pie su dignidad ante las mansiones vecinas, suelo virar el rumbo del buque entre la compasión y el delirio cuando el viento rola a septiembre. Y me hago a unas nuevas costumbres sin perder parte de las viejas: aprender meteorología para saber navegar y apurar mejor las metáforas, levantarse con el gallo y, finalmente, completar cualquier álbum de cromos como ejercicio mecánico y hacerse así a una rutina, por muy insólita que sea. También valoro llamar dulcemente a las puertas del catolicismo (el regreso del hijo marchito) para hacerme perdonar la falta sagrada de un matrimonio sin Dios y un largo capítulo de tentaciones satisfechas a plenitud, incluido el agravante de las relaciones contra natura. He subrayado sin embargo dos objetivos prioritarios: aprender a tocar la armónica en las noches de insomnio y habituarme al pescado, que es la única cosa que se puede comer manteniendo cierta elegancia. Y mientras ya preparo mi particular Nochevieja, el año termina con un par de esperanzas inesperadas: haberle puesto rostro y vino a dos amigos y descubrir As túas balas, mi nueva obsesión literaria de la que leo pasado y presente como una revelación divina. ¿El resto? Entre el misterio y el perjurio, pero siempre a la intemperie.

Himno

A mí el himno de Galicia es un himno que me gusta mucho y que aprendí hace años en las cenas cuando el albariño se ponía patriota o lo agitábamos tiernamente en algún viaje al extranjero: concesiones a la morriña. Por gustarme, me gusta más La Marsellesa, pero no paso del Allez enfants de la patrie y no le echo el mismo sentimiento. Ahora Anxo Quintana propone que los niños gallegos se sepan el himno: el suyo, se entiende, no el de los otros, que no tiene letra. Es una medida muy sarkoziana, pero ya desde hace algunos meses a mí Sarkozy me está poniendo cachondo y es hora de hacerlo público. Uno, sin embargo, cree que este tipo de cuestiones sentimentales se resuelven con el tiempo y con el ímpetu: te pueden dar ganas de llorar con el himno recordando a los muertos que lucharon por la libertad arrebatada, de colgarte de una bandera o de echarte a los salvajes brazos de Dios y convertirte en monje cisterciense. La de patriota es una vocación como otra cualquiera: hay quien la tiene, y la lleva muy dignamente, y hay quien prefiere pensar que la patria es una botella de ribeiro y unos pimientos de Padrón. Incluso el poeta dijo que la patria era la infancia, y tampoco le debía faltar mucha razón: Oliver Twist debió ser un patriota muy sentido. Pero Quintana dice que “mentras haxa himno, haberá país”, y le ha pasado la responsabilidad histórica a los chavales: demasiado peso en sus espalditas colegiales. Con eso también se consigue algo asombroso: institucionalizar la patria y convertirla en una asignatura obligatoria. La propuesta entra directamente en uno de los puestos de salida de la celebrada identidad nacional: imagen corporativa, mandilones y demás. Uno siempre esperaba de un gobierno de izquierdas (¡el aclamado gobierno del cambio!) una educación laica y progresista, y no que los pongan a cantar a todos un himno envueltos en una bandera para levantar una nación. Vano destino.

jueves, agosto 16

Elvis

Dicen que al final terminó sudando su propio talento y que sus pies sólo se agitaban en los charcos iluminados por la luna cachonda de Las Vegas. De un golpe de cadera se cargó la vieja moral y luego fundó el rock&roll de un modo pasional y enternecedor: Elvis Presley fue la mayor estrella que dieron los tiempos. Terminó sus días disparando a los televisores y tragando crema de cacahuete y kilos de pastillas mientras enloquecía desplegando una estética imposible. Pero hay decadencias: la suya fue tan cruda que hasta sus canciones cobraron otro sentido y ya poco nos importó que su cuerpo fuese el de un autobús venido a menos. Tipos como él conservan en alcohol un sentido especial que les hace recoger los susurros del mundo para convertirlos en ritmo. Y Elvis le dio ritmo al mundo: le dio rock&roll y todo empezó a fluir de manera diferente, a cobrar un nuevo sentido. “Antes de Elvis no había nada”, dijo Lennon. Y Dylan agachó el esqueleto para besar el primer estudio que pisó el Rey. Elvis fue Jesús sin sandalias que naufragó en las tentaciones: un Dios negro de piel blanca arrojado a la luz con la misma violencia con la que él se arrojó a la caldera del infierno. Tuvimos a Elvis elevando el tupé hasta el cielo para que el faro de Hound Dog fuese visible en cualquier punto y tuvimos al Elvis hinchado como un balón, technicolor, aullando como un lobo viejo al que está despellejando el tiempo con antiguas obsesiones y sueños incumplidos. Tuvimos los chillidos de las muchachas y la visita de los Beatles a su mansión: “Mirad, tíos, si lo único que vais a hacer es estar ahí sentados mirándome, me voy a la cama”. Todo eso pasó y no estuvimos allí para vivirlo ni para contarlo: pero sabemos gracias a él que la pelvis no es un hueso, sino una forma de vida.

