domingo, diciembre 30
Vestidos como putas
viernes, diciembre 28
Lotería
jueves, diciembre 27
Moreno

domingo, diciembre 23
Barça-Madrid
sábado, diciembre 22
Spice
jueves, diciembre 20
Levantacolas
En confianza
miércoles, diciembre 19
Horror y dinero
 Rodrigo Fresán publica este domingo en el suplemento cultural del diario argentino Página 12 la crítica al último libro (The Gum Thief) de Douglas Coupland, aquel que su momento escribió Generación X y, años después, Microsiervos: dos términos que han ido abonando las más variopintas mitologías de la vida moderna. Es curioso como uno echa la vista atrás y hasta recuerda con tibieza haberse etiquetado X: tenía cuando se publicó la novela trece años. Hace Fresán, uno de los columnistas imprescindibles cuando se deja caer por El País, las suficientes alusiones a mi pequeño hatillo de literatos americanos contemporáneos (si a Salinger lo podemos tratar de contemporáneo) como para dejarlo pasar. Desde Easton Ellis hasta lo que Fresán llama “una especie de Marcel Proust pop”, en referencia al propio Coupland. La crítica llama a la lectura. Son curiosas las comparaciones que emplea el escritor argentino: a Easton Ellis lo llama “gemelo diabólico del por lo general angélico Coupland”. Y revela la verdad que halló en su escritura el autor de American Psycho: descubrió que “el verdadero desafío y la verdadera transgresión pasaba por el escándalo de sensibilizar a los lectores más que por el horrorizarlos. Ahora que se entere Chuck Palahniuk”. Y una última y sagrada comparación: “Salinger vendría a ser el ausente Jehová, Kurt Vonnegut el Espíritu Santo y Coupland el vástago que celebra la buena nueva por los caminos y pasillos de este mundo atribulado sin que esto signifique que vaya a permitir que los críticos lo crucifiquen”. De Salinger se quedó El guardián en el centeno (todavía me enternece aquel deseo de Holden Caulfield: convertirse en sordomudo para que no entender a nadie ni hacerse entender) pero quizás como Hemingway haya que buscarle el alma en los cuentos. Con Ellis y American Psycho pasamos la adolescencia hasta recrear nuestras propias y tristes novelas en COU, a falta de algo más emocionante. A cada uno, su Patrick Bateman. Pero aquel nihilismo aterrador y fascinante estaba antes: en Menos que cero. Bateman fue un sucedáneo impávido y contrito de Clay: su ambiciosa prolongación heterosexual en el tiempo. Coupland dio nombre a la Generación X y Bret Easton Ellis la ocupó con su ristra de horrores y marcas de lujo. Desafío y transgresión. Entonces nos hizo gracia: yo se la sigo encontrando ahora
 Rodrigo Fresán publica este domingo en el suplemento cultural del diario argentino Página 12 la crítica al último libro (The Gum Thief) de Douglas Coupland, aquel que su momento escribió Generación X y, años después, Microsiervos: dos términos que han ido abonando las más variopintas mitologías de la vida moderna. Es curioso como uno echa la vista atrás y hasta recuerda con tibieza haberse etiquetado X: tenía cuando se publicó la novela trece años. Hace Fresán, uno de los columnistas imprescindibles cuando se deja caer por El País, las suficientes alusiones a mi pequeño hatillo de literatos americanos contemporáneos (si a Salinger lo podemos tratar de contemporáneo) como para dejarlo pasar. Desde Easton Ellis hasta lo que Fresán llama “una especie de Marcel Proust pop”, en referencia al propio Coupland. La crítica llama a la lectura. Son curiosas las comparaciones que emplea el escritor argentino: a Easton Ellis lo llama “gemelo diabólico del por lo general angélico Coupland”. Y revela la verdad que halló en su escritura el autor de American Psycho: descubrió que “el verdadero desafío y la verdadera transgresión pasaba por el escándalo de sensibilizar a los lectores más que por el horrorizarlos. Ahora que se entere Chuck Palahniuk”. Y una última y sagrada comparación: “Salinger vendría a ser el ausente Jehová, Kurt Vonnegut el Espíritu Santo y Coupland el vástago que celebra la buena nueva por los caminos y pasillos de este mundo atribulado sin que esto signifique que vaya a permitir que los críticos lo crucifiquen”. De Salinger se quedó El guardián en el centeno (todavía me enternece aquel deseo de