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domingo, noviembre 5

Verdad

En Lobo, la primera película producida por El Mundo, los etarras entrenaban por la orilla de una preciosa playa vasca, tipo Baywatch, mientras uno de ellos, el topo, se disculpaba un segundo para acercarse al paseo y pasarle información a un agente secreto con gabardina, gafas de sol y bigotito: un espectáculo kitsch que el periódico jaleó con entusiasmo. Quizás por eso ahora se estrena GAL, de la que sólo hay que citar la sinopsis: va de dos periodistas intrépidos que desenmascaran una trama de terrorismo de Estado protegidos por un director de periódico insensible a las presiones del Gobierno y emparentado con la Verdad. Nada se nos dice en una precuela del feliz apoyo que daba el director mediados los ochenta a ese terrorismo, y tampoco se espera secuela en la que se nos informe que años después se mostraría esta figura favorable al derecho de autodeterminación del País Vasco: la Verdad no exige parientes muy cercanos.
Bajo esa lluvia mediática, que amenaza ahora al séptimo arte como feroz instrumento de propaganda, se enfanga cada semana el proceso de paz, rebautizado por la derecha losantita como proceso de rendición. Ayer ETA lanzaba un comunicado que los medios interpretaron como suelen: dándole rango de cinco columnas. Lo curioso vino después: puestos a elegir versiones, la Asociación de Víctimas del Terrorismo elige la de sus verdugos porque “nunca mienten” y el Gobierno, en cambio, “sí miente a los ciudadanos”: exactamente lo que pasó el 11-M, atentado del que ya se pide entre el gentío una versión cinematográfica. Un directivo de la AVT, desesperado, daba ayer la clave de este thriller judicial posmoderno: “Si la verdad del 11-M no se sabe antes de las elecciones, no se sabrá nunca”.
La Verdad también tiene sus objetivos.

viernes, noviembre 3

Peligrosos

"Está escrito que alguien, en cualquier circunstancia, llegará un día hasta tu frente y te llamará fascista. Te lo llamarán en la oficina, en el aula, o en la cama. Tú quizá estés, como yo, en torno a los cuarenta años, y cuando lo oigas también buscarás al cabrón con la mirada, sin hallarlo. Entonces te sentirás un Villar Palasí o un GarcíaValdecasas. Al reponerte, copiarás estos versos: ‘Fue un verano feliz. / El último verano de nuestra juventud’.

Ahora bien, voy a darte un consejo, ya por viejo: procura siempre que los que te llamen fascista sean un grupo de niñatos subvencionados, que no se pagan la bandera ni las bombas fétidas; unos niñatos eximidos por la autoridad máxima del gobierno: sus lactantes; procura que quien te lo llame sea el poder, aun en su versión de falange y muchachada; fascista serás, pero en la intemperie.

No sabes cómo rejuvenece”.

La democracia en Cataluña, como la democracia en el resto de España (la democracia capitalista: tampoco íbamos a pedir la democracia real, si alguien la ha visto por ahí) pasa a veces por leves achaques sintomáticos. En Cataluña es común la persecución sin tregua de los intelectuales inorgánicos cuando son invitados a dar una conferencia en alguna Universidad, o a aparecer en público en tal sitio, o en éste otro. Es una persecución fanática que incluye bombas fétidas, gritos y, cuando la cosa se anima, collejas y patadas. Hace ya siete años Arcadi Espada escribió un artículo memorable (Episodios en la vida de un hombre, en Quintacolumnismo -Espasa, 2003-) acerca de la primera vez en su vida, en la Universidad Autónoma de Barcelona, que alguien le llamó “fascista”. “Fascista serás, pero en la intemperie”, escribe al final.

Estos achaques, que no son producto de la edad sino de la educación, y la pegajosa lluvia nacionalista que ha terminado por agrietar no ya la actualidad política, que poco importa, sino la convivencia, fue suficiente para que un grupo de personas crease una plataforma ciudadana de postulados de izquierda y visceralmente, hasta la provocación, antinacionalista. El desencanto caló en aquellas filas: el desencanto con la izquierda socialista catalana, que recogió la siembra y el fruto del pujolismo no para erradicarlo, sino para florecerlo al compás del silencio oficial decretado a la oposición social y el exterminio subterráneo de todo lo que oliese al PP: entre Acebes y Losantos se lo pusieron muy fácil.

De ahí Ciutadans, el partido de la ciudadanía. Probablemente uno de los más grandes achaques que la democracia ha padecido en España se haya producido ahora, en su juventud de 29 inviernos (el último invierno de nuestra juventud), con el apagón brutal que esta formación política sufrió durante la última campaña electoral en Cataluña y, en menor medida, Madrid. Se acordó Boadella en uno de los últimos mítines de Francino, Barceló y varios más que obviaron / despreciaron al candidato desnudo / invisible. Fue un silencio tan espeso que ayer Francisco Rodríguez (BNG) dijo en Santiago que Ciutadans es el partido “de El Mundo y la Cope” por el mero hecho de ser los dos únicos medios de importancia que han informado de esta candidatura, probablemente en el único servicio democrático que han hecho a la sociedad en los últimos diez años. Se trata, la de Rodríguez, de la clásica ignorancia de quien no ha estado ni de lejos en el meollo / cogollo, de quien no sabe de dónde ha llegado esta marea: de quien no ha pisado un día tan sólo el blog del propio Arcadi Espada, al que el miércoles en 59 segundos le dedicaron la mitad de la tertulia. Por eso también calificó de “peligroso” que haya entrado este partido en el Parlament. A Rodríguez, que brindó ayer por los 48 escaños de la derecha cristiana y xenófoba de Mas y Pujol, le ha parecido peligroso que entren tres diputados de la izquierda laica en el Parlament: el peligroso es él.

jueves, noviembre 2

Todos los Santos

La noche de Todos los Santos estuvo ayer impregnada de diablillos distribuidos con temple por la parrilla televisiva. Había titanes a la hora cumbre: los cracks del Barcelona (con Etoo disfrazado de ‘reservoir dog’ en la cabina de Antena 3) en el Nou Camp y el doctor Gregory House haciendo tiempo en Cuatro (calentando minutos eternos, como Ronaldo en Tarragona, pero con más éxito) antes de salir a los pasillos del hospital a soltar improperios y cargar de putadas al pobre Wilson. Fue, a pesar de la templada noche que se quedó en Pontevedra, una gran decisión la de quedarse en casa. Al gol de Gudjhonsen, insignia de oro y brillantes del Real Madrid, le siguió un tremendo berrido colectivo surgido de las profundidades de los bares de San Antoniño. El gato, que ronroneaba en mi regazo, saltó como alma que lleva el diablo y se refugió debajo del sofá, como el Chelsea. Al gol de Drogba, en el descuento, le siguió un silencio frío en la calle que traté de compensar con un grito un tanto forzado. Esperé en el balcón a que los antibarcelonistas escuchasen mi llamada de la selva y respaldasen mi entusiasmo, pero tuve como respuesta una muralla de indiferencia que me llenó de rencor. Cuando me quise dar cuenta, a Matías Prats se lo había llevado por delante una avalancha de silicona: había empezado Scary Movie en Antena 3, y Pamela Anderson se estremecía en un pasillo, no se sabe si de miedo o porque le flaqueaban las fuerzas para mantenerse erguida con semejante lastre de caucho amontonado en los pechos.
Pese a todo, lo mejor estaba aún por llegar. El Club de Flo es un programa de la Sexta en el que se adiestra a famosos para que aprendan el arte del monólogo. El programa se hizo famoso porque en su primera edición contó con Alfredo Urdaci, pero no como maestro, ¡sino como alumno! En esta edición también hay chicha: se encuentra entre los participantes Julio José Iglesias Preysler, probablemente el chico más incapaz que hayan visto los ojos de Dios, y Dios lleva ya mucho tiempo en esto. De tan bien que se conserva, Julio José sigue teniendo 17 años: física y mentalmente. Se conserva estupendamente en todos los aspectos. Es una especie de adolescente eterno de pelo liso y unos dientes tan blancos que dan ganas de invitarle de vez en cuando a un ‘chino’, para normalizarlo un poco. Está reñido Julio José no sólo con el trabajo sino también con la vis cómica. Es muy complicado que le haga gracia a alguien: tendría que partirse la crisma en monopatín o hacer alguna de esas trastadas que hacen los niños orientales, que también para eso él es medio filipino. Pero para hacer reír con la palabra (con la cabeza, o sea) se tiene talento o no se tiene, y Julio José, también en esto, no tiene. Sin embargo, ayer se llevó al público de calle. Lo presentó Florentino Fernández, alguien que hace reír incluso aunque no se lo proponga. Y cuando lo dejó solo en el escenario, Julio José se metió muy en el papel, extendió los brazos y dijo, a modo del típico inicio monologuista: “¿Conoceis vosotros a alguien no haya tenido problemas para encontrar un piso?”.

miércoles, noviembre 1

Vello

Recuerdo que hace un año el Ayuntamiento de Palma de Mallorca aconsejaba a los adolescentes en un panfletillo que "se afeiten o recorten el vello púbico si quieren sentir que tienen el pene más grande". E instaba a los chavales a mirarse el falo, cuando está envarado, "de arriba a abajo y no al revés". Luego el Ayuntamiento añadía medidas, diámetros e incluso el hecho diferencial: hay penes ladeados, arqueados... Para los desesperados, la guía lanzaba el último salvavidas: la faloplastia (el alargamiento del pene). El documento fue histórico y levantó acta de un hecho que no por esperado deja de ser excerable: la invasión de los políticos en nuestro paquete. No les bastaba con la subida de los impuestos y las comisiones de las obras públicas que también nos tenían que tocar la polla. Y nos aconsejan adelgazar para verla mejor. De arriba a abajo, como si pudiésemos estirar la cabeza hacia atrás para pasarla entre las piernas y verla de abajo a arriba. Por encima de todas las consideraciones, a uno le llama la atención la persecución del vello púbico: es una de las señas de identidad de este nuevo siglo, que llegó de la mano de la metrosexualidad y se afianzó entre la clase idiota. La renuncia al vello púbico es la renuncia a la esencia. Lo escribió Agustín García Calvo: "La aparición del coño velludo es la aparición del vello del animal". Y Atleta Sexual clama en internet: "¿Dónde están los felpudos? ¿De aquellos fastuosos felpudos de hace no muchos años, qué se fizieron?". Gana entre las mujeres la tirita finolis y el traingulito irrisorio, mientras que los hombres se rasuraban antes para parecerse a Yul Bryner y lo hacen ahora para ser Nacho Vidal: cambio de cabezas. Es la victoria de la ingenuidad, la victoria de la maquinilla sobre la naturaleza, la victoria de Adolfo Domínguez, de lo ligero, de lo light, de Zapatero.