martes, agosto 14

David Cal

David Cal fue invitado esta primavera a Fitur por el pabellón de Turismo Rías Baixas. Cal sufre esos peajes que hay que pagar por practicar un deporte tan exigente como desconocido: dejarse manosear por los políticos, sonreír sin muchas ganas y atender a la prensa para proyectar una imagen que atraiga a un patrocinador. En aquella ocasión, cuando las grabadoras se dirigieron hacia él, un pobre diablo que no había visto en mi vida se dio la vuelta hacia mí con una sonrisa y me dijo algo así como que “éste no tiene ni puta idea”. Ni siquiera fue pionero: ya en Marca hace tres años hubo un genio que se refirió a Cal como “Forrest Gump”. El debate es muy viejo: se le exige al deportista que tenga soltura delante del micrófono y regale titulares a tanto el kilo. En 2004 dio igual que la fama le estallara a David Cal en las manos. Se le pedía estar preparado para dar el pego y exhibir una locuacidad argentina: ocho horas en la piragua y tres, por si acaso, ensayando ruedas de prensa. Como a Cal aquello le pilló con el pie cambiado, se confundió rápidamente timidez o aturdimiento con torpeza o, incluso, cierto retraso. Es la clásica presunción idiota de unos pocos periodistas que no entienden que hablar con los medios no es una asignatura obligatoria de la vida. Quien haya conversado con David Cal sin la presión de un micrófono sabrá que es una persona perfectamente normal (o sea, perfectamente divertida) con una cualidad extraordinaria: ser un deportista de élite. Como han pasado ya tres años de su doble medalla olímpico, le ha salido callo y asume su popularidad sin rubores y sordas estridencias. La experiencia le ha desentumecido el músculo mediático, pero no abusa, porque sabe cuál es su sitio: en la piragua, David Cal es de oro.

viernes, agosto 10

Desconocidos

Algunas de las pequeñas tragedias del verano (no han sido pocas: a Letizia le sobraron dos trapos y le faltó un principito para que el juez secuestrase el Fortuna) se derriten al calor de esta exclusiva propuesta por Libertad Digital, el más fino de nuestros confidenciales: “La madre de El Solitario fue en las listas de IU en Las Rozas”. Se le supone a la mujer (y a su ideología, por supuesto) consciente de las andanzas de su hijo: de sus atracos y sus fríos asesinatos, de su tortura social ensombrecida por la barba. El mensaje subliminal es tan evidente que da pereza repetirlo: “Detrás del mal siempre hay algún rojo”. Pero cuando pienso en recuperarme (ando con fiebres, como el ganado inglés) sale por la pantalla un abogado de rostro vagamente familiar que compara al Solitario con Curro Jiménez, dice de él varias veces que tiene un “par de huevos” y que atracaba para “liberar España” de los bancos. Los apellidos del abogado justifican el uso indiscriminado de los “huevos”: es Trillo-Figueroa. A los Trillo-Figueroa los criaron en una pollería, eso es evidente. Pero Libertad Digital aclara: “Lleva veinte años sin hablarse con su hermano”. Al alba y con viento de levante, pienso: El Solitario liberando España y el pobre diablo de mi hermano sacando a empujones a unos moros descalzos de Perejil. Ahí las tienen de nuevo: las tragedias familiares suelen ser las mayores de las tragedias. No es que uno no elija a sus hermanos, sino que no elige nada. Uno llega al mundo solo y desnudo e ignorante, y a la mayoría le dan la teta (pronto, para que no desesperen) y a los pocos los dejan abrigados en alguna calle para que los recoja el destino. Son reflexiones que conducen no sólo al coño (porque al coño conduce todo: incluso al origen mismo de otros coños, y aquí volvemos a Trillo-Figueroa: ¿el huevo o la gallina?) sino a Lucía Bosé. “Cada vez que tenía un hijo el doctor me decía: ‘¿Te das cuenta de que estás metiendo a un desconocido en tu casa?’”, dijo la dama. Entre esta blanda actualidad (agosto es un mes de menudencias, incluso jurídicas: campa El Solitario y el Madrid no lleva tres partidos y ya juega peor que con Capello) al menos Raúl Rivero glosó a un bello desconocido, apátrida y seco como el olmo herido, en las páginas de El Mundo: César Vallejo. Estas cosas, estas mínimas alegrías, salvan un verano entero. Vallejo escribió: “Madre, voy mañana a Santiago / a mojarme en tu bendición y en tu llanto”. Y después este verso, más adelante, doblando la esquina al final del pasillo: “Madre, estoy cribando mis cariños más puros”.