Holden Caulfield: convertirse en sordomudo para que no entender a nadie ni hacerse entender) pero quizás como Hemingway haya que buscarle el alma en los cuentos. Con Ellis y American Psycho pasamos la adolescencia hasta recrear nuestras propias y tristes novelas en COU, a falta de algo más emocionante. A cada uno, su Patrick Bateman. Pero aquel nihilismo aterrador y fascinante estaba antes: en Menos que cero. Bateman fue un sucedáneo impávido y contrito de Clay: su ambiciosa prolongación heterosexual en el tiempo. Coupland dio nombre a la Generación X y Bret Easton Ellis la ocupó con su ristra de horrores y marcas de lujo. Desafío y transgresión. Entonces nos hizo gracia: yo se la sigo encontrando ahoramartes, diciembre 18
Mariel
lunes, diciembre 17
Empate a cero
viernes, diciembre 14
Servicio público
miércoles, diciembre 12
Enrollados
lunes, diciembre 10
Perder tu vida para ganarla
domingo, diciembre 9
Cerdo
sábado, diciembre 8
miércoles, diciembre 5
"Cuíño, cuíño"
lunes, diciembre 3
Hienas, efectivamente
Gloria
"(...) Al abandonar el edificio me entero de que Cósima, la hija de Pedro Jota y Ágata Ruiz de la Prada, ha sido muy feliz en el Baile de las Debutantes (Bal Crillon) que cada año se celebra en ese famoso hotel de Paris y al que esta vez acudieron veinticuatro señoritas del famoseo universal: dos nietas de Edward Kennedy, una hija de Phil Collins y así. Naturalmente, todas debían ir vestidas de alta costura, aunque a Cósima le permitieron ir vestida por su madre, que ya es permitir. ¿Qué pensaría el ilustre papá mientras su niña bailaba con un apuesto joven? ¿acaso en Exuperancia y su lluvia dorada, en Amedo, en los múltiples infundios que hubo de publicar a lo largo de su vida profesional para que el destino le reservase este momento de gloria? (...)"
domingo, diciembre 2
Pitón
-No está muerta: te está midiendo.
viernes, noviembre 30
El quinto Beatle

jueves, noviembre 29
O pesimismo histórico (versión Licor Café)
miércoles, noviembre 28
Caballo
martes, noviembre 27
La buena educación
lunes, noviembre 26
Vida y metáforas
"Non hai nada peor que unha tía vida a menos (gorda, vella, cuarentona…) cun tatoo de xuventude nun lugar erótico, ou que o foi. E como se levase un cartón de viño atado ás costas".
"Encanta-me as mulleres, e morro por elas, mais sinto un respeito, como ante Deus, ante eses homes que dan un paso ao frente pra comer unha polla. Eu dei-no. Por iso non teño complexos e presta-me rir, daquel que fun, cando o miro noutro".
"Só cago o que me é familiar, o que me é estraño mo quedo un tempo para ver de que vai"
"E acheguei-me a ela mais non lle dixen, como tampouco non lle dixo Jose a María, mália que debeu, e debín:
-Non imos ter sexo nena, mais pola nosa culpa vai nacer un deus. E, abofé, que ha morrer outro".
"E os paxaros pensaban que voaban… era o mundo que caía!"
Bo Nadal: heite chorar
sábado, noviembre 24
El viaje a ninguna parte
viernes, noviembre 23
Televisión
.
Triunfou en Youtube un vídeo de Diario de Patricia (retirado hai dous días por Antena 3) no que se presenta a todo o mundo borracho: as imaxes e as voces son reais, pero as últimas están distorsionadas. O curioso é que nada renxía alí: parecía o ton axeitado da tertulia. Fixo moita graza o asunto ata que hai uns días un dos participantes do programa lle cortou o pescozo á súa ex noiva. O rapaz pedira á cadea que levara a rapaza invitada porque quería pedirlle perdón. Foi algo máis: el cravou os xeonllos no plató e pediulle, de paso, matrimonio. Unha decisión un tanto arriscada: xa non era a súa noiva. Pero a humillación durou bastantes segundos. Un tipo tirado no chan diante da rapaza á que ama na televisión é algo que non gusta ver a ninguén. A pobre non sabía onde meterse. Non atopou nin forza para mover un pouco a perna e apartar o que tiña diante. Disque aí se decidiu o seu destino. Non creo. Se dixera que si quizais gañase só un pouco máis de tempo. O amor do home caera xa no inferno das baixas paixóns: posesión, celos e morte. De alguén que monta algo así na televisión xa non hai que esperar nada bo. A pena foi a de Diario de Patricia: que pase algo así é unha desgraza terrible, pero a historia era deles. Tiñan o principio. Merecían a exclusiva do final.