lunes, octubre 30

Scarface

Salió la semana pasada el videojuego de Scarface, la brutal revisión que Brian de Palma hizo de aquella otra película de los años treinta sobre el crimen organizado. Los videojuegos están entrando poco a poco en los clásicos con desigual éxito. En el caso de Scarface, todo lo que le rodea huele a triunfo. El guionista ha dispuesto que Tony Montana / Al Pacino sobreviva al asalto de su palacio y empiece de nuevo con su imperio hecho añicos: la venganza es el motor más poderoso de la ambición. Además, han cuidado todos los detalles: la presentación pública en España del videojuego tuvo lugar en Marbella. Probablemente no haya en el mundo escenario mejor para recrear las andanzas de un moderno Montana: la cocaína de ayer sigue siendo la cocaína de hoy, y también el ladrillo. A todos los especuladores, como a los narcotraficantes, les derrota su propia ambición: los termina devorando como un Saturno devorando a sus hijos. Y lucen públicamente sin excesivos problemas su cutrerío estético, sus muchachas doradas y aburridas, su ampulosidad textil, un inacabable fajo de billetes gordos en los bolsillos y las maneras de un gorila de discoteca saturado de pastillas.
Scarface fue una película rodada por Howard Hawks a principios de los años treinta con un subtítulo sugerente: el terror del hampa. Se retrataba en la película a un clásico: Alfonso Capone, que compartía con el protagonista las maneras, la cicatriz y el apodo de Cara Cortada (Scarface). Décadas después Brian de Palma actualizó la historia, con la que sin embargo comparte rasgos esenciales, como la turbación del protagonista con su hermana y el fatalismo que envuelve a su mejor amigo (fatalismo del que se hizo eco recientemente Fernando Meirelles en el ascenso criminal del protagonista de Cidade de Deus). Quien guste de Pacino encontará en la película el gran homenaje que se da el actor a sí mismo y a sus fans: sobreactuado, excesivo, exagerado y desbordante. Montana llegó a Florida procedente de una cárcel de Castro y se abrió paso en el tráfico de la cocaína siendo fiel a unos valores muy sui generis y apoyado en una violencia sin restricciones: antológica la secuencia en la que apenas mueve un músculo cuando a su compañero lo van cortando a trozos con una sierra eléctrica para hacerle hablar, y abrasivo su final, en el que casi se da a entender que la saturación de cocaína del protagonista le hace inmune a las balas (“¡querer joderme a mí es querer joder al mejor!”, grita con los brazos en alto mientras una decena de metralletas le van dejando el cuerpo como un colador).
La película se rodó once años después de la segunda parte de El Padrino, donde Pacino bordó una actuación legendaria: el Michael Corleone contenido, soberbio, que maneja con mano de hierro los asuntos de la Familia. Scarface fue un derroche absoluto: el ambiente desatado de aquellos setenta en las discotecas, el vestuario de Montana, la impunidad de los narcos llevando ellos mismos las bolsas de dinero a los bancos, la propia mansión (“The World is yours”) del protagonista, con tigre incluido. Todo muy sangrientamente kitsch, todo muy Marbella: el videojuego, bien mirado, circula on-line desde hace meses en los diarios.

domingo, octubre 29

Opinión

La muerte del periodismo impreso: una profecía recurrente. Steve Ballmer, presidente de Microsoft, se lo dice a Cebrián al oído: quizás dentro de unos veinte años (“Bill le diría diez”). No se preocupen: dentro de quince años dirán exactamente lo mismo. Luis del Val, que no es Steve Ballmer pero usa levita, explicó esta semana en Pontevedra que del periodismo impreso la literatura sobrevivirá refugiada en el periodismo de opinión: en las trincheras de la ardiente metáfora de la actualidad. Que hay periodismo que no necesita estar bien escrito: que la actualidad se esquematiza por la competencia de lo que él llamó la Galaxia Marconi. No diría uno tanto. Tampoco que la mejor literatura se halle sólo en la opinión. ¿Umbral?: la opinión de Umbral es sólo su estilo, que no es poco. La gran literatura periodística, salvo contadas columnas (Vicent, Vázquez Pintor, Alvite, a veces Rivas, algún ingenio de Millás, ninguna de Maruja Torres, ninguna, que alguien se lo diga, de David Gistau) sigue conservándose en los grandes reportajes y en las crónicas de actualidad: Sucesos, Sociedad, Deportes, nunca Política. Continúa habiendo periodistas capaces de describir mil imágenes con una sola palabra: basta crearle el acomodo necesario, el ritmo preciso y la ingeniería literaria suficiente para que la lectura de cualquier crónica se convierta en un fresco inmortal que no destruirá ninguna Galaxia. Dos ejemplos: las páginas de Enric González desde el Vaticano relatando el blanco estertor y muerte agonizante de aquel Papa deshilachado y el recuerdo de los últimos días de Saigón de Leguineche: una crónica en El País de aquel infierno publicada en 2005, quizás la prosa más fulgurante escrita ese año. ¿Leerlo en el ordenador?: quizás la próxima generación, pero ya no ésta.

De bares, a este lado de la barra

Probablemente sea muy difícil encontrar en los últimos seis meses un cortometraje español más premiado que Madres, una de las obras más reconocibles de Mario Iglesias (Pontevedra, 1962). Con la estela de ese último éxito todavía coleando ha estrenado por fin en Valladolid, en el marco de la Semana Internacional de Cine (Seminci), su ópera prima en el género del largometraje: De bares, producido por Matriuska.
Tanto en Madres como ahora, en su primera película, Iglesias disfruta de su particular modo de hacer cine: un breve tratado de naturalidad que aspira a recoger la realidad cotidiana con humildad y un muy inspirado ojo clínico que no juzga, sino muestra. Ha sido un estilo aplaudido en Valladolid, donde hay quien se ha apresurado por inercia a hablar del ‘dogma’ gallego, y ha cosechado un inicio prometedor con los aplausos de un público, el de los festivales, al que nunca se le ha colgado el cartel de fácil.
De la tierra, de la patria, que dirían algunos, hereda Iglesias su sencillo modo de contar, unos personajes a menudo desconcertados, los reconocibles escenarios de Pontevedra (sus calles, sus plazas: su gente) y el inteligente y bravo chisporroteo instalado alrededor de las barras de los bares, desde Joto, el camarero del rincón que sirve como hilo conductor del filme, hasta los deslumbrantes expertos que filosofan de fútbol (“¿Suárez? ¡Bah! Suárez fue a Barcelona y luego subió a vendimiar a Francia”) y de geofísica (“A ver: ¿a cuánto está la línea del horizonte?”).
Arranca De bares con una chica que cree haber enamorado a un tipo, sigue con un hombre que cree ser invisible y acaba con alguien que cree estar vivo. Son parte de un inmenso mural fotógrafico que decora el bar donde un joven espera la salida de su novia del trabajo. Son rostros que cobran vida para hilar un mosaico de pequeñas historias donde se reúne el drama, el patetismo, el humor y una certeza luminosa: la de que todo presente ha tenido un pasado que merece la pena ser contado.
Sobre esa premisa construye Mario Iglesia su historia de historias: su contemporánea colmena urbana de un siglo que despierta bajo las luces de un amanecer extraño. Los reencuentros con el futuro, como la del hijo (“tiene cara de panadero”) que descubre a una madre inesperada, o con el pasado, como el hombre que repara, tantos años después, que su mujer le destrozó la infancia. Las consecuencias de esos relatos: la certeza de que ya nada volverá a ser como antes. El mármol frío de la verdad bajo los pies desnudos del protagonista (Javier Albalá, dulce enamorado) o la demolición en segundos de un corazón ingenuo (Emma Álvarez León, deliciosa canaria) a manos de un casado al que casi le cuesta caro un sencillo juego de miradas (Nancho Novo, seductor, desconcertado y divertido). El hombre que paraba el reloj del mundo para romper a llorar.
Tiene la expresión artística varios vehículos de lucimiento, pero es el que toca la médula de la normalidad el que frecuentemente remueve el espíritu del espectador, por convertirlo a él en protagonista. Mario Iglesias, que cita a Rosellini, sacerdote del neorrealismo, entre sus influencias, tiene en la atmósfera de la calle, en la clientela de los bares, en las horas cotidianas de sus días y sus noches, el mayor asidero de su cine. Embauca con él al espectador de tal forma que ni siquiera la aparición de efectos especiales despierta en éste el menor rasgo de incredulidad: todo puede estar sucediendo en el bar de enfrente. De bares posee un final hermoso y triste, poderoso, a la altura de esta deslumbrante, prometedora primera película.

miércoles, octubre 25

Réquiem por Mitrofan

Una de las primeras veces que salió Fraga a cazar le pegó un perdigonazo en el culo a la hija de Franco. “Siguieron unos minutos indescriptibles”, cuenta el protagonista en su ‘Memoria breve de una vida pública’. Parece ser que el Caudillo y la moza se lo tomaron a bien, y no lo mandaron ejecutar ni nada de eso. Fraga, en el libro, no dice culo, sino una expresión fabulosa: “salva sea la parte”. Lo curioso de esta anécdota es que Carmen Franco estaba al lado de su padre, por lo que el propio Fraga, de haber estado más hábil o más torpe (según se mire) podría haber cambiado la Historia: al final fue la Historia la que le cambió a él. No hace mucho fue Dick Cheney el que tiró de escopeta para mandar a Urgencias a un amigo suyo: le destrozó la mitad del cuerpo, lo que no deja de ser una tontería si lo comparamos con sus oraciones en Irak. La caza, como el toreo, es una afición cruel que a veces se revuelve contra el que la disfruta. Se trata de un exclusivo acto de justicia poética. Y ahora el Rey acaba de cargarse a un oso del que dicen que podría haberse ventilado buena parte de la reserva de Smirnoff de la estepa rusa antes de ponérselo delante de las narices. Lo ha publicado la prensa rusa con grandes caracteres, que son los caracteres propiamente rusos: excesivos, gritones. Los responsables ecológicos de la zona dicen que fue todo una farsa amañada para agradar al Rey, y no se le agrada ya con cualquier cosa: son muchos años siendo vos quien sois y muchos años ya abortando, cada febrero, el golpe de Estado de Tejero, que es de lo que esencialmente vive el Rey.
El animal estaba amaestrado, le sirvieron vodka con miel y lo soltaron por los blancos bosques para que Juan Carlos I lo tumbase: quizás mejor eso que aguantar la bronca de la señora osa, que debía estar a cien. De todas formas no es extraño el paripé: ya los buzos le colgaban a Franco los salmones en el anzuelo. Y a Fernando VII se las ponían ya no sé cómo, pero no hay un día en el que no lo recuerde alguien. Lo que resulta extraño es que la veneración tontorrona por el Rey se extienda de España a Rusia, como si allí tuviesen repentinamente nostalgia de los zares: bula real en el mundo entero en el nombre del sano deporte de la escopeta.
Con todo, si para algo ha servido la caza, que evidentemente ha negado la Casa Real (“el Rey nunca ha matado un oso drogado o borracho”, matizó Zarzuela), es para rescatar del anonimato al oso, del que ya sabemos ahora que “era alegre y dócil, de nombre Mitrofan”, según un alto cargo del Medio Ambiente ruso: no era un oso, era un calmante. En internet se ha puesto en marcha la iniciativa Todos somos Mitrofan y Todos somos Mitrofan 2, que debe ser el próximo chimpín que se cargue Su Majestad: que se lleve con él a Fraga. Y entre el barullo, Brigitte Bardot le ha pedido al Rey que ya tiene edad para colgar la escopeta. Nada dijo la rubia B.B. (¡lástima!) de su santa corona.