sábado, agosto 4

Sentencias

En un momento de Trainspotting, no adaptado en la película, juzgan a Mark Renton y su coleguita Spud por alguno de sus pequeños problemas. Después de una perorata del señor juez, nuestro gran Begbie, el adorable psicópata que siempre veremos en el rostro de Robert Carlyle (haga de fulmonty o haga de lo que sea siempre late el bigotillo ultraviolento de su Begbie) asiente en silencio sentado en uno de los últimos asientos y se dirige en voz baja al que tiene al lado: “La verdad es que hace falta seso para ser un puto juez”. Siempre me hizo mucha gracia ese pasaje, irrelevante en el conjunto de la novela, por la divertida y ceremoniosa sumisión de una panda de yonquis tirados de Edimburgo a un tipo que les aparece con una toga y que se ha pasado media vida estudiando. “Hace falta seso para ser un puto juez”, concede Begbie como símbolo de respeto. No siempre habría tenido razón: a veces lo único que hace falta son muchos codos, como cualquiera de tantos oficios esplendorosos, y una inteligencia o bien menor o bien coaccionada por puritanismos medievales. Al juez que impidió la adopción a dos lesbianas en España le salió ahora en Brasil uno mucho más divertido: dejó escrita en una sentencia que el fútbol es un “juego viril, varonil, no homosexual”. El magistrado afirma que nadie concebiría a algún campeón mundial brasileño del 70 homosexual: “no es que un homosexual no pueda jugar al balompié, que juegue si quiere, pero forme su equipo e inicie una federación". Una federación de maricones, se entiende. Lo curioso es que Begbie estaría de acuerdo con él. Y le partiría la jarra de cerveza en la cara a cualquiera, como declaración de intenciones. O sea, que no hace falta tanto seso. Y que hasta el propio Begbie podría redactar sentencias tan respetables como las de este santo varón.

jueves, agosto 2

Dylan (y II): la fama

En la música, Sinatra puso la voz, Elvis el cuerpo y Dylan el cerebro
Bruce Springsteen