jueves, noviembre 22
Un lugar incómodo
El pasado domingo Suso de Toro se presentó con un artículo en El País sobre la tragedia del Prestige. Había por allí un alto contenido dramático, fruto de los tiempos por los que pasa un escritor sobre el que está abierta la veda. Pero uno nunca puede bajar la guardia ante la poesía: en el texto hay que prestar una singular atención a esa libreta impregnada de chapapote sobre la que se fue cimentando la heroica literatura que exigió el Prestige. "Me juré que iba a contar aquello y un juramento tiene sus formas así que mojé la pasta del cuaderno en el chapapote", dice el autor ya sin aliento. Algo después añade que nunca "escribí tan bien", lo que me llevó a recordar a esa pareja de voluntarios que se enamoró en las playas gallegas y que hace poco dieron un hijo. A ver si cinco años después, pensé desolado, fue a merecer la pena el Prestige.
.
Hace sólo una semana Suso de Toro fue entrevistado en el mismo diario a propósito de su libro Madera de Zapatero, que ha supuesto un duro desafío para su ojo crítico e independiente. Las disecciones entomológicas del libro en internet se han sucedido desde el primer día, y hasta en el propio periódico en el que colabora el autor gallego no han tenido mucha paciencia con él. Ya Suso de Toro avisó antes que nadie: el libro es una alfombra roja que él extiende sobre el presidente. Ayer mismo en un foro con internatutas se le instó a decir (¡por favor, por favor!) algún "defectillo" de Zapatero: "Sus defectos más que por defecto son por exceso. Tiene grandes virtudes: un carácter fuerte, es decidido, arrojado, confiado en sí mismo y sus defectos pueden ser el exceso de esas virtudes". El titular de aquella entrevista, por lo tanto, es antológico: "Sempre me sitúo nun lugar no que son incómodo para o poder".
.
miércoles, noviembre 21
De golpe
 Lo primero que le dio Howard Hawks a Lauren Bacall fue un consejo inolvidable: “Lo único que tienes que aprender aquí es a no actuar”. Después, avanzado el rodaje, Bacall aprendió algo por sí misma: “Bajaba la cabeza para que los ojos se abrieran más”. Era Tener y no tener (“le aposté a Hemingway que podría hacer una gran película de su peor libro”, dijo Hawks), y una niña judía de 19 años rodaba al lado de Humprey Bogart (“me llamaba a las tres de la madrugada y me decía: nena, te espero en tal esquina de tal calle, y yo me ponía los pantalones encima del camisón para salir corriendo: ¿no es excitante? Entonces, mi madre salía de la cama y me decía eso de: pero ¿dónde te crees tú que vas con ese hombre que tiene 25 años más que tú?”). Aquella espiga de pómulos imposibles rodó en Tener y no tener una de las escenas más memorables de su carrera. Como tenía 19 años, y no sabía actuar, la hizo con una pureza indescriptible. Un Bogart duro y descreído está sentado en una habitación mientras ella camina como una gacela acercándose a la puerta, mirándole desde el sótano de sus largas piernas: “No tienes que representar ningún papel conmigo, Steve. No tienes que decir nada ni hacer nada. Sólo silbar. ¿Sabes silbar, verdad? Juntas los labios y soplas”. La Bacall vive (uno no termina de acostumbrarse) y volvió hace dos años con sus memorias: Por mí misma y un par de cosas más. Allí desgrana los pálidos recuerdos del viejo Hollywood: el de Katherine Hepburn, Spencer Tracy, James Cagney o escritores como Faulkner o el propio Hemingway. Entonces concedió una entrevista maravillosa a Elvira Lindo tan sólo empañada por el infantilismo mitómano de la escritora española, trufando el texto de expresiones del tipo “¡cómo estar sentada en la habitación en la que la señora Bacall ha vivido los últimos 30 años!”. El peaje, comparado con la entrevista, fue barato: Lindo destornilla los recuerdos en blanco y negro del mito, que se dibuja ante nosotros entre las volutas de humo de los tugurios americanos de los años 40. Con ella viene el diccionario de palabras desusadas de un viejo código de leyendas: “Bogart era el tipo de hombre que cuando ama a una mujer va a casarse con ella: él era de los que se casan, era leal, serio. Me decía que tuviera cuidado con la atracción que sintiera por otros hombres. Me decía: es normal que eso ocurra en los rodajes, que surjan tentaciones; pero siempre hay que sopesar el valor que tiene tu vida privada, si te merece la pena poner en peligro lo que quieres. Luego he pensado que tal vez se sentía inseguro. Era una persona tan extraordinaria que no podías conocerla de golpe”.