lunes, octubre 23

Territorio Champions

Ya era difícil que en este sagrado fin de semana, con inundaciones en Pontevedra, con un Real Madrid-Barcelona en el Bernabéu y con la última carrera de Alonso en el Mundial de Fórmula Uno, cosechase Anxo Quintana la foto más asombrosa de todas cuantas haya habido en el álbum de las maravillas: la foto de su abrazo a Mas y Pujol en un acto electoral de Convergencia i Unió. La foto de la izquierda nacionalista gallega dejándose pasar sonriente la mano por el lomo por la derecha catalana: la derecha santurrona, burguesa y elitista de toda la vida, que mira primero el apellido y después, sin vergüenza, los puntos del carné del inmigrante: la derecha xenófoba que se ha tirado dos décadas haciendo de la teta de Madrid su programa electoral y tirando del 3% en las comisiones de obra en territorio patrio. ¿Ha padecido Quintana y hemos padecido nosotros 16 años de la derecha de Fraga en Galicia para ir corriendo ahora a Cataluña a defender los 23 años de la derecha de Pujol? ¿Le fue tan bien al BNG aquella divertida aventura de Galeusca en las elecciones europeas, cuando se fueron a Bruselas el vasco y el catalán, y el gallego se quedó despidiéndolos en el aeropuerto? ¿Cuál es el problema de esa foto, el problema de esa sonrisa ‘quintanista’ flotando en éxtasis? No es la contradicción luminosa, sino la pureza de los actos de Quintana y el mensaje que quiere trasladar, no a Cataluña, donde ya es evidente que él es uno más del Territorio Champions que se ha montado Mas junto a Ibarretxe, sino a Galicia: precisamente donde votan a Quintana. Donde le votan, fíjate, los que votarían a Esquerra o Iniciativa en Cataluña o a Eusko Alkartasuna, Aralar o, válgame Dios, Batasuna en el País Vasco. ¿Basa ya el BNG toda su política en el nacionalismo puro y duro, de bandera, himno y nación como prioridades sagradas para llegar a la Tierra Prometida, o hay sitio, aunque apretado, para las políticas sociales, para las políticas progresistas que interesan, a veces, al ciudadano: para el acceso a la vivienda, para el aumento del salario mínimo, la solidaridad con los más desfavorecidos y (¡me lleven mil demonios!) el mestizaje y la integración del inmigrante. Si es así, si el BNG sigue siendo una formación política de izquierdas, nacionalista y laica, si hay razones poderosas que todos entendemos y todos apoyamos en su momento para que Miguel Anxo Fernández Lores, el alcalde de Pontevedra, no se preste a procesiones, peregrinas y reinitas de las fiestas, entonces se nos debería explicar, a los votantes y a los no votantes, por qué en el espectro político catalán se posiciona Quintana junto a Mas, que exigía a sus funcionarios, cuando mandaba, que les resumieran cuatro libros para decir en televisión el día 23 de abril que se los había leído. ¿Cuáles son los puntos coincidentes entre Mas, el delfín de Pujol de perfil burócrata que quiere ahora extender credibilidad bajo la guillotina de su sonrisa, y Quintana? ¿Acaso esa medida humillante que sólo resiste comparación con la de algún partido ultraderechista de España: el carné de puntos del inmigrante, donde el extranjero se ve obligado a demostrar su grado de catalanidad para acceder a las prestaciones sociales? ¿Si no se logran los puntos suficientes, se les pondrá un brazalete para que no se cuelen en los hospitales? ¿Comparte Quintana esta barbaridad fascista: [los inmigrantes] que “vengan de forma ordenada mediante la contratación en origen” y que hagan “un esfuerzo real de integración que se pueda evaluar” tendrán “alguna ventaja, no un castigo”, que dijo Mas en campaña? ¿Sostendrá alguna vez el BNG, la izquierda nacionalista gallega, al Gobierno de la derecha española en Madrid como lo sostuvo generosamente CiU y PNV? Sería bueno, sería maravilloso explicarlo.

Ana María

Lo más perturbador de toda la historia de Ana María Ríos es que aún no se la ha ido la belleza institucional de su boda. Quiere decirse que una mujer, al casarse, se impregna de una belleza muy sui generis, caducifolia, que se va muriendo despacio con las semanas, como el recogido o el maquillaje. Así le ha sorprendido la pesadilla a la muchacha: con su morena belleza gallega todavía por irse de la piel, rodeada de los vientos blancos de la boda que tuvo un día. ¡Ay el tránsito del altar, el arroz y el vals a los cargos, los jueces y el calabozo extranjero! De prepararle un cardado a las señoras bien de Arcade a querer, de repente, volar el planeta entero. Las fotografias la han desnudado estos días flaca y asustada, siempre protegida por su marido, siempre sentada en el asiento trasero de un coche clavando sus ojos grandes en los flashes de la prensa, de un lado a otro, vagando por un futuro incierto. La justicia remolonea junto a la hoguera mirando de soslayo las pruebas y en Galicia apenas ha dejado de llover, un día tras otro, a tantos kilómetros del verano infernal de Cancún, donde se tuestan los amores primerizos. Con el sol, los incendios. Con la lluvia, la pesada inocencia de Ana María poblando como pájaros oscuros los minutos del Telexornal. “Estas cosas no te las crees hasta que te pasan”, susurran los paisanos de Arcade agarrándose con fuerza al paraguas, como si al más mínimo titubeo la Justicia mexicana fuese a llevárselos para allá acusados de una conspiración universal. Ana María pisó Lavacolla con un permiso de treinta días, como los que le daban a Mario Conde para pasar las Navidades con la familia. Lo hizo de la mano de su marido y de su inocencia, que la llevaba tatuada en su lánguida belleza nupcial. Al llegar a Santiago y ver a la multitud explotó: no le hizo falta el detonador.

jueves, octubre 19

Primeros pasos en un mundo sin Borges

La Nación tituló así la historia de amistad entre ellos (Dos amigos implacables), de la que ya hay testimonio literario: Borges. Se trata de las 1.700 páginas de los diarios que Adolfo Bioy Casares escribió en relación a Borges, su amigo desde que ambos se encontraron (Bioy con 17 años, Borges con 32) una tarde de 1931. La editorial Destino puso el libro a la venta ayer. Se trata de un acontecimiento literario de primer nivel: el acercamiento definitivo a la figura del viejo genio. Días antes se espigaron en los periódicos argentinos de más renombre y en el español El País enjundiosos fragmentos de la vasta obra. Además de los cotilleos que se traían entre ellos (refiriéndose al Nobel de Juan Ramón Jiménez dice Borges: “Que vergüenza para Estocolmo..., primero da el premio a Gabriela -Mistral-, ahora a Juan Ramón. Son mejores para inventar la dinamita que para dar premios”. A Mann le considera “un idiota”. También cuenta que “qué puede saber de nada un bruto como Hegel” o que Marinero en Tierra, de Alberti es “una porquería”), lo que realmente parece tener valor, lo que quizás se vaya desprendiendo a gotas espesas de la paginación eterna, además de la poderosa intimidad de ambos escritores deambulando por las jaulas de la literatura y de la vida, es la amistad cristalina que se alimenta entre ellos con los años, que fueron décadas. De lo adelantado se impone una imagen y un sentimiento. La imagen es terrible. Cuenta Bioy: “María -Kodama- es una mujer de idiosincrasia extraña; acusaba a Borges por cualquier motivo; lo castigaba con silencios (recuérdese que estaba ciego); lo celaba (se ponía furiosa ante la devoción de los admiradores). Junto a ella vivía temiendo enojarla”. Esa estampa: la del viejo ciego y enamorado sin pruebas de saberse junto a su amada: cruel destino, horrible castigo. Y la precaución infame: no te enojes, vida. No es un silencio: es el abismo, una soledad incurable de siglos. El sentimiento es la propia muerte de Borgese n el diario de su amigo. Es un testimonio lúcido y triste, pero hermoso hasta llorar: “Decidí ir hasta el quiosco de Ayacucho y Alvear. Un individuo joven, con cara de pájaro, me saludó y me dijo, como excusándose: ‘Hoy es un día muy especial’. Cuando por segunda vez dijo esa frase le pregunté: ‘¿Por qué?’. ‘Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra’, fueron sus exactas palabras. Seguí mi camino. Pasé por el quiosco. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente yo no había perdido la costumbre de pensar: ‘Tengo que contarle esto. Esto le va a gustar. Esto le va a parecer una estupidez’. Pensé: ‘Nuestra vida transcurre por corredores entre biombos. Estamos cerca unos de otros, pero incomunicados. Cuando Borges me dijo por teléfono desde Ginebra que no iba a volver y se le quebró la voz y cortó, ¿cómo no entendí que estaba pensando en su muerte? Nunca la creemos tan cercana. La verdad es que actuamos como si fuéramos inmortales. Quizá no pueda uno vivir de otra manera. Irse a morir a una ciudad lejana tal vez no sea tan inexplicable. Cuando me he sentido muy enfermo a veces deseé estar solo: como si la enfermedad y la muerte fueran vergonzosas, algo que uno quiere ocultar".