Bob Dylan es como Einstein. Como un disparo divino
Kris Kristofferson

Hay una escena en Don´t look back, el documental rodado por D. A. Pennebaker durante la gira inglesa de 1965 (en plena transición del folk al rock, para ira de los puristas, estupor de los admiradores y pasión de sus absolutos incondicionales) en la que se ve a Bob Dylan y Joan Baez corriendo hacia una furgoneta perseguidos por una masa de personas a campo abierto. Dylan consigue meterse en el vehículo y se sienta dando la espalda a los cristales. Alrededor, cientos de personas se agolpan contra la furgoneta y le gritan, le profesan su amor. Dylan mira hacia la cámara con un gesto neutro: tiene un aire turbador de adolescente que desmiente sus veinticuatro años. Es mundialmente famoso y se ha convertido, para su pasmo y desprecio, en la voz de la conciencia de los sesenta: una suerte de pastor comprometido que debe guiar al mundo como un faro de estrepitosa luz y perfectos designios. Cuando ya debía ser un adolescente cogí en la barra de una cafetería una revista en la que estaba, ajado, el rostro de Bob Dylan. El camarero me dijo: “¿Te gusta? Es una leyenda, ¿eh?”. Uno siempre ha tenido cierta sensibilidad para esas cosas, así que me puse a escucharlo: sin pasión, que tampoco amo tanto la música, pero con un interés romántico (aquel chico forever young, tan guapo y tan poeta). El flechazo final se produjo mucho más tarde, cuando me pasé una semana entera viendo el relato de Martin Scorsese en Historias de Nueva York (la nómina de la película la completan Francis Ford Coppola y Woody Allen) protagonizado por Nick Nolte y Rosanna Arquette: una de las historias de amor con las que uno más se identificó en su momento entre los fríos efluvios de la soledad y bajo el desamparo de horas malditas. La historia finaliza con dos planos: el pintor arrebatado dibujando un mural y la rubita aprendiz destrozacorazones haciendo las maletas, esa preciosidad diabólica. Junto a ellos, Like a Rolling Stone (pero cantada por Jagger y los suyos a todo trapo). La letra de la canción se enroscó como una serpiente hasta las cejas de veneno, y desde entonces hasta ahora navego sin motor entre los clásicos: Just Like a Woman, Mr Tambourine, Blowin in the Wind, Hard Rain y Paca te Clavé la Estaca. Un ramillete sin pretensiones, pero obsesivo, casi enfermizo: treinta y nueve de fiebre en momentos puntuales, tampoco más. En el documental de Scorsese Dylan reconoce que ha vivido desde los veinte años rodeado de gente: “Hubo un momento en que dejé de notarlo, dejas de verla y ya apenas la notas”. Llegado a un punto, a uno casi le interesa más el acercamiento científico al mito: al tipo que vive desde la veintena instalado en la leyenda, pero no la leyenda que emana cochina de la cama de un torero, sino la que surge entre la sangre y el barro de la música: como trovador, ni siquiera como profeta. Hay momentos de No Direction Home en los que se ve a Dylan sentado al piano, tocando a veces con una mano y extendiendo la otra en un movimiento espasmódico, y es tan crío, tan frágil, que evoca a Rimbaud, pero con el reconocimiento y la pasión que le fue negada al adolescente francés: portadas de revistas y periódicos, deseos sexuales irrefrenables y un áspero sentido del humor que vomitaba delante de los periodistas más absurdos. Patti Smith dijo de él que es sexo en el cerebro, y Leonard Cohen que es uno de esos hombres que nacen cada tres o cuatro siglos. “¿Puedes chuparte las gafas?”, le pidió un periodista en una rueda de prensa para obtener una foto. Se levantó y se las extendió: “Toma, chúpalas tú mismo”.

Dylan (I): a la intemperie

“¿Cuántos cantantes de protesta hay hoy en día”
“Unos 136”
“¿Unos 136? ¿136 más o menos?
¿136 exactamente?”
“Bueno, entre 136 y 142”
Bob Dylan, en esencia, durante una rueda de prensa