Lo primero que le dio Howard Hawks a Lauren Bacall fue un consejo inolvidable: “Lo único que tienes que aprender aquí es a no actuar”. Después, avanzado el rodaje, Bacall aprendió algo por sí misma: “Bajaba la cabeza para que los ojos se abrieran más”. Era Tener y no tener (“le aposté a Hemingway que podría hacer una gran película de su peor libro”, dijo Hawks), y una niña judía de 19 años rodaba al lado de Humprey Bogart (“me llamaba a las tres de la madrugada y me decía: nena, te espero en tal esquina de tal calle, y yo me ponía los pantalones encima del camisón para salir corriendo: ¿no es excitante? Entonces, mi madre salía de la cama y me decía eso de: pero ¿dónde te crees tú que vas con ese hombre que tiene 25 años más que tú?”). Aquella espiga de pómulos imposibles rodó en Tener y no tener una de las escenas más memorables de su carrera. Como tenía 19 años, y no sabía actuar, la hizo con una pureza indescriptible. Un Bogart duro y descreído está sentado en una habitación mientras ella camina como una gacela acercándose a la puerta, mirándole desde el sótano de sus largas piernas: “No tienes que representar ningún papel conmigo, Steve. No tienes que decir nada ni hacer nada. Sólo silbar. ¿Sabes silbar, verdad? Juntas los labios y soplas”. La Bacall vive (uno no termina de acostumbrarse) y volvió hace dos años con sus memorias: Por mí misma y un par de cosas más. Allí desgrana los pálidos recuerdos del viejo Hollywood: el de Katherine Hepburn, Spencer Tracy, James Cagney o escritores como Faulkner o el propio Hemingway. Entonces concedió una entrevista maravillosa a Elvira Lindo tan sólo empañada por el infantilismo mitómano de la escritora española, trufando el texto de expresiones del tipo “¡cómo estar sentada en la habitación en la que la señora Bacall ha vivido los últimos 30 años!”. El peaje, comparado con la entrevista, fue barato: Lindo destornilla los recuerdos en blanco y negro del mito, que se dibuja ante nosotros entre las volutas de humo de los tugurios americanos de los años 40. Con ella viene el diccionario de palabras desusadas de un viejo código de leyendas: “Bogart era el tipo de hombre que cuando ama a una mujer va a casarse con ella: él era de los que se casan, era leal, serio. Me decía que tuviera cuidado con la atracción que sintiera por otros hombres. Me decía: es normal que eso ocurra en los rodajes, que surjan tentaciones; pero siempre hay que sopesar el valor que tiene tu vida privada, si te merece la pena poner en peligro lo que quieres. Luego he pensado que tal vez se sentía inseguro. Era una persona tan extraordinaria que no podías conocerla de golpe”.martes, noviembre 20
Luz de Federer

lunes, noviembre 19
sábado, noviembre 17
Bomba
viernes, noviembre 16
Cómo yo era
jueves, noviembre 15
Nariz en tierra
martes, noviembre 13
Fotomontaje

Lo que ha hecho la Familia Real en su felicitación navideña es lo más natural del mundo. Ni siquiera se ha preocupado de cuidar los detalles para tratar de hacer pasar por real una postal que no era más que una imagen manipulada. Para qué, si ya lo sabemos todo. Arcadi Espada fue el único que advirtió el detalle: "Somos un fotomontaje, ha reconocido la Casa Real". A estas alturas los Reyes no están por la labor de engañar a nadie. Ni siquiera su familia. Efectivamente, son un fotomontaje. Una manipulación pergeñada en años difíciles para sostener al funambulista. Unos rostros pegados aquí y allá para dar una impresión que ellos y nosotros sabemos falsa: la Familia Real es una clase de Plástica, un collage de sexto de EGB. Pero las entrañables postales navideñas son habituales en Navidad, y los Borbones se agarran a las tradiciones porque de esta forma cogen aire, y sin ellas serían unos vulgares Rocasolanos, unos simples Urdangarines: una familia del montón, como los Alcántara.