miércoles, octubre 18

Unplugged

Con el otoño ha vuelto House, el primer fenómeno televisivo producido por Cuatro. En su gestación nos presentaba la cadena a Carlos Latre, a García Siñeriz, a Gabilondo (sobre todo a Gabilondo) como posibles motores del cambio: los Zapateros de la televisión. Naufragaron: naufragaron todos. El estertor metafórico de Gabilondo se dio hace poco, en la entrevista a Mariano Rajoy. En la primera pregunta, cayó el equipo: “¿Quién manda en el PP: usted, José María Aznar o Federico Jiménez Losantos?”. Si quiso ser House, olvidó el escenario y el oficio. Gabilondo, en su infausta pregunta, no fue más que un instrumento de sus seguidores: no se limitó a ser él mismo, sino lo que se esperaba de él. De una palada enterró las sencillas reglas de un buen anfitrión, todas ellas relacionadas con la educación, el savor faire y el saber estar. No fue una pregunta: fue una impertinencia dicha en el salón de la casa a un adversario reconocido que accede a cruzar el umbral de un hogar hostil. Tibio, Rajoy se mantuvo en su sillón: perdió la oportunidad de levantarse y dejar a Gabilondo solo en el ring que había preparado, levantando sus guantes entre el rugido del público de Maracaná. Todos ellos están ya en el cajón de Boris Izaguirre: en el cajón de la siesta, arrinconados por la audiencia. En España la ecuación es luminosa: o le das a la gente algo verdaderamente kitsch, como José Manuel Estrada, o algo verdaderamente bueno, como Quintero. Lo primero tiene el éxito garantizado: entre lo segundo se espigan sólo los elegidos. House ha sido uno de ellos. La serie responde a un mecanismo bien engrasado pero cansino. Lo que realmente mueve el interés del pueblo es su figura: la figura del doctor House. En el Unplugged se cuentan cosas interesantes, como las simbólicas similitudes con Sherlock Holmes: la pasión por resolver un caso difícil, el consumo de drogas, la presencia de Watson / Wilson y el guiño fonético House / Holmes. De hecho, en el episodio piloto emitido el martes en el que una paciente quiere morir “de una vez” House, después de intentar hacer cambiarla de opinión porque ha dado con su tratamiento, desiste: “Yo ya he resuelto el caso”. Pero una cosa llamó la atención en ese Unplugged sobre el resto: House nunca miente. La propaganda de Cuatro lo ha descrito de esta forma: brutalmente honesto. Calamaro lo había enunciado antes: Honestidad Brutal. El quid filosófico es interesante. La sociedad se ha ido modelando a través de los siglos de tal forma que decir la verdad (decir siempre la verdad) le convierte a uno en un outsider, en un tipo huraño, desagradable y a menudo despreciable. Decir la verdad es complicado: es exactamente decir lo que uno piensa. En otras palabras: no es posible sobrevivir asido a la verdad: no las veinticuatro horas. Para hacer esto tiene que estar uno en una situación privilegiada, de verdadera fuerza. House lo está. No es Holmes, es Superman: un hombre capaz de salvar las vidas que nadie más podría. Su posición de fuerza contrasta con la de los políticos, quizás la más débil: dependen de tantos factores que en su boca una verdad es una imprudencia, sino un defecto. Saltarse las convenciones no está ya a nuestro alcance, de ahí la pasión por House. Por obra y milagro de nuestra debilidad, de los esquemas preconcebidos de una sociedad ajustada a severos patrones (de belleza, de conducta) estamos obligados a suavizar nuestros juicios, a mostrarnos educados y a pensar una cosa y decir otra: enguantar nuestra personalidad, emparentándola con el resto, y reír sin muchas ganas sólo porque la situación lo aconseja. Aquí, al contrario que lo que intuía Guerra, el que se mueve sale en la foto. House se nos presenta crudo: es una radiografía de lo que somos, de lo que ocultamos.

lunes, octubre 16

Sexo

Un lujo de AS en el blog de Arcadi Espada:

La hembra de la mosca escorpión rehúsa aparearse con el macho que la corteja a menos que le traiga un regalo de boda sustancial, que suele ser un insecto muerto. Mientras la hembra se lo come, el macho copula con ella. Durante el apareamiento, el macho tiene agarrado el regalo nupcial, como si quisiera impedir que la hembra se fugase con él antes de finalizar la cópula. El macho tarda veinte minutos de cópula continuada en depositar todo el esperma en la hembra. Los machos han desarrollado la capacidad de elegir un regalo nupcial que las hembras tardan aproximadamente veinte minutos en consumir. Si el regalo es más pequeño y se consume antes de que la cópula haya terminado, la hembra expulsa al macho antes de que haya depositado todo el esperma. Si el regalo es mayor y la hembra tarda más de veinte minutos en comérselo, el macho completa la cópula y ambos se pelean por las sobras.

David M. Buss, La evolución del deseo

domingo, octubre 15

Drogas

Hace diez años Manolo Kabezabolo dio un concierto en Mougás. Había salido con un permiso del psiquiátrico. “Es un permiso muy cortito, así que voy a cantar las canciones unas detrás de otras y a toda hostia”, le dijo al público. Dicho y hecho: acabó en veinte minutos. Recordé la anécdota viendo a su amigo Albert Plá esta semana en el programa Espacio Abierto: se trata de media hora de televisión para un personaje público. Tuvo Antonio Escohotado esa media hora y se llevó a Plá y a Bebe para hablar de drogas. Escohotado es el autor de Historia General de las Drogas: un ensayo monumental. Dijo en el programa que la prohibición había sido el mayor experimento moral del siglo XX: siempre habían sido socialmente aceptadas. Y a pesar del marginación social, llamó la atención sobre una cosa: mientras el precio de las cosas varía cada año, las drogas siguen costando lo mismo que hace quince. Por lo tanto, son cada vez más baratas y están al alcance de más chavales: cuanto más jóvenes, más desinformados. Además, al estar en la ilegalidad, se manipulan con impunidad y son más peligrosas. Plá dijo en algún momento: “A veces la gente...” y Escohotado le cortó: “¿Tú te consideras parte de la gente, Albert?”. Escohotado defiende la educación, no la prohibición, que conlleva ignorancia. “No puedes conducir un coche sin aprender. Una persona debe saber consumir drogas”. En su ensayo constata la realidad: las drogas existen desde que el hombre es hombre, y siempre se han usado por lo mismo: experimentación, tristeza, alegría, pena. Bebe fumaba un pitillo tras otro y a veces sonreía. Al final Escohotado le preguntó a Plá por la mortalidad a causa de las drogas. Plá, coletilla agarrada con una goma rosa, elevó un pelín las cejas y bajó aún más la voz: “Bueno, la mortalidad se inventó antes que las drogas, ¿no?”.

miércoles, octubre 11

Yo voy con Vargas Llosa

Camilo José Cela lo ganó por insistencia y porque creía en él desde que tenía veinte años y no paraba de anunciarlo: fue la noticia más previsible del siglo XX. Es la española una especie muy testaruda, y Cela era muy español y además escribía muy bien. Ahora le leo a veces San Camilo 1936, que lo regaló el ABC hace unos domingos, y lo que en tiempos pudo ser un fresco de aquella España es hoy, cansado y perezoso, un rosario de comas muy bien puestas. Con tres o cuatro obras a la altura de sí mismo, y muchas otras haciendo las veces de vedette de su bibliografía, Cela ganó el Nobel y con Cela también lo ganó Galicia: no escribía en gallego pero a su manera también dibujaba él “a paisaxe da alma”, que dijo Rivas. Ahora que lo zarandean en alguna prensa los atentos guardianes de la ortodoxia antifranquista, fue una pena que no lo ganase Torrente Ballester: dirán que no sería un Nobel gallego, sino californiano, y sería en todo caso un buen estímulo para su retranca. A Aleixandre le pusieron un Nobel en el 77, un año antes de que naciésemos todos, y a Juan Ramón antes, en 1956. Dos días después murió su mujer y dos años más tarde él, de pena: mejor hubiera sido que le diesen el Ciudad de Torrevieja. Además de ellos, se llevaron el Nobel José Echegaray, con el siglo en pañales, y Jacinto Benavente, envidia de la época. Para hoy, además de lluvias, se espera la llegada del Nobel de Literatura: el más querido por la prensa. Suena un periodista excepcional: Kapuscinksi. Ya se dice en muchos sitios que una de las grandes literaturas se está escribiendo en los periódicos, y ya vino a Vilanova de Arousa Arcadi Espada a decir que el mejor escritor que había dado el pueblo, patria de Valle-Inclán, era Julio Camba. Hay alternativas más esotéricas, como Bob Dylan, pero ése es un latiguillo que suena todos los años, como Leonard Cohen. No duda uno de ellos, pero a la gente del oficio no le termina de parecer serio, y se ampara en la posibilidad de que por esa puerta abierta se cuelen otros vientos (qué se yo...: Malú). En la nómina de favoritos resuena un tambor eterno: Mario Vargas Llosa. Además de novelista es Vargas Llosa escritor en prensa, por lo que la familiaridad con el lector no es extraña. Es, al escribir en domingo, una familiaridad balsámica, de gente bien escrita y mejor leída. Vargas Llosa le cae a uno simpático porque es uno de esos liberales que le rompen las pelotas a los que, como uno, creen que en el fango del liberalismo se halla, subterráneo, cierto totalitarismo ideológico retratado en luminosas actitudes morales, como las que aquejan al sector ultra del PP y sus corifeos, que repite Javier Pradera, mediáticos. Pero no es éste el caso, porque Vargas Llosa es un señor atractivo (¡el primer liberal atractivo!) que defiende sus posiciones con una argumentación elegante y que además no practica el fariseísmo, un vicio muy extendido entre los de su prole. Si a eso le unimos la monumentalidad de sus obras literarias, su biografía apasionada, su legendario desencuentro con García Márquez, una equidistancia en Oriente Próximo que no le impide denunciar el violento sufrimiento palestino y, claro, su estruendosa ruptura con el castrismo, nos queda la figura fascinante de un escritor sereno y claro que da un buen perfil Nobel. Suena también Carlos Fuentes, al que entrevisté un día y me dijo que las ideas le venían cuando se afeitaba. No especificó lo qué, así que por las moscas yo hoy voy, a muerte, con Mario Vargas Llosa.

Luis Aragonés, el señor de las gambas

Seleccionar, nos explicaba didáctico Jiménez Losantos ayer desde su atronador púlpito, es escoger lo mejor. Entonces la selección española de fútbol, de la que uno ya explicó con brillantez (Made in Spain, junio 2006) que es una selección sobrevalorada por la prensa y que está, en cuanto a espíritu y títulos, al nivel de Rumanía o Chiquitistán, ha empezado a estropear la casa por el tejado: eligiendo como mascarón de proa a Luis Aragonés. A Aragonés lo puso en el cargo la prensa, que desde hace años es la que hace y deshace la selección, con grandes encuestas, enormes titulares y palabras zalameras: el Sabio de Hortaleza merecía tal honor. Luego, cuando se ganó el primer partido del Mundial a aquella potencia devastadora cargada de estrellas, íbamos a ganar el Mundial de la mano de nuestro pequeño Valdanito de Hortaleza. Ahora es la prensa la que se carga a Aragonés: es legítimo y no ve uno el problema. En el círculo vicioso de los entenadores de fútbol Luis Aragonés siempre ha representado con generosidad la imagen del técnico caprichoso, faltón, veleta e insoportable: famosas eran sus espantadas, sus bronquitas mediáticas con jugadores de relumbrón o su manoseado “y tal” que lo pone a la altura de Gil. Más tarde se le fue descubriendo además una graciosa vena racista que explotó con justicia la prensa europea. Los españoles, tan encantados de conocernos y tan hostiles con el exterior cuando éste nos amenaza (¡cómo nos juntábamos alrededor de Franco cuando las sanciones de la ONU!, ¿se acuerdan?: “si ellos tienen UNO, nosotros DOS”, dibujaba Forges), no nos queríamos enterar de que en el resto del mundo se veía a España como a una selección entrenada por el Le Pen de Hortaleza. Nos daba igual: le habíamos ganado a Ucrania y, después, en posterior proeza, le remontamos un gol a Arabia Saudí: estábamos caminito de la gloria. Ahora, hundidos en el enésimo desastre de nuestra triste historia, el pueblo empuja a Aragonés a los leones, y el alegre cascarrabias que era antes se nos muestra como una lapa canosa silabeando balbuceos. Al mismo tiempo, proliferan ya en las páginas interiores nombres que quemar rápido en la hoguera de la selección. Ojalá que a la hora de elegir (¡seleccionar!) el próximo pim-pam-pum prevalezca la educación, el saber estar, la tolerancia y el hecho de que si no le cabe por el culo al señor seleccionador el pelo de una gamba, al menos no lo airee en la prensa con malos modos.