John Cordwell es el autor del grito más famoso de la historia del rock. En su gira por Inglaterra, Bob Dylan enchufó la guitarra y dejó pasmados a todos los puristas del folk, que lo intentaron todo: desde cortarle los cables eléctricos hasta llamarle traidor, pedirle que se callara (“hemos venido a ver a un cantante folk y nos encontramos a un grupo de pop”) y marcharse a su casa (“Go home”, le gritaban: “no direction home”, les cantó Dylan en Like a rolling stone”). En un concierto en Manchester de aquella célebre gira, el documental de Martin Scorsese sobre Dylan (‘No direction home’, precisamente) muestra al músico minutos antes de salir al escenario, fumando un pitillo y finalmente enfilando la salida al concierto. En ese momento, alguien (Cordwell, según las averiguaciones de un periodista obsesionado con encontrarlo) le grita “Judas!”. Dylan se acerca al micrófono y espeta: “I don't believe you”. Toca unos acordes más con la guitarra y explota: “You're a liar!”. Y dándose la vuelta, le grita a un miembro de su banda: “Play it fucking loud”. Y viene encima la descarga de Like a rolling stone. Al salir de alguno de esos conciertos, las cámaras graban al veinteañero Dylan parapetado en sus gafas de sol y entrando en un coche abriéndose paso entre una multitud que lo quiere aplastar. “¿Por qué me abuchean? No me gusta que me abucheen. Casi no puedo afinar”. Cuando no lo grababan no era tan gracioso, y se dijo en su momento que en ocasiones los insultos eran tan fuertes que se retiraba a llorar amargamente. Lo que Dylan quería decir con su música es que él estaba por encima de las etiquetas, incluso de las consideraciones morales, políticas. Estas palabras de Javier Ortiz lo ilustran: “Dylan no era ni mucho menos tan izquierdista como se le pintaba (y no lo era) pero, a cambio, era un perfecto inconformista, alérgico a los encasillamientos, muy capaz de hacer justo lo contrario de lo que se esperaba de él, caso de parecerle buena idea”. Y esta anécdota que relata Xavier Valiño acerca de él, de su milagrosa conducta. Cuando Van Morrison y Dylan compartían contable, éste los invitó a comer y conocerse en un restaurante de Londres. Aparecieron, y empezó a desfilar un plato tras otro: no hablaron entre ellos una sola palabra. Al acabar el postre, Dylan se levantó y se fue. Van Morrison le dijo a su contable: “Estaba en muy buena forma hoy, ¿no?”. Hacer justo lo contrario de lo que uno espera de ti: no es una mala filosofía, pero hace falta tener carácter. Como darle la mano al Papa. Como permitir una versión de hip hop de una de sus canciones: Most likely you go your way (And I' ll go mine). Como enchufar, después de ser investido Dios con menos de 25 años, una guitarra y ser escupido como un Judas. Primera parte del concierto, folk: la segunda... ¡rock! Del Newport Folk Festival, escribe Enrique Martínez: “Cuando Dylan es casi obligado a volver a escena en su formato cantautor, en lo que parece un acto de arrepentimiento, la cuela doblada. Entona no una de sus canciones protesta, sino una amarga canción de separación amorosa dedicada a Joan Baez, It's All Over Now, Baby Blue, que él transforma en ese mismo momento en otra cosa. En su penúltima línea, Dylan grita con rabia más que canta: ‘Go strike another match/ And start anew/ It's all over now, Baby Blue’. Y deja atrás a aquella asamblea de justos, para seguir buscándose a sí mismo lejos del abrigo del rebaño y al frío de la intemperie”.

miércoles, agosto 1

Praceres

A X. e as súas cinco primeiras frases

Aí van os meus pequenos praceres do verán: comer espido no borde da piscina, afogar topos, masturbarme ao sol, quedar durmido moi paseniño, a cámara lenta, ver o Tour en diferido, ler unha e outra vez calquera páxina de William Faulkner, facer o morto durante horas na praia, soprarlle aos barcos de vela, non escoitar música, non viaxar, non falar con estraños, ver o Tomate e despois Yo soy Bea cando hai mal tempo, darlle poucas caladas a un cigarro, sentarme no ordenador a escribir e acabar xogando ao solitario (¡ler as crónicas do Solitario!), saudar a todo o mundo e, se son coñecidos, darlles unha palmada moi forte na espalda, chorar cando durmo só e espertar con dor de cabeza, como de resaca, calar cando non debo, botar unha sesta monumental despois de comer churrasco (e fartarme de orella de porco nas prazas de Pontevedra), esperar ao meu cumpreanos, durmir ata a unha da tarde e marchar directamente a praia, sair de noite sen ducharme coa pel de salitre, beber desde moi temprano e ata moi temprano, non tomar drogas, ligar só con descoñecidas, deixar moita propina, quedarme ata o amencer vendo El Padrino e chorar co ‘I know it was you Fredo. You broke my heart’. Son os únicos momentos onde vexo posíbel un futuro. Pero o tempo cambia despois do verán. Malditas estacións. Condenáronnos ao frío.