La gracia del fotomontaje ha hecho que los periodistas se interesen por las felicitaciones navideñas de la Casa Real. Como es habitual, los árboles no dejaban ver el bosque: la estampa esotérica de la familia Marichalar sobreviviendo al naufragio de su estilosa pretenciosidad. La genética impredecible. En lugar de felicitar la Navidad parece que están felicitando el Hallowen. Jaime de Marichalar representa muchas de las cosas que uno rechaza sin tolerancias de ningún tipo. La exquisitez. El artificio. La rimbombante extravagancia de foulard y patinete. El clasismo de corte y confección. En cualquier otro la ausencia absoluta de belleza despertaría compasión, pero en él es parte del decorado, una suerte de Pasarela Cibeles organizada por Josemi Rodríguez Sieiro: un horror, un espanto.
Lo que realmente resulta lastimoso de la postal de los Marichalar es que no sea un fotomontaje. Esa risa, la risa del duque, sólo se encuentra actualmente en los trenes de la bruja, en un abogado cabrón o en un hincha del Barcelona viendo un partido del Madrid. Es una risa que cabalga entre el pavor y el escarnio. Felicitar la Navidad así es doloroso. Pero es lo que hay. Podríamos pensar que con todo el dinero que les pagamos para que nos representen tan dignamente por el mundo podría hacerse algo más, pero es lo que nos ha tocado. Puestos a pagar, hubiera preferido uno que nos diesen el espectáculo de los británicos, con Lady Di, Camilla y por ahí todo seguido. Pero la Familia Real española apuesta por la sobriedad teñida de cierto desapasionamiento, como si ya supieran que les han levantado el chiringuito. Es lo que hay, nos vienen a decir: qué le vas a hacer.
lunes, noviembre 12
Despachos y ratones
Una de las lecturas más productivas del fin de semana ha sido un reportaje sobre lo que llaman el nuevo palacio del alcalde de Madrid y su esplendoroso centro de operaciones. En él se recordaba la inversión de la ex ministra Trujillo para redefinir el suyo, que casi se llevaba el 70% del presupuesto de Vivienda. En los despachos de ambos habrían cabido muchísimos rumanos, pero eso no deja de ser demagogia. Se entiende que Gallardón no vende clínex. Ni siquiera se le conoce tentación alguna de quemarse a lo bonzo a causa de la desesperación. Y visita muchas obras, pero siempre se pone el casco por encima de la corbata. Gallardón juega en la división de los despachos, que es junto al pene el mayor elemento de turbación masculino: el gran elemento de poder del nuevo siglo.
En los despachos se han decidido, con gravedad circunspecta y trascendencia épica, guerras y felaciones. Pero no deja de ser, a nivel modesto, una metáfora grandiosa que nadie como un pontevedrés histórico representó con total majestuosidad los días más calurosos de verano: recibía sentado en su gran mesa con camisa y corbata (extendía la mano, sonriente, sin levantarse) y de cintura para abajo se refrescaba las piernas con pantalón corto. El despacho es eso: una proyección del poder que se representa cen su exactitud con la puerta cerrada e indescifrable. En cualquier empresa hay gente que se duerme deleitándose en la mañana cada vez más cercana que atraviese triunfalmente las mesas de sus ya viejos compañeros para abrir la puerta de su despacho, entrar con el paso firme de un soldado y clavar, a modo de bandera, la foto de su familia: hay quien, de hecho, ha fundado una familia sólo por darse ese placer.