martes, octubre 10

La noche que Umbral llegó al Café Gijón

Quizás sea ahora difícil decirlo, pero hubo un tiempo en que la mejor prosa en España era la prosa de Francisco Umbral. Fue una prosa incluso superior a la de Cela en momentos álgidos (porque a mí Cela, aun cargado con los prejuicios de su blanda ideología y lo esponjoso de sus escrúpulos, pese a lo repugnante del personaje y a la dolida carta que el presidente de su Fundación, Tomás Cavanna, me envió por un artículo firmado hace ya dos años, me parece la gran prosa de la posguerra española, por encima de Ferlosio y por encima de los otros, incluso de los muertos). Uno de esos momentos en los que Umbral relampaguea con más lustre es en un libro que había leído con desinterés a saltos hace años, y que ahora, más sensibilizado con la cosa del estilo (con la literatura, al cabo) he redescubierto con un gozo cercano al pasmo. En La noche que llegué al Café Gijón Umbral presenta con violencia una prosa sin rémora y sin el martirio de la creatividad lastrándola: una prosa de párrafos, de frases, y es una prosa que raya dulcemente la perfección. Yo cuando me hablan de Umbral / Pérez Reverte me aguanto la risa. Ha sido un descubrimiento feroz que me ha traído leyendo y releyendo esas páginas manchadas de las memorias de los sesenta, parapetadas en anécdotas magníficas o inventadas y atravesadas por el calor del legendario café. Es un libro que no he parado de recomendar en las últimas cien horas porque habla del Umbral de provincias que se asoma a Madrid y cuenta sus penalidades y sus triunfos locales, sus chicas progres (“Hay que robar, macho. Eso de comprar es un rito burgués”), sus amistades (el gallego Carlos Oroza le decía, cuando había obras en las calles de Madrid: “Mira, Umbral, ya están buscando otra vez los huesos de Machado”) y sus particulares fobias, repasando con su brutalidad de terciopelo a Baroja (“La mala escritura de Baroja llega a ser intolerable. Una señorita le dice a su cortejador: ‘Saldrían ustedes ganando dejando dirigirse por nosotras’. Esos dos gerundios seguidos y toda la estructura de la frase son como anteriores a la creación del castellano. Baroja no había accedido aún a la sintaxis cuando murió”) y Azorín (“Inventó el párrafo corto porque tenía las ideas cortas. Cómo lucha porque se le ocurran cosas. No se le ocurre nunca nada”). De Umbral, que ha escrito mucho muchísimo, y no todo bien y casi nada perfecto, como corresponde a un gran autor, siempre se ha señalado a Mortal y rosa como su gran obra, su límite definitivo. En Mortal y rosa escribe Umbral como sangra aquella muerte de su hijo (Umbral no tuvo más), y toda esa prosa deslizante y húmeda mancha a quien la toca. Nos cuenta dolores y metáforas, todo brillante y luminoso y digan ustedes que genial, pero en su crónica sentimental del Café Gijón se limita a escribir como quien tiene prisa, como un torrente de minutos, y le sale de repente un talento de diamantes, un castellano gordo de comas y metáforas y ritmo, que arrulla al lector con lecciones de literatura, juicios personales, mujeres y en definitiva un fresco delicioso y bello sobre aquel Madrid de los Pepe Hierro, Celaya, González Ruano, de los Eusebio García Luengo, de los Buero Vallejo, la tertulia de los gallegos (Adolfo Prego, Baldomero Isorna, Otero Besteiro y Luis Trabazo, que harto del respeto sagrado al filósofo dijo en mitad de la tertulia: “Un día voy a escribir yo un artículo que se va a acabar esa coña de Ortega”), Torrente Malvido, Cela y cientos de nombres repartidos por la atmósfera que crea Umbral, de los que sólo espigaré uno muy familiar: “Uxío Novoneira era un gallego grande y lento, un sancristobalón de los bosques celtas, un hombre de mirada llorosa, bigote empastado y conversación melancólica (...) Estuvo como enamorado, o encaprichado de Terele Pávez, la pequeña de las Penella (...) Le hizo un poema donde le decía: ‘Eres tan sábado...’ .

lunes, octubre 9

El amigo gay

Un restaurante madrileño ha rechazado celebrar el banquete de una boda gay por “política de empresa”. El responsable del local dice que se les admite en el restaurante (también entran las moscas), y que ya el viernes “ha estado comiendo aquí una pareja” (una pareja muy efusiva, porque fue rápidamente detectada). Sin embargo, para alejar el fantasma de la homofobia ha esgrimido este señor un argumento irrebatible: “Tenemos muchos amigos gays”. O los gays eligen muy mal a sus amigos o hay un gay en España contratado por esta gente para brindarles su amistad. En aquella manifestación “en defensa de la familia” que devolvió a España a los años 40 a la gente se le llenaba la boca hablando de sus amigos gays. La frase más repetida era “yo tengo un amigo gay, pero eso no quita para...”. Un chaval incluso presumió de compartir aula con uno: seguro que no le importaba darle la mano cuando era menester. El amigo gay ha dejado de ser amigo para convertirse en una figura literaria: un subterfugio, un escudo de los exterminadores de la convivencia y de los enemigos de la tolerancia que en el fondo conciben al gay como un enfermo: y, además, un enfermo diferente. Es, el gay, el hecho diferencial de la moral de la derecha, que luego no se priva de meterse entre sábanas con el primero que pueden. Han querido revestir los propietarios del restaurante su decisión con la sagrada libertad de criterio. Quiere decirse que pueden negar un banquete de boda gay como impedir el banquete de hombres circundados. Ellos tienen amigos de todo tipo: pueden hacer lo que quieran. También Luis Aragonés defendía su derecho a llamar “negro de mierda” a Henry porque era amigo de Etoo. La misma farsa: la misma impostura. No se fíen del que presume tener un amigo gay en lugar de un amigo a secas: excusatio non petita.

viernes, octubre 6

Salvadores todos

Los nudos de seda de la memoria histórica siguen atándose y desatándos en un sutil ejercicio que pretende desentrañar, a estas alturas de la temporada y con Ronaldo en plena recuperación física, la condición humana. Son palabras excesivas, investidas de solemnidad. En ese marco no resulta extraño el reportaje que Marcos Ordóñez, crítico de teatro de El País, publicó en la cabecera madrileña el pasado domingo. Vino a cuento de Salvador, la película dirigida por Manuel Huerga que retrata con minuciosidad la muerte de Salvador Puig Antich, el anarquista acusado del asesinato de un policía y ejecutado posteriormente por el régimen de Franco. Titula Ordóñez su artículo El otro muerto, y le pone nombre y apellidos al policía aesinado, que “apenas ha existido durante los últimos treinta años”. Ordóñez tuvo un par de encuentros con él. Era “era flaco, pequeñito, pelirrojo, con la cara sembrada de pecas” . “Me sorprendió muchísimo, en nuestro primer encuentro, que reparase en el libro que yo llevaba, Le Cinéma selon Hitchcock, la larga entrevista de Truffaut, una de mis biblias de entonces, comprada en el mercado de ocasión de Sant Antoni. Comenzamos a hablar de Hitchcock y de Truffaut (...) Truffaut era su dios. Godard también, pero sobre todo Truffaut. Yo no había visto todavía Los cuatrocientos golpes. ‘¿No la has visto? No me lo puedo creer..’ (...)”. A aquel policía del régimen de Franco lo mató Salvador Puig Antich durante un atraco. El padre de Ordóñez, policía también, le estampa el periódico en la cara: “Este hijo de puta ha matado a Paquito Anguas”. Y al ver la cara del asesino, Marcos Ordóñez lo reconoce. “Debía de ser casi verano, porque recuerdo el petardeo de una moto a través de la ventana abierta. Alguien palmotea, varios se asoman. ‘Ahí está Salva’. Entra, riendo. Todo él reía. (...) Los ojos negros, la cazadora de cuero. Parecía un loubard, el prota de una peli de Truffaut. Sí, parecía francés. Un tipo condenadamente guapo. También llevaba tejanos. Desteñidos. Yo hubiera dado cualquier cosa por una cazadora y unos tejanos como aquellos (...) Años después escuché una canción de Albert Pla: El hombre que nos roba las novias. Pensé, en el acto, en Salvador Puig Antich. El muchacho de la cazadora de cuero y la risa abierta y los ojos radiantes, bailando como si el mundo entero fuera suyo”. De Anguas cita Ordóñez el testimonio de una presa de 17 años: Marian Mateos. “La única persona que se portó bien conmigo fue un inspector joven que me daba agua y trozos de sus bocadillos y me apagaba la luz para que pudiera descansar”. Aquel inspector, escribe Francesc Escribano en Cuenta Atrás, el libro en el que está basado el guión de Salvador, “no era como los otros. Había entrado en la policía por tradición familiar, pero sus inquietudes le separaban del resto de sus colegas. Tenía 24 años y estaba a punto de casarse. Se llamaba Francisco Anguas Barragán”. El final del artículo de Ordóñez es bello, quizás gratuitamente. Éste es el penúltimo párrafo: “Pudieron haberse conocido, por el mismo azar que hizo que ambos se cruzaran, brevemente, en mi camino. Pudieron haberse entendido. Cosas más raras se veían entonces”. El epílogo llegó tres días después, con una carta al director en El País firmada por Joan Bové Meztu: “Yo también conocí a Francisco Anguas Barragán y la imagen que conservo de él es bien diferente: lo conocí la noche del 26 de septiembre de 1972 en los despachos de la comisaría central de Vía Layetana de Barcelona, de doloroso recuerdo para todos los demócratas que por allí pasaron, estando yo detenido tras una manifestación, y lo conocí ‘trabajando’, es decir, torturándome (yo de rodillas brazos en cruz, él detrás apalizándome con una toalla mojada para no dejar huellas) con especial sadismo, ¿quizá lo aprendió en el cine francés que, según Ordóñez, tanto le gustaba? No lo creo”. La verdad, la memoria: la condición humana. No hay artículo ni vida ni muerte que lo explique.

jueves, octubre 5

¿Quiere usted ser quinieurista?

