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miércoles, septiembre 6

Los autos locos de O Campiño

De entre todas las culturas que amenaza la juventud la peor, la más dañina, es la cultura del coche: la cultura de la velocidad, que ha dejado de estar amparada por James Dean a estarlo por los sacerdotes del reaggeaton, lo que bien mirado es terrible porque al menos James Dean era guapo e incluso, en un gesto de generosidad, se mató dando ejemplo. Ni las drogas, ni la desidia política contrapuesta a los más variopintos radicalismos, ni los mil euros al mes (¡ni el futbolín!) han hecho sangrar tanto como la cultura que ha ido aflorando, lenta y selváticamente, en el asfalto. Los coches: su pasión, o sea.
Tardaremos en comprender los menos duchos porque aquel marinero que se embarcó en Francisco y Catalina, el barco pesquero que al final resultó ser el de la solidaridad (un Rainbow Warrior de verdad, sin merchandising) solamente para pagar la deuda millonaria contraída por tunear su coche. El tunning es un fenómeno que a uno le queda tan lejano como el turismo espacial: no me cabe en la cabeza, pero abogo por el respeto en público y, mea culpa, la chanza salvaje y cabrona en privado. Dicho lo cual, queremos pensar que el tuneador fiel y leal a los principios sagrados de su religión no se juega su vida (su coche, en fin) en ninguna de esas carreras ilegales que ahora se han descubierto en el polígono industrial de O Campiño, en Pontevedra, para felicidad de unas 600 personas cuyo plan nocturno en pleno agosto es ir a olerle la gasolina, que es como ir a olerle el culo, a unos cuantos descerebrados. Que, por cierto, tienen en la película A todo gas su inspiración cultural, con lo que en cierto modo ya está todo bastante explicado.
El fenómeno de las carreras ilegales viene produciéndose desde finales de febrero, dijo ayer el subdelegado de Velocidad Clandestina, Delfín Fernández. Con todo, lo que a uno le llama la atención es la fecha en la que tuvo lugar (tuvo lugar: recurso ya inabordable) la carrera más multitudinaria: en la noche del cuatro al cinco de agosto. Por esas fechas, si no recuerda uno mal, Galicia empezaba a pasarse por las brasas, como un buen churrasco. Y sólo unos días después llegaban las llamas a las puertas de O Campiño: de milagro. Tres semanas después, un portugués murió en Marbella atropellado por un Ferrari embarcado en una carrera ilegal. El Jornal de Noticias lo sacó en la página tres, que ya es sacar, y el redactor hizo un ímprobo esfuerzo por despojar a su texto del aturdimiento que le embargaba. Resultó imposible, y así lo apreció el lector suspicaz: el homicida tenía 19 años, un Ferrari y algo más de 6.000 euros en el bolsillo.
Sabe uno que en Pontevedra somos más modestos, porque va en el carácter, de natural humilde, y porque no nos quedan más cojones, mas el vicio por quemar rueda, trompear sin sentido, derrochar gasolina y subir cachorras teñidas con calentadores al capó se conserva intacto. Es una cultura digna de parodia sino fuera obscena y si cada noche, en cada curva, no floreciera un ramo de rosas con espina: clandestina se organiza una carrera, incluso una vida, pero ya no la muerte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

LL