Que al final lo que realmente importa es quién se sienta en él, no de dónde salió la madera con la que se talló la mesa, no impide esos proyectos faraónicos de alcaldes y dirigentes, interesados en auscultar desde la vasta lejanía la reacción de los visitantes. No se fíen de su sonrisita condescendiente. No están presumiendo de despacho: están presumiendo de pene. Están bajándose la petrina y poniendo el instrumento encima de la mesa, como hizo Trillo cuando izó en Madrid la bandera española más grande la Historia. Pero esto no lo digo yo: lo dijo Freud hace muchos años. Por eso estoy contento: porque a Gallardón le están olisqueando la pirola los ratones.
domingo, noviembre 11
Por qué no te callas
El Rey lo que ha hecho fue llevar al extremo ese graciosete dicho de que es muy campechano y que pasa mucho del protocolo: le faltó un lapo ejecutor después de la frase y una pedorreta antes de pirarse a cazar osos. Consta que lo fabricó, el lapo, y lo bajó a galerías, pero finalmente lo debió de engullir: una lástima.
Por lo demás, quedémonos con la trascendencia del momento. Por primera vez en muchos años España recibe una frase a la altura de las que forjaron, no sin mérito, el imaginario popular. Tras “se sienten, coño” y el célebre “Andreíta, cómete el pollo”, llega a los politonos el “por qué no te callas”, del que se espera una versión remix para amenizar las pistas de baile. El destino natural de las sentencias históricas es su comercialización: vulgar, pero rentable.
Eso sí, el PP ha reprochado a Zapatero su tibieza. Se le riñe por no haberle pegado dos tiros a Chávez. Y subrayan su ridículo porque el Rey sí defendió la patria, encarnada insólitamente en Aznar. Pero miren, pudo ser peor: pudo aparecer Sarkoman volando con el último azafato del Chad agarrado en una mano y cosiéndole la boca a Chávez con la otra antes de tomar rumbo a París. Vive la France!
sábado, noviembre 10
Aquí estamos todos desnudos y muertos
jueves, noviembre 8
La menor reincidencia
 Sabina acababa de publicar su álbum 19 días y 500 noches y en él incluía una canción dedicada a una puta que llamaba Magdalena: “Y si la Magdalena pide un trago / tú la invitas a cien / que yo los pago”. Unos meses después recibió la carta de un abogado bilbaíno con una factura de las copas a las que había invitado a Magdalena en un lupanar perdido. “No llegan a cien, pero bebió lo suyo”, escribe el señor. Sabina apoquinó la pasta, que no era poca, y se la envió de vuelta con una nota que decía: “La menor reincidencia rompería el encanto”. La frase es de George Brassens, y pensé en ella ayer cuando me desayuné con esta noticia: el pasado 4 de noviembre a las 21.30 horas Patrick Moberg vio en el metro de Nueva York a la chica de sus sueños y la dejó marchar. Grabó su imagen en la cabeza y emprendió una frenética búsqueda. ¿Cómo encontrar de nuevo a la mujer de tu vida en una ciudad de 17 millones de habitantes? Moberg hizo un retrato robot de ella, también del suyo, y con ambos se montó una campaña en internet digna de los McCann. “I saw the girl of my dreams on the subway tonight” escribe en un dibujo, y relata el encuentro con detalle, destaca sobre los dibujos las particularidades de cada uno y las mete en su web nygirlofmydreams.com. La chica es morena, tiene las mejillas rosadas y una flor en el pelo. Qué hacía Heidi en el metro de Nueva York es algo en lo que a Moberg ni siquiera le dio tiempo a pensar: dijo Borges que el amor nos deja ver a la amada como la ve la divinidad, y la divinidad no tolera pastorcitas. La búsqueda, propagada en cuanto saltó la liebre de tan grosera cacería, tuvo resultado: Patrick encontró a la chica, y así lo anunció exultante en la web. A eso ayudó un vídeo de él mismo explicando por qué ese amor súbito y la causa de su parálisis en el metro. Es un chico atractivo y valiente, de eso no hay duda, que padeció en su momento de lo mismo que padecen a diario tantos caballeros grises que recorren las calles arrastrando ruidosamente las cadenas de su soledad: la sentencia de una sofocante vergüenza. Que Patrick haya reaccionado a tiempo no le disculpa: pasó el día y pasó la romería. Tampoco es único: los amores eternos se suelen dar en pocas cantidades, y en lugares tan dispares como un metro, la cola de un autobús, las mesas de un restaurante o en la caja de un supermercado. Cuando uno repara en esto, cuando reinterpreta las miradas y los saltos del corazón y la piel erizada y demás síntomas, entre el goce y lo patético, ya apreciados por civilizaciones tan antiguas como la propia vida (si aquello eran civilizaciones, y si aquello era vida) se resuelve intensificar el encuentro y dejarlo estar, como quien ve desde el balcón pasar los cadáveres por el río apurando un último cigarro. Probablemente Heidi y Patrick hayan compartido en el metro unos minutos agradables en comunión, poblados de señales subterráneas, telepatía sugerida y un amor trenzado con el poderoso lenguaje de los símbolos. Si de esa tormenta invisible no surgió ningún trueno que los llevará a buscarse físicamente es mejor quedarse con el encanto del momento, eso tan defendido en esta columna: la gravedad del puro destello. “Si confiaséis más en la vida os lanzarías menos al instante”, clamó Nietzsche, pateando el carpe diem.  Pensar que al final  podría ser todo una gran metáfora al uso Amo a Laura: la última mentira de la Publicidad, saqueando la flaca y agónica Vida.