La verdadera dimensión de la televisión, como de la vida, se alcanza desde la distancia de la madrugada, en pleno prime-time del insomne. Hay ofertas sugerentes, como Gasset la noche de los miércoles (pura pornografía del verbo), pero nada le llega a la altura de los talones a ese bendito programa que La Sexta ha tenido bien a programar desde sus inicios mundialistas: Juego TV. A muchos les sonará el concurso porque hace unos meses la presentadora fue despedida por trabajar con unas copas. Esta semana supe que a la chica la debieron echar por no vaciar la botella.
Uno zapeaba sin compasión por la parrilla y no pasaba por La Sexta más de cinco segundos: los suficientes para inundarse del verde Hamás que exhala la cadena de Milikito y atisbar de refilón el escote, normalmente discreto, que lucen las presentadoras (¿se animaría un poco más la muchacha ebria?). Sin embargo el miércoles hice parada y fonda en La Sexta. Había estado antes unos minutos en Localia, tratando de cazar la redifusión de las Noticias Pontevedra (desde el Mundial, vive uno enganchado al diferido: ¡vive uno en pretérito, horas después que el resto del mundo!) , pero la cadena le daba uno de sus repasos habituales al erotismo light sudamericano con el privilegiado doblaje de los actores que ya le dieron vida, en su esplendor, a Seabert, aquella foquita en peligro. El erotismo de esas películas merece una columna aparte: apuntaremos aquí sin más sus mujeres nalgonas, sus hombres rosados de mandíbulas crujientes y rebelde mata de pelo en el pecho y la música eficaz y chingona compuesta por un artista probablemente canadiense. Las mujeres, por lo que pude ver el miércoles, lucían un generoso felpudo: o la película era de otros tiempos, o su director es un genio de la contracultura.
Después de ese abrumador espectáculo, que le deja a uno inquieto removiéndose en el sofá, llegó La Sexta y su concurso en directo. Lo que ocurrió en los minutos siguientes fue un digno homenaje a la audiencia española. Una muchacha morena meneaba suavamente la melena de un lado a otro con una enorme sonrisa y animaba a la gente a llamar a un número para resolver un problema. El ganador se llevaba 500 euros. Por un lado ofrecían estas letras (NANFREOD) y por el otro éstas (LONASO). Había que ordenarlas y decir el nombre de un piloto de Fórmula Uno. La muchacha nos daba un par de pistas: era un campeón y éstas eran sus primeras y últimas letras: (F- - - - - - O A - - - - O). A partir de ahí empezaba el carrusel: “Venga, anímense... Llamen, llamen, que se llevan quinientos euros”, decía la gachí mientras mostraba, como un hueso a un perro, un triste fajillo de billetes de 50 euros que al alcalde de Ortigueira le daría la risa: un remedo inteligente a ‘Quieres ser millonario’ pero con más categoría.Pasaba el tiempo y había que llenar los minutos con audaces estratagemas. “A veeer: no es Michael Schumacher, ni Kimi Raikkonen, ni Giancarlo Fisichella, ni Pedro de la Rosa...”. Caían los segundos, los minutos, y la chica se decidió a dar una pista más: ordenó bajar un par de letras. La cosa quedó así: (F- - N - -D O A- O - - O). Una vez hecho, cayó sobre la audiencia la frase antológica de la noche: ¡de la noche de los siglos!: “Bien, ahora está un poco más fácil. Hay que reconocer que antes estaba muy difícil. Muy, muy difícil. Pero ahora ya tiene que ser más sencillo, ¿no?”. Acabó el tiempo, se cerraron las llamadas y se le dio paso a una señora de Huelva (“¿de Huelga?”, le preguntó la chica). “Fernando Alonso”, resolvió un poco ofendida la concursante. “¡Pues los quinientos euros se van a Huelga!”, anunció feliz la presentadora. Se las saben todas.

Carrascal

José María Carrascal estuvo el martes en Pontevedra para abrir el ciclo de Caixanova sobre periodismo del siglo XXI (la próxima cita, el día 23 con Rosa María Mateo). Antes de la conferencia tuvo Carrascal un encuentro con los periodistas: de colega a colegas. Dijo dos cosas muy sencillas que lo resumen en breves trazos. Empezó a trabajar en el periodismo en 1957, cuando los padres de algunos de los periodistas allí presentes no habían nacido. Y dijo reconocerse un “antiguo”. “Lo soy, lo soy”, barruntó elevando las cejas. Hubo una época en la que Carrascal no marcó un estilo: lo dictó. Eran los tiempos del telediario de autor, que una cadena potente sólo podía permitirse en horarios poco exigentes: en el caso de Carrascal, de madrugada. Echó mano el periodista de un camión de corbatas y exhibió un estilo marcado por una voz privilegiada que punteaba Carrascal con una entonación que le quedaba como un guante. Era por momentos un abuelo tranquilo y, por otros, un furioso crítico: pero un furioso con sonrisa. En la conferencia de prensa reconoció su libertad absoluta a la hora de confeccionar el telediario: dejaba para el final hasta dos piezas de Cultura, y no se molestaba en pasarle a la dirección ni siquiera la escaleta. Ya en la charla, lo presenté al público como el rostro que se presentaba solo. Apenas dije algo más, salvo que el éxito en España se mide por el número y la calidad de las imitaciones, y que allí estaba él, imitándose a cada paso. Habló sobre la jubilación, dio varios mandamientos a su audiencia, compuesta en su mayoría por jubilados. “No hay que volver nunca al lugar del trabajo: nunca. El primer día, todo son saludos efusivos. El segundo, te tienen que dejar un momento para mandar un fax. Y el tercero, están diciendo a tus espaldas: ‘aquí viene este pesado’”. Enfatizó Carrascal la importancia de mantenerse en forma. Él es un ejemplo. Se presentó enjuto, bronceado y atractivo. A una periodista le recordó, a la hora de hablar y moverse, a Arturo Fernández. Se cuida mucho: citó el refrán aprendido en Alemania (junto a Estados Unidos, los países en los que ha trabajado) que ordena desayunar como un marqués, comer como un señor y cenar como un pobre. Él se come un yogur antes de acostarse. Tiene 76 años. En la charla habló de dos clases de jubilados: los que han tenido trabajos físicos duros (“me dan la mano después de la conferencia, noto los callos de sus manos y me dicen que ésta es la mejor época de sus vidas”) y los que han tenido grandes puestos de responsabilidad (“el otro día me encontré en la panadería a a un amigo digustadísimo. ‘No aguanto más. Yo soy un general y ahora mi mujer me manda a comprar el pan’”). Hubo una época en la que compraba decenas de corbatas en una tienda de Nueva York. Ahora sólo diez o doce al año. Guarda algo más de trescientas. Muchas las regala. Un adjetivo que le viene bien es el de entrañable: no por la edad, sino por el trato. Le esperaba un avión esa noche y no pudo quedarse a cenar: fue una pena. Cuando se fue, muchos reprimimos las ganas de imitarlo. Qué hombre.

martes, octubre 3

Anita Ekberg, 75 años en la Fontana

Hay ahora en la Fontana de Trevi un numeroso grupo de paquistaníes que le regalan una rosa a la chica al llegar y le piden unos euros al chico al salir. Dejan llevarse la flor con una sonrisa, pero llevan mal una negativa a la hora del cobro: insisten con la mano abierta, a veces le agarran a uno del brazo y, finalmente, tiran de la rosa y vuelven a meterla en el manojo, visiblemente ofendidos. Como lugar de culto, la Fontana de Trevi está invadida por el turisteo y los móviles de última generación. Hace ya unos años habían detenido a una vieja acusada de apropiarse de madrugada de todas las monedas que iba dejando el visitante. Fue una lástima, porque aquello dejaba entrever la metáfora: la industrialización de la tradición romana. No es un lugar agradable de contemplar. Llegamos allí cuando caía la noche y humeaban las trattorías de los alrededores. Fue una visita de rigor, para pagar el peaje: al primer flash nos abrimos paso entre los japoneses y embocamos la cena.

En 1960 una rubia llamada Anita Ekberg tuvo la Fontana para ella sola. Se zambulló en mitad de la noche con un vestido negro que alumbraba sus dos rotundos pechos y hacía centellear su rubísima melena. Era Anita una actriz y modelo sueca. Modelo según el cánon: carnal, desbordante y salvaje. Fellini rodó alrededor de ella una película legendaria, La Dolce Vita, en la que retrata los avatares de la clase acomodada que frecuentaba la Via Veneto a través de la mirada de un plumilla de sociedad (el Jesús Mariñas de la época, con la misma diferencia que puede haber entre Marcello Mastroianni y Jesús Mariñas: era, definitivamente, otra época). El fotógrafo de celebridades se llamaba en el filme Paparazzo, palabra que en su plural dio origen a los famosos paparazzis. De la película se hicieron famosas muchas escenas, pero una sobresale por encima de todas por el exagerado erotismo que desprende: es la voluptuosa sueca empapada en la noche romana bajo las aguas de la Fontana de Trevi.

Todavía Anita Ekberge vive y todavía es joven: cumplió ayer 75 años. Conserva la imponencia y un descaro que, por su edad, bien podría confundirse con un leve declinar. Su país le dedica estos días una exposición titulada Anita de Suecia y para eso viajó la célebre actriz a su país natal: a recibir el calor, ya no tan ardoroso pero igual de conmovedor, de los suecos. Recibió un galardón del Consejo Nacional de Cultura que Anita acogió con ímpetu marbellí: “Me lo llevaré a casa y lo pondré encima del váter”. Recordó además que durante el rodaje le disparaba flechas a los fotógrafos que la seguían: “A uno le di en el culo”. Dijo que ha visto tantas veces La Dolce Vita que probablemente “vomitaría” si tuviese que hacerlo una más. Y, finalmente, se refirió a su gran escena: “Estuve allí esperando con un vestido de noche en el agua congelada: hacía un frío del carajo”. Curioso que de aquel témpano surgiese un calor universal que no remite, como el gran cine, con los años.

domingo, octubre 1

Aarón

"Muere de hambre un niño de dos años en Galicia"
Al principio el hambre es sutil, como la tristeza. Luego lo devora todo, incluida el alma, y a la muerte apenas le quedan los huesos y las moscas. Lo peor del hambre es el olor que trae y que lleva con ella. Se pudren los dientes, aparecen llagas en las encías y la boca comienza a apestar así pasen los días y las semanas. El hambre es una depurada forma de tortura y el infame pecado original con el que cargan los países ricos. En el interior seco y árido de Etiopía, alrededor de vacas flacas y de chozas de adobe, corren los niños descalzos con la cabeza pelada y una ilusión en forma de sonrisa cuando llega el hombre blanco. Pero al acercarse a ellos no te puede la ternura ni la alegría, sino el olor de sus esqueletos y la oscura peste que expulsan por su boca de dientes carcomidos. Hay zonas el mundo donde la escasez de alimentos provoca la teoría de la involución: si no se necesitan dientes, las generaciones posteriores podrían nacer ya sin ellos. Y, sin embargo, nada se le pedía allí al opulento. Las moscas ya rodeaban a varios niños, y en ciertos lugares las moscas dejan de ser insectos para convertirse en el presagio de un destino: estaban condenados. En las afueras de Zanzíbar, al paso de un coche de blancos corren alrededor decenas de niños pidiendo caramelos que se van tirando alrededor, como en una graciosa cabalgata de Reyes. Una tarde de verano hubo un gran tumulto a causa de las golosinas, y una vieja salió de su casa con un palo y recompuso el orden entre el llanto de los pequeños. El hambre de un niño no siempre es el espanto: si se coge a tiempo le espolea el ingenio y el descaro. Lo grave es el hambre del adulto, sacudido por la deshonra de la vergüenza y hundido en la desesperación de una pobreza sin fuerza y sin futuro.

El chico que nos hacía callar

Miren: yo nunca he sido un gran entusiasta de Raúl. Me pareció en su momento el jugador más determinante del mundo: un tipo que en nada destacaba pero que cambiaba el rumbo de los partidos con una facilidad exagerada. No era el mejor en nada pero era determinante en todo: un jugador imprescindible, a la altura de sus propios números, con unas cualidades invisibles que inclinaban la balanza siempre de su lado. Ha sido un jugador que ha estado rayando diez años la perfección absoluta, sin ningún bache, sin ningún reproche: un caso insólito y excepcional que lo pone a la altura de cualquier leyenda, y que injustamente Europa nunca ha reconocido del todo. Soy, además, de los que cree que un deportista de élite tiene como máximo una década de esplendor. Evidentemente, Raúl enfila el ocaso. Otro en su lugar bajaría los brazos y se quedaría colgado de una rama en el área, como Butragueño, que a los 29 años era ya una rara sombra deambulando por el campo sin más interés que ver si le salía otra vez el pito a pasear por el césped. Sin embargo, el capitán del Real Madrid luce furia, continúa desmarcándose, baja a por el balón y no ceja en un empeño imposible: ganarle la partida a la propia naturaleza. Mi idea del fútbol es otra muy distinta a la del público de Chamartín: si quiero ver carreras a ninguna parte, sacrificio, sudores y entrega física me pongo en la primera fila de la San Silvestre. Soy de los que valoran más el balón que la carrera. Y últimamente Raúl pone encima del campo, a modo de tarjeta de presentación, grandes carreras y, también, fugaces retazos de la determinación que un día tuvo, como el regate al portero del Dínamo (secuela de la célebre ‘sentada’ a Cañizares en la final de una Copa de Europa) o el desmarque antológico en el derbi madrileño. Ojalá se equivoque uno y resulte que el canto del cisne de Raúl no sea más que la prolongación estelar de una carrera tan ejemplar como su comportamiento. Nos volvería a callar, como ya calló al Nou Camp en una imagen que dio la vuelta al mundo. Pero hay doce años en la cima sobre sus piernas zambas: es probable que no se produzca el milagro. Por si acaso, Luis Aragonés ya se ha apresurado a dejarlo fuera de la convocatoria y a ofrecer su cabeza a no se sabe quién como responsable de las últimas debacles nacionales. De Aragonés, de su educación, sus supersticiones, su memez y la barriobajera imagen que va dejando de España por donde quiera que va, hablaremos largo y mal la próxima semana.

jueves, septiembre 28

15 rusas

La Sexta decidió hace meses ir un poco más allá en la autopsia cerebral de Pocholo Martínez-Bordíu dándole un programa propio con varias cámaras siguiéndolo a todos los lados. Se trataba de contrarrestar las audiencias de House, Hospital Central y Anatomía de Grey (también un poquito de Prison Break) mostrando un reality médico: ¿qué pieza le falta a este concursante? El programa es una versión nada exigente de Pocholo: se limita a vivir su particular vida en Ibiza, que es mucha vida, y mostrarla tal cual a los españoles, que en su mayoría flipan. Pincha discos, liga, duerme en la calle, saluda a todo el mundo, se atusa una y otra vez la melena (muerta Carmina, nos queda Pocholo) y, por supuesto, sale de marcha. Todo ello lo hace ante las cámaras mojándose frenéticamente la lengua, en un gesto por el cual muchos avispados creyeron ver a un adicto a la cocaína y que no es más que un síntoma agudo de ‘pocholismo’: no se sabe todavía qué es más grave.
En su última salida televisada, Pocholo tuvo una gran sorpresa. Al ritmo de las gaitas se meneaba en su pub el alcalde de Ortigueira, Antonio Campo Fernández. De este hombre se sabe que salió una tarde de 1999 de un restaurante con el rostro radiante y sosteniendo a duras penas un puro para presentarle a todos los vecinos a José Cuiña, “el sucesor de Fraga”, hasta que el de Lalín, muerto de vergüenza, le tuvo que cerrar la boca. Con Pocholo anduvo el alcalde más a sus anchas, rodeado de gaiteiros y sosteniendo, en lugar de un puro, una magnífica copa. Sabiendo después lo cargado que llevaba el bolsillo, se desconoce por qué no bebía directamente de una vasija de oro con incrustaciones de diamantes. La secuencia es antológica y figura ya entre las leyendas de Internet, colgada en un virtual Salón de la Fama. La rubia melena de Pocholo se acercó al alcalde y éste, después de presentarse (“Yo soy el alcalde de Ortigueira y traigo los gaiteiros”) sacó un fajo de billetes de 500 euros y dijo, textualmente: “Todos invitados. Viva Ortigueira. A ver, camarero, toma 500 euros, hostia, y gástalos”.
El diálogo entre ambos es un guión robado a nuestro mejor cine de los setenta, que es mucho cine:
Pocholo: Luego te invito a vivir en mi caravana.
Alcalde: Yo no vivo con estrecheces... Yo no puedo vivir en una caravana, hostias, que soy rico. ¿Como voy a vivir en una caravana?... Éste (a un chaval) puede vivir contigo en una caravana. Además, es pequeño...
Pocholo: Tienes 15 rusas a tus órdenes.
Alcalde: Y yo tengo 1500 tías, hombre. ¡15 rusas... No me jodas, hombre!.
Pocholo: Pero yo mando en las 15 rusas.
Alcalde: Y yo en las 1.500.
La secuencia acaba con el alcalde y los gaiteiros subiéndose a su yate en el puerto de Ibiza. En cuanto circularon las imágenes, la transcripción y la imagen del fajo de los billetes de 500 euros, los foros de Internet comenzaron a arder: “¿De onde saca este tío que ten 1.500 putas no pobo?”.
Desde la lejanía (desde la lejanía de Pontevedra, que es una lejanía a secas), se ve la cosa con cierta nostalgia. Es en este tipo de situaciones cuando se comprueba cuánta razón, después de todo, llevaba Franco al soltar eso de que “todo quedará atado y bien atado”. El fugaz encuentro en La Sexta fue la intersección tantos años después (¡y tantos meandros recorridos!), de su herencia genética y su herencia política. El viejo dictador ha dejado en España una simbología muy particular: la exaltación de la mujer como objeto de sumisión (sean 15 rusas o 1.500) y la exhibición impúdica de una cantidad exagerada de dinero. Su proverbial austeridad sólo se reconoce, a tientas, en la capacidad intelectual de ambas herencias.

miércoles, septiembre 27

Pavese

"El mito griego enseña que se combate siempre contra una parte de sí mismo, la que se ha superado, Zeus contra Tifón, Apolo contra la Pitón. Inversamente, aquello contra lo que se combate es siempre una parte de sí, un antiguo sí mismo. Se combate sobre todo para no ser algo, para liberarse. Quien no tiene grandes repugnancias, no combate”. El párrafo es de Cesare Pavese (El oficio de vivir, 28 de marzo de 1947). Pavese fue traductor, crítico, poeta y suicida. Entre otros tradujo a Gertrude Stein y Hemingway, de ahí quizás su áspero destino. En esencia, Pavese es el autor de El oficio de vivir: una tragedia en forma de diario que desemboca imparable en un débil manojo de frases y, nueves días después, una ingestión mortal de somníferos en la habitación de un hotel de Turín.
“Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de vivir, y se debilita la idea del suicidio.
Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo.
Todo esto da asco.
No palabras. Un gesto. No escribiré más”.
Hace algunos años publicó Múñoz Rivas un libro en el que trataba de acabar con “la desgraciada imagen del poeta suicida”: un acercamiento a Pavese titulado Aprovechando la mirada en el espejo. De Pavese hay poemas que expresan una belleza simbólica: una extraña sucesión de estados que incluso parecen sobrepasar la soledad (la peor de las soledades, la acompañada) y se refugian en una oscura melancolía.
A Pavese su compromiso político lo convirtió en blanco perpetuo del fascismo de Mussolini, y cuando las cosas parecieron cambiar llegó la peor de las torturas: un dolor que nada tiene de político ni de conciencia. Desde los 17 años tuvo la premonición de un suicidio, antes de los 19 escribió una poesía en la que hablaba del revólver con el que se iba a quitar la vida: luego un amor frustrado hizo el resto. Su pasión por la actriz Constance Dowling fue devastadora por no correspondida. Las alusiones en su diario privado son continuas, más propias de un adolescente (al cabo todo amor verdadero nos devuelve de inmediato a la adolescencia, a la ardiente frontera de la infancia incluso). “No nos matamos por el amor de una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, indefensión, nada” (25 de marzo de 1950). Da uno por hecho que Pavese, tan dado a contraponer el paisaje natural idealizado y el paisaje humano real, habría encontrado parte de su esencia en la imagen de estas sombras que se acercan rodeadas de estrellas, que no son sin embargo más que reflejos: ilusiones ópticas puestas al servicio del arte, pero alejadas de la condición humana. Si así fuera, Pavese habría encontrado su naturaleza y probablemente se hubiera rebelado contra ella, como un aprendiz aventajado de los dioses griegos.
“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, escribe en uno de sus poemas más célebres. “Esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un vicio absurdo. Tus ojos serán una vana palabra, un grito callado, un silencio (...) Para todos tiene la muerte una mirada”. Cómo hacer del suicidio material poético, novelesco, incluso vital. En Pavese la muerte era una calle subterránea que atravesaba sin mucho sentido su biografía y amenazaba con cortarla por lo sano, sin sangre de por medio, en cualquier momento. ¿Por qué no en la habitación de un hotel? Él, que había descrito los parajes más bellos y que no se hubiera sentido extraño contemplando el atardecer en esa playa bordada de falsas estrellas, fue a suicidarse entre cuatro paredes de alquiler. El arte de vivir, dejó escrito, es el arte de aprender en las mentiras.

martes, septiembre 26

Se abrió la pastelería

A cada anuncio de un embarazo en la Casa Real (y en los últimos tiempos han sido innumerables: se ve que es una familia con posibles) le sucede un orgiástico acompañamiento mediático de reacciones merengadas que rozan, unas, lo cursi, y otras, lo patético. Ambas categorías alcanzó ayer Mariano Rajoy, cuando aseguró que el embarazo de Letizia Ortiz suponía “una gran alegría” para todos los españoles. Desconocemos las rápidas encuestas internas realizadas por el PP para confirmar tal aseveración, ni la España a la que se refiere Rajoy. A lo mejor habla de la España que vive en la Zarzuela: es una España mínima, pero enormemente representativa. Sin embargo, no ha sido Rajoy ni el PP quienes tienen la capacidad de sorprender al ciudadano en cuestiones monárquicas. Tampoco el PSOE con sus alegres felicitaciones. Ambos partidos no sólo han asimilado sino respaldado y alumbrado este modelo de Estado según el cual hay una familia por encima del resto, y quien nazca en ella tendrá la oportunidad de reinar en Palacio o en los negocios, depende de a lo que se dedique, y siempre chupando a discreción de la generosa teta del Estado.
No no han sido ellos, sino Izquierda Unida quien ha vuelto a dar la nota surreal, como suele ser habitual cuando de la Casa Irreal se trata. Sacó un rápido comunicado (¡el primero!) la coalición política para felicitar a la pareja como “felicitaría a cualquier pareja joven que espera un hijo”, algo que es, además de una bobada, una mentira, porque Izquierda Unida no suele felicitar a las parejas jóvenes que esperan un hijo, no digamos ya hacerlo público a toda costa en los periódicos. Lo que ocurre es que en España la subordinación hacia la Casa Real implica un pecado original según el cual no todas las familias son iguales, ni siquiera para los comunistas, que han preferido hacer el ridículo por partida doble: felicitando a una princesa por su embarazo y, acto seguido, justificándolo de forma rastrera ante su estupefacta militancia.