 Sabina acababa de publicar su álbum 19 días y 500 noches y en él incluía una canción dedicada a una puta que llamaba Magdalena: “Y si la Magdalena pide un trago / tú la invitas a cien / que yo los pago”. Unos meses después recibió la carta de un abogado bilbaíno con una factura de las copas a las que había invitado a Magdalena en un lupanar perdido. “No llegan a cien, pero bebió lo suyo”, escribe el señor. Sabina apoquinó la pasta, que no era poca, y se la envió de vuelta con una nota que decía: “La menor reincidencia rompería el encanto”. La frase es de George Brassens, y pensé en ella ayer cuando me desayuné con esta noticia: el pasado 4 de noviembre a las 21.30 horas Patrick Moberg vio en el metro de Nueva York a la chica de sus sueños y la dejó marchar. Grabó su imagen en la cabeza y emprendió una frenética búsqueda. ¿Cómo encontrar de nuevo a la mujer de tu vida en una ciudad de 17 millones de habitantes? Moberg hizo un retrato robot de ella, también del suyo, y con ambos se montó una campaña en internet digna de los McCann. “I saw the girl of my dreams on the subway tonight” escribe en un dibujo, y relata el encuentro con detalle, destaca sobre los dibujos las particularidades de cada uno y las mete en su web nygirlofmydreams.com. La chica es morena, tiene las mejillas rosadas y una flor en el pelo. Qué hacía Heidi en el metro de Nueva York es algo en lo que a Moberg ni siquiera le dio tiempo a pensar: dijo Borges que el amor nos deja ver a la amada como la ve la divinidad, y la divinidad no tolera pastorcitas. La búsqueda, propagada en cuanto saltó la liebre de tan grosera cacería, tuvo resultado: Patrick encontró a la chica, y así lo anunció exultante en la web. A eso ayudó un vídeo de él mismo explicando por qué ese amor súbito y la causa de su parálisis en el metro. Es un chico atractivo y valiente, de eso no hay duda, que padeció en su momento de lo mismo que padecen a diario tantos caballeros grises que recorren las calles arrastrando ruidosamente las cadenas de su soledad: la sentencia de una sofocante vergüenza. Que Patrick haya reaccionado a tiempo no le disculpa: pasó el día y pasó la romería. Tampoco es único: los amores eternos se suelen dar en pocas cantidades, y en lugares tan dispares como un metro, la cola de un autobús, las mesas de un restaurante o en la caja de un supermercado. Cuando uno repara en esto, cuando reinterpreta las miradas y los saltos del corazón y la piel erizada y demás síntomas, entre el goce y lo patético, ya apreciados por civilizaciones tan antiguas como la propia vida (si aquello eran civilizaciones, y si aquello era vida) se resuelve intensificar el encuentro y dejarlo estar, como quien ve desde el balcón pasar los cadáveres por el río apurando un último cigarro. Probablemente Heidi y Patrick hayan compartido en el metro unos minutos agradables en comunión, poblados de señales subterráneas, telepatía sugerida y un amor trenzado con el poderoso lenguaje de los símbolos. Si de esa tormenta invisible no surgió ningún trueno que los llevará a buscarse físicamente es mejor quedarse con el encanto del momento, eso tan defendido en esta columna: la gravedad del puro destello. “Si confiaséis más en la vida os lanzarías menos al instante”, clamó Nietzsche, pateando el carpe diem.  Pensar que al final  podría ser todo una gran metáfora al uso Amo a Laura: la última mentira de la Publicidad, saqueando la flaca y agónica Vida.miércoles, noviembre 7
Prestige
Eso dicen
martes, noviembre 6
"Ti amo papà"
lunes, noviembre 5
Desheredados
jueves, noviembre 1
Xoguetes
miércoles, octubre 31
Bingo
El sábado fue la segunda vez que entré en el bingo. En la primera, hace unos años, me animaron mis amigos a cantar la segunda línea, porque así era el reglamento, y debía de hacerlo además de pie y con voz Marcial (Ruiz Escribano). Sujeté la emoción hasta que marqué el último número de mi primera línea, cuando a toda la sala debía faltarle ya una bola para bingo. Me salió un “¡línea!” tan definitivo que a punto estuvieron de meterme la cabeza dentro del bombo. Se paró la multitud (oía sus respiraciones agitadas, como búfalos interrumpidos durante un coito inmenso) y la mesa se pobló de amenazas invisibles que nos dejaron paralizados. Pero, y he aquí lo que me tiene encantado del bingo, siguió el bombo p´alante dando vueltas y siguió la vida como si tal cosa: ya podía haber un tiroteo.