Lo único que me produce a mí este tipo de noticias es una suerte de indiferencia teñida de preocupación. Cuanto más sean, y se multiplican con generosidad, más extendida será la red servil que los atienda y más aún el empacho millonario que su apellido provoque. No, no nos llena de alegría a todos los españoles el embarazo de Letizia Ortiz Rocasolano. Tampoco entendemos algunos marginados que una mujer normal, supuestamente progresista, que presume de codearse con Sabina (pero aún: presume Sabina de codearse con ella) adquiera una serie de derechos (poca cosa: reinar sobre un pueblo) por el simple hecho de contraer matrimonio con otro que ha adquirido ese derecho por el simple hecho de ser hijo de quien es. A pesar de los ‘sms’ de la Casa Real, a pesar de que ya no haya un gran lago separando el castillo de las murallas, y ni siquiera un puente levadizo por el que acceder a Palacio..., a pesar de que ahora los dragones luzcan engominados y vistan de Karl Lagerfeld, la esencia de todo este tinglado es puramente medieval. Una historia de miedo. De miedo de salir corriendo.
Diario de Pontevedra, 26-09-06

domingo, septiembre 24

Casino

Ha querido el destino que las elecciones a la presidencia del Casino se celebren apenas medio año antes de las municipales: si el PP gana en el Ayuntamiento, habrá doblete. El Casino es hoy por hoy el banderín de enganche de la Pontevedra de Toda la Vida (PTV) que ha visto asediada la pajarita con los años del BNG. A las Peregrinas de esmoquin y champán les ha robado caché la Feira Franca de carne asada, tinto y sandalias. Las reinas de las fiestas, rubias y perfumadas, han sido sustituidas por Milladoiro. Y sin alcalde en las procesiones, en las cenas del parque de verano y en los toros, se ha echado la PTV a los brazos del Casino: todavía allí se conservan en formol las viejas costumbres, se valora el pedigrí y de vez en cuando se da una vuelta Rajoy para regocijo de la burguesía, de la clase heredada, de los apellidos-institución y de los que todavía luchan por entrar en el establishment. Ahora que hay elecciones se asoma por primera vez el Casino a la prensa en formato texto, cuando en sociedades así lo que realmente importa es el tamaño de la foto. Dos candidaturas se disputan la presidencia: la continuista, que lleva 22 años al mando, y la rupturista, que no lleva ninguno. Uno ha tenido las suficientes relaciones tangenciales con el Casino como para interesarse de lo que allí se cuece (una novia se me puso de largo y un verano me colé en la piscina: el arribismo adolescente de todo desclasado). Ahora, los partidarios de una y otra candidatura se acusan en las webs de los candidatos de ser “la verdadera extrema derecha” y otros “la ultraderecha más rancia”: también de “figurar” y de “ser hijo de” o “nieto de”. Hombre, hombre, hombre... No se pide aquí el debate del Partido Comunista Chino, pero sí que se guarde un poquito la ropa, más que nada por pudor y ese, digámoslo así, señorío histórico.

sábado, septiembre 23

Qué tele la de aquel año

De la melancolía se ha dicho que es la tristeza de los dioses. Se trata de un estado pacífico, lento tránsito entre un punto y otro sin nada definido pero con el extraño hormigueo de una pálida pena cosida en el corazón. A veces cree uno estar melancólico cuando lo que está es jodido, mas es eso cosa del orgullo. Melancolía es lo que siente Botín (valiente apellido para un banquero) cuando ve alejarse una montaña de millones. A nosotros, más prosaicos, se nos hinchan los cojones cuando desaparecen veinte euros. La nostalgia, sin embargo, es algo más cálido y cercano que los ególatras también identifican con cierta melancolía. Quiere decirse que cuando Ramoncín se vio el jueves en La Primera con 22 añitos sintió melancolía (y un poquito de vergüenza) de aquel mocoso descarado que jugaba a romper las reglas roto ya el franquismo. Y nosotros, en el sofá, lo que sentimos fue nostalgia (y un poquito de vergüenza ajena) de aquel pequeño divo aún sin operar y, sobre todo, sin tertuliar: qué daño le hicieron a este país las tertulias.
Las noches de La Primera se han convertido en un centelleante monumento al pasado, y a veces al pasado-pasado (Ramoncín, sin ir más lejos). A Cuéntame le sigue en la parrilla un sensacional programa que recuerda los cincuenta años de la televisión pública, y rescata los momentos elegidos por los telespectadores. Una de las tristes conclusiones a las que debe llegar el manzanillo de a pie es que de los que estaban hace veinte años apenas se ha ido nadie, y el que se ha ido ha sido noticia por eso, por irse: Eva Nasarre, pongo por caso. Ahí estaba Pedro Piqueras ya presentando telediarios en 1991. Y qué decir de Mercedes Milá, si era ella la que entrevistaba a Ramoncín, en 1982 ("ésta es la primera aparición en la televisión del rey del pollo frito", dijo Casandra, que ya se olía que el chaval había tardado 22 años en entrar pero haría falta más de una vida para sacarlo). Por cierto, Milá también estaba el jueves con Gran Hermano. Hubo un momento mágico en el que el zapeo la movía 25 años atrás y adelante: está mucho mejor ahora, y dentro de 25 años probablemente resulte aún más atractiva. También pululaba ya entonces Lydia Bosch, Victoria Abril, Consuelo Berlanga y Nieves Herrero: entre las camadas de Chicho Ibáñez Serrador y las de Jesús Hermida se les cerró el paso a generaciones enteras de azafatas, actrices y periodistas. También estaba entonces ya no José María Íñigo, que se inventó antes que la televisión, sino María Teresa Campos, antes aún de asegurar su perpetuidad con una inteligente táctica: ¡clonarse en su hija!
Un apartado fascinante del recorrido presentado por La Primera el jueves le corresponde a Mecano. Participaron a finales de los setenta en uno de esos concursos de la canción. Cantaban Al alba, y lo hacía José María Cano. Es curioso, pero todos los rostros de entonces han mejorado con el tiempo, y eso que en algunos casos han pasado treinta años. Sin embargo, algo se le torció a José María Cano. Su belleza adolescente latía en la pantalla: rizos al uso, como los del protagonista de El Pico pero en versión azabache, y rasgos dibujados con serenidad alrededor de dos ojos muy grandes y curiosos. A Cano, que no es feo, lo jodieron los años: iba para bellezón tipo Miguel Bosé . A lo mejor lo solapó su hermano, más inclinado por los agresivo scambios de imagen, arrastrando tras él los focos de la fama, o quizás Ana Torroja, que transitó por el alambre de la fealdad para acabar cayendo en el campo de lo normalito, lo que bien mirado salvó su carrera y, probablemente, la del grupo.

viernes, septiembre 22

La llamada de la playa

El regimiento de Infantería de la Brilat en Pontevedra que marchará a Afganistán en octubre se lleva con él material de promoción turístico de las Rías Baixas. Lo raro es que esto ocurra ahora, sino que no haya ocurrido antes. Afganistán ha sido de siempre uno de los viveros de turistas más potentes del mundo. El turista afgano es parte de la simbología universal, como el cocinero italiano, el torero español o el gitano rumano. No salimos del cliché, y Afganistán exporta la imagen con la que mundialmente se la ha asociado, el turista. En el mes de agosto dabas una patada en Caneliñas y aparecían trescientos afganos. En los últimos tiempos hay allí tanta pasión por viajar que algunos con sólo arrancar el coche ya aparecen volando en otro país. Es un turismo de masas que sin embargo todavía no está a la altura de Irak, país que Estados Unidos está potenciando a marchas forzadas con una campaña mucho más agresiva de reminiscencias (¡quién lo diría!) cubanas: Turismo o Muerte.

Para su misión promocional, los soldados se llevan folletos y varios juegos de carteles de las Rías Baixas. No se discute la presencia de los militares. A Afganistán se va al amparo de la ONU para mantener la paz y bajo el paraguas del Parador de Turismo Rías Baixas: ya que estamos allí, habrá que convencer a los opulentos talibancitos de a pie de que cambien el Kalashnikov por una sombrilla en Paxariñas. La idea no es mala, pero allí no entienden mucho el español, de ahí los carteles: el pálido amarillo de la arena no les dirá mucho, pero basta verlo salplicado por el yate de Amancio Ortega y cuatro maromos sin camiseta tostándose en cubierta para que Afganistán sea la tumba de la yihad y el burka. De hecho, no estaría de más negociar con la aviación norteamericana la difusión de aquellos folletos históricos (“Sanxenxo, algo más que sol”) con una casete de Sabela, una cantante de ondulada cabellera y vistoso maquillaje que en 1987 se hizo famosa con una canción sobre el pueblo. Se corre el riesgo de que la cinta acabe en la guantera del coche de un comando islamista y veamos la foto de Sabela como autora intelectual de un atentado en una portada de El Mundo, pero, macho, qué risas.

Varios carteles de las Rías Baixas decorarán los destacamentos, se nos informa. A día de hoy se desconoce si la actividad promocional incluye modificaciones en el uniforme, tales como vistosas gorras de Acritón con pegatinas de la Festa do Marisco para sugestionar al viajero afgano. Lo sabremos cuando lleguen. La misión de paz y promoción también contempla la posibilidad de ataques de la resistencia talibán armados con billetes de Ryanair: los folletos Rías Baixas pueden enroscarse en unos pocos segundos y, una vez apoyados en la boca, no hay más que echar mano de un poco de arroz para repeler la ofensiva.