Entre mis grandes vicios, cuya intrépida bandera es devorar panceta cruda separándola delicadamente de la piel para juntarla con pan aún caliente, no está el del juego: sorprendente, pero uno aún no es rico. Además, suelo ganar cuando juego. Hace unos años entré en el casino de A Toxa con trescientos euros y salí con mil: para alguien educado en la trascendencia del fracaso, eso es frustrante. Resolví unas Navidades, pero casi echo por la borda un ideal poético. El bingo, a botepronto, es un ambiente muy sui generis, alejado de las viejas en zapatillas y con cestas de monedas que se sentaban en la sala de General Mola y más lejos aún del ambiente prostibulario que se debe respirar a veces en el Casino, visitado en ocasiones por mocosos de veinte años que hacen dinero con la cocaína. De las dos veces que visité el bingo guardo algunos (lógicos) apercibimientos y un fresco poco interesante: gente de a diario echando cartones como quien compra el pan, por el placer de consumir una rutina; solitarios (probablemente) enfrascados en teorías matemáticas delante de varios cartones; ninguna mujer sola sorbiendo las lágrimas de un fracaso; una pareja de inmigrantes (paquistaníes a primera vista) mirando el tendido; y luego un grupito de borrachos que necesita hacer tiempo en un lugar caliente y mal iluminado, tachando números más por el placer de beber a gusto que por el placer de completar un cartón, por poco que prometa.
Se rescata, en fin, la música del azar: esa cantinela de “treinta y dos: tres, dos” y el bombo rolando, como rola la vida, mientras uno tacha los números, los huesos de las aceitunas y lo que le echen en el plato. Uno salva pocas cosas, pero hay un lugar espléndido reservado a la elegancia: tener el bingo, y los huevos de no cantarlo.
lunes, octubre 29
Una hora más
 Bill se sorprende cuando Beatrix le golpea en los cinco puntos exactos que hacen estallar el corazón.
 Bill se sorprende cuando Beatrix le golpea en los cinco puntos exactos que hacen estallar el corazón. –¿Por qué no me dijiste que te lo había enseñado Pai Mei?, pregunta con el rastro de sangre en la boca.
–Porque soy una mala persona.
–No, no eres una mala persona. Eres mi persona preferida. Pero a veces puedes ser una auténtica zorra.
En Kill Bill, que ha ofrecido TVE estos domingos por segunda vez en dos años, parece quedar claro que esos golpes en el pecho de Pai Mei ofrecen un resultado definitivo si uno camina luego cinco pasos, que Bill da tras acicalarse un poco: la Parca exige algo de decoro. Pero yo me pregunto: ¿por qué no se sienta Bill en el césped y repudia su destino? ¿Qué haría entonces nuestra moderna asesina nata, nuestra Supermán emboscada en un chándal amarillo? ¿Le pegaría el tiro de gracia o se haría a sí misma el golpe fatal y se sentaría junto a él, a ver pasar la vida en ese césped tan mono y esperar a que B.B, como hija de dos asesinos perfectos, crezca según lo dispuesto por la Naturaleza y los ejecute de un tajo limpio en el pescuezo cuando cumpla los doce años?